UNA HISTORIA MUY EVOLUCIONADA
Esta historia incluye a dos personajes principales con sus respectivas superaventuras. La trama: una asombrosa coincidencia de ideas, un dilema y una de las teorías más comprobadas (en la ciencia, “teoría” significa una explicación realizada con base en el método científico y que ha sido verificada).
UN VIAJE INESPERADO
Es la primera mitad del siglo XIX. El pequeño Charles vivía en Shrewsbury, una ciudad de Inglaterra, con sus cinco hermanos –él era el quinto hijo– y su papá, un famoso médico quien deseaba que su hijo siguiera sus pasos.
Pero Charles, cuya mamá había muerto cuando él tenía ocho años, se inclinaba más por la pasión de su abuelo: además de luchar por abolir la esclavitud, era un tanto inventor, poeta y naturalista.
Lo de “naturalista” era lo que más gustaba a Charles. Durante su niñez coleccionaba escarabajos, polillas, minerales, conchas de caracoles y huevos de aves, y los clasificaba de manera cuidadosa. También pasó horas metido bajo la mesa del comedor, donde leía sobre el mundo natural sin ser molestado.
En la adolescencia, le apasionaron la biología, botánica, geología y química, pero su papá seguía empeñado en que fuera médico, así que a los 16 años Charles comenzó a estudiar medicina.
Como no le gustó ni tantito –la sangre le chocaba–, dedicó más tiempo a la investigación de invertebrados marinos y publicó sus primeros artículos científicos (años después se convertiría en la máxima autoridad mundial en los crustáceos conocidos como percebes).
En vista de su falta de interés en la medicina, su padre le pidió que entonces estudiara teología para ser clérigo, pero tampoco lo entusiasmó; él prefería buscar escarabajos, incluso aceptó el reto de otro estudiante para ver quién descubría una especie nueva.
Espera, no leas esta parte de abajo (“El otro viajero”) hasta que termines “Un viaje inesperado”. Sigue leyendo la zona amarilla en las siguientes dos páginas.
EL OTRO VIAJERO
Alfred Wallace tenía 8 años cuando Darwin zarpó en el HMS Beagle, así que no supo de su viaje. Y a sus 13, tampoco se enteró que había regresado.
Pero 21 años después, cuando no sólo sabía muy bien quién era Darwin, sino que lo admiraba, le escribió dos cartas; en la segunda incluyó una teoría en la que había trabajado durante años, y le pidió que, si le parecía correcta, se la diera a conocer a Charles Lyell, miembro destacado de la Sociedad Linneana.
¡No imaginas (Ya llegaremos a eso).
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