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Crímenes de mujeres
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Libro electrónico239 páginas6 horas

Crímenes de mujeres

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Creados por trece autoras iberoamericanas, los relatos incluidos en esta antología presentan a mujeres de distintas condiciones sociales que se convierten en victimarias para liberarse, por medio del asesinato, de quienes les infunden temor o las han sometido al abuso y al engaño. Algunas, sin embargo, se transforman en víctimas de homicidios cometidos por hombres que no perdonan la infidelidad, el abandono o la supremacía intelectual.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento22 jun 2018
ISBN9789568303181
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    Crímenes de mujeres - Virginia Vidal

    Vidal

    Digresiones sobre la banda del crimen

    Siempre hay un misterio en la manifestación de una idea. ¿A quién se le ocurrió primero? ¿O acaso la fuimos moldeando entre las dos, dándole un espesor y una textura en la medida en que, entre risas y tazas de café, la redondeábamos, todavía incrédulas ante lo que estábamos diciendo? Lo nuestro es una amistad antigua, amarrada en aquellas primeras veces cuando, aún liceanas, participamos en manifestaciones callejeras. Escapábamos a la carrera huyendo del camión lanza-aguas, el legendario huanaco con que las ya entonces llamadas fuerzas del orden desbarataban la protesta estudiantil.

    Después, las errancias de la propia vida sumadas al exilio nos han hecho encontrarnos a través de antologías, donde la escritura se ha transformado en mensajes de un continente a otro, sé que existes puesto que escribes ¿cómo estás...? Primero fue en Las mujeres del Cono Sur escriben, proyecto que reunió a escritoras exiliadas, unidas de Estocolmo a América Latina, en una solidaridad de desterradas, que los franceses más explícitamente publicaron como Nouvelles De Nos Exils, jugando con el doble sentido de nouvelles, nuestra palabra era recuerdo y denuncia. Más tarde, en antologías de escritoras latinoamericanas, que traductores amistosos y abnegados se esforzaban por dar a conocer en otras lenguas: en Holanda con Tegendraadse Tango’s (título que nunca hemos sido capaces de traducir), a cargo de Marika de Bakker, y What Is Secret, en los Estados Unidos, a cargo de Marjorie Agosin. Y por último, ahora, nosotras mismas, porque de repente nos dimos cuenta de que la idea se había transformado en proyecto, y nos estábamos proponiendo organizar una antología de cuentos escritos por escritoras, cuentos que trataran de uno o varios crímenes, cometidos por mujeres o donde las víctimas fueran mujeres.

    Cuentos, mujeres y crímenes

    ¿Por qué un crimen? ¿Por qué cuentos y no ensayos? Siempre nos ha fascinado la estructura y a la vez la libertad del cuento. Nos parecía que en su concisión, las dudas y las pasiones estallan con mayor intensidad. La acción irreversible y, por lo tanto, definitiva se impone como necesaria aún cuando moralmente no podamos aceptarla. El análisis exhaustivo del filósofo y el rigor del investigador consiguen que un ensayo, por muy documentado que fuere, excluya deliberadamente esa parte de ensueño y de trasgresión de fronteras autorizado a quien se sitúa en tanto escritor. Entonces, libera aquello llamado intuición, a falta de otro término más adecuado para designar esas percepciones semiconscientes, o más bien dicho, liberadas de la censura de la conciencia. De este modo, en el cuento como en el sueño puede emerger cuanto es frenado por las barreras sociales: el miedo, la ira, los celos, el deseo de venganza... Esos sentimientos poderosos que las personas bien integradas procuran dominar y ocultar. ¿Y por qué una mujer víctima o asesina? En nuestras culturas, un antiguo y sólido estereotipo apunta a disociar las mujeres en dos entes opuestos. Por una parte, la imagen de mujer-dulzura, de mujer-sumisa, de persona que, por ser poseedora del poder de dar la vida no se otorga el de quitarla. Sin embargo, esta mentada mujer normal que escapa a las lindes de lo sórdido, ¿cuántas veces le ha deseado la muerte a un hombre que ha amado (o que ama aún), a un jefe, a una rival? ¿Cuántas veces, en la soledad de su desesperanza, no se ha imaginado matando, eliminando a quien la ha amenazado o agredido, la ha puesto en peligro o la estorba con su sola presencia? Todos los seres humanos somos personas contradictorias, a la vez generosas y egoístas, tranquilas y agresoras. Aún cuando las normas culturales nos lleven a ocultar y tratar de dominar esos aspectos propios de nosotros mismos que no corresponden a como debiéramos ser, a nuestra buena imagen. En estas oposiciones y la manera como las controlamos o les damos libre curso, reside justamente la dimensión profunda de un ser humano.

    Los valores detrás de los mitos, Gaia y Lilith

    En los mitos, las leyendas, los antiguos cuentos para niños, suelen aparecer malas mujeres, malvadas en su esencia, negadas a la amistad y la compasión, egoístas e incapaces de generosidad. Son las asesinas legendarias, las hadas perversas, las madrastras, las aviesas brujas que poblaron nuestra infancia ofreciendo el contra-modelo, el cómo no-se-debe-ser.

    Intrigadas ante esta dualidad excluyente y reductora, hemos investigado en los antiguos mitos y en ese proceso nos hemos asombrado ante los ocultamientos y las falacias que trasmite nuestra cultura o, para ser más precisas, conforma (¿deforma?) y transmite el poder, como un modo insidioso de reprimir en la cuna, de modelar las rebeldías. Cómo no interrogarse, por ejemplo, ante el mito de Gaia, origen del universo y de la vida, madre nutricia, opulenta, encarnación de la naturaleza, esencia vital. ¿Cómo fue el inicio de todo para la cosmogonía griega? se interroga Vernant, especialista en mitos, y nos cuenta que al comienzo, sobre el Caos, apareció Gaia, la Tierra, y sobre ella, Urano, el cielo estrellado. Urano permanecía pegado a Gaia, la cubría entera, como una réplica invertida de ella misma, como su doble simétrico: una pareja de contrarios, macho y hembra. Pero al no despegarse de ella, Urano le hacía hijos sin dejarle espacio para darlos a luz. Gaia yacía embarazada, hinchada de hijos que no podían nacer ni existir. Tan completamente la cubría Urano que no dejaba pasar ni un rayo de luz, manteniéndola en una noche eterna. Gaia se quejaba, protestaba, hervía de ira ante esa sumisión forzada. Entonces inventó una argucia, fabricó en su interior una pequeña guadaña y convenció a uno de sus hijos, Cronos, que como todos los engendrados permanecía dentro de ella, para que castrara a Urano cuando él la penetrase. En el momento en que lo castraron, Urano dio un alarido de dolor y se separó de Gaia ubicándose en el lugar más alto, el cielo, que ocupa actualmente. Al mutilar a su padre, Cronos se introdujo en el ciclo de las cosas, tras este crimen primero, liberador del inmovilismo que imponía Urano con su lujuria abusiva, aparecieron el Tiempo, el cambio, el progreso... y la Muerte. Resulta interesante constatar que Gaia tuvo que perpetrar un crimen para existir y permitir que sus hijos existieran. Sin embargo, esta parte inicial del mito se ha borrado y sólo conocemos una Gaia unidimensional, esencia misma de la feminidad generosa y prolífica.

    Pero no solo hay mitos desvirtuados, hemos descubierto otros personajes de la mitología que han sido borrados, simplemente han desaparecido. Es el caso de Lilith. Curiosamente, en todas las culturas, algunas diosas femeninas se caracterizan por idéntica esencia. Lilitu, la sumeria, fue mucho antes que Lilith. Los hebreos se la apropiaron y la transformaron en Lilith, la auténtica mujer primera, hecha de barro, igual que Adán y destinada a ser su inseparable compañera. Casi siameses, una contradicción insoluble los obliga a vivir en perpetua rencilla. Los dos personajes se pelean continuamente hasta que Lilith se rebela. Destaquemos aquí el paralelo entre mitos de dos pueblos lejanos (tanto en el tiempo como en el espacio geográfico), solos en el amplio mundo, un hombre y una mujer (o un macho y una hembra, en el caso de Gaia y Urano) idénticos en su alteridad, se estorban, vivir juntos les resulta imposible, y en los dos casos la hembra se subleva. Pasa a la acción. Cuando Lilith se rebela pronuncia las palabras, la fórmula cabalística, que le permiten separarse de Adán. De modo que según el mito, el primer instrumento de rebeldía fue la palabra. Y en este punto queremos destacar que ya en aquella lejana época de los mitos primitivos en que los seres humanos poseían un lenguaje menos refinado y más impreciso, ya habían reconocido la importancia de la palabra. La palabra como elemento formador y transmisor de ideas, y por lo tanto vehículo de subversión.

    Con Lilith nace el primer ángel, para ser más exactas, fue una ángela, y de esta manera con el mito, a través de los siglos aparece el fundamento del recelo y del miedo, así como la esencia maligna de lo femenino. Desde aquellos lejanos tiempos donde la historia se mezclaba con lo mágico, ya entonces, quienes sustentaban el poder se afanaron en envilecer a estas rebeldes, en afearlas, transformándolas en seres monstruosos y detestables. A Lilith la rebelde, le nacieron alas y huyó del paraíso. Podríamos pensar que si sólo existía el paraíso, aquí necesariamente debiera acabarse esta historia, pero el encanto de los mitos reside también en ese aspecto confuso, donde el Paraíso y el Olimpo se mezclan con la geografía real y nuestro mundo existe sin existir todavía realmente. Así fue cómo, por ejemplo, cuando Zeus, dios tronante del Olimpo se enamoró de la hermosa Europa, hija del rey fenicio Cadmos, luego de haberla divisado (desde el Olimpo) bañándose en las aguas transparentes del Mediterráneo. Bajo la forma de un magnífico toro blanco la sedujo y la secuestró, llevándola primero a Creta, isla-frontera del mundo conocido, y de ahí al Oeste, territorio entonces desconocido, al que Europa le daría su nombre.

    Volviendo a Lilith, cuando transformada en mujer alada huyó del Paraíso, no tardó en encontrar a Samael, otro ángel rebelde y por lo tanto caído en desgracia. Lilith y Samael se amaron, se fueron a vivir cerca del Mar Rojo, y engendraron numerosos hijos. Imposible no destacar aquí, contra todas las tradiciones, que estos ángeles eran sexuados y capaces de amar y engendrar. El mito se sitúa en esa época sin tiempo mensurable, Lilith vivía en la paz de mujer amante y madre paridora de cientos de hijos que amaba y cuidaba, cuando la descubrieron tres ángeles, tres espías divinos, esencia misma de los soplones que después poblarían la historia, y le exigieron que volviera con Adán. Lilith se negó evidentemente (puesto que amaba a Samael y tenía ya esos centenares de hijos). Podemos suponer que el Paraíso era muy aburrido, porque Lilith, corriendo todos los riesgos, porfiadamente se negó a retornar con Adán. El Poder Supremo no podía dejar sin castigo a esta rebelde impenitente y su condena es de una crueldad inimaginable: los hijos que daría a luz, al momento mismo de nacer, serían abandonados por el soplo vital, condenados a morir. No entraremos en los detalles de la desesperación de Lilith, herida en su esencia, en su capacidad de dar vida, pero sí es necesario saber que no pudiendo morir enloqueció y se transformó en una asesina desenfrenada.

    Mientras tanto, durante este tiempo cuyo transcurso es incierto, el Todopoderoso se compadeció de la soledad y tristeza de Adán y decidió crearle una nueva compañera. Esta vez no la hizo de la misma materia que Adán, del mismo barro y por lo tanto iguales, sino que la creó de su propio costado, y la llamó Eva. Esta nueva mujer, la segunda, era muy distinta de Lilith, desde su misma constitución: una es igual al hombre, mientras que la otra es sólo su costilla. Pero además el Todopoderoso ha corregido sus errores (si es que en su esencia puede cometer errores), siendo de la misma materia que Adán, Eva no sería rebelde ni audaz, y amaría siempre a Adán aunque, interpretando el desenlace de la historia, podemos suponer que también se aburría en el Paraíso. Lilith, mientras tanto, ha enloquecido y empieza a matar. Sus víctimas serán mujeres preñadas y nodrizas que están amamantando a recién nacidos. Pero no sólo se ensaña con los seres de su propio sexo sino también mata a los hombres que la enamoran. No nos pregunten por las incoherencias: ¿De dónde surgen las mujeres preñadas, las nodrizas y los amantes? El mundo se ha poblado misteriosamente y el tiempo se ha vuelto cada vez más caótico, pero diversas referencias bibliográficas coinciden en estos elementos del mito. Dicho en nuestro lenguaje de hoy, en su desesperación, Lilith se ha transformado en una especie de serial-killer apocalíptica. Ya no le es posible detenerse y decide atentar contra el Poder Superior, desarticulando ese lugar adonde siempre han querido atraerla, el Paraíso. Ahora, travestida bajo forma de serpiente, se introduce clandestinamente en el paraíso para tentar a Eva. Bajo la apariencia de un reptil sinuoso, la induce a comer el fruto del árbol del Conocimiento. Y surge aquí una pregunta que quizás todos nos hemos planteado en alguna oportunidad: ¿por qué es tan peligroso que los humanos posean el conocimiento? ¿Por qué el conocimiento acabaría con el Paraíso? ¿Por qué su adquisición se constituye en el pecado original?

    Con muchas dificultades hemos logrado encontrar representaciones de Lilith. En algunas, aparece como alada belleza femenina, rodeada de animales de todas las especies, en plena armonía con la naturaleza. Pero más frecuentemente, es considerada como reina de los demonios femeninos. Para los cristianos de los primeros años de la nueva era, se presentaba como reina de los súcubos, o sea un demonio femenino que encadena al hombre y le impide amar a otra mujer. Marcada como perversa ninfómana, Lilith, la súcuba, es capaz de seducir a los hombres con envidiable maestría. Una vez satisfecho su capricho, los estrangula con sus largos cabellos, que por arte de magia se convierten en rubios con el paso de los siglos. A medida que transcurre el tiempo, a Lilith se la va ornando de mayores atributos malignos. Es así como se considera natural que siendo tan malvada, se alimente de sangre humana y empiece por beber la sangre de los niños para vengar la muerte de los suyos, de modo que es la antecesora de Drácula: la primera vampira o vampiresa. El mito se encuentra también entre los griegos y la conocen por Lamia. En Roma, su nombre se transforma en Strega, y se ha vuelto una bruja espantosa que podía adoptar la forma de un ave para actuar con mayor facilidad.

    El mito de la malvada mujer, asesina de niños y de hombres, atraviesa fronteras, se lo conoce incluso en nuestra América. Al norte, Coatlicue, es la diosa antigua de la Tierra, madre de los dioses, de la luna y las estrellas y de los hombres, pero también es la insaciable devoradora de todo lo vivo. Su nombre en lengua nahuatl significa: La de la falda de serpientes. Al extremo sur, en Chiloé, se presenta como la Fiura, una vieja horrible pero de risa fascinante, una seductora capaz de beberse el aliento de un hombre y de embelesarlo para siempre. Transformada en asesina, diabolizada y afeada, aquí Lilith aparece como el contra-modelo mitológico. Pero el verdadero castigo que se le ha impuesto a la rebelde aún no es esta imagen, tan definitivamente negativa, sino la condena a ser borrada de la memoria colectiva.

    Insistimos en el análisis de los mitos porque aun en la más antigua literatura ya se encontraban estas dos contra-imágenes: la mujer asesina (autónoma y rebelde, perseguida por su rebeldía) y la mujer víctima, sumisa y bondadosa, pero víctima siempre. Esta disociación de un sexo, el sexo femenino, en dos modelos de mujer irreconciliables, contribuye a la justificación emocional y moral del hacer de ella una víctima o una malvada, sin facetas, sin contradicciones ni ambigüedades, sin densidad. Es esta dicotomía tajante la que nos interesa, tanto como los factores que inciden en su fabricación.

    Cadáveres en el armario

    A través del tiempo, los dominadores amañan interpretaciones de la historia que justifiquen sus acciones, logrando desvalorizar a sus enemigos que se nos presentan con los peores atributos. En el caso de estos mitos, el sexo femenino aparece formado por dos facetas excluyentes, las dos coexistirían en cada mujer. De alguna forma, los mitos, las leyendas, los cuentos, incluso las narraciones históricas (muchas veces deformadas por quienes escriben y fabrican la historia) tienden a vehicular estos valores, de tal modo que se puede suponer que entre otros, evidentemente, constituyen los cimientos de nuestra cultura. Pero, ¿cómo reconocer, cómo detectar los elementos de la cultura que modelan a las personas y dicotomizan a las mujeres? Margaret Mead decía que no había nada tan invisible como la propia cultura: nos rodea y al mismo tiempo estamos inmersos en ella. Lo hemos estado desde nuestro nacimiento, y por eso mismo no la percibimos, no somos capaces de verla. Es certero su ejemplo de un pececillo obligado a describir su entorno. Lo último que mencionaría es el agua, porque vive en ella, y por lo tanto no tiene conciencia de su existencia. Su ejemplo del pececillo apunta a explicar nuestra propia ceguera, históricamente la percepción de este proceso ha sido casi inexistente, hace solo un siglo que los científicos han comenzado a interesarse por el tema. Gracias al análisis de Freud y de sus estudios clínicos, con muchas reticencias y muy lentamente, los seres humanos han comenzado a darse cuenta por qué y cómo la sociedad hace de ellos lo que son. Sin embargo, en un comienzo, Freud analizaba únicamente la problemática individual de los casos que trataba, y solo más tarde reflexionó sobre la dimensión social-cultural, de modo que aun revelando la impronta de los valores culturales en cada persona, en sus primeros escritos —los más conocidos—, tiende a interpretarlos como un peso familiar, desconectado del contexto sociocultural. El estudio de Totem y tabú y Malestar de la civilización permite entender que su trabajo apunta verdaderamente a los pilares del poder tradicional. En esta línea durante la segunda mitad del siglo XX, han trabajado los etno-psicoanalistas, especialmente Georges Devereux, quien ha realizado un muy serio trabajo de desmistificación de las llamadas tradiciones culturales. Una mujer, decía Simone de Beauvoir, es un producto social: no se nace mujer, se llega a serlo, destacando la formación social que inculca los valores, los tabúes y las normas de comportamiento que logran hacer de una mujer fisiológica una mujer social. Al unir su conocimiento de las leyendas y mitos griegos, del psicoanálisis y de la antropología, Devereux, así como Geza Roheim, han logrado completar la afirmación de Simone de Beauvoir, revelando como, antes de que nazca, un niño ya es soñado por sus padres con los atributos de personalidad que consideran característicos de cada sexo. El gran aporte de Devereux ha consistido en mostrar con numerosos y variados ejemplos (desde la observación etnográfica al análisis literario) cómo se efectúa esta configuración cultural de la persona; a través de cuáles ritualizaciones los niños y las niñas integran represiones creyendo que están accediendo a etapas superiores de la vida; de qué forma en nuestras sociedades occidentales es la familia la que transmite e impone valores y represiones. Al analizar el efecto de estos procesos en sus pacientes adultos, especialmente el peso del sentimiento de culpa, Freud afirmaba, que toda familia —en sentido figurado— esconde cadáveres en el armario. Cuando el crimen es figurado y no real, soñado pero no cometido, muchas veces el sentimiento de culpa es más fuerte e invalidante que si se hubiera efectuado realmente, y este ha sido uno de los importantes aspectos que Freud supo destacar. Hay pequeños Edipos que sufrirán durante su vida entera por haberle deseado intensamente la muerte a uno de sus padres, por haber imaginado que mataban a un miembro de su familia, con quien existía una rivalidad de amor. Son sentimientos complejos que un niño no logra expresar, pero ese cadáver imaginario lo acompañará durante años, impidiéndole el goce pleno de su vida. En toda familia hay cadáveres en los armarios, a veces tan bien escondidos que aun sabiendo —sin reconocerlo— ese algo horrible que ocultan, construyen rituales complejos y limitantes para impedir que se descubra tan espantoso secreto.

    En esta perspectiva hay que entender la mayoría de los cuentos que estamos presentando, la perspectiva del análisis de los orígenes de estos cadáveres secretos e invisibles que cada uno acarrea consigo mismo. Más aún, dan lugar a una reflexión más general sobre el asesinato como hecho figurado o efectuado realmente, poniendo en relieve la red de relaciones condicionantes que permiten al ser humano devenir criminal.

    Según Thomas de Quincey, en un asesinato bello entra algo más

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