Monstrua. Antología de diez escritoras mexicanas
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Monstrua. Antología de diez escritoras mexicanas - UNAM, Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial
Contenido
Monstrua
CÓSMICA
Évolet Aceves
Labios violáceos
Cósmica
Rastro diamantado
Esmalte de lágrimas
Biología de mi atavío
Magnolia
Lágrimas de nácar
Bezos de astrolabios
MI ESCATOLOGICISMO ES BÉLICO
Lucía Calderas
Mi escatologicismo es bélico
SUEÑO
Silvia Castelán
Sueño
Bioluminiscencia
MITLA ESQUINA CON PETÉN
Andrea Chapela
Mitla esquina con Petén
La persona que busca no está disponible
Viviendo de noche
UN MAR SE REPLICA
María Cristina Hall
Coco
Escribo en lenguas que perpetran epistemicidios
Amalgama2
Abanico en la costa muerta
Entre pétalos putrefactos
Mito extracapital
TAXLOKGAT
Cruz Alejandra Lucas Juárez
Xatapalan
Alebrijes
ii
Xtachixkuwitat kilhtamakú
Parir al tiempo
Taxlokgkan
Ecdisis
Laa kumu litampachi’
Serpentina
Akxni laa masipanikan chatum puskat
Cuando se lastima a una mujer
POSTALES DE AMOR PARA EL ÚLTIMO DÍA DE NUESTRAS VIDAS
Paola Llamas Dinero
Postales de amor para el último día de nuestras vidas
Ataque depresivo en una fiesta
DIAMANTE PENROSE
Nancy NiñoFeo
No love lost
Casi sin dolor
KUE’E TACHI
Nadia Ñuu Savi
kue’e tachi
viento malo
yiki kuñu xixi Tenchi
el cuerpo de tía Tenchi
yiki kuñu iin
cuerpo uno
sangre
ñá’an
mujer
savi
lluvia
TAJKIT IKA XIKTI
Araceli Vázquez González
Tajkit ika xikti
Trenza de hilo para un ombligo
Miltsin uan pilnemílis
La milpa y el nacimiento
Nemilis uan mikilis
Vida y muerte
Semblanzas
Aviso legal
Monstrua
Los monstruos existen desde que existen las historias. La humanidad siempre ha intentado encontrarles sentido: quiénes son, qué hacen, dónde están. O encontrarse y contarse a través de ellos. La etimología de monstruo viene del latín monere, advertencia o portento: los monstruos existen para mostrar o demostrar algo a la sociedad. Buenos o malos, resultado de un error o prodigiosos, hermosos o espeluznantes, siempre complejos, los monstruos dan forma a nuestros miedos y también a nuestros deseos y, por lo mismo, nunca están alejados de temas que competen al género, raza y clase. Los monstruos encarnan la posibilidad de reivindicar la diferencia y la disidencia, como dice Donna Haraway en su Manifiesto Cyborg: Todas nosotras hemos sido profundamente heridas. Necesitamos regeneración, no resurrección, y las posibilidades que tenemos para nuestra reconstitución incluyen el sueño utópico de un mundo monstruoso [...]
A lo largo de la historia, la idea de lo monstruoso se relaciona con lo ajeno, lo extraño. Desde los monstruos pintados en las cuevas prehistóricas, los imaginados por los navegantes medievales en los mares inexplorados, hasta la representación actual de los extraterrestres: los monstruos le ponen cuerpo a lo desconocido. Y es de esta forma también que los libros pueden volverse monstruos: ejemplos transformadores, inquietantes, que nos invitan a repensar la normalidad.
Uno de los monstruos más famosos de la historia de la literatura es Frankenstein de Mary Shelley hija de Mary Wollstonecraft, una de las feministas de la llamada primera ola. Al igual que su madre, Mary Shelley fue una escritora en un mundo de hombres y creó uno de los grandes personajes de todos los tiempos, inaugurando un género literario en sí, a la temprana edad de veinte años. Frankenstein, el monstruo creado por el Dr. Frankenstein, vive temeroso y expuesto a la mirada de los demás, hasta que advierte: Ten cuidado; pues ya no conozco el miedo y soy, por tanto, poderoso.
Frankenstein habla de la monstruosa potencia y el potencial monstruoso de quien pierde el miedo. ¿Para las mujeres qué podría significar esta metáfora hoy? Perder el miedo a levantar la voz, perder el miedo a tener cuerpos autónomos y libres nos hace monstruosas en una sociedad como la nuestra. Así, desde sus diversas comunidades, las jóvenes autoras de esta Monstrua buscan y encuentran la potencia de su voz: sin miedo.
Tomamos el título para esta antología de Rosario Castellanos quien declara: … pero soy monstrua
. El cambio del masculino al femenino la coloca a sí misma como extranjera de la normalidad. La saca de su contexto también dominado por hombres, como el de Mary Shelley, y la expone, monstruosa, fuera de la normalidad. Pero qué es la normalidad, sino esa norma que nos exige jugar ciertos roles como mujeres: que nos exige estar contentas, ser felices y agradables, guapas, bien portadas, calladitas, blancas, flacas, entre tantas cosas más. ¿Y qué es la literatura escrita por mujeres? Quizás sea, sobre todo, una monstrua que se sale de lo establecido, de lo esperado, como lo hacen estas jóvenes y talentosas escritoras.
La obra que compone esta antología se rebela ante un mundo que privilegia el canon masculinista y a los artistas consagrados. Las autoras son jóvenes mujeres de distintas partes del país, de distintos contextos, comunidades y lenguas, que escriben en distintos géneros. En la amplitud de su diversidad hay un tema en común que recorre todos sus textos: el cuerpo. Y si una antología es como un cuerpo articulado por distintos miembros, todas las antologías son entonces una especie de monstruo. Una monstrua antología, en este caso. Una monstrua conformada por otros cuerpos. ¿Pero cuáles cuerpos? Cuerpos enfermos, heridos, extraños, propios, cuerpos impropios, cuerpos sociales y comunitarios, cuerpos indóciles, cuerpos racializados, cuerpos rebeldes, cuerpos en resistencia. Tantas formas de ver el cuerpo, incluso la corporalidad misma del lenguaje y las posibilidades del cuerpo del texto.
Cada texto de manera individual tiene vida propia, sin embargo en conjunto adquieren una nueva vida. La monstrua tiene nuevos poderes y habilidades. Como el Frankenstein de Mary Shelley, este cuerpo hecho de otros cuerpos cobra fuerza. Y ya en tus manos, esta monstrua, cobra vida.
GABRIELA JAUREGUI Y BRENDA LOZANO
Labios violáceos
19:02
sombras verdes
Siempre que me maquillo, comienzo por aplicar primero la base. Creo que una de las sensaciones más relajantes es sentir la brocha acariciando suavemente los poros de mis mejillas. En seguida me dirijo directo a los párpados, aplicando sólo la sombra necesaria, para que no caiga el polvo sobre mis pestañas después. El color de sombras es el que más tiempo me lleva elegir. Hoy será verde. El verde pistache, en particular, me gusta en los párpados, lo considero un pigmento vivo, me gusta resaltar mis ojos, dado el contraste de colores.
delineador negro
Debo admitir que el delineador me resulta trabajoso, sobre todo por mi pulso tan inestable. Se me dificulta hacerlo bien, me queda con frecuencia lejos de la perfección. A veces uso el delineador negro, trazando el clásico ojo de gato, aunque a veces he optado por no usarlo para expandir mis sombras y no limitarlas, dando la impresión de que son infinitas, justo como hoy. Por debajo del ojo no uso delineador, aunque me han recomendado usar el blanco, pues dada la forma de mis ojos —tan finamente alargados como asiáticos—, pudiera crear la ilusión de tener ojos más grandes. Algún día lo intentaré.
cejas
Pinto mis cejas con color café oscuro. El negro las hace notar extrañas y poco realistas, mientras el café las hace parecer negras, oscuras. No tengo inconveniente si las dejo como son, pues son gruesas y así me gustan. Las hago más oscuras y despeinadas, creo que las cejas resaltan el carácter de las personas.
pestañas
De por sí mis pestañas son largas y chinas, aunque en mi infancia lo eran aún más. Recuerdo que las señoras guardaban un peculiar gusto por mis pestañas. Tías, amigas de mi madre y mis docentes adulaban mis largas pestañas. Una vez, en mi adolescencia, me las quemé con el calentador viejo de la casa de mis padres. En otra ocasión, mientras encendía un cigarrillo, las quemé por accidente por segunda vez. Después de ambas tragedias, creo que mis pestañas no han vuelto a ser las mismas. Por esta razón, suelo darles un ligero realce con los dedos de vez en cuando. No con cuchara, me parece muy vulgar. Me fascina escuchar comentarios alusivos a mis largas y naturales pestañas. El rímel lo uso de vez en cuando porque se impregna mucho y cuesta trabajo quitarlo, sólo para ocasiones especiales en las que de verdad lo amerita. Cuando llego a usar rímel, me resultan unas pestañas de ensueño, larguísimas y muy finas. Únicas.
rubor rojizo
Me aplico rubor con mi brocha dorada, un tono entre rosado y anaranjado. Siempre tengo cuidado con el rubor, pues existe una línea muy delgada entre la elegancia y la vulgaridad ruborizante. Aplico sólo un poco resaltando mis pómulos, dando una imagen sobria y, al mismo tiempo, un atisbo de inocencia con mis mejillas ruborizadas.
A últimas fechas me aplico el rubor de forma horizontal, simulando un bronceado ligero, un beso de sol, sumamente erotizante y naíf.
labial violeta
Los pigmentos oscuros en los labios me parecen místicos, majestuosos y seductores. Detesto los claros, son nefastos, pueriles y ramplones.