Las niñas aprendemos en silencio
Por Catalina Gallo
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Comentarios para Las niñas aprendemos en silencio
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- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Yo compré el libro en el lanzamiento que Catalina hizo en Willborada, en Bogotá; lo leí con mucho deleite. Me acordé de que la autora tenía a Olga Tokarczurk como un obra autora genial por su libro Los Errantes y como lo había leído, le encontré un ritmo muy parecido
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Las niñas aprendemos en silencio - Catalina Gallo
RETAZOS
La bolsa estaba en el clóset del cuarto de la televisión y mi mamá guardaba en ella los retazos que quedaban por ahí. Era transparente. Uno podía elegir el estampado y el color sin abrirla. Los restos de telas se convertían en trapos para limpiar el polvo, en piezas para remendar ropa rota, en disfraces. Fue en mi infancia cuando aprendí que la vida es la unión de retazos, con telas negras, de chochos, de flores, unas menos rotas que otras, algunas deshilachadas. No es necesario que combinen porque en la vida no todo combina; tal vez por eso mis recuerdos aparecen como restos de telas que sobran después de coser vestidos. Retazos de pasados lejanos, de hace un día, telitas que deja nuestra vida en la memoria, y los cosemos como podemos. O no los cosemos, solo los dejamos ahí, porque, aunque incomodan y duelen, su tela es hermosa.
CATALINA
Catalina era torpe, dejaba caer el queso y la mantequilla en el paseo por el bosque. Ella misma se caía y retrasaba a los otros, y yo reía cuando leía este cuento de los hermanos Grimm, porque en el libro vivía alguien con mi nombre, porque había otra Catalina con ropa de otra época y que no era como yo, porque tal vez yo también podía ser otra Catalina. Me gusta mi nombre.
NACER
Mi mamá decía que me iba a llamar Pedro Felipe y yo solo entendía que nunca debí nacer. También me contaba que nací antes de tiempo, que los médicos le decían que me iba a morir, que ella fue terca, me llevó a su casa y me cargó en su pecho. Yo viví.
MAMÁ
Eme, a, eme, a, letras escritas en tiza amarilla en el tablero. Con mi mente formaba la palabra mamá y con la palabra aparecía el rostro de ella. Aprendí a leer. Miss Olga tenía el pelo corto y llevaba puesto su delantal de flores y sonreía, como sonrío yo cada vez que recuerdo ese tablero.
ESCRITURA
La secretaria de mi mamá llegaba a la casa y mi mamá me explicaba que venía a escribir mis cuentos, a pasar a máquina lo que estaba escrito en papel para que no se perdiera. Me sentaba al lado de Gilma y le dictaba mis palabras. Ella ponía la puntuación a su antojo. Yo le decía la mía. Terminábamos en dos tardes y mi mamá sacaba dos copias. Por si acaso. Yo encontraba una y veía que la «a» de la máquina saltaba, que los títulos estaban subrayados, que las comas iban y venían y me sentía cuidada porque mi mamá guardaba en letra de adultos mi sueño de escribir, para que yo no lo olvidara.
PAPÁ
Creía que ya era lo suficientemente adulta como para leer un libro de ese lugar que olía a humedad y cuyas repisas estaban decoradas con carros en miniatura que él construía a mano: el espejo retrovisor, el timón, la llanta, el rin y el baúl que se abría. Eran la antesala a los libros que estaban detrás. Me robaba Iglús en la noche y lo leía en mi cuarto antes de dormir, como él, y descubría que los esquimales se besan con la nariz. Ahora yo también conocía un secreto que conocía mi papá.
HERMANDAD
Me despertaba