Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

El Retorno de los Huesos
El Retorno de los Huesos
El Retorno de los Huesos
Libro electrónico323 páginas4 horas

El Retorno de los Huesos

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

El Retorno de los Huesos, inspirada en una historia verídica, ganó el premio a la Mejor Novela de Ficción Histórica en los Premios para Libros de Nuevo México/Arizona y el premio al Mejor Ebook en los Premios Internacionales de Libros Latinos. Una deslumbrante historia épica de antepasados, amor y perdón.

Acompaña el viaje de los últimos dos miembros del Pueblo de Pecos en su aventura para traer de vuelta los huesos de sus ancestros hacia las ruinas del pueblo de su familia. Los 2.067 esqueletos habían sido exhumados de su lugar de descanso 83 años atrás. En la actualudad y a través de las millas, el viento acarrea sus lamentos hacia el Abuelo, que oye a los huesos anhelar su hogar.

Mujer Vacía y el abuelo son los últimos del Pueblo de Pecos, pero Mujer Vacía no está interesada en antiguos esqueletos familiares. Trabaja en un casino indígena y es una mujer moderna, mientras que el Abuelo es un chamán y valora la tradición. Ella espera que el viaje repare sus corazones rotos.

El Abuelo construye un atrapasueños mágico para ayudar a Mujer Vacía a experimentar la vida de sus ancestros, arrojándola hacia el pasado, para que su nieta pueda amar a los huesos desaparecidos.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 jul 2019
ISBN9781393681786
El Retorno de los Huesos

Relacionado con El Retorno de los Huesos

Libros electrónicos relacionados

Ficción histórica para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para El Retorno de los Huesos

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    El Retorno de los Huesos - Belinda Vasquez Garcia

    El Retorno de los Huesos

    Inspirado en una verdadera historia de nativos americanos

    Belinda Vasquez Garcia

    Traducido por Federico Campana 

    El Retorno de los Huesos

    Escrito por Belinda Vasquez Garcia

    Copyright © 2019 Belinda Vasquez Garcia

    Todos los derechos reservados

    Distribuido por Babelcube, Inc.

    www.babelcube.com

    Traducido por Federico Campana

    Diseño de portada © 2019 Belinda Vasquez Garcia

    Babelcube Books y Babelcube son marcas registradas de Babelcube Inc.

    Índice

    Dedicatoria

    Nota de la autora

    Capítulo uno

    Capítulo dos

    Capítulo tres

    Capítulo cuatro

    Capítulo cinco

    Capítulo seis

    Capítulo siete

    Capítulo ocho

    Capítulo nueve

    Capítulo diez

    Capítulo once

    Capítulo doce

    Capítulo trece

    Capítulo catorce

    Capítulo quince

    Capítulo dieciséis

    Capítulo diecisiete

    Capítulo dieciocho

    Capítulo diecinueve

    Capítulo veinte

    Capítulo veintiuno

    Capítulo veintidós

    Capítulo veintitrés

    Capítulo veinticuatro

    Capítulo veinticinco

    Capítulo veintiséis

    Capítulo veintisiete

    Epílogo

    Glosario

    Dedicatoria

    ––––––––

    El retorno de los huesos está dedicado afectuosamente a los espíritus de Pecos.

    Aunque se hayan extinguido, son el pueblo de las nubes que se mueven delicadamente sobre las ruinas del pueblo de Pecos.

    Aunque hayan desaparecido, no han sido olvidados.

    Su espíritu perdura en los habitantes de Jemez y en todos los indígenas de la Tierra.

    De su duro trabajo, nació una civilización.

    De su imaginación, nació una leyenda.

    Gracias a sus huesos, la ciencia médica pudo prosperar.

    Que su fuego de Montezuma arda intensamente.

    Que su serpiente emplumada se despierte.

    Y que puedan cruzar al otro lado, donde Pautiwa, Jefe de la Aldea Kachina, los espera.

    Video de dedicatoria

    Nota de la autora

    Por azar, mientras hacía una investigación para una serie de fantasía sobre la magia de los aborígenes americanos, di con la noticia del retorno de los huesos de Pecos. Según una leyenda indígena americana, el Emperador Azteca Montezuma en realidad nació en un pueblo indígena del actual territorio estadounidense y hace mucho rigió el pueblo de Pecos y fue considerado un brujo. Los lazos entre Montezuma y el pueblo fantasma de Pecos me condujeron a un artículo de la revista Harvard Gazette acerca de la repatriación de los Huesos de Pecos. Estos 2.067 esqueletos se volvieron muy reales para mí y me sentí desconsolada por el hecho de que habían sido desenterrados de sus lugares de descanso y explotados incluso estando muertos. Su nuevo entierro en las ruinas del pueblo de Pecos me conmovió y sentí que estos huesos me estaban llamando, pidiéndome que cuente su historia.

    Visité las ruinas del pueblo de Pecos, pero el sitio del entierro es secreto. Conocí al Jefe de Guerra, un indígena nativo del pueblo de Jemez (mencionado en el artículo de la Harvard Gazette como el Indígena Pueblo) que trajo de vuelta a sus ancestros para enterrarlos nuevamente en el pueblo de Pecos, una de las legendarias ciudades de oro buscadas por los exploradores españoles. El Jefe de Guerra también apareció en un artículo de la National Geographic sobre la repatriación de los huesos de Pecos. Prometí nunca mencionar su nombre debido a que ya estaba horrorizado por la fama que había obtenido, pero sacrificó su modestia en favor de sus ancestros. Buscar reconocimiento no es la manera de actuar de nuestra gente, me dijo.

    Crecí rodeada de indígenas americanos y siempre los he considerado personas de confianza y compasivas y me sentí bendecida de poder llamarlos mis amigos. El Jefe de Guerra ofreció mostrarme el lugar donde estaban enterrados los huesos de Pecos, pero desafortunadamente yo debía abordar un avión y ya no vivía en Nuevo México. Sin embargo, recibí como obsequio un tambor que él mismo fabricó y que atesoro.

    Para este libro inspirado en hechos reales se me ocurrió el título El retorno de los huesos y creé a las últimas dos personas del pueblo de Pecos, Mujer Vacía y su poderoso Abuelo chamán, quienes se aventuran en una destartalada camioneta con un atrapasueños mágico para reclamar su familia y traer de vuelta sus huesos y así volver a enterrarlos. A lo largo del camino, Mujer Vacía, gracias al atrapasueños, logra apreciar el sentido de familia y sus ancestros.

    El retorno de los huesos está basada en una historia verídica que pocas personas conocen sobre la historia de los aborígenes americanos. Aún hay alrededor de un millón o más de artefactos de entierro y alrededor de 200.000 esqueletos de indígenas americanos (un número moderado) conservados en cajas o cajones en museos y que nunca serán devueltos por diversos motivos. Y esto sin mencionar a los coleccionistas privados de la historia negra de América, quienes colocaban calaveras de indígenas americanos sobre el marco de sus chimeneas o literalmente guardaban esqueletos en sus armarios. Algunas personas realmente tienen esqueletos en sus armarios.

    Escribir El retorno de los huesos demandó mucha investigación histórica. El resultado de ello es este libro, narrado con mucho sentimiento. Cuanto más estudiaba el pueblo de Pecos, ahora extinguido, mayor pasión despertaban en mí estos esqueletos que fueron esclavizados durante 85 años por el hombre blanco para llevar a cabo investigaciones médicas. Prometí a los huesos que, aunque el pueblo de Pecos ya no exista, el mundo no habría de olvidar los esqueletos que aportaron tanto a la humanidad. La excavación del pueblo de Pecos estableció el estándar para la arqueología moderna y fue el inicio de la arqueología estadounidense. Estudios de referencia sobre osteoporosis sobre el fortalecimiento óseo gracias al ejercicio, etc., se deben a los esqueletos de Pecos, así como otras contribuciones en relación a lesiones craneanas y a la ciencia dental.

    Al final del libro se ha incluido un glosario. Por favor, remitirse al Índice.

    Aunque los huesos tengan cientos de años, siguen siendo familia. Ya que la sangre fluye de generación en generación y, de esta manera, el linaje familiar subsiste.

    Capítulo uno

    Luego de noventa y ocho años de una vida dura, el único misterio que el Abuelo no pudo descifrar fue cómo morir en paz y dejar este mundo de una manera más apacible que la que había tenido que soportar. Guardaba muchos secretos, incluyendo su verdadera herencia: no era un indio Jemez. Él y su nieta de treinta y cinco años de edad, Mujer Vacía, eran los últimos de su raza, sobrevivientes del pueblo fantasma de Pecos. Las líneas en su rostro trazaban un árbol familiar. Con frecuencia, él la guiaba en una danza fúnebre a través de las ramas del árbol, mostrándole cuál arruga había aparecido después de la muerte de un familiar. Danzaba un vals en los pliegues correspondientes a sus bisabuelos, abuelos, madre, padre, madrastras, hermanos, hermanas, primos, tíos, tías, familia política, hijos... familiares que ella nunca conoció. Su linaje se entremezclaba con sus rasgos como un mapa de rutas de Nuevo México. Él camuflaba los baches de su alma con poesía que recitaba en Towa, su lengua nativa.

    Nieta, tú solo eres una astilla de los pinos de Pecos. He soñado que de una astilla brotaría un árbol con muchas ramas, pero me estremezco al pensar que el pueblo de Pecos morirá contigo.

    Bla, bla, bla, bla, bla. Parloteas como un disco roto, anciano; familia, fantasmas y los vestigios de un pueblo venido a menos. Mujer Vacía sopló la pintura de sus uñas; dos marcas de colmillos sobre su frente se abrieron y cerraron. El anciano podía ver a través de sus cicatrices, producto de la mordedura de una serpiente, y creía tener los medios para salvarla. El señor sabe que desde entonces había hecho todo lo posible para hacerse cargo de ella desde que solo tenía cuatro días de edad. Sus padres habían fallecido y la dejaron al cuidado de este imponente chamán que nunca le enseñó cómo ser amable.

    ¡Gerónimo!, se escuchó a todo volumen desde el altoparlante y ella suspiró con alivio agradeciendo que él se hubiese olvidado de hablar sobre las mujeres estériles y la extinción.

    Él miró con ojos inyectados en sangre la pantalla de veintiséis pulgadas del televisor que se veía algo borrosa debido a la posición de las antenas y a la mala recepción en Jemez, aislado al igual que la mayoría de los pueblos.

    Una periodista, vestida con un traje azul marino y un collar ortopédico, se mecía en la nieve. En el archivo de la Biblioteca Conmemorativa Sterling se ha descubierto una carta escrita en 1918 que menciona el hecho que estudiantes de la Universidad de Yale robaron los huesos de Gerónimo. Los huesos del guerrero apache desaparecieron en 1918 de su tumba en Fort Sill, Oklahoma; durante décadas han circulado rumores jactanciosos acerca de que el paradero de sus huesos estaría en el cuartel general de la Sociedad Calavera y Huesos. Se dice que la calavera de Gerónimo está en exhibición en una caja de vidrio y que se lo utiliza para el ritual de iniciación de los nuevos miembros de la orden secreta. Uno de los presuntos ladrones es George Prescott Bush, el difunto padre de George H. W. Bush, ex presidente de los Estados Unidos. La carta, enviada por un miembro de la sociedad a otro, revela detalles del robo de 1918 y puede ser una prueba de que el rumor es verdadero, como han reclamado los apaches durante años: ex estudiantes robaron los huesos de Gerónimo como una travesura de Yale.

    El Abuelo se veía desconcertado por el informe de la periodista. Mujer Vacía había actuado como su intérprete de inglés desde que tenía siete años de edad, después de regresar del Internado para Indígenas de St. Mary para pasar el verano. Su cabeza había alcanzado la altura de la cintura del abuelo y un inglés tan revoltoso como un huracán categoría cinco brotaba de sus labios. Desde entonces había crecido lo suficiente para mirar al viejo hacia abajo y se había convertido en un tornado categoría uno. Lo sentó, como a un niño, y le explicó en Towa los detalles de la noticia.

    El viejo se puso blanco como una oveja. El hombre blanco no está conforme con habernos perseguido hasta los confines de la Tierra en vida. Además necesitan acosarnos en la muerte. Incluso nuestro presidente.

    No estamos en los viejos días, Gobernador. En este caso, la justicia vencerá. La familia de Gerónimo puede presentar una queja ante NAGPRA para recuperar sus huesos, dijo ella.

    ¿Qué es NAGPRA?

    NAGPRA es un acrónimo en inglés que significa Ley de Protección y Repatriación de Tumbas de los Nativos Americanos. Creo que el Congreso aprobó la ley en el año 1990. Mediante esa ley, la familia de Gerónimo tiene el derecho de recuperar sus huesos.

    La familia de Gerónimo y yo tenemos un conflicto por resolver con los hombres blancos, o en mi caso, muchos conflictos. Tanto tiempo perdido... nueve años. Soy un hombre que se tambalea sobre la grieta de la muerte y necesito tener una conversación con los fantasmas de Pecos. Elevó sus ojos hacia el techo y rompió su camiseta en dos. Cantó la letra de una canción fúnebre y se lamentó en voz alta.

    Cálmate, Gobernador.

    El viejo sonrió de una manera misteriosa; sus ojos parecían dos hendiduras talladas en barro quebradizo.

    Chamán viejo y loco, dijo ella en un murmullo.

    El anciano se apoyó en su otro objeto heredado, un báculo ceremonial real de plata que el Rey Felipe III de España le regaló a su clan en el año 1620. En aquella época, el pueblo de Pecos era la aldea más grande en el territorio que actualmente se conoce como Estados Unidos. La plata estaba tan deslustrada que el báculo era negro, si bien la nieta podía ver el reflejo de sus propios ojos en el lugar donde el abuelo había apoyado su pulgar durante casi un siglo. El viejo siempre había sido el gobernador del pueblo fantasma de Pecos; sus días de gloria habían quedado en el pasado. Él afirmaba que sus conquistadores no los habían vencido hasta el punto de extinguirlos, pero un fuego moribundo los maldijo y su serpiente emplumada se escondió de ellos.

    Excepto por las veces en que bebía o fumaba cigarrillos armados a mano, sus labios permanecían cerrados. Por lo general, gruñía. Normalmente su gruñido revelaba si tenía hambre, calor extremo, si se congelaba o lo que sea, pero nunca emitía un gruñido de aflicción. Ahora, emitió un gruñido patético mezclado con un quejido. Se alejó del televisor tambaleando sobre sus piernas arqueadas por casi un siglo de cabalgar. Su dedo petrificado se asomaba a través de la tela de sus zapatillas de caña alta, el mocasín indígena moderno, pero él estaba atrapado en un túnel de tiempo de los días de gloria de los pueblos antes de que llegasen los invasores. Golpeó el báculo real contra el tejado agrietado como si fuese alguien importante, el rey de las ruinas del pueblo de Pecos. Su camiseta de mangas largas colgaba a medias de sus pantalones, los pantalones caquis llegaban hasta sus rodillas debido a que se había encogido una pulgada por año desde que había cumplido noventa años de edad. Manchas de aceite y césped salpicaban su ropa. Ni un galón de lejía podría hacer que su remera gris volviese a ser blanca.

    Loco como un lunático, refunfuñó ella. Los días que tocaba bañarse se peleaban. Él afirmaba que su sudor mágico impregnaba las fibras de su ropa y el detergente debilitaba su magia. Siempre parecían entablar una pelea. Desde que ella era pequeña, la brujería del anciano la aterraba hasta la médula. Sus poderes necesitaban diluirse un poco y él necesitaba un baño.

    Ella frunció su nariz a causa de las trenzas grasientas del viejo que se mecían contra la pared, metió sus pies bajo sus piernas y volvió a mirar las noticias. El informe cambió para mostrar la llegada del Milenio dentro de nueve meses, una noticia aterradora que afirmaba que el mundo estaba por terminar debido a que todas las computadoras se destruirían a causa de la aparición del virus Y2K.

    El viejo no perdió tiempo volviendo a la sala de estar e impidiéndole ver la pantalla del televisor de un metro y medio de marco. Saludó con la mano como un árbol ondulante, con su colchón con manchas de orina hundido bajo su columna.

    Ella se levantó para ayudarlo, pero el colchón se deslizó por su espalda.

    El viejo giró su cuello y tomó un sorbo de una botella de vino cubierta con una bolsa de papel, como si la pudiera engañar haciéndole creer que estaba bebiendo una soda. Chasqueó sus labios y volvió a poner el corcho en la botella. Le dio un empujoncito en el hombro.

    Llévame conduciendo hasta Pecos. Trae mi colchón; me gustaría un paseo en la comodidad de mi propia cama para mi último viaje a casa.

    No puedes llamar a Pecos tu hogar. Los ancestros abandonaron el pueblo hace un siglo y medio. Ni siquiera tú puedes afirmar ser tan anciano, Gobernador.

    Él había llenado su niñez de terror cuando la llevó por primera vez hacia el pueblo familiar abandonado por Dios y le habló sobre la Inquisición española en Nuevo México. En el pueblo de Pecos había habido quemas de personas por parte de la iglesia, decapitaciones, derrame de sangre, fantasmas, brujas y envenenamientos. Ella gritaba cada vez que él quería ir a las ruinas embrujadas de Pecos. La última vez que la llevó allí a la fuerza ella tenía doce años de edad y juró nunca más volver, pero ahora el viejo le suplicaba con sus ojos y estaba tan condenadamente viejo. Así que ella arrastró su colchón hundido y oloroso y lo acarreó detrás de sí, deteniéndose cada tanto para aplastar las pulgas. Zigzagueó hasta la camioneta, arrastrando el colchón sobre los pozos lodosos, simplemente por molestar.

    Resoplando, levantó el colchón y lo colocó en la caja de su camioneta. Volteó su cabeza por el hedor a vino que emanaba de los mechones grises y blancos. Su camioneta cumplía las expectativas de un recolector de chatarra, con colillas de cigarrillo, latas, botellas, trapos y otros elementos desparramados por todos lados. Al igual que él, ella nunca tiraba nada, un hábito nutrido por una niñez en la pobreza.

    De un tirón abrió la puerta del acompañante, pero el anciano elevó una pierna encima de la espalda y se desplomó sobre su colchón. Observaba el cielo con ojos vidriosos. Su cabeza parecía un arándano marchito. Con mano temblorosa llevó una manta a su barbilla; saliva caía por su cuello. Tenía pocos dientes y su cuerpo enjuto ni siquiera hundía su colchón. Simplemente yacía allí con sus brazos y piernas ampliamente separados, croando como una rana.

    Gobernador, vas a enfriarte. ¿Por qué no esperas hasta que Steve tenga su día libre para poder viajar en su carro?

    La muerte me acecha como una sombra del atardecer, pero debo ser más astuto que el caballo pálido, y con bridas y lazo cabalgar quince minutos más después de que el sol se pone detrás de las Montañas Sangre de Cristo. Recuerda, Nieta, construye mi ataúd con pinos provenientes de esas montañas.

    No hables de morir, susurró ella.

    No llores como un sauce en la nieve. El reencuentro con el clan serpiente es como una danza en el solsticio de invierno. Al igual que el hijo pródigo de la Biblia, los integrantes de la familia se tomarán de las manos y bailarán a mi alrededor al ritmo de los tambores de Masawkatsina y el Guardián de los Muertos me dará la bienvenida con brazos abiertos.

    Deja de decir tonterías y súbete adelante conmigo. Estamos a mediados de febrero. Te dará neumonía.

    Añoro sentir el viento en mi cara. Deseo introducir aire fresco en mis pulmones. Dentro de poco tiempo estaré encerrado dentro de una caja; los elementos no me matarán, la debilidad de mi cuerpo será mi muerte. Tu camioneta nueva debe ser útil para algo, aunque sea para transportar mi ataúd.

    Ocho años atrás, era una camioneta nueva usada; ahora, es mi camioneta en toda ley, dijo ella, levantando el mentón con orgullo, pero arrepintiéndose de haber elegido una camioneta negra ya que el viejo la comparaba con un carro fúnebre.

    El anciano golpeó el maldito báculo contra el metal; ella se sobresaltó.

    Trae mi mochila, allí tengo mi pipa ceremonial, ordenó.

    Con el cabello negro balanceándose alrededor de su cintura, la nieta caminó hacia su casa construida con ladrillos de adobe parecida a todas las otras casas del pueblo de Jemez, lo que le daba un aspecto similar a una aldea de la Edad de Piedra.

    Ella mostró su lengua al espejo, deseando no ceder siempre a los pedidos del anciano, especialmente cuando su salud corría peligro. No tenía el coraje de un guerrero de Pecos, aunque su herencia nativa americana irradiaba de su piel naturalmente bronceada y sus pómulos elevados.

    Regresó dando pisotones acarreando la mochila y la arrojó en el asiento delantero.

    Conduce, ladró el viejo y aporreó el báculo como si fuese el heredero de un reino y no de una maldición.

    Deja la rabieta de lado, dijo ella, poniéndole un par de orejeras. Envolvió el cuello del viejo con una bufanda, llevando la lana hasta justo debajo de su nariz. Le puso su sombrero en la cabeza, lo envolvió en una manta y metió sus piernas y caderas dentro de una bolsa de dormir. Cerró la cremallera para que la bolsa no saliera volando.

    El gobernador de Pecos yacía envuelto como un papoose, una momia olvidada, con su báculo ceremonial a su lado. Había hablado de su muerte inminente. Era viejo y el sol resplandeciente era engañoso; hacia el este, en dirección a Pecos, se acumulaban nubes grises.

    ¿Y si llueve?, dijo ella.

    No lloverá. Hoy no he convocado ninguna tormenta.

    Claro, Hombre del Clima.

    El anciano cerró los ojos con fuerza y su labio inferior tembló. La punta de su nariz estaba húmeda.

    Te llevaré a tu hogar en Pecos, Gobernador, si ese es tu deseo, dijo ella y suspiró, acariciando su mejilla marchita. Gracias a Dios su piel no estaba caliente.

    De un sacudón, alejó su cabeza de los dedos de ella.

    La nieta se subió al asiento del conductor y cerró la puerta con fuerza, maldiciendo en voz baja. El viejo testarudo se negaba a ir adelante con ella. Ella odiaba las ruinas de Pecos, el lugar más deprimente que existía. Habían pasado años...

    Puso en marcha el motor para conducir, desde el pueblo de Jemez, las ochenta millas hasta el pueblo de Pecos. Los neumáticos se sacudían a lo largo de los tramos sin pavimentar de Blue Bird Mesa. Echó un vistazo por el espejo retrovisor e inclinó su oreja para detectar cualquier quejido proveniente de la parte trasera. El acelerador vibraba bajo su pie, ya sea cuando aceleraba su camioneta en dirección a la Autopista Cuatro de Nuevo México, que estaba pavimentada, o cuando desaceleraba el vehículo; debía elegir entre prolongar la agonía del anciano o empeorar su dolor pasando a alta velocidad por los baches. La urgencia con la que el viejo había mencionado el pueblo de Pecos hizo que pisara el acelerador con más fuerza.

    Tomó la carretera I-25 en dirección norte hacia Santa Fe y pasó la capital. La camioneta trepó hacia las Montañas Sangre de Cristo. Un poco de nieve cubría los pinos y, con suerte, la caja de la camioneta y la bolsa de dormir impedirían que el aire frío penetrara sus huesos viejos. Ella debería haber tapado toda la cara del viejo con la manta, pero no quería asfixiarlo.

    Ya llegamos, Gobernador.

    Pisó el freno y se apeó de la camioneta. Se paró en punta de pies para ver si el anciano había sobrevivido el viaje.

    Casi un siglo de vida había carcomido sus músculos, pero él todavía tenía fuerzas para aferrar con sus dedos marchitos el costado del vehículo y sentarse mientras ella abría la puerta trasera. El anciano abrió la cremallera de la bolsa de dormir y con la ayuda de la joven descendió. Luego, cubrió sus hombros con la manta.

    Te quitaste las orejeras, dijo ella.

    Bah. ¿Por qué habría de silenciar mis oídos?

    ¿Qué pasó con el sombrero nuevo que te compré?

    El viento le dio alas, dijo él, llevando su mentón hacia adelante.

    Arrojaste tu sombrero a propósito.

    Mi viejo sombrero me sienta a la perfección. Sacó un sombrero redondo y negruzco de detrás de su espalda. El sudor de mi magia impregna este sombrero. Me sirve en primavera cuando el Hermano Lluvia empapa mi sendero trillado; en verano, cuando el Padre Sol hace transpirar mi torre de marfil; en otoño, cuando el Hermano Viento sopla contra mí; y en invierno, cuando el Hermano Nieve cubre de polvos mis pestañas al igual que una ramera de antaño.

    La mujer empujó hacia abajo el ala del sombrero y puso sus ojos en blanco al ver que el mismo sombrero que no tenía aspecto encantado gracias a que el Padre Tiempo había aplastado y destruido la pluma. El viejo

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1