Los enigmas tras la ejecución de JOSÉ ANTONIO
A partir de que sacaran de su celda al reo, aquel 20 de noviembre de 1936 –se sabe que fue de buena mañana, aunque no la hora exacta–, existen más enigmas que certezas. Narran los testigos que el preso, un tipo bien parecido vestido con mono azul, se despidió de su familia y salió al patio de la prisión de Alicante. Sereno, preguntó quién estaba al mando. Se adelantó un miliciano. “Como siempre que se fusila se derrama sangre, quisiera que se hiciera desaparecer la que yo vierta, para que mi hermano no la vea”, pidió. Y añadió: “¿Son ustedes buenos tiradores?”. Cuando los miembros del piquete asintieron, se quitó la chaqueta, la arrojó a un lado y dijo con firmeza una sola palabra: “¡Venga!”.
Le ofrecieron un paño para vendarse los ojos, pero lo rechazó. Segundos después, el clac metálico de ocho fusiles resonó una y otra vez en Alicante. Parece ser que no hubo señal de fuego, cada uno disparó a su aire. “José Antonio recibió la descarga en las piernas; no le tiraron al corazón ni a la cabeza. Lo querían primero en el suelo, revolcándose de dolor. Pero no lanzó un quejido”, escribió un empresario que dijo haber presenciado el suceso. Existe mucha controversia sobre quién fue el miliciano que le dio el tiro de gracia: otro enigma más. Lo más extendido es que el sargento que mandaba el piquete le remató con su pistola. El resto está más claro.
Estás leyendo una previsualización, suscríbete para leer más.
Comienza tus 30 días gratuitos