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Que nadie diga que no luchaste contra molinos de viento: Quijotes del siglo XXI
Que nadie diga que no luchaste contra molinos de viento: Quijotes del siglo XXI
Que nadie diga que no luchaste contra molinos de viento: Quijotes del siglo XXI
Libro electrónico305 páginas5 horas

Que nadie diga que no luchaste contra molinos de viento: Quijotes del siglo XXI

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Un padre que cruza el océano para rescatar a su hija de las garras de una secta cuyo líder no solo la explota laboralmente, sino que la ha convertido en una niña-madre. El labriego que tuvo un sueño imposible: construir una catedral que erigió con la argamasa de sus manos y su fe. La mujer que luchó porque su hija, con síndrome de Down, no fuera menospreciada bajo la gramática de «lo distinto». Un irreductible amante de la naturaleza que defiende a las aves de la destructora mano de los que ignoran que la naturaleza es un préstamo que las generaciones futuras nos han concedido. La anciana que procura techo a los presos que salen del infierno de la cárcel para entrar en el averno de la reinserción. Un deportista de élite que abre las puertas de su armario y su almario para confesar su homosexualidad. La mujer que se enfrenta a la Administración para que atienda con dignidad a las jóvenes devastadas por la anorexia. La madre que perdió a su hijo en un accidente de tráfico producido por un conductor drogado, y que lucha para que el Parlamento considere la conducción bajo el efecto de estupefacientes con mayor tipificación penal. Una famosa presentadora de televisión que convive con la diabetes infantil de su hijo y lucha por concienciar a la sociedad de la importancia de una alimentación sana. Todos ellos son anzuelos vitales imposibles de no morder por el lector; narrativas sobre el amor, el altruismo y la lucha.

Nueve apasionantes relatos, basados en el terrible lenguaje de los hechos, en los que el periodista y poeta Manuel Juliá expresa la intrahistoria de los Quijotes del siglo XXI de los que se ocupa el programa de Mediaset, inspirándose en su idea original. Héroes sociales convertidos en el faro de algo distinto que se nos muestran en toda su pasión, dolor y humildad para dejarnos claro que el ser humano es capaz de las mayores atrocidades así como de los gestos más excelsos. «Que nadie diga que no luchaste contra molinos de viento» es un libro tejido sobre los mimbres del amor sin límites, la ética y la generosidad. Un diálogo incesante en el que la literatura habla y el alma del lector contesta... Unas páginas en las que se demuestra que una vida sin propósito es una muerte prematura.
IdiomaEspañol
EditorialLid Editorial
Fecha de lanzamiento23 oct 2020
ISBN9788418578199
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    Que nadie diga que no luchaste contra molinos de viento - Manuel Juliá

    AMOR Y CORAJE

    Toda secta, de cualquier género que pueda ser, es la alianza de la duda y el error.

    Voltaire, Cartas inglesas/Cartas filosóficas

    El príncipe Gurdjieff y el fin del mundo

    Aunque sonríe, en la mirada de Alberto Aguilar ha quedado un rastro de dolor. Pasará mucho tiempo hasta que pueda desaparecer. Tiene el cabello corto, los labios delgados, la cara ovalada y viste una camiseta deportiva gris y unos vaqueros negros. Ahora duerme sabiendo que ese dolor basado en saber que su hija estaba en manos de un loco, ya casi ha desaparecido. Nos sentamos en unos sillones de velador en su chalet resguardados por la sombra, al lado de un pozo. La primavera envuelve con fuerza la tierra marrón llenándola de pespuntes verdes que abren cierta lujuria en la mirada. Lo primero que me dice es que si ese loco se hubiese dedicado a otra cosa habría tenido éxito, sabía convencer.

    El loco se llama Félix Steven Manrique Gómez, nacido en Lima, Perú. Bajito, oscuro, embaucador, miserable, saturado de fantasías y sombras. Le dio por leer una nube de libros esotéricos y se perdió en un mundo de mathamas, gurús, príncipes, fantasmas y paisajes dorados en otras dimensiones donde viven los seres celestiales.

    Félix Steven Manrique Gómez se levantó una mañana y dio en creer la extraña, patética y estrambótica historia de que era la reencarnación del Príncipe Gurdjieff.

    Nos miramos y percibimos que ambos pensamos en cómo puede ser verdad todo lo que ha pasado.

    La sombra se pierde mientras el sol va bajando por el horizonte verde.

    ¿Quién era ese tipo? ¿Quién fue el Príncipe Gurdjieff?

    —He leído Alberto y he visto un mundo de mentiras que nace de una mentira —me mira interesado y a la vez con cierto hastío en sus ojos lánguidos. Recuerda la primera vez que supo de ese nombre, cuando la angustia de la ausencia de Patricia, recién cumplidos los 18 años, le cambió la vida.

    George Ivánovich Gurdjieff nació finales del siglo xix en la Armenia dominada por el Imperio ruso. Era calvo, de tez oscura, ojos penetrantes grandes y negros, portaba un frondoso e invasivo bigote misterioso. En Internet también aparece con cabello y sin bigote, y tiene una balanza en su mano izquierda para cuando llegue el momento del juicio, y un rayo en la derecha para realizar el apocalipsis sobre la tierra. Un certificado falso, firmado por el obispo de Cádiz y Ceuta dice que es una expresión del Cristo Cósmico, El único vicario de Dios en la Tierra, el juez del apocalipsis. Fue un charlatán apocalíptico, Jean-François Revel escribió que era una «sabandija beoda» que, en el París de los años cuarenta, seducía con sus patrañas espiritualistas a señoras millonarias e intelectuales progresistas a fin de que le pagaran las borracheras.

    Ese era el príncipe Gurdjieff.

    Sobre la mesa redonda, de plástico blanco, hay muchos folios dibujados, carpetas de archivo, fotografías, varios dosieres y una botella de agua con dos vasos. Aunque todavía no es verano en Levante el sol comienza pronto a imponer el sopor de su fuego. Alberto coge una fotografía, la mira, frunce el ceño, respira hondo, despierta un aire de tristeza silenciosa en su mirada y me dice:

    —¡Cuantas veces habré visto esta fotografía! ¡Maldito loco!

    En ella Steven está preso en la selva con barba de varios días. Ha engordado mucho. Tiene el cabello seboso y despeinado. Destacan en su rostro los mofletes hinchados. Una mueca de dolor insoportable lo envuelve, como si un flemón lo estuviese martirizando.

    La locura no surgió en una mente bondadosa y soñadora, como la de don Quijote, sino que fue en una narcisista, megalómana y sádica. Ese discurso lleno de fantasía es solo un juego de niños en manos de gente normal, sin mesiánicas paranoias, pero en manos de seres sádicos y egocéntricos es una verdadera fuerza de destrucción masiva.

    El sol, tumbado a lo lejos, cae sobre el escaso cabello, entre rubio y gris, de Alberto. Repasa, cambia de lugar, aprieta con sus dedos las hojas llenas de dibujos esotéricos: budas, esferas, ojos luminosos, símbolos de líneas retorcidas, tortuosas, instrucciones para la lectura de libros con títulos grandiosos, horóscopos, esferas luminosas, paisajes de dimensiones ocultas, sombras todas ahogadas en el blanco papel que recibía vida de una adolescente.

    El día anterior, mientras rastreaba por cadenas de televisión y periódicos de Perú, di con un reportaje televisivo en el que la madre de Steven, una mujer gruesa, joven, con el cabello planchado, los ojos muy oscuros, nariz pequeña y mentón ancho, enseñaba a un periodista los libros que leía su hijo. Estaban encima de un aparador formando pequeños edificios de letras. Steven había sido condenado a veinte años de cárcel por trata de personas, y la señora quería contradecir la visión de su hijo como un monstruo oscuro y enseñaba los libros para que vieran que leía mucho, que era muy instruido. Pero si a esa biblioteca se le hubiese realizado el escrutinio del cura y el bachiller Sansón Carrasco, no habría quedado ni uno. Teosofía de mercadillo. Los Maestros Ascendidos, seres casi divinos. La Gran Hermandad Blanca. Madame Blavatsky, la inventora de los mahatmas, grandes almas, seres magnánimos que escogerían a un mensajero, el príncipe Gurdjieff, y le darían instrucciones para «salvar» a la humanidad del cataclismo inminente, e inaugurar la era de Acuario de los seres perfectos, que comienza este año, en 2020.

    —Una extraña mezcolanza de religiones pulula por su cabeza —sé que Alberto rememora quizá el primer día que lo vio en Lima, cuando llegaba detenido para el juicio, y se pregunta—: ¿cómo es posible ese poder de seducción con esa amalgama de ideas absurdas?

    Le digo que creo que la clave es el miedo, y por supuesto dirigirse a mujeres jóvenes que puedan estar pasando un mal momento, y ofrecerles una esperanza, un sueño, y después el miedo.

    —Los mensajes apocalípticos pretendían retener a las víctimas a través del miedo.

    Alberto asiente.

    La candidez de la edad, la magia de un mundo lleno de enigmas y mensajes esotéricos, y después el miedo.

    La tarde es pura. Hace un viento limpio y suave. El azul de la piscina parece un cuenco en el que ha caído un trozo de cielo. La soledad del campo envuelve nuestra mente en un silencio muy agradable. Seguimos mirando las fotos de Steven extendidas por la mesa. Desaliñado y angustiado en la selva, rodeado de policías. En la comisaría, sentado en una mesa retando con la mirada. Creía que su mirada dominaba mentes. En el juzgado, limpio y arreglado. Es un tipo muy coqueto, vive de su imagen física. Muchas fotos son de Internet, donde pergeñaba sus ansias de captación de jóvenes menores para conformar su harén de reproductoras de niños perfectos, esclavas para satisfacer sus deseos sexuales, y para, vista su indómita vagancia, traer el pan a casa.

    Internet era su mundo. Creó un canal denominado Gnosis Budismo Profecías Príncipe Venerable Maestro Príncipe Gurdjieff. Colgó videos en YouTube en los que sonaba una voz distinta a la suya, con acento español, más apropiada al efecto mesiánico y aterrador, con imágenes de contenido esotérico. Apocalipsis, sexo y servidumbre. Allí explicaba su doctrina apocalíptica.

    Observo una estampa de esa destrucción: olas inmensas casi por el cielo a punto de caer sobre la ciudad. Pequeños puntos negros, que significan seres humanos. Miran hacia el cielo, sienten su pequeñez, que ha llegado la hora del juicio. En el cielo hay bolas de fuego bajando como proyectiles sobre la tierra. Hay penumbras luminosas en la lejanía estallando como bombas atómicas en racimo, y mirándolo todo el Príncipe Gurdjieff con la balanza de la justicia en sus manos. Es el encargado de repoblarlo con seres perfectos que ya no volverán a despreciar a Dios.

    Le enseño a Alberto la imagen apocalíptica.

    —Steven pretendía tener diez esposas para realizar la repoblación —me dice toqueteando una carpeta en la que hay dentro múltiple documentación sobre las acciones del gurú a su hija en esos casi dos años en los que estuvo abduciéndola. A través de este tremendismo apocalíptico, introducía uno de sus más enrevesados y oscuros deseos, la posesión sexual. No en vano era seguidor de un baboso ser llamado Ricardo Badani, el gurú del sexo, icono inexpugnable de los más acérrimos machistas peruanos. Casado con seis mujeres llenó el país de peroratas trogloditas. Con aspecto de lechuguino blancuzco dice que el hombre ha sido suplantado por el gay delicado y blandengue, y la mujer por la feminista virilizada y furibunda.

    El Príncipe Gurdjieff ponía anuncios para captar mujeres jóvenes incluso ofreciendo tratamientos de belleza. Por ejemplo, en junio de 2016, escribió en su muro de Facebook el siguiente mensaje literal: «(..) pueden aumentar pecho y caderas hasta tres tallas. Es gratuito total discreción, gran parte es personal el tratamiento, chicas planas de Latinoamérica solamente iniciaré con chicas de Sudamérica interesadas imboxme da pena que sufran y les hagan burlas si tengo la capacidad y conocimiento prefiero ayudarles».

    Antes de llamarse Príncipe Gurdjieff se denominó Maestro G. Y para que todo estuviese envuelto en un halo de oficialidad divina falsificó decenas de títulos, diplomas, certificados, mensajes, evidencias que ratificaban su designio por parte del Ser Divino como único igual al Cristo, todo en un cóctel de religiones en el que mezclaba a Mahoma, Buda y la Virgen María. No anduvo el osado Steven escaso en títulos. Alardeó, con las debidas falsas acreditaciones, de avales para sus desvaríos nobiliarios firmados por algunos jefes de Estado y mandatarios internacionales, desde Hugo Chávez a Vladimir Putin, pasando por secretarios generales de la ONU, incluso en una falsa carta oficial informaba de que sería designado heredero al trono español.

    —Imagina Alberto en qué manos cayó Patricia.

    Es casi de noche. O no. Es esa penumbra del atardecer que nos despista, y nos diría, si estuviésemos en duermevela, que no sabríamos deducir si es el ocaso o es el alba. Se encienden las farolas del jardín.

    —Como hemos comentado —dice muy serio Alberto— aunque su mente era delirante, también era capaz de desarrollar un discurso que resultara convincente, sobre todo a personas vulnerables.

    Y Patricia era vulnerable. La muerte de su tío José Manuel la dejó perdida, descolocada, con una necesidad de consuelo difícil de satisfacer.

    —Ella le adoraba, y para él era la niña de sus ojos. A sus 16 años, no supo cómo encajar ese golpe.

    Nos levantamos y pasamos adentro. La noche está un poco fresca.

    La habitación de Patricia

    Patricia está sola en su habitación. Tiene el cabello abundante y rizado, oscuro, entre castaño y negro, la mirada de una adolescente que comienza a ver otro mundo. Sus ojos son negros, de una enorme ternura en la mirada, y cierta languidez que no enmascara cuando sonríe. La nariz es fina, los labios carnosos, la frente despejada. A veces lleva unas gafas rectangulares, de un color entre marrón y granate, que dan a su rostro un aire de alumna aplicada. Ahora pasa muchas horas enganchada al ordenador o el móvil. Desde la muerte de su tío ha cambiado. Piensa, observa, se escudriña adentro por si allí están los mensajes profundos que satisfagan su deseo, pero siempre termina perdida en el territorio de la duda. Dónde podrá encontrar esa esperanza que su dolor desea, se pregunta una y otra vez. Dónde podrá llenarse del conocimiento que describe el cielo, o el infierno, el lugar del alma, el lugar del olvido, dónde, se pregunta y solo tiene enfrente, luminoso, esperando recibir sus dudas porque tiene todas las respuestas, el mundo de Internet. Es inmenso, interminable, variopinto, infinito. Todas las posibilidades caben y todo está ahí. Patricia rastrea, busca en webs y foros, en YouTube, en blogs. Por todas las esquinas de ese universo lumínico y fugaz, busca encontrar las respuestas que necesita para creer que volverá a abrazar a esa persona amada, su tío José Manuel, que volverá a hablar con él. Busca, busca en Internet. Se pasa horas y horas sondeando lo insondable, abrazando mensajes que escudriñan cualquier hebra de sus dudas, cualquier sombra o cualquier luz, mensajes desconocidos de personas desconocidas, una biografía de sombras en la luz de Internet enviando al mundo su peculiaridad.

    Un magma de palabras e imágenes donde bulle lo mejor y lo peor del alma humana es Internet. Por él viaja hora tras hora. Patricia quiere saber el significado de un sueño.

    —Tuvo un sueño, quería que se lo interpretaran. Entonces entró en un foro esotérico donde preguntó si alguien podía aclararle algo. —Alberto ojea la carpeta de plástico donde dos años de la vida de la hija están archivados. Dos años de soledad acompañados por un perverso gurú que le decía cómo debía hacer para alejarse de la familia y de sus amigas.

    —¿Sabes qué sueño era o con qué tenía relación?

    —No sé, tendría relación con el más allá. Quería creer que no se acababa todo en la muerte, que lo volvería a ver o que podría contactar con él. Quería saber si el sueño significaba que su tío estaba intentando comunicarse con ella.

    Patricia escribió en su muro de Facebook: «He visto una sombra estática esta mañana al despertar, ¿alguien me puede decir qué puede significar?». Entonces llegó el Príncipe Gurdjieff. Félix Steven Manrique Gómez. Tenía la respuesta. Haría falta mucho tiempo para que pudiera entenderla.

    Todo empezó de forma silenciosa, serena y sutil. Enseguida comenzaron a bullir los mensajes por los diversos canales. Primero el foro para presentarse, para decir que tuviera esperanza, que dentro de la gran mentira de la vida alguien tenía la gran verdad, donde había una respuesta a su sueño. Luego mensajes, más mensajes, todos dirigidos al centro de la profunda debilidad de un alma humana joven e inexperta, perdida en el mayor dolor que existe, que es la desaparición del ser amado. A ese fondo débil y blando de un corazón que comienza a descubrir la vida iban dirigidos los mensajes del Príncipe Gurdjieff. Había tenido suerte. Sabía qué significaba su sueño. Él tenía el camino y la verdad. Por qué se vive y por qué se muere. Una andanada de torpedos estallando en su mente perdida destrozaron su empalizada y empezó a entregar su corazón.

    Cuando ya tenía enfrente su alma desnuda, cuando manoseaba como le daba la gana su dolor, Gurdjieff pensó que había llegado el momento de una comunicación más íntima, más personal, el momento de la total seducción por WhatsApp. Había que alimentar el enamoramiento que estaba surgiendo entre ellos. Él con la oculta intención de introducirla en su harén, en la esclavitud que estaba pergeñando. Ella enamorándose de verdad, porque el cielo al fin había escuchado sus plegarias y le enviaba a través de unos ojos y unos labios que había seleccionado como mensajeros, las respuestas a todas sus dudas. Y eran respuestas maravillosas. Todo sobreviviría en una invisible dimensión en la que pululaban las almas. Allí encontraría a su tío. Allí estaba la verdadera vida. Ésta era solo un tránsito lleno de sufrimiento e ignorancia. Además, había tenido la suerte de que reparara en ella uno de los seres elegidos, alguien que estaba por encima de todas las personas que le rodeaban. Alguien casi divino que mantenía una correspondencia directa con el otro lado.

    Y ese amor, forjado con la luminosidad del flujo de palabras en la pantalla aparecía envuelto en la efervescencia de la juventud. El depredador clavaba sus garras sobre las débiles neuronas de aquella mente desorientada. El amor unía certeza y magia. El amor aparecía trasladando el peor veneno, el del sometimiento, la esclavitud consentida.

    En ese primer momento los mensajes de WhatsApp parecían los de dos enamorados disfrutando del contacto de las palabras. La blanca pantalla llena de letras negras, y fotografías pequeñas envueltas en un círculo, parpadeaba muchas veces con su buena nueva. Pinchaba sobre el icono del Príncipe Gurdjieff y le pedía que le ayudara a conseguir su misión. Mantenían largas conversaciones en las que le instruía en las «verdades» gnoseológicas, astrales y esotéricas, le recomendaba libros, visionados de vídeos, le daba instrucciones para convertirla en digna compañera para repoblar la Tierra. Dedujo de su fecha de nacimiento que ella era una «elegida». Lo decía la astrología. Había realizado tan bien su misión de que todo fuera un secreto entre ellos que nada sospechaban sus padres. Solo observaron cierta somnolencia y una bajada de rendimiento en los estudios, propios de una adolescente. Los WhatsApp eran dulces:

    GURDJIEFF: te encargas libros

    PATRICIA: ve a descansar cuídate

    P: si amor

    G: falta completar la parte octava

    G: e imágenes

    G: y subir

    P: ya amor yo lo hago

    G: pones título de la obra grande

    develado por el príncipe Ggurdjieff

    rish vyasadev, kapiladeva, dharmarash

    G: (comparte alguna imagen con ella)

    P: OK amor

    P: vale amor

    P: Descansa mi vida

    G: hablamos luego boita

    P: ya amor mío

    P: Te adoro

    P: Cuidate

    La instruía en su visión calenturienta del hinduismo. La conversación se produce el día 12 de junio del 2016, entre las 13:46:01 y las 13:51:44. El perverso gurú estaba en la fase de seducción y en la de instrucción, que deben ir unidas, pues es necesario estar enamorada para entrar en ese juego de aprendizaje sobre cuestiones tan extemporáneas a la vida de Patricia. La convenció de que se conocían de vidas anteriores. Le decía que era un ser especial, que había nacido para unirse a él y al destino que estaba escrito en las estrellas. Tendría diez mujeres y trescientos hijos en la era de Acuario que se acercaba.

    La convenció de que promocionara también su tapadera, una vacía ONG llamada Asociación Corazón Compasivo (ACORACOM), dedicada al estudio del folclore peruano. Patricia lo iba anotando todo en su libreta negra y blanca, de grandes anillas y pastas de cartón piedra: salmos, oraciones, dibujos esotéricos, textos impresos, tareas que le iba encargando, hasta cuentas precisas con los costes de futuros viajes. En una hoja blanca de fondo pespunteado anotó: «Tramites casarse en Perú. Yo: partida de nacimiento, pasaporte, certificado de soltería y de fe de vida y estado. Certificado por Ministerio de Justicia de España y Consulado de Perú».

    Cuando tuvo claro que Patricia ya estaba en sus garras dio un paso más adelante. Comenzó a pedirle fotos de las manos, del rostro y luego en pijama. Enseguida con la excusa de avanzar espiritualmente le dijo que tenía que deshacerse de lo físico y la ordenó que le mandara fotos de ella desnuda, y después vídeos de alto contenido sexual.

    G: me gusta tu ternura tu alma pura, tu inocencia, tu pudor todo de ti

    G: te amo te adoro e idolatro con devoción

    P: Ya…

    G: estas enojada o tensa porque

    P: Enojada no

    P: Tensa si

    G: porque

    P: Por lo que me pediste

    G: porque

    P. Me tensas cuando me pides videos, ya lo sabes

    G: voy a pedir otro más difícil

    (Cuatro WhatsApp de Gurdjieff censurados por el juzgado supongo por su alto contenido erótico y vejatorio).

    P: No puedo hacer eso

    G: ahora vas a pasar otras barreras

    G: diría última interior

    Pero no se quedó ahí. La utilizó para captar a otras menores. La presionaba para que insistiera en el envío de fotos desnudas. Esta conversación del día 22 de noviembre de 2016 fue muy importante para demostrar en el juicio el acoso psicológico y las intenciones depravadas del supuesto Príncipe Gurdjieff. Dirige a Patricia para que consiga que una niña de 15 años le envíe desnudos.

    GURDGIEFF: bueno mucha charla

    G: avanza

    G: me dices novedades

    PATRICIA: Me dijo no podía ahora, le dije fuera al baño

    G: y que dijo

    P: No leyó

    G: dile te doy ahora

    G: y tú vas a ayudarla mientras ella duerme

    G: usarás la astrología

    G: por ello mejor es hoy

    G: caray contigo

    G: necesitamos ganar tiempo

    G: luego te manda eso

    G: pides pecho desnudo

    G: luego te da eso vagina pelvis desnuda

    G: dile es como ir al doctor

    G: si ella va avanzando vamos a transformarla en divina

    Resumiendo, Steven consiguió insuflar en Patricia todos los rasgos básicos del poder de las sectas. Llenó sus neuronas aún blandas y adolescentes de su extraña, estrambótica y supuesta enigmática terminología. La consiguió abducir para que poco a poco fuera sintiéndose ajena en su lugar, con su familia, amigos, estudios, ámbitos normales de convivencia, sus sueños de adolescente occidental. La hizo creerse especial, superior a ese mundo decadente y muerto que la rodeaba. La hizo sentirse volátil, puro espíritu capaz de mirar desde los cielos la ciénaga terrestre, sentirse «elevada», poseedora de una iluminación desvelada que había ido brotando de un mundo fantasioso y atrayente, sobre todo para una mente en proceso de formación hacia la juventud.

    Consiguió que dedicara el tiempo a la lectura obsesiva de unos textos envueltos en mascaradas fantasiosas. Un pseudosaber elaborado por personajes con una extraña mezcla de locura, persuasión, imaginación extrema, egoísmo, alcoholismo en muchos casos y maldad infinita para explotar todos los recursos mentales y materiales de las victimas que seleccionaban.

    La convenció de que, después de seguir sus dictados, ya era una «chela», una discípula aceptada, aprobada por el maestro o mahatma Príncipe Gurdjieff, y de que ella también tendría poderes como otros «chela» del pasado, tales como impedir la erupción de volcanes, producir lluvia en períodos de sequía, y sobre todo dar a luz bebés con cuerpos perfectos. Esos hijos dominarían la tierra en la era Acuario, la de la perfección humana. Ella debía unirse a él porque era uno de los seleccionados para crear una especie de seres iluminados y etéreos.

    Y Patricia se marchó a Perú.

    —Meses después, mirando sus cosas en la habitación, encontramos este papel escrito a bolígrafo, entre las libretas de trabajo del instituto —Alberto lee: «Ahora que tengo total control sobre mí decidí marchar adonde me corresponde. Doy el paso para despedirme de toda la gente que tengo en España esperando poder quedarme para siempre en Lima. Es mi deseo. Ahí está mi familia».

    Robó a sus padres 6000 euros y se los llevó a Lima. El Príncipe Gurdjieff se apoderó de ellos.

    Más allá del Atlántico

    Patricia realizó el viaje que había ido preparando durante el último año. Los sueños perdidos en la penumbra del ordenador se hicieron realidad. Iba a ver a su amor y a su maestro. Cruzaría el mar para llegar a otro mundo y a otra vida. Cumpliría el designio de los mensajes divinos. Estaba feliz. Su lugar era preeminente, al lado del juez del apocalipsis. Ella sería una de las diez mujeres germen de las tribus futuras que poblarían una tierra devastada por el designio de dioses implacables. Engañó a sus

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