Gonzalo Queipo de Llano estuvo involucrado en la mayoría de las conspiraciones militares españolas del siglo xx. Apoyó el golpe de Estado de Miguel Primo de Rivera, participó en el fracasado levantamiento contra este en 1926 (la Sanjuanada), conspiró luego contra la dictadura en favor de la República, se unió más adelante al alzamiento para derrocarla… Arrogante, volátil y con un marcado carácter narcisista, el general se movía más por resentimiento que por ideales, por interés personal que por lealtad institucional. Igual podía afirmar con rotundidad que era “republicano y demócrata”, tras fundar la Asociación Militar Republicana en 1930, que un “fervientemente monárquico”, como confesó en una carta a Francisco Franco dos décadas después. Ningún mandatario se fio totalmente de él. Ni Primo de Rivera, que había sido su amigo (Queipo actuó de padrino suyo durante el duelo a espada que le enfrentó en 1906 al diputado republicano Rodrigo Soriano), ni el presidente del gobierno Manuel Azaña, quien le consideraba “de una ligereza e indiscreción notables”, ni mucho menos Franco, que le veía como a un rival y un traidor por su oposición a la monarquía, y no tardó en librarse de él tras la guerra, enviándolo de misión militar a Roma.
Exageradamente orgulloso e irascible, Queipo solía dirimir sus diferencias por medio de la violencia física y verbal. Con un desmedido sentido de su importancia, tenía tendencia a enfrentarse a sus superiores en los peores términos. Por ejemplo, en 1930 desafió a batirse en duelo a Primo de Rivera (“conmigo no se ha atrevido nadie”, le escribió en una carta), se peleó a puñetazos días después con el