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Plan Lazo Estrategia para erradicar la violencia tripartidista en Colombia (1962-1965)
Plan Lazo Estrategia para erradicar la violencia tripartidista en Colombia (1962-1965)
Plan Lazo Estrategia para erradicar la violencia tripartidista en Colombia (1962-1965)
Libro electrónico570 páginas6 horas

Plan Lazo Estrategia para erradicar la violencia tripartidista en Colombia (1962-1965)

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La visión estratégica del general Alberto Ruiz Novoa propendía por la pacificación del país por medio del Plan Lazo, refrendado con la baja en combate de legendarios bandoleros, que, financiados e instigados por los dirigentes nacionales y locales de los partidos Liberal, Conservador y Comunista, asolaban a Colombia, escudados en la clandestinidad y pintorescos remoquetes, tales como Chispas, Desquite, Sangrenegra, Tarzán, Veneno, Resplandor, Alma negra, Mariachi, Tirofijo, Puente Roto, Zarpazo, el Zarco, etc.
Lo atrayente para todos los sectores generadores de opinión en el país acerca del Plan Lazo, fue la combinación de acciones de inteligencia militar de combate con operaciones de comandos especializados por medio de grupos de localización de bandoleros, simultáneas con ingentes dosis de acción cívico-militar y operaciones sicológicas, para consolidar las áreas afectadas por la “segunda violencia” (1958-1964). Al mismo tiempo, que se invitaba a los campesinos a no apoyar a los delincuentes, y se conminaba a los bandoleros a desmovilizarse.
En una serie de convincentes presentaciones ante el Congreso de la República, el general Alberto Ruiz Novoa, defendió el Plan ''Lazo'', como un amplio esquema cívico-militar, diseñado para involucrar a cada una de las Fuerzas Armadas en proyectos específicos, bajo el auspicio económico del Plan de Asistencia Militar, con apoyo de los créditos provenientes de asistencia para el desarrollo de los Estados Unidos.
Esta fue una coyuntura crítica, mal conducida por el poder civil, en la que se echó la suerte y se perdió la oportunidad para combinar las nuevas medidas progresistas de las Fuerzas Militares y de Policía, las cuales incluían asistencia socioeconómica, con intensos programas puramente civiles, que hubiesen traído como resultado, no tan sólo la reducción de la delincuencia, sino soluciones felices de largo alcance, tanto para el soldado como para el campesino.
El Plan Lazo era complejo, pero abarcaba tres líneas principales de acometida. Una operación especial de antiviolencia tendría lugar en la zona limítrofe de los departamentos del Valle y Caldas.
Cada una de las fuerzasparticipantes en ambos departamentos, cumpliría un plan de acción cívica para suministrar servicios sociales permanentes o semipermanentes y se realizarían esfuerzos para coordinar el plan con el Consejo de Acción Cívica, cuando las circunstancias lo requirieran, con el fin de determinar los proyectos, que las agencias civiles del Estado o la empresa privada no pudieran o quisieran acometer.
En tales casos, los proyectos se asignarían a las Fuerzas Armadas, las cuales desempeñarían su ejecución y administración como cualquier contratista del gobierno.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento13 jun 2021
ISBN9781005330088
Plan Lazo Estrategia para erradicar la violencia tripartidista en Colombia (1962-1965)
Autor

Luis Alberto Villamarin Pulido

Luis Alberto Villamarín Pulido, natural de Fusagasugá - Cundinamarca, coronel retirado del Ejército colombiano, con 25 años de experiencia militar (1977-2002), más de la mitad de ellos dedicado a las operaciones de combate contra grupos narcoterroristas en Colombia, y después de su retiro del servicio activo, profuso investigador de temas relacionados con la geopolítica del Medio Oriente, el Asia Meridional y el continente americano; el terrorismo internacional islámico y comunista, historia y proyección estratégica de grupos islamistas como Al Qaeda, Isis, Hizbolá, el conflicto árabe israelí y la Primavera Árabe, así como la amenaza nuclear del régimen chiita de Teherán.Sus obras Narcoterrorismo la guerra del nuevo siglo, Conexión Al Qaeda, Primavera Árabe: Radiografía geopolítica del Medio Oriente, ISIS: la máquina del terror yihadista, el Proyecto Nuclear de Irán y Martes de Horror (atentados terroristas del 9-11), son referentes para el estudio, conocimiento de la complejidad política, geopolítica y geoestratégica del convulso Medio Oriente.Algunas de sus obras han sido traducidas a inglés, francés, alemán, portugués y polaco. Su libro En el Infierno traducido a inglés como In Hell, es base para una película en Hollywood-California, y los demás textos son utilizados como material de estudio en diversas universidades del mundo.

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    Plan Lazo Estrategia para erradicar la violencia tripartidista en Colombia (1962-1965) - Luis Alberto Villamarin Pulido

    Plan Lazo

    Estrategia para erradicar violencia tripartidista en Colombia (1962-1965)

    Teniente coronel Luis Alberto Villamarín Pulido

    Ediciones LAVP

    www.luisvillamarin.com

    Plan Lazo

    Estrategia para erradicar violencia tripartidista en Colombia (1962-1965)

    Teniente coronel Luis Alberto Villamarín Pulido

    Colección historia del conflicto en Colombia N° 3

    Colección conflicto colombiano N° 19

    Primera edición, junio de 2021

    ©Ediciones LAVP

    © www.luisvillamarin.com

    Cel 9082624010

    New York City, USA

    ISBN: 9781005330088

    Smashwords Inc.

    Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida ni en todo ni en sus partes, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electro-óptico, por reprografía, fotocopia, video, audio, o por cualquier otro medio sin el permiso previo por escrito otorgado por la editorial.

    Plan Lazo

    Capítulo I El gestor del Plan Lazo

    Capítulo II Antecedentes geopolíticos internacionales para llegar al Plan Lazo

    Influencia del Plan Marshall para Europa en el Plan Lazo

    Influencia de la Alianza para el Progreso en el Plan Lazo

    Influencia de la CEPAL en la formulación del Plan Lazo

    Influencia de la misión Currie en el Plan Lazo

    Influencia de la misión Lebret en el Plan Lazo

    Influencia del pacto del Frente Nacional en el Plan Lazo

    Incidencia de Alfonso López Michelsen en la violencia tripartidista

    Juan de la Cruz Varela congresista del MRL y cabecilla de las guerrillas comunistas

    Influencia de la muerte de Guadalupe Salcedo en el Plan Lazo

    Influencia de La Investigadora en la formulación del Plan Lazo

    Capítulo III Otros factores que incidieron en la formulación del Plan Lazo

    Testimonio de una víctima de la violencia tripartidista

    MOEC: ¿Eslabón para ascenso del terrorismo comunista en violencia tripartidista?

    Intercambio epistolar entre Pedro Brincos y Desquite

    Cómo algunos bandoleros liberales se volvieron bandoleros comunistas

    Interioridades de la cuadrilla de Conrado Salazar alias Zarpazo

    Capítulo IV Plan Lazo

    Octava Brigada, ganó la guerra y conquistó la paz

    Organización operacional de la Octava Brigada para ejercer el control de área

    Acción cívico-militar, eje de pacificación

    Capítulo V Fracasos operacionales del Ejército Nacional antes del Plan Lazo

    Cuadrilla de Efraín González emboscó a cuatro militares a comienzos de 1961

    Efraín González emboscó y asesinó a 3 oficiales en Santander

    Cuadrilla de Chispas emboscó a una patrulla del batallón Rifles

    Seguidilla de fracasos del batallón Tenerife contra Tirofijo en 1962

    Fallida operación contra Tirofijo y tercer fracaso operacional

    Alias Sultán asesinó a dos soldados, hirió a otro y robó 30 carabinas M-1 en Caicedonia (Valle)

    Grave error por inexperiencia operacional del comandante de patrulla en Tuluá

    Otro grave error operacional del batallón Palacé

    Emboscada de Sangrenegra al batallón Patriotas en El Líbano (Tolima)

    Capítulo VI Éxitos operacionales antes del Plan Lazo

    Baja de alias Polancho, operación trascendental en la lucha contra los bandoleros en 1962

    Capítulo VII Combates durante el Plan Lazo

    Muerte de Chispas

    Eliminación de parte de la banda de alias Franqueza en el Tolima

    Golpe mortal a los sucesores de Chispas

    Muerte de Hugo Nel Aguirre

    Muerte del bandolero conservador alias Melco

    Nuevo golpe a la cuadrilla de alias Franqueza

    Aniquilación de la cuadrilla de alias venganza

    Muerte del bandolero Federico Arango Fonnegra

    Muerte de Roberto González Prieto alias Pedro Brincos

    Rescate de un secuestrado y aniquilación de una cuadrilla de bandoleros

    Cuadrilla de Sangrenegra asesinó a un secuestrado

    Muerte del bandolero alias El peluquero

    Golpe a la cuadrilla de alias Tista

    Muerte de Luis Carlos Llanos en Sevilla

    Muerte de Juan Bautista Tabares alias Tista

    Muerte de Melquisedec alias El mico

    Exitosa reacción a emboscada de guerrilleros comunistas

    Eliminación de la banda de Desquite

    Muerte del bandolero comunista alias Cariño

    Muerte de Miguel Triviño alias Miguelito

    Eliminación de la cuadrilla de Despiste

    Así cayó Sangrenegra

    Muerte de Patetrapo y Rasguño

    Muerte de alias Tarzán y sus guardaespaldas

    La Operación Marquetalia

    Eliminación de la cuadrilla de alias Arturo: Caso emblemático del Plan Lazo

    Muerte de caratejo y cara de palo

    Eliminación de la cuadrilla de alias Puente roto

    Destrucción de la cuadrilla Frente Nacional de Liberación

    Duro golpe a la cuadrilla de José María Rivas alias Cartagena

    Rescate de un secuestrado y muerte de La Hiena

    Aparición del Eln en Santander

    Golpe a la cuadrilla de Sinsonte en Puerto Nare (Antioquia)

    Cuadrilla de Tirofijo asesinó a dos soldados en el Huila

    Bandoleros comunistas asesinaron a un capitán en Dolores (Tolima)

    Tormentoso retiro del general Ruiz Novoa

    Eliminación de la cuadrilla de Jorge Eliécer Sepúlveda

    Tirofijo y la masacre de Inzá

    La muerte de Efraín González

    Capítulo VIII Visualización geopolítica y geoestratégica del Plan Lazo

    1. Los objetivos nacionales frente al Plan Lazo

    2. Concepción de la estrategia integral frente al Plan Lazo

    3. Las siete leyes de la geopolítica frente al Plan Lazo

    4. Las 33 estrategias de la guerra frente al Plan Lazo

    5. Los principios de la guerra frente al Plan Lazo

    6. El Arte de la guerra frente al Plan Lazo

    7. Doctrina táctica de la ofensiva frente al Plan Lazo

    Capítulo IX Plan Lazo: de éxito contundente al cajón del olvido

    Decreto N° 1381 de 1963

    Otras obras del autor

    Breve biografía del autor

    Bibliografía

    Capítulo I

    El gestor del Plan Lazo

    La década de los años 1960 fue convulsa en Colombia y en el mundo. La vida política, social y económica del país cambió con dramática celeridad, producto de vaivenes geopolíticos surgidos del nuevo orden mundial, los constantes avances tecnológicos y el incremento de las tensiones propias de la guerra fría entre Estados Unidos y la hoy extinta Unión Soviética.

    En el escenario interno, se multiplicó la violencia tripartidista desde cuando el Partido Comunista Colombiano cooptó el prolongado descontento de liberales contra conservadores y viceversa, materializado en un sinnúmero de guerras civiles anteriores, rematadas con la reciente violencia (1949-1953).

    Desde finales de la década de 1940, los camaradas del PCC que ya estaban proyectados a imponer el totalitarismo marxista-leninista, aprovecharon el triunfo de la revolución cubana y el programa subversivo del Kremlin, tendiente a universalizar la dictadura del proletariado, hasta gestar las Farc, el Eln y el Epl, tres de los grupos criminales que desde 1965, constituyen la columna vertebral de la violencia narcoterrorista que aún asecha a Colombia, al comenzar la tercera década del siglo XXI.

    En medio de ese complejo entorno, el general Alberto Ruiz Novoa ascendió a los cargos sucesivos de comandante del Ejército en 1960 y luego ministro de Guerra en 1962. Su paso por las dos privilegiadas posiciones del alto mando castrense colombiano, estuvo signado por la innovación, la profesionalización de las Fuerzas Militares, la claridad conceptual frente a los interminables conflictos armados internos, motivados por parejo en ese momento, por el cinismo y mala fe de los tres directorios políticos de los partidos conservador, liberal y comunista.

    En particular, la obra de Ruiz Novoa se centró en oxigenar un enfoque renovador, novedoso y concreto, de la misión de las Fuerzas Militares y de Policía frente a la problemática social del país.

    La visión estratégica de Ruiz Novoa propendía por la pacificación del país por medio del Plan Lazo, refrendado con la baja en combate de legendarios bandoleros, que, financiados e instigados por los dirigentes nacionales y locales de los partidos Liberal, Conservador y Comunista, asolaban a Colombia, escudados en la clandestinidad y pintorescos remoquetes, tales como Chispas, Desquite, Sangrenegra, Tarzán, Veneno, Resplandor, Alma negra, Mariachi, Tirofijo, Puente Roto, Zarpazo, el Zarco, etc.

    Lo atrayente para todos los sectores generadores de opinión en el país acerca del Plan Lazo, fue la combinación de acciones de inteligencia militar de combate con operaciones de comandos especializados por medio de grupos de localización de bandoleros, simultáneas con ingentes dosis de acción cívico-militar y operaciones sicológicas, para consolidar las áreas afectadas por la segunda violencia (1958-1964). Al mismo tiempo, que se invitaba a los campesinos a no apoyar a los delincuentes, y se conminaba a los bandoleros a desmovilizarse.

    En una serie de convincentes presentaciones ante el Congreso de la República, el general Alberto Ruiz Novoa, defendió el Plan ''Lazo'', como un amplio esquema cívico-militar, diseñado para involucrar a cada una de las Fuerzas Armadas en proyectos específicos, bajo el auspicio económico del Plan de Asistencia Militar, con apoyo de los créditos provenientes de asistencia para el desarrollo de los Estados Unidos.

    Esta fue una coyuntura crítica, mal conducida por el poder civil, en la que se echó la suerte y se perdió la oportunidad para combinar las nuevas medidas progresistas de las Fuerzas Militares y de Policía, las cuales incluían asistencia socioeconómica, con intensos programas puramente civiles, que hubiesen traído como resultado, no tan sólo la reducción de la delincuencia, sino soluciones felices de largo alcance, tanto para el soldado como para el campesino.

    El Plan Lazo era complejo, pero abarcaba tres líneas principales de acometida. Una operación especial de antiviolencia tendría lugar en la zona limítrofe de los departamentos del Valle y Caldas.

    Cada una de las fuerzas participantes en ambos departamentos, cumpliría un plan de acción cívica para suministrar servicios sociales permanentes o semipermanentes y se realizarían esfuerzos para coordinar el plan con el Consejo de Acción Cívica, cuando las circunstancias lo requirieran, con el fin de determinar los proyectos, que las agencias civiles del Estado o la empresa privada no pudieran o quisieran acometer.

    En tales casos, los proyectos se asignarían a las Fuerzas Armadas, las cuales desempeñarían su ejecución y administración como cualquier contratista del gobierno.

    La zona de operaciones fue formalmente establecida en septiembre de 1962, como área de responsabilidad de la Octava Brigada del Ejército colombiano, y comprendía el tercio norte del Valle, la parte de Caldas que más tarde se dividió en los nuevos departamentos de Quindío y Risaralda, y una pequeña porción del Chocó.

    La zona en mención, fue ocupada por tropas y especialistas, mientras que la brigada concibió un programa integral para reducir la violencia institucionalizada. Miembros de las Fuerzas Militares altamente entrenados, se infiltraron entre los grupos armados de antisociales, amparados con historiales ficticios de bandolerismo.

    Las órdenes para los militares infiltrados en las cuadrillas, consistían en minimizar los ataques, penetrar en las estructuras de mando y dirección de las pandillas y, por último, capturar o eliminar a los bandoleros jefes.

    Fueron hombres valientes que vivieron en continuo estado de tensión durante períodos de 1 a 4 años. No obstante, mientras estuvieron infiltrados, capturaron o causaron la muerte de varias docenas de jefes de cuadrilla, de centenares de bandoleros, y recuperaron millones de pesos.

    Nadie sabrá jamás cuántos campesinos de esa época, sobrevivieron gracias a que los bandoleros de su región tenían infiltrado a un traidor entre sus cabecillas, quien en realidad era un sargento del Ejército Nacional.

    Pocos oficiales conocían la identidad de esos hombres, junto con los jefes claves del F-2 y el DAS. Varios de estos héroes, como el sargento Evelio Buitrago Salazar fueron capturados. E inclusive maltratados por la policía local o las fuerzas de autodefensa, porque en su momento, creyeron haber capturado bandoleros de renombre.

    Para desarrollar el ambicioso plan, cada una de las cuatro Fuerzas Armadas diseñó un programa metódico de acción cívica. La Fuerza Aérea denominó su programa ''Servicio de Aeronavegación a los Territorios Nacionales'' (SATENA), nombre ostensible en aeronaves de transporte, que, desde entonces, los viajeros a Colombia hallan en todos los aeropuertos.

    Bajo este esquema, los pilotos, la tripulación y el personal de mantenimiento de la Fuerza Aérea, prestaban invaluables servicios a comunidades alejadas, por medio de esta agencia semiautónoma, que en realidad era un necesario servicio aéreo de transporte. Así, desde la década de 1960, Satena realiza docenas de vuelos semanales a las zonas más distantes en los Llanos Orientales y las regiones del Amazonas, los confines del sur del país y la región Pacífica.}

    En los primeros años de operación, Satena llevaba a bordo misioneros u otras personas que sirvieran como intérpretes. Los aviones aterrizaban en pistas improvisadas, llevaban indígenas a los centros de abastecimiento de las pequeñas ciudades y luego los regresaban a sus tierras.

    Para la mayor parte de los pasajeros, era la primera integración física con el centro de poder de la vida nacional. Funcionarios de salud, odontólogos y agricultores ayudaron a los indígenas y colonos que con agrado aceptaron la asistencia.

    Para finales de 1963, el programa había transportado a miles de habitantes de zonas marginadas del centro del país, suministraba entrenamiento a la Fuerza Aérea bajo un esquema constructivo y recibía aplauso general de los colombianos. Después de seis décadas el programa continúa vigente. Por su parte, las unidades de la Fuerza Aérea que cumplían funciones de combate, también agregaron parte de su capacidad operativa a la acción cívica, adoptándola como fin secundario y no como actividad principal.

    La Armada Nacional y la Infantería de Marina capitalizaron el potencial de las patrullas que habían mantenido en operación durante varios años, a lo largo de los ríos de los Llanos Orientales. Además de la cobertura y vigilancia por parte de patrulleras fluviales, que por lo general hacían recorridos por los grandes ríos orientales, añadieron equipos médicos y agrícolas a la tripulación y se convirtieron en un servicio de transporte a bajo costo para los campesinos.

    Cuando una lancha llegaba a una aldea, su tripulación anunciaba el horario de ruta y ofrecía transportar carga y pasajeros a bajo costo. El equipo médico persuadía a los campesinos llaneros para que se sometieran a un examen físico, examen dental y, además, ofrecían servicios de veterinaria para su ganado y animales domésticos.

    Un especialista de inteligencia militar preguntaba discretamente, acerca de casos de abigeato, complicidad en contrabando o robo, coacción política o subversión armada. En todos los casos, se realizaron grandes esfuerzos para convencer a los campesinos de que era mucho más favorable, tratar con las patrullas fluviales, que unirse a los bandoleros en los Llanos. Este programa, menos vistoso que el de Satena, funcionó hasta finales de la década de 1960.

    Es importante resaltar, que, aunque durante la década de 1960 hubo esporádicos brotes armados en los Llanos, la violencia como fenómeno generalizado en la zona terminó en 1954, y el programa de acción cívica constituyó un elemento decisivo, para el mantenimiento del orden y la tranquilidad en la vida regional.

    El Programa de Acción Civil del Ejército Nacional fue extenso, costoso y en parte controvertido. Al cabo de un año había cuatro batallones de ingenieros de construcción, empeñados en proyectos de puentes, vías, estaciones de transmisión radial, comunidades modelo, escuelas e instalaciones militares transitorias de vigilancia rural, con mayor énfasis en la Cordillera Central.

    Agregadas a las unidades de construcción, había también equipos médicos, grupos de alfabetización, especialistas agrícolas y el inevitable fotógrafo.

    Las relaciones públicas y los servicios de información fueron exitosos en conjunto, por cuanto las crecientes mayorías urbanas no sabían hasta qué grado sus compatriotas rurales vivían en un ambiente de continuo terror.

    El programa de Acción Cívica del Ejército se organizó bajo la dirección del departamento E-5 del Estado Mayor, mientras que los oficiales de Ingenieros Militares, operaban según el esquema que varias décadas atrás, hubiesen querido para sí los presidentes Rafael Núñez y Rafael Reyes.

    Aunque los dirigentes políticos que perdían posibilidad de consumar actos de corrupción regaron esa especie, no existe evidencia para aseverar que el Ejército se hubiera valido de aliados políticos, con el fin de desalentar a contratistas civiles para que realizaran este tipo de trabajos. En cambio, sí hay pruebas de que algunos contratistas, consideraron como posible fuente de grandes beneficios, los nuevos planes para el desarrollo nacional.

    Sin duda la obstinación del Ejército para sacar adelante este propósito, dilató la fecha en que los dirigentes civiles, terminaron por reconocer que el desarrollo rural era una necesidad gubernamental.

    Cada día era más urgente, que, junto con los programas de desarrollo socioeconómico, se debían adelantar operaciones de combate contra las cuadrillas de bandoleros, que, a pesar de estar bastante disminuidas, continuaban inmersas en actos criminales.

    Por ejemplo, el 4 de septiembre de 1962, la Quinta Brigada del Ejército perdió un hombre y tres heridos, en un vano intento para capturar a Efraín González en Santander. Carece de fundamento, la noción popularizada por algunos escritores, como monseñor Guzmán, en el sentido de que González sólo robaba a los ricos para ayudar a los pobres.

    Por el contrario, existe evidencia de presiones políticas y regionales sobre el Ejército, para capturar o dar muerte a Efraín González y a otros bandoleros, antes de que los campesinos iniciaran acciones armadas por su cuenta, en una nueva versión de violencia civil.

    Pero a finales del año 1962, la publicación del libro titulad La Violencia en Colombia escrito por Germán Guzmán, Orlando Fals Borda y Eduardo Umaña Luna, produjo tal impacto, que fue multiplicado por los medios de comunicación.

    Excepto por el hecho de que el libro, vendido en considerable cantidad durante octubre y noviembre, hizo mucho hincapié en ubicar al partido conservador como agente instigador de la violencia, fue como un aliento de honestidad al encarar abiertamente un asunto, hasta entonces inmencionable.

    Esta obra constituyó una catarsis social que demostró para quien quisiese investigar honestamente el problema, que la gran vergüenza nacional, tenía un carácter mucho más grave del que hasta entonces se había creído. Más aún, ridiculizó la noción sectaria de que un grupo aislado, en algún lugar remoto, podría ser culpable.

    El mensaje planteaba en su conjunto que Colombia era responsable de la violencia. En el torrente de recriminaciones y ataques que se precipitó de inmediato, los detalles se perfeccionaron, pero el hecho concreto permaneció inalterable: todos los ciudadanos eran culpables en sentido negativo o positivo.

    Un día después de la posesión del presidente Guillermo León Valencia, el 8 de agosto de 1962, ansioso de protagonismo personal, el teniente coronel Álvaro Valencia Tovar, entregó al senador Darío Marín Vanegas del Partido Conservador, copia de un estudio, de carácter confidencial que le había encargado el general Ruiz Novoa acerca del mencionado libro.

    El análisis conceptuaba que el Ejército había sido criticado con justicia en varios aspectos y que era urgente adelantar una revisión a fondo en sus operaciones, y por extensión, purificar la imagen institucional.

    La violencia tripartidista era un problema político y socioeconómico de amplio espectro, que requería un gran esfuerzo nacional para hallar solución integral a la misma. Pero un hecho tan obvio, era algo que los conservadores de la vieja guardia se negaban siquiera a considerar.

    El senador por Caldas Darío Marín Vanegas convocó a un influyente grupo de su partido y, el 31 de octubre de 1962, en sesión secreta del senado, solicitada por él, pidió la destitución del general Ruiz Novoa.

    La sesión prosiguió el 4 de noviembre, en términos aún más encendidos. La recomendación de que el controvertido libro sobre la violencia se usara como texto de análisis para los oficiales del Ejército, era para el senador Marín, una acción política y una indiscreción imperdonable.

    Con los periódicos empeñados en un ardoroso duelo de acusaciones y contraacusaciones sobre quién había instigado la violencia, el general Ruiz Novoa fue citado ante el Senado por los conservadores que deseaban sacarlo del ministerio de Guerra.

    En lugar de defenderse, el general Ruiz Novoa se lanzó al ataque, describiendo hechos verídicos ocurridos el 31 de enero de 1960, cuando el senador Marín Vanegas se entrevistó con una cuadrilla de bandoleros en Barbosa (Santander), con el fin de liberar un asesino convicto, como parte de su campaña política para el congreso.

    Durante los meses de noviembre y diciembre de 1962, los principales periódicos y figuras políticas participaron en un encendido debate de fuegos cruzados, que por otra parte demostró una vez más, en forma contundente, la clásica impotencia del militar para actuar apolíticamente, cuando los políticos civiles insisten en politizar las Fuerzas Armadas.

    Pero el general Ruiz Novoa estaba empoderado porque en 1962 las Fuerzas Armadas habían eliminado a 388 bandoleros, miembros de 75 cuadrillas activas, cifra que indicaba que la violencia tripartidista había disminuido casi una tercera parte, respecto al año anterior.

    De la cifra de víctimas de la violencia tripartidista en 1962, 103 eran militares. A medida que los programas de acción cívica y las tácticas adecuadas se aplicaron con más decidido acento, los bandoleros comenzaron a caer en cifras cada día más considerables.

    Durante los meses de marzo y abril de 1963, el progreso en los programas de acción civil fue notorio. El general Ruiz Novoa se convirtió en una especie de héroe en los círculos gubernamentales del hemisferio, países donde el contenido de la subversión armada, era concomitante con el forcejeo de los poderes políticos entre Cuba, China, la Unión Soviética y Estados Unidos.

    Paralelamente con las actividades militares se realizaban logros importantes de la acción cívica. Se construyó una carretera desde Ataco (Tolima) hasta Palmira (Valle) y otra desde Chaparral hasta Gaitania, en las zonas del sur del Tolima castigadas por la violencia comunista.

    Estos esfuerzos comunitarios representaron más de 75 millas de doble vía en afirmado de gravilla, en zonas sujetas a permanentes incursiones de bandoleros tripartidistas, con dos batallones de ingenieros militares, que totalizaron 1.500 hombres, incluidos algunos elementos de refuerzo.

    Otro batallón de ingenieros reparó deterioros en vías existentes, a lo largo de 600 millas en los departamentos de Santander, Caldas, Valle y Boyacá. Ambos proyectos recibieron ayuda económica de los Estados Unidos por medio de la Agencia para el Desarrollo Internacional (AID).

    Estas actividades figuraron entre los pocos puntos brillantes sobre el sombrío horizonte nacional en 1963, en medio de perspectivas económicas deprimentes, aptas para demostrar que Valencia no podía equiparar el hábil liderazgo que la situación requería.

    También fue evidente en 1963 que, desde el punto de vista demográfico, Colombia se convertía en una nación urbanizada, con más de la mitad de sus habitantes concentrada en ciudades y pueblos. Esta mutación produjo un cambio en los patrones de actividad criminal.

    Aún con ciertos márgenes de elasticidad en el análisis de estadísticas imperfectas para la obtención y proceso de datos, algo así como el 53.3% de reos convictos en 1954, eran de extracción rural.

    Habida cuenta de que el delincuente campesino contaba con medios de defensa más restringidos y que, por ende, el porcentaje de condenas era más alto, no es menos evidente que un número considerable de delitos cometidos en los campos, no llegó a conocimiento de las autoridades, lo que permite reafirmar que más de la mitad de los crímenes por violencia fueron cometidos por ciudadanos del sector rural. Pero una década más tarde, la situación cambió radicalmente.

    Las Fuerzas Armadas perdieron 58 hombres a causa de la violencia tripartidista en 1963, cifra sorprendentemente baja si se compara con la envergadura de las operaciones emprendidas. Cerca de 460 bandoleros de todo tipo fueron abatidos y, por primera vez desde 1946, el número total de seres humanos muertos en la violencia no alcanzó a los 2.000.

    Mientras el Ejército contaba para ese entonces con 40.000 hombres y las facultades presidenciales para dirigir las campañas militares habían sido aumentadas por el Congreso, el número total de criminales armados en los campos se había reducido a mil. En tales condiciones, el final del sangriento drama se hallaba a la vista.

    1964 registró dos ofensivas mayores por parte de las Fuerzas Armadas, en su esfuerzo por erradicar la violencia tripartidista, y un serio embrollo en las relaciones civiles-militares, el cual fue consecuencia directa.

    En términos generales, el Plan Lazo funcionó con altos estándares de eficiencia en la parte correspondiente a las Fuerzas Militares y a la acción cívico militar a nivel táctico. Aunque Colombia fue prácticamente pacificada en los actuales departamentos de Caldas, Quindío y Risaralda que para la época se denominaban solamente Caldas, y en el Norte del actual departamento del Valle, por falta de comprometimiento a largo plazo de las dirigencias políticas nacionales, departamentales y municipales, en otros territorios sobrevivieron las guerrillas de Tirofijo y las de otros bandoleros dirigidos por el Partido Comunista, cuya tarea era crear repúblicas independientes controladas por regímenes de terror marxistas-leninistas, paralelos al Estado vigente.

    De manera simultánea con la contundente acción militar integrada al Plan Lazo contra las pandillas de chusmeros de los partidos liberal, comunista y conservador, el general Alberto Ruiz Novoa expresó en diferentes escenarios académicos, sociales y políticos incluidos el Congreso de la República, verdades que causaban escozor entre los dirigentes políticos de los tres partidos, únicos dueños del prolongado desangre, a partir de la denominada primera violencia (1949-1953).

    Estructurado con amplia información humanista, lector consumado, investigador de fenómenos sociopolíticos internos, historiador y trabajador incansable, Ruiz Novoa interpretaba con creces, tanto la visión geopolítica de Eisenhower, Kennedy y Johnson para el hemisferio, como la ambición expansiva de Nikita Krushev desde el Kremlin hacia Latinoamérica, o la riesgosa posición prosoviética de Nehru en India.

    E insistía en público y en privado, que la única forma de bloquear la creciente infiltración del comunismo en Colombia y el resto del hemisferio, era solucionado los problemas sociales, con el fin de que los guerrilleros izquierdistas no tuvieran caldos de cultivo para reclutar nuevos combatientes, y, para que los campesinos y pobladores urbanos no les brindaran apoyo logístico.

    Asimismo, Ruiz Novoa había leído los textos de Mao Tse-tung y estudiado los logros que en Filipinas había obtenido el general Ramón Magsaysay a partir de su estrategia contraguerrillera, aquella que había destacado una y otra vez en sus discursos y en la práctica militar, señalando la necesidad de quitarle el agua al pez, ya que la guerrilla se movía entre la población como pez en el agua.

    Por otra parte, el general Alberto Ruiz Novoa había estudiado en detalle las reflexiones y propuestas del economista y obispo francés Marcel Lebret, para solucionar la pobreza y la violencia el continente. Sin duda, por su aguda percepción pragmática y académica de Colombia, Ruiz Novoa intuía hacia donde se enrumbaba la sempiterna crisis sociopolítica interna.

    En el ámbito político nacional e internacional, el general Ruiz Novoa era una figura pública con fulgurante estrella profesional, pues sumado a sus conocimientos de historia, geopolítica, estrategia militar y sociología, era experto en el manejo de finanzas públicas y privadas. Además de haberse titulado como Administrador de Empresas en Chile, haber ejercido como Contralor General de la República, casi un lustro durante el gobierno militar de Rojas Pinilla y la Junta de oficiales de insignia que lo sucedió en el cargo.

    Por supuesto, el general Alberto Ruiz Novoa era el oficial con mejor bagaje académico profesional dentro de las Fuerzas Militares colombianas, por ende, el de mejor perfil, para dirigir el Ministerio de Guerra en 1962.

    En su brillante hoja de vida aparecían los honrosos cargos de comandante del batallón Colombia en la Guerra de Corea (1952-1953) y distinguido alumno del Curso de Estado Mayor en Chile, durante cuatro años (1946-1950).

    Respaldado por su liderazgo innato y su brillante hoja de vida, el 7 de agosto de 1962 Ruiz Novoa recibió el cargo de ministro de Guerra, para acompañar desde esa cartera el gobierno del recién elegido presidente conservador Guillermo León Valencia.

    Para la convulsa época en que los estudiantes de las universidades y los sindicatos infiltrados por el Partido Comunista, generaban una dinámica alterna frente al complejo acuerdo del Frente Nacional (1958-1974), un ministro de guerra inteligente, audaz, con carisma y credibilidad total en el país, encarnaba una amenaza para corruptos politiqueros tradicionales, que además de estar temerosos porque se repitiera la experiencia del golpe de opinión de Rojas Pinilla una década antes; temían ser opacados por militares más disciplinados y más patriotas que ellos; pero sobre todo que si ascendía un gobierno militar, los corruptos politiqueros perdían la gallina de los huevos de oro, para seguir desangrando a sus expensas el tesoro público y colocando sus roscas políticas en la nómina oficial.

    La situación se tornó tensa. Algunos medios de comunicación plantearon la posibilidad de que Ruiz Novoa pudiera ser presidente de Colombia, para que con su patriotismo, su profundo conocimiento del ADN del pueblo colombiano, su indiscutible liderazgo militar, su carácter fuerte y su inagotable laboriosidad, enrumbara al país con una administración que articulara los objetivos nacionales y concitara concertaciones políticas con todas las posiciones ideológicas; es decir, que evitara las eternas polarizaciones fanatizadas, y para que redujera los índices de pobreza, utilizados como caldo de cultivo por los comunistas, para desatar la guerra revolucionaria contra Colombia.

    Como es natural de suponer, el presidente Guillermo León Valencia Muñoz y los directorios políticos de los tres partidos padrinos de la violencia de la época, urdieron la necesidad de sacarlo del camino, como suele ocurrir en todos los escenarios, cuando los mediocres tienen autoridad y ven que un funcionario público con carisma y liderazgo, es más capaz que ellos.

    Pero para desgracia de Colombia y como vergonzosa mácula histórica para las Fuerzas Militares, los temerosos politiqueros no tuvieron que hacer mucho esfuerzo para deshacerse del general Ruiz Novoa, pues la envidia que en Colombia mata más personas que los infartos, hizo metástasis.

    A raíz de un paro nacional al que Ruiz Novoa se oponía sacar las tropas a la calle para reprimirlo, en el mismo momento que aparecieron unos afiches y volantes en las calles de Bogotá candidatizando al ministro de Guerra como próximo inquilino de la Casa de Nariño, el entonces comandante General de las Fuerzas Militares, general Gabriel Revéiz Pizarro, urdió una deslealtad con otros oficiales de insignia.

    En pocos días generaron rumores de un inexistente golpe de cuartel encabezado por Ruiz Novoa. Esto provocó una inconveniente fractura institucional, y mediante ese malintencionado argumento Ruiz Novoa salió del ministerio de Guerra, para que los conjurados ocuparan altos cargos castrenses que, por méritos personales, quizás no hubieran conseguido.

    Con la caballerosidad y temple de los grandes soldados, Ruiz Novoa nunca quiso destapar en público esta realidad, pues su corazón militar estaba con la patria, con su Ejército y sobre todo por su convicción personal, de que la historia será implacable al poner los hechos en claro.

    Producto de esa componenda urdida en el alto mando militar de la época, el presidente Guillermo León Valencia quien no era paradigma de virtudes, salió fortalecido, los politiqueros de los tres partidos se posicionaron más fuerte, y naturalmente, jamás respondieron por la violencia que atizaban.

    Las intrigas hicieron carrera en algunas situaciones posteriores entre generales del alto mando, como sucedió con el cuestionado presidente Belisario Betancur para sacar del camino al general Fernando Landazábal Reyes, o cuando el indigno presidente Ernesto Samper Pizano, retiró del mando al general Harold Bedoya Pizarro; casos concretos en los que se repitió la tesis de supuestos rumores de sables, para que subalternos inmediatos e intrigantes cercanos a los mandatarios, llegarán a posiciones de alto comando.

    ***

    En esencia, el general Alberto Ruiz Novoa sustentaba que en la complejidad sociopolítica colombiana las Fuerzas Armadas debían actuar al servicio del pueblo mediante la acción cívico-militar, algo así como una «tercera posición» que contribuiría a eliminar las causas que facilitaban la propaganda y la doctrina comunistas.

    Según Ruiz Novoa, a las Fuerzas Militares y de Policía, les correspondía el papel de vanguardia para ayudar a la conquista de la libertad económica, papel adicional que, en algunos países subdesarrollados, les atribuyeron algunos dirigentes políticos y economistas. La amplia defensa de la «tercera posición» para los policías y militares, se dirigía a asuntos medulares con base en las conclusiones de análisis sociales, políticos y económicos sobre la violencia.

    Así, el general Ruiz Novoa introdujo el Plan Lazo mediante la renovadora estrategia político-militar contrainsurgente, pues durante la administración anterior el presidente Alberto Lleras Camargo, no alcanzó a ser informado de su contenido, aunque, aseguró varias veces Ruiz Novoa:

    "Dos meses antes de terminar el mandato del doctor Lleras Camargo, lo presenté al general Villamizar Flórez en el Comando General de las Fuerzas Militares, pero el plan me fue devuelto sin aprobación. Pero, estoy seguro de que si el presidente lo hubiera conocido lo habría aprobado..."

    Ya como ministro de Guerra durante el gobierno de Guillermo León Valencia Muñoz, el general Ruiz Novoa tenía el poder a su disposición, para que el Plan Lazo fuera una realidad. La presentación formal para aprobación del mencionado plan sucedió el 27 de agosto de 1962, durante la sesión del nuevo consejo de ministros encabezado por el presidente.

    El nombre Lazo fue ideado por Ruiz Novoa, pero la elaboración fue tarea conjunta con el Estado Mayor del Ejército entre quienes estaban los coroneles José María Rivas Forero, Jorge Robledo Pulido, así como los mayores Fernando Landazábal y Silvio Carvajal.

    La denominación lazo establecía un símil entre el vaquero que lanza la soga sobre los cachos de un bovino, lo amarra y lo conduce al botalón, o al corral, o a otro potrero. El nudo corredizo se cierra e impide el movimiento del animal atrapado y lo somete a la voluntad del ganadero. Bajo el mismo concepto se pretendía maniatar a los bandoleros, e impedirles que se movieran a sus anchas dentro de la población civil.

    Como en todas las épocas de la historia republicana en 1962, había algunas de las dificultades de las Fuerzas Militares para combatir a los grupos armados de la violencia tripartidista, mediante la aplicación del Plan Lazo.

    El primer escollo era el número de efectivos. Por marcado desconocimiento de la necesidad de fortalecer la seguridad nacional, en amplios sectores del gobierno Valencia, se pretendió disminuir en diez mil hombres a todas las Fuerzas Armadas, pero el ministro de Guerra sostuvo con cifras y argumentos claros, que, con los 42.000 efectivos de las cuatro Fuerzas desplegados a lo largo y ancho del país, apenas se podía mantener el orden público.

    El segundo escollo, era el crónico déficit presupuestal. Ruiz Novoa calculó en agosto de 1962 que la cifra llegaba a los 53 millones de pesos, estimativo que para 1965 se proyectaba en cerca de 300 millones.

    El tercer escollo era la debilidad orgánica de las Fuerzas Militares. El ministro de Guerra informaba que parte de los efectivos estaban destinados a tareas policiales; que la Fuerza Aérea no tenía capacidad de combate sino de transporte y que fenómeno similar acontecía en la Armada, la que, además, estaba en condiciones de inferioridad en relación con los países vecinos.

    El cuarto escollo era la desconfianza en torno a la acción cívico-militar, tanto en los sectores dirigentes civiles regionales, como en algunos oficiales del Ejército. Según Alfredo Araújo Grau, ministro de Comunicaciones, en ese momento histórico, en el departamento del Tolima había un consenso unánime de que la acción cívica era contraproducente. Dentro del Ejército, la divergencia provenía de la escuela tradicional o profesionalizante

    En términos generales, algunos oficiales que querían un rol más limitado de sus funciones y labores profesionales, suponían que la expansión de la acción cívica apoyada por el Programa de Asistencia Militar estadounidense y no por el Congreso colombiano, podría involucrar el prestigio de las Fuerzas Armadas y hasta suspender los programas estrictamente militares.

    Aunque el Plan Lazo fue aprobado por el gobierno Valencia a finales de agosto de 1962, es preciso aclarar, que desde 1961 se había creado el Destacamento Operacional del Quindío, organización que a su vez reemplazó a la Jefatura Civil y Militar del Quindío, creada en 1957 con el fin de contrarrestar la violencia que se registraba en las dos vertientes de la cordillera central, desde el Tolima hasta el Valle del Cauca, pasando por Caldas, que en ese entonces comprendía los actuales departamentos de Quindío y Risaralda.

    Uno de los documentos guías para la formulación del Plan Lazo, fue el Manual FM 35-15, publicado por el Comando General de las Fuerzas Militares en 1961, en el cual se definió la acción cívico-militar como:

    Cualquier acción llevada a cabo por la fuerza militar que utiliza mano de obra militar y recursos materiales en cooperación con las autoridades civiles, organismos o grupos, que está diseñado para asegurar el mejoramiento económico o social de la comunidad civil.

    Esta idea, concebida por el general Alberto Ruiz Novoa a comienzos de 1959 cuando ocupaba el cargo de jefe de Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Militares, se refleja en su concepción personal acerca de la forma integral de contrarrestar la violencia tripartidista, que asediaba la paz en Colombia:

    Ahora, un problema socio-sindicalista está emergiendo, el cual reivindica medios especiales para los que no son adecuados el uso de las Fuerzas Armadas como tal, sino la planificación y ejecución de acciones conjuntas, que hará que la violencia actual desaparezca y remediar la situación actual del pueblo, convenciéndolos que no hay necesidad de llegar a la revolución para obtener ganancias [...] de todo esto se puede concluir que la responsabilidad de la acción contra la violencia no puede descansar en las Fuerzas Armadas. Medios políticos, sociales, económicos, morales y de promoción deben ser contempladas antes que medidas militares, con el fin de crear una verdadera política de defensa por el Estado en su interior

    Aprobado el Plan Lazo, el 1 de septiembre de 1962, el ministerio de Guerra creó la Octava Brigada, unidad operativa en la que, hasta esa fecha, convergían las jurisdicciones de tres brigadas: la Tercera, la Cuarta y la Sexta.

    Es preciso aclarar que las acciones relacionadas con el Plan Lazo, comenzaron en julio de 1962, mediante la implementación de algunas tareas previas, tales como acciones cívico-militares en zonas rurales afectadas por alta presencia de los bandoleros; cursos de entrenamiento de contraguerrillas con énfasis en grupos de inteligencia y localización (GIL); creación de comités de coordinación cívico-militar e iniciación del adoctrinamiento; selección y organización de las autodefensas campesinas reguladas por el Estado; organización y entrenamiento de los equipos móviles de inteligencia y operaciones sicológicas; organización y entrenamiento de los equipos de localización y de los centros conjuntos de operaciones en los batallones; creación de la Compañía Flecha y de la Compañía Arpón.

    En ese entorno de complejidad política y de violencia tripartidista, a comienzos de 1962 la Sexta Brigada del Ejército realizó la primera operación contra las guerrillas comunistas en Marquetalia, donde Pedro Antonio Marín alias Tirofijo y los dirigentes comunistas habían instalado desde 1952, un extenso fortín de bandoleros armados y con capacidad de confrontar militarmente contra el Estado colombiano.

    De inmediato el Partido Comunista y sus cómplices en el Movimiento Revolucionario Liberal (MRL) encabezado por Alfonso López Michelsen, aseguraron que era un movimiento de autodefensa de esa zona, que utilizaba tácticas de guerrillas.

    En términos concretos el desarrollo del Plan Lazo se concibió e implementó en cinco fases:

    1) Acciones preparatorias, del 1 al 30 de junio de 1962.

    2) Inicio de la ejecución, del 1 al 14 de julio de 1962;

    3) Ofensiva, del 15 de julio al 30 de septiembre de 1962;

    4) Destrucción de las cuadrillas de bandoleros, del 1 al 31 de octubre de 1962, y

    5) Reconstrucción, del 1 de noviembre de 1962 al 30 de marzo de 1963.

    Durante la primera fase, iniciaron los programas de acción cívico-militar, de importancia tan compleja como las operaciones militares.

    Durante la segunda fase inició el entrenamiento de unidades civiles de autodefensa, con miras a que en durante la quinta fase, estas unidades de civiles armados, entrenados y controlados por el Estado colombiano, mantuvieran su organización, para eventual empleo en siniestros naturales, programas de acción civil o acción comunal, además de la posesión de las armas de fuego para enfrentar emergencias militares, por resurgimiento o presencia de bandoleros en la región.

    Como se infiere de los documentos históricos, y con base en la experiencia acumulada por el batallón Colombia en operaciones de contraguerrillas en 1961 en el ya conflictivo departamento de Tolima, el Plan Lazo conformó cinco nuevas estructuras adiestradas en tácticas, técnicas y maniobras de contraguerrilla dentro de las Fuerzas Militares:

    1) Grupos de localización, integrados por dos a ocho hombres por cada unidad táctica, entrenados para infiltrarse en las áreas de operaciones y ubicar las cuadrillas de bandoleros.

    2) Grupos móviles de inteligencia, base para la creación de la Red de Inteligencia

    3) Unidades civiles de autodefensa;

    4) Comités de coordinación civil-militar, y

    5) Equipos de operaciones sicológicas

    Para complementar la estructura administrativa y operacional del Plan Lazo, por medio del decreto 1381 del 24 de junio de 1963, fue creado el Comité Nacional de Acción Cívico-Militar, integrado por los ministros de Guerra, Agricultura, Obras Públicas, Educación y Salud, así como por organismos oficiales y privados y personal civil. De manera simultánea, fue activado el Batallón de Inteligencia y Contrainteligencia.

    En la evaluación que hizo el ministro de Guerra del primer año de ejecución del Plan

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