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Esperanza
Esperanza
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Libro electrónico185 páginas4 horas

Esperanza

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Información de este libro electrónico

El tiempo ha recorrido su camino y el ayer parece distante, sin embargo en la memoria de Don Anselmo se encuentra tan fresco como si lo estuviera viviendo una vez más. El pasado de un club deportivo y quienes lo hicieron grande, vuelven en forma de relatos colmados de pasión, ternura y esperanza, que juntos conforman una novela para reír, llorar y sobre todo, disfrutar.

IdiomaEspañol
EditorialEmooby
Fecha de lanzamiento4 mar 2011
ISBN9789898493156
Esperanza
Autor

Ernesto Antonio Parrilla

Ernesto Antonio Parrilla, (Villa Constitución, Argentina, 1977)Ha sido publicado en antologías del municipio de Villa Constitución (Argentina), en los años 2002, 2008, 2009 y 2010. En 2009 y 2010 fue seleccionado por Editorial Dunken (Argentina) para sus antologías “Cantares de la Incordura” y “Los vuelos del tintero”. Participó en los tres volúmenes de “Mundos en Tinieblas” (2008, 2009 y 2010) de Ediciones Galmort (Argentina), recibiendo una mención de honor en el tercer certamen homónimo.En 2009 obtuvo el primer premio en el certamen “Cuentos para Cuervos” de la revista El Puñal (Chile), el mismo año una mención especial en el concurso provincial de cuentos de la Mutual Médica de Rosario (Argentina) y en 2010 una mención de honor en el 2o Concurso de Jóvenes Escritores de Ediciones Mis Escritos (Argentina).Ha sido publicado además en la revista Redes para la Ciencia (España), Arte de la Literatura (España), Group Lobher (España), Cryptshow Festival (España), Revista Comunicar (España), Cuentos y más (Argentina), Diario Tiempo Argentino (Argentina), Antología Sorbo de Letras (España) y Revista Tintas (Argentina), entre otros.

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    Esperanza - Ernesto Antonio Parrilla

    Don Anselmo

    Pasé mi vida dentro del club. Está bien, los últimos cincuenta años como empleado, aunque no siempre haciendo lo mismo. Recuerdo que empecé como utilero del equipo de fútbol… ¡qué tiempos!... después, pasé a ser el encargado de la cancha durante unos dos años, pero apenas tuve a un par de pibes apiolados que me ayudaran, los dejé a cargo y agarré el puesto de jardinero. Aire libre y mucho tiempo para charlar. Pero vio usted como es la cosa, cuando uno comienza a encariñarse con algo, zaz, algo pasa. Y bueno, a mi me empezaron a doler los huesos, y eso que era joven todavía, no había llegado a los cuarenta, y entonces tuve que dejar la jardinería, por la humedad y todas esas pavadas. Lo cierto es que el dolor calmó bastante, aunque no le quiero contar los días de lluvia… esos días, bueno, hay veces que hasta siento que voy a llorar. Gracias a Dios que tengo a la Teresita, que si no… a la Teresita la conocí cuando era un pibe, y si bien ya vivía en el club, todavía no trabajaba. Lo que pasa es que al club, trabajara o no, tenía que ir. Me pasaba antes, cuando era apenas un nene y me pasa ahora, con setenta pirulos encima, ya jubilado. Y le voy a confesar, me sucedía lo mismo también cuando por ahí me daban un día franco.

    Ah, me causa gracia, pero aún me acuerdo del día que vino el polaco Gutiérrez, que era el presidente de por entonces, a decirme que me podía tomar un día a la semana.

    - ¿Un día a la semana? ¿Qué me quiere decir? - le pregunté totalmente desorientado.

    - ¡Un día a la semana Anselmo! ¡Qué puede significar un día a la semana, querido Anselmo! - me contestó riendo.

    - No sé - le dije, ya avergonzado por no entender a que quería llegar con eso de que podía tomarme un día de la semana.

    - Usted es pavo o se hace Anselmo. Quiero decir que el club le da un día libre a la semana, para que descanse, para que se quede en su casa con su familia. ¡Para que disfrute con los suyos, Anselmo!

    - ¿Pero… es obligación? Digo, si quiero venir al club ustedes… ¿me van a dejar entrar?

    El polaco Gutiérrez abrió los ojos bien grandes y permaneció con ese gesto mirándome varios segundos, como observando una rareza de la naturaleza. El silencio que se había creado mientras me miraba de esa forma se rompió con las propias carcajadas de Gutiérrez.

    Tomándose el estómago y partiéndose aún de risa, Gutiérrez sacó un pañuelo del bolsillo superior derecho del inmaculado traje marrón que llevaba puesto y se lo pasó por la cara, despejando los primeros rastros que estaban dejando las lágrimas que súbitamente aparecieron en sus ojos. Con la cara congestionada por la risa, me volvió a mirar, esta vez con vivacidad, y me dijo que no, que cómo usted, querido Anselmo, iba a pensar que no lo íbamos a dejar entrar al club, que sólo era un derecho que como trabajador tenía ganado, y que si no lo quería tomar que no lo hiciera.

    Y dicho esto, Gutiérrez partió hacia la sede, esquivando en el camino una oxidada carretilla cargada de herramientas de jardinería. Iba riendo y pasándose el pañuelo por la cara. Antes de ingresar a la sede, volvió a escucharse otra carcajada. Le había atacado duro.

    A todo eso, yo aún estaba parado con las tijeras de podar en la mano, al lado de un enorme rosal, pensando en lo que Gutiérrez me había dicho. Qué si quería, un día a la semana no tenía porqué venir al club. A mi me daba risa eso, la sola sugerencia. No venir al club… ¡qué ocurrencia! Pero si hasta enfermo venía, cuando era chico, cuando estaba como utilero del fútbol, hasta cuando casi me agarro a trompadas con el Ñato Ojeda, el técnico de la primera, que hizo que me rajaran de utilero… ¡hasta ese día fui al club! Y de repente me decían que si quería, podía quedarme un día en mi casa. ¡Ni mamao dejaba de venir al club! Y eso que en casa la tenía a Teresita, con quien me casé de joven, pero ella me entendía, sabía lo que el club era para mí.

    Y no dejé de ir nunca. Cada día de mi vida, puedo decir con orgullo, he pisado el club. Por eso conozco casi todo lo que pasó en estos años, a cada socio, a cada deportista que vistió estos colores, a cada personaje que alguna vez pisó este lugar. Algunos me joden diciéndome que podría pedirle a los de la comisión que pusieran el club a mi nombre, y les confieso, que la idea me gusta. Fuimos muchos los que nos criamos juntos dentro del club, pero por esas cosas de la vida, el único que siguió en contacto con el pueblo, el club y su gente, fui yo. Usted comprenda, es un pueblo chico, no llegamos ni a los cinco mil habitantes, y los chicos cuando terminan de estudiar lo primero que piensan es en irse a una ciudad más grande, poner un negocio, estudiar alguna carrera importante o simplemente, escapar. A mi no me pasó jamás, pero algunos amigos me decían que se sentían ahogados de vivir en el pueblo, que desde aquí, el culo del mundo, nunca iban a llegar a nada.

    No se, son puntos de vista. Nunca necesité ir a ningún lado fuera del pueblo para estar bien. Para qué. Si acá tengo al club, a la Teresita, todo lo que quiero. Adonde quiero llegar si ya estoy en el cielo. Este es mi cielo.

    A veces, cuando me pongo a pensar en todas estas cosas, me digo que quizás supe valorar las cosas que otros pasaron por alto y que allí radica mi felicidad. Lo simple, lo sencillo, me emociona. El club, la Teresita. Como cuando los tenía, el viejo y la vieja. Por qué irse lejos a buscar no se qué, cuando lo más importante suele estar siempre tan cerca. Creo que es porque no sabemos ver.

    Bueno, bueno, me he ido por las ramas, siempre me pasa lo mismo. Le decía que cuando era jardinero me ofrecieron tener un día franco. Por supuesto, jamás me tomé uno. Ni luego, cuando por el problema de los huesos me pusieron a trabajar en la administración del club, ni mucho menos cuando, por pedido mío, me pasaron a la oficina de adelante, donde tenía más contacto con la gente.

    Y así fueron pasando mis años dentro del club, conociendo a nuevas generaciones de socios, viendo crecer a tantos pibes, observando como se forjaban nuestros deportistas. Y mire que hubo buenos. Pero principalmente, emocionándome al ritmo que el club crecía, se agregaban sectores, se levantaban nuevas paredes, se sumaban otros deportes.

    Que felicidad cuando en el diario de la ciudad más cercana, porque en el pueblo, mire usted, no teníamos ni una radio local, salía alguna información del club, y tanto me daba que fuera por un resultado victorioso o una derrota humillante. ¡Qué alegría al verlo impreso en papel, sabiendo que cientos de personas lo leerían ese día y tendrían presente, aunque sea por una fracción de segundo, su nombre!

    Aún hoy me pasa. El mismo orgullo, la misma alegría. Y eso que hoy el club tiene cierta importancia en la zona y aparece seguido en el diario, en los dos semanarios, en la decena de FM que surgieron de la nada y de los dos canales de cable que tenemos ahora en la región.

    Muchas cosas han cambiado, me doy cuenta de ello. Pero no ha cambiado para nada mi amor incondicional por las dos cosas que más quiero en la vida: el club y la Teresita. Le doy gracias a Dios cada vez que me levanto y antes de acostarme por esas dos bendiciones que la vida me ha regalado. Soy muy agradecido. No todos tienen la suerte que yo he tenido.

    Ahora estoy jubilado. Yo hubiera seguido trabajando, pero el doctor le pidió al club que iniciara los trámites para jubilarme por invalidez, porque el problemita de los huesos fue empeorando con los años. Si bien ya le dije que el dolor fue calmando, pasó que cuando me acercaba a los sesenta y siete años, apareció nuevamente y esta vez con algunas sorpresitas. No soy bueno con los nombres de las enfermedades, pero se que tengo una en los huesos y que no me deja hacer muchos esfuerzos. Entonces me jubilaron. Del trabajo, no del club, que se entienda bien. Al club no lo dejo ni muerto.

    Es verdad, ya le hice prometer a la Teresita que el día que me muera, me entierren en el club. Incluso el Beto Spidinrelli, un amigo de la juventud, gran wing derecho del club en sus tiempos, que ahora está en la comisión directiva, ya me prometió que van a reservar un espacio de tierra donde estuvieron en una época unos hermosos canteros (que yo cuidaba en mi época de jardinero), para que llegado el momento, pongan allí a reposar mis restos.

    Fíjese que cada vez que alguien quiere saber algo del club, me vienen a preguntar a mí. Y en el pueblo, cuando viene algún periodista que quiere conocer la historia o hechos curiosos, todos les dicen lo mismo, vaya a ver a Don Anselmo. Hace unos años, en uno de los programas deportivos de esos que pasan por el canal de cable, hicieron un especial del deporte del pueblo, porque cumplía años, no me acuerdo si cien o ciento veinte, la verdad que nunca le presté atención a ese detalle; bueno, lo cierto es que si iban a pasar algo del deporte del pueblo, que otra cosa iban a poner si no era algo del club, porque acá en lo que es deporte, sólo está el club. Y así fue, vinieron un día, yo todavía no estaba jubilado, eso lo recuerdo bien, y nos instalamos todos, yo, un flaquito que hacía las notas y el camarógrafo, en la sede del club, frente a la pared donde están las fotografías del fútbol, y hablamos durante tres o cuatro horas.

    ¿Qué que les conté? Lo de siempre, algunas historias conocidas de los equipos de fútbol de antes, de cómo fue creciendo el club, de cuando funcionó el cine, en fin, cosas lindas del club para que todos los que no lo conocieron por lo menos supieran que existe.

    Como esa nota hubo muchas más. Tanta gente que ha venido con sus preguntas que ya no recuerdo a todas. Pero me gusta, no por mi, no, para nada, porque quien soy yo al fin de cuentas. Es el club el que me importa. En todo caso, podría decirse, soy su portavoz. ¿No lo cree?

    Pero la cuestión es que siempre han venido y preguntado lo que ellos querían saber, pocos han sido más inteligentes y pedido que les cuente alguna anécdota. Por eso es que lo he llamado a usted, porque creo que hay varias historias que tendrían que conocerse. Historias de hombres del club, de hechos inolvidables, que creo, merecen perdurar en un lugar más seguro que en mi memoria. Por eso lo he llamado a usted, para que los pueda volcar a la eternidad, si es que la misma existe. Quiero que cuente esas historias en papel, para que el club y sus recuerdos vivan por siempre incluso en personas que jamás tengan la posibilidad de conocerlo.

    ¿Por qué no lo hago yo? No soy escritor, ni mucho menos periodista. Soy un simple hombre de pueblo que tuvo la suerte de nacer entre gente honrada y trabajadora, de vivir en un club desde pibe y de haberme casado con Teresita, la mujer de mis sueños. Soy todo lo que quiero ser, señor. No pido más, bueno, en realidad, sólo una cosa más; que alguien escriba las historias que tengo para contar sobre mi club, sobre su gente.

    ¿El club? No me diga que aún no se lo he dicho. Mire usted que gracioso, llevo como dos horas hablándole y todavía no le he dicho como se llama. Sepa comprenderme, es que hace tanto que lo conozco que le podría describir cada pared, cada piso, cada detalle y sin embargo, no tendría la necesidad de llamarlo por su nombre, porque cuando uno crece con alguien la confianza es tal que los nombres se pierden. Son simples títulos que relegamos a un segundo plano.

    Se lo presento entonces, es el Club Atlético Esperanza, o simplemente, Atlético, como le decimos los amigos.

    El equipo del pueblo

    De los jóvenes que fundaron al club, hoy en día ya no queda ninguno. El tiempo se los fue llevando de a uno, como quien desgrana un pedazo de pan a medida que lo come. El último en morirse fue el Zurdo López, que siempre trabajó en el puerto de Villa Constitución, la ciudad que está a diez kilómetros al sur. El Zurdo fue un personaje toda la vida. Recuerdo que cuando yo era utilero el ya pintaba canas, pero aún se mantenía activo y se la pasaba en el club dando una mano en lo que fuera necesario, aunque preferentemente si tenía algo que ver con el fútbol.

    En realidad gracias al Zurdo a mi no me echaron del club esa vez que casi me trompeo con el técnico de la primera. El Zurdo sabía que clase de persona era yo, me conocía muy bien, ya de chiquito y ese día me defendió. ¿Qué fue lo que pasó? Ya le voy a contar, no se desespere. Primero lo primero. Nombré al Zurdo López porque él fue quien me contó cada detalle de como surgió el club.

    Y la verdad, que nació de una manera muy linda. A veces, cuando me pongo a pensar, me pregunto cuántos clubes en el mundo habrán nacido de la misma forma.

    El club va a cumplir el año que viene, ochenta y cinco años, así que le estoy hablando de las primeras décadas del siglo pasado. Imagínese, era el año 1918 y un grupo de muchachos del pueblo habían armado un equipito de fútbol. El Zurdo López era entonces el más pibe de todos, tendría unos quince años. El más grande, si no me equivoco, era el inglés James, que después fue elegido como el primer presidente del club. Tendría unos cuarenta pirulos.

    En total eran como dieciocho y se juntaban a jugar en el descampado que en aquel entonces ocupaba la manzana donde hoy se encuentra el centro comercial, no se si prestó atención, pero está justo detrás de la escuela primaria. Bien, esa escuela ya estaba en el '18, y según me contaba el Zurdo, cada vez que se armaba un partidito, las ventanas de la escuela se llenaban de cabecitas de chicos curiosos. Y claro, para los pibes eso era más divertido que prestar atención en clase. El fútbol era algo nuevo, si bien en la Capital ya se jugaban torneos y existían clubes importantes.

    En la zona, en 1918, sólo había tres clubes con fútbol. El Sportivo, de la ciudad vecina; uno de Villa Constitución, que era Riberas, y otro Atlético, pero de un pueblito llamado Empalme. Y paremos de contar. Con los años aparecieron muchos más, pero entonces eran esos tres. Y todos contaban con equipo de fútbol, pero el más fuerte era sin dudas el Sportivo. Escuche los jugadores que tenía: el Flaco Landamburu, Escopeta Muñoz, Pino Soliz, el Laucha Murúa, el Ruso Glicevich. ¿Qué no

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