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La lectura asidua de la Sagrada Escritura deja en la vida de cualquier cristiano una gran impronta. Ella se convierte en el principio animador de toda su existencia. Todo lo que hace, lo que espera, lo que ama, lo que vive y lo que celebra pasa por las palabras que allí escucha, medita y ora. Este libro es -¡o debiera ser!-, el gran amor de su vida. Al menos, esa es mi percepción personal. Como lector imparcial, no he encontrado otro libro que me plazca más revisar, una y otra vez, que la Biblia. Como cristiano, vivo persuadido de que Dios me habla desde allí de una manera muy especial; y esta convicción ejerce sobre mí una fascinación increíble, hasta el punto que las historias que ella cuenta las percibo como parte de mi propia historia personal. Los capítulos que forman esta breve obra tocan parte del amplio abanico temático de una Introducción a la lectura de la Biblia. En sentido general, las “introducciones” tienen como propósito prepararnos para lecturas fluidas e inteligentes de una materia. Para leer –y vivir-, la Palabra de Dios con provecho espiritual, también es menester haber leído una intro-ducción a la Biblia, aunque esta sea breve.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 ago 2014
ISBN9781311114112
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    Les Dirás esta Palabra - Orlando Fernandez

    CLAVES DE LECTURA DE LA BIBLIA.

    Para hacer una lectura inteligente y espiritual de la Escritura es necesario conocer algunos criterios básicos, ya que la Biblia no ha de leerse de un tirón como se lee una novela. No se aprende mucho siendo ambiciosos o rápidos con la extensión. Es más inteligente leer prestando la máxima atención al texto, y a todos sus detalles. Incluso, volviendo una y otra vez sobre lo ya leído buscando en ello el mensaje de salvación que se nos quiere transmitir. Cualquiera puede leer la Biblia, pero no todos escuchan la Palabra de Dios que ella transmite, porque para hacerlo necesitan un elemento adicional y esencial: la Fe.

    Por ser el libro sagrado de una comunidad de creyentes −para el Antiguo Testamento, el pueblo de Israel; para ambos testamentos, la Iglesia cristiana−, es precisamente dentro de esta comunidad donde encontramos los criterios para una buena comprensión y una recta interpretación. Si los obviamos, si creemos que sólo basta saber leer, y tener la suficiente inteligencia para comprender lo leído, sin duda aprenderemos muchas historias del Israel bíblico que nos podrán entretener o aburrir, encantar o escandalizar; pero no accederemos al Espíritu que gravita tras el texto y que es el responsable de la inspiración de todo el libro. Únicamente con una lectura en la fe y la tradición de estas comunidades –los judíos o los cristianos, que redactaron, custodiaron y transmitieron estas sagradas letras hasta hoy−, vamos a escuchar, en medio de estas mismas historias, la Palabra del Dios que nos interpela.

    Otro criterio importante es tener en cuenta que la riqueza espiritual que nos proporciona la Sagrada Escritura no es posible descubrirla de forma clara e inmediata de un solo golpe, porque de golpe no fue revelada, sino procesual y temporalmente. Es preciso escrutar, penetrar, ahondar en su sentido y significado más profundo una y otra vez, y esto lleva tiempo.

    Finalmente, para evitar una lectura superficial y fundamentalista es aconsejable −al menos−, tener en cuenta estos seis puntos:

    1.) No olvidar que la Biblia no se escribió originalmente ni en español, ni inglés, ni ninguna otra lengua moderna; sino en hebreo, arameo y griego antiguos, que tienen sus propias maneras de decir. Nosotros utilizamos traducciones de las lenguas originales a idiomas modernos que expresan los hechos allí contados de modo distinto, por lo que hay que escoger una buena traducción. Hay algunas que lejos de acercarnos nos alejan del auténtico significado de la Palabra de Dios. Luego, es muy importante considerar el género literario usado. No es lo mismo una poesía que una narración, un relató historiográfico que uno de ficción. Siendo la Biblia toda una biblioteca, hay que esperar encontrar en ella muy variadas formas de decir. Algunas bien conocidas en nuestro idioma; pero otras, totalmente ajenas a nuestra cultura.

    2.) Situarnos ante la circunstancia humana, cultural, geográfica, histórica y vivencial en que se encuentra la persona −o grupo de personas−, del pueblo de Dios a las que el texto se refiere. No olvidar que han pasado siglos desde su composición y el mundo ha cambiado mucho. Mal método es aquel que intenta proyectar y juzgar el pasado con los criterios y opiniones del presente. Esto no esclarece sino que enrarece el texto, incapacitándonos para entenderlo bien.

    3.) Tener en cuenta el momento histórico y existencial de la comunidad a la que pertenece el autor del texto −que no es la misma nuestra−, para así intuir el significado y el sentido profundo que el acontecimiento narrado puede tener para nosotros hoy. Si la Biblia tratara sólo de historias pasadas, poco podría decirnos hoy. Pero la grandeza de sus letras está, precisamente, en que de ella brota como un manantial toda la sabiduría de Dios para nuestro tiempo.

    4.) Disponerse para la escucha, el diálogo, la acogida. Toda la Biblia invita a estas actitudes. La escucha es el Credo por excelencia de Israel (Dt 6, 4). Esto supone una gran dosis de humildad para mirar nuestra propia situación, permitiendo que todo lo que vamos viviendo sea iluminando y transfigurado por el texto. Hay que dejarse interpelar, cuestionar, para que Dios se haga presente en nuestra realidad. Si nos defendemos de él, si proyectamos lo leído sobre otras personas, no nos ayuda para nada la lectura.

    5.) Dejarse ayudar por quienes han recibido el carisma y la misión de enseñar en la Iglesia. No importa cuán inteligentes o bien formados creemos que estamos. La fe no es un ejercicio intelectual, aunque es posible y bueno pensar. La fe es sobre todo una experiencia personal de encuentro con un Dios que se nos revela a través de múltiples interlocutores. Los mejores maestros de la fe no necesariamente son los titulados, los intelectuales, sino los místicos, los santos, los cristianos de oración profunda; aquellos que pueden dar testimonio de lo que Dios ha hecho en sus vidas. Y a muchos de estos los podemos encontrar entre los ministros, pero también entre los misioneros, los catequistas, etc., de las comunidades cristianas.

    6.) Finalmente, para no perderse en la lectura de la Biblia, lo primero es escoger la traducción más adecuada a nuestras necesidades y propósitos, ayudándonos con un buen Diccionario bíblico, un Comentario, guías de lectura, notas e introducciones que suelen haber en la mayoría de las Biblias que hoy se publican.

    Observando estos seis puntos tendremos un buen comienzo. La lectura no sólo será interesante desde el punto de vista intelectual, sino que además se tornará edificante desde la perspectiva espiritual y tremendamente fluida. Esto nos permitirá avanzar más fácil en ella, y visualizar la voluntad de Dios para nuestra vida. Caso contrario, podríamos terminar aburridos y desencantados, porque la Biblia no fue escrita para que se leyera como una novela, sino para que se viviera. Ser cristiano, más que tener una religión, es tener un estilo de vida. El estilo de vida de Jesús de Nazaret, el Cristo.

    II

    EL CANON DEL ANTIGUO TESTAMENTO

    Los cristianos nos encontramos hoy con el hecho de que existe una lista –o canon–, de libros sagrados, que nos viene dada por la Tradición y refrendada por la autoridad de la Iglesia. Normalmente la entrada de estos libros en el canon de las Escrituras no se decidió de una vez y para siempre, sino que requirió de un proceso largo de formación que duró siglos.

    En cuanto a las Escrituras hebreas, primero hay que decir, que Israel posee una tradición sagrada y normativa para su fe desde muy antiguo (cf. Ex 24,1-8; Dt 31,9-14.24-29). Desde luego que ningún texto, en la forma canónica que hoy conocemos, es anterior al período de sedentarización de la monarquía davídica. Los pueblos nómadas rara vez poseen una literatura desarrollada porque transmiten su cultura fundamentalmente a través de tradiciones orales.

    Esta conciencia de Israel se acentúa sobre todo en los momentos de mayor peligro para su identidad nacional y religiosa, lo cual puede constatarse durante las reformas del rey Josías (cf. 2 Re 22,1-23,3), durante la restauración tras el destierro babilónico (cf. Neh 8, 1-18); o más tarde, durante la crisis macabea (cf. 1 Mac 12,9; 2 Mac 13-14.23).

    Hacia el año setenta después de Cristo, en que ocurre la destrucción del Templo de Jerusalén, el judaísmo farisaico poseía un texto bíblico bastante fijo, aunque no todavía cerrado. Esto lo sabemos por Flavio Josefo quien por el año noventa y cinco escribe su obra Contra Apión en la que menciona veintidós libros santos.

    Suele decirse que los judíos reunidos en el Concilio de Yamnia fijaron el canon de las Escritura, pero este concilio nunca tuvo lugar. Lo que se conoce con ese nombre fue simplemente una reunión de los principales rabinos con la finalidad de solucionar conflictos sobre la autoridad entre ellos, pero no se estudió el canon bíblico. La única discusión que tocó las Escrituras era la cuestión de si los libros del Cantar de los Cantares y Eclesiástico podían considerarse sagrados.

    Durante el siglo primero no parece existir un canon fijo de la Biblia hebrea, si bien se aceptan como libros sagrados y con autoridad los contenidos de la Ley y los Profetas, además de algunos Escritos, particularmente los Salmos. La elaboración de un canon concreto de la Biblia hebrea parece ser obra de los fariseos entre los años setenta y el ciento treinta y cinco después de Cristo.

    Por lo que se refiere a la Iglesia está claro que las Escrituras antiguas las hemos heredado del mundo judío. Pero la norma de su autoridad e interpretación es ahora Cristo (Lc 24,27.32) y la predicación apostólica que sobre ellas se hace (Mt 28,19-20; Lc 1,1-4).

    Comúnmente se ha pensado que los cristianos tomaron de los judíos alejandrinos la Biblia griega y un canon más amplio que el hebreo. Pero la realidad es que la Iglesia comienza a organizarse precisamente en el período en que la comunidad judía todavía no ha cerrado definitivamente sus Escrituras. Por ende, el canon cristiano del Antiguo Testamento tuvo su propia historia paralela al de la Biblia judía; coincidente en algunos libros pero independiente en otros. Esto se debió, fundamentalmente, al uso apologético que se hizo de ella para demostrar que todo hablaba de Cristo.

    Los Padres de la Iglesia durante el siglo segundo conocían que en la Iglesia se usan algunos libros que no pertenecen al canon hebreo. En este grupo están los que más tarde se llamarían deuterocanónicos y que entrarían en nuestra Biblia cristiana, y los que llamaríamos apócrifos y se quedarían fuera del canon.

    Por tanto, la Biblia hebrea de los judíos y el Antiguo Testamento de los cristianos pueden tenerse como dos colecciones que tienen un mismo núcleo central, aunque luego se diferencien en su tamaño por razón de su desarrollo histórico.

    Finalmente, he aquí algunas de las razones y criterios que se tomaron en cuenta a la hora de formar las Escrituras Judías, de lo que nosotros llamamos el Antiguo Testamento:

    1.) El reconocimiento de la autoridad divina en los libros que la integran. El Espíritu de Dios, que animó a los autores humanos, animó también al pueblo que los reconoció y descubrió allí su verdadera identidad.

    2.) Otra razón sería su contenido religioso y su conformidad con lo que se considera la tradición recibida desde la época patriarcal.

    3.) La actitud popular ante la fuerza de la Palabra, en particular la de los profetas.

    Entre los criterios más usados de la canonicidad tenemos:

    1.) La Antigüedad: que querría que todos los libros de la Biblia procedieran de la era profética que concluye con la época de Esdras. Los libros escritos después se conocen hoy como literatura intertestamentaria, tema del cual trataremos más adelante.

    2.) El criterio de la lengua: Los rabinos no incluyeron en el canon ningún libro nacido en una lengua que no fuera la hebrea u aramea. Esto hacía, por ejemplo, que quedaran fuera aquellos libros escritos en la diáspora, en lengua griega, y que aparecen en la Biblia griega llamada Septuaginta o de los Setenta. Libros que son conocidos como deuterocanónicos o del segundo canon, frente a estos primeros llamados por esa misma razón protocanónicos.

    3.) Por último, un criterio muy importante entre los judíos fue también el uso que de esos textos hicieron en el culto sinagogal. Muchos libros, como veremos más adelante, permanecían lejos de los no doctos, para evitar erróneas interpretaciones teológicas.

    Es bueno saber que existen otros cánones independientes del judío y del cristiano, como por ejemplo: El canon Samaritano, que reconoce como su Biblia únicamente el Pentateuco o cinco libros de la Ley, que eran las Escrituras más importantes cuando en el siglo cuarto antes de Cristo se separaron de la comunidad judía. Y la Septuaginta, ya mencionada, que eran las Escrituras de los judíos que vivían fuera de Israel, escritos en griego, y que contenía siete libros más y algunas añadiduras a otros.

    En cuanto al Antiguo Testamento, a la Iglesia le bastó saber que era la Escritura Sagrada de Jesús y de los primeros discípulos. Siempre que en el Nuevo Testamento aparecen expresiones como: estaba escrito, según las Escrituras, ustedes oyeron que se dijo…, etcétera, la alusión se refiere a las escrituras judías que aparecen en el Antiguo Testamento. A medida que se leían en las comunidades postpascuales, se aclaraba para los cristianos cómo ella era anuncio y promesa de lo que acababa de cumplirse en Cristo.

    III

    EL CANON DEL NUEVO TESTAMENTO

    Sobre el canon del Nuevo Testamento, conviene no olvidar que el cristianismo no nació como religión del libro, pues la Iglesia apostólica no sintió necesidad de más Escritura que la que había heredado del pueblo judío, si bien interpretada a la luz de Cristo. Es decir, las palabras y obras de Jesús resucitado, tal como fueron transmitidas en un principio por los apóstoles, encontraban su confirmación en el Antiguo Testamento.

    Durante este período

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