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La trama
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Libro electrónico271 páginas5 horas

La trama

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Información de este libro electrónico

Un romance poco convencional entre dos inadaptados unidos por el amor y la venganza.
Con solo dieciocho años, Yoko Hirano se convierte en víctima de una organización de tráfico de personas y se ve forzada a vivir una pesadilla. La joven japonesa consigue escapar y, desde entonces, centra sus esfuerzos en una venganza que busca salvar a otras chicas del mismo destino.
Cuatro años más tarde conoce a Mark Chandler, un exitoso anticuario y, además, el único hombre que la ha tratado como a una verdadera mujer. Aunque sus sentimientos hacia él son nuevos y desgarradores, el gran plan de Yoko no incluía enamorarse y un hombre como Mark nunca la querría si descubriera su pasado. Lo que ella no sabe es que él tiene sus propios secretos.
Mark nunca pensó que podría perder la cabeza por una mujer, pero los ojos embrujados de su hermosa empleada lo llenan de deseo y ternura. Cuando se entera de lo que le ha ocurrido, no pone límites a su venganza. Tampoco a su decisión de ayudarla a sanar y a descubrir el amor.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento14 jun 2021
ISBN9781005586621
La trama
Autor

Melinda De Ross

Melinda De Ross is a USA Today bestselling author of multi-genre fiction novels. A prolific writer, she weaves humorous romance and tension-filled thrillers with the same enthusiasm. While she's a law graduate and professional target shooter, she prefers to spend her days spinning tales for her readers. In her downtime, she'd rather read or watch a classic movie than go to a noisy club. She loves to hear from readers, so if you have a question or want to learn more about her books, visit her website: MelindaDeRoss.com

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    La trama - Melinda De Ross

    LA TRAMA

    Melinda De Ross

    La trama

    Copyright © 2021 Melinda De Ross

    Diseño de portada: CoveredByMelinda.com

    Traducido por: Lissette María Sánchez Chávez

    Editado por: Elena Nazco Mora

    TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS: Esta obra literaria no puede ser reproducida o transmitida en ningún formato ni por ningún medio, incluyendo su reproducción electrónica o fotográfica, total o parcial, sin autorización expresa por escrito. Todos los personajes y eventos de este libro son ficticios. Cualquier parecido con personas o hechos es estrictamente casual.

    Capítulo uno

    Al cliente de esa noche le gustaba el sexo duro. James seguía siendo uno de sus favoritos, pues tenía un pene pequeño, casi inofensivo, y poca resistencia cuando se trataba de sexo. Así que Yoko gimió con falso entusiasmo, sabiendo exactamente qué hacer para que todo terminara rápidamente. No tomó más de dos minutos, enseguida le dedicó una sonrisa falsa y halagó su rendimiento. En su mente ya se había librado de él.

    Cuando estuvo sola, se metió a la ducha e intentó desaparecer de su cuerpo cada marca que le recordara a aquella noche. Se convenció de que no había razón para sentirse sucia. Era solo un trabajo. Uno que pagaba las cuentas y abría el camino hacia el futuro. Pero no importaba qué se dijera a sí misma: ser prostituta no era una profesión común y corriente. Mientras restregaba su cuerpo, luchaba por desprenderse de la sensación de asco, y su mente regresaba cuatro años atrás, al momento en que todo había empezado a salir mal.

    En aquel tiempo solo era una joven de dieciocho años llena de ambiciones y atraída hacia Estados Unidos por la promesa de un trabajo bien pagado. Su familia se emocionó al saber que Otsu, la hija del vecino, había obtenido un empleo como niñera en Nueva York. Cuando Yoko se interesó por los detalles, Otsu le presentó a Wu Chen, quien representaba una agencia de empleo internacional.

    Chen prometía encontrarle un trabajo en un asilo de ancianos o como ama de llaves. No era el futuro que soñaba, pero estuvo de acuerdo. Llegar a Estados Unidos sería el primer paso, y el salario prometido y la oportunidad de ayudar a su familia la hicieron entusiasmarse sobre la vida que podría tener en América si se esforzaba lo suficiente.

    Recién graduadas de la preparatoria, sin planes inmediatos para el futuro, ella y Otsu veían esta oportunidad como un regalo de Buda. El tiempo demostraría lo equivocadas que estaban.

    Sus padres las despidieron con los ojos llorosos luego de que firmaran lo que parecían ser contratos laborales y solicitudes de visa. Abandonaron su pueblo y se dirigieron hacia el aeropuerto de Tokio acompañadas por Chen. Esa fue la última vez que vieron a sus padres. Chen solo les había prometido mentiras.

    Cuando llegaron a Nueva York fueron recibidos por dos estadounidenses. Yoko estaba demasiado absorta y fascinada con todo lo nuevo que veía a su alrededor, y con la aventura que el viaje suponía, para notar que algo no iba bien. Luego de conducir durante una hora llegaron a una casa de dos plantas, hecha enteramente de ladrillos rojos y ubicada en una zona bastante apartada. Allí comenzó la pesadilla.

    Han venido a trabajar para mí —dijo Wu Chen, mientras sonreía con una mirada lasciva y la voz áspera como un gruñido.

    —Por desgracia, no habrán niños o casas que cuidar. Ustedes vienen a divertir a los hombres.

    —¿Qué quieres decir? —dijo Yoko, mientras Otsu se aferraba a ella, temblando.

    —Van a ser putas y harán exclusivamente lo que los clientes digan.

    —¡No! —gritó ella—, no puedes obligarnos a hacer eso.

    —Claro que puedo, y les diré lo que ocurrirá si intentan huir o van a la policía.

    Les fueron arrebatados sus documentos y, como ninguna de las dos lograba articular más de dos palabras en inglés, las amenazas de ser degolladas o encarceladas como inmigrantes ilegales fueron efectivas. Luego les explicó detalladamente cómo torturaría y mataría a cada uno de sus familiares si no cooperaban. Las chicas lloraron, gritaron y amenazaron con suicidarse, pero finalmente cedieron. ¿Qué otra opción tenían?

    Otsu eventualmente comenzó a ingerir las drogas que Chen le ofrecía como una forma de alejarse de todo aquello; Yoko, sin embargo, se negaba a tomarlas. La esperanza de poder escapar y vengarse la ayudaba a mantenerse en pie.

    Un año después, el propio Chen cometía su primer error y le proporcionaba parte de la venganza que ansiaba. El cabrón había engañado al traficante que le suministraba las drogas: el hombre irrumpió en la casa furioso, maldiciendo e insultando a Chen, gritando que se lo haría pagar.

    Al primer ruido de la discusión Yoko agarró a Otsu del brazo y la arrastró hasta el sótano. Permanecieron allí hasta que el silencio en la casa se hizo sepulcral. Al subir las escaleras encontraron una masacre. Yoko se detuvo junto al cuerpo de Chen, quería escupirle a la cara, pero sabía que no debía hacerlo. Cualquier evidencia podría condenarlas; así que recogieron sus cosas tan rápido como pudieron y registraron a fondo cada habitación. Lograron encontrar no solo sus documentos, pasaportes y visados falsos, sino una considerable cantidad de dinero que podría ayudarlas a dejar esa vida atrás. Borraron sus rastros lo mejor que pudieron y se alejaron en el coche creyendo que eran libres finalmente.

    El agua fría le aliviaba el cuerpo. Yoko salió de la ducha y se envolvió en el albornoz. Deshizo la cama con impaciencia y colocó las sábanas sucias en el cesto. Con la habitación limpia de nuevo, apagó las luces y avanzó hasta el dormitorio, se metió en la cama una vez más y sacó uno de sus libros. En unas semanas, se graduaría y haría sus exámenes de Certificación de Contaduría Pública; y entonces, no más hombres sudorosos, obesos y frustrados en su cama. El tiempo de vender su cuerpo y su orgullo estaba a punto de acabarse. Tenía grandes planes para su futuro y sentía que nadie podría detenerla.

    La despertó el ruido del teléfono. Con los ojos somnolientos y la garganta seca levantó el auricular.

    ¿Hola?

    ¡Buenos días, cariño! contestó Otsu con voz más alegre de lo habitual. ¿Estás durmiendo aún?

    Ya no.

    Bueno, son casi las diez. ¿No tenías seminario hoy?

    Sí, a las cuatro respondió Yoko intentando contener un bostezo. Podría haber dormido hasta entonces. ¿Qué pasa?

    ¡Tengo una noticia fantástica! He solicitado un trabajo en un salón de belleza de lujo y dicen que quieren entrevistarme. ¿No es genial?

    Es maravilloso.

    Ambas habían elegido caminos diferentes pero seguían en contacto. Otsu había comenzado unos cursos universitarios de arte, pero los había abandonado al poco tiempo de empezarlos. Luego había aceptado un trabajo como camarera, pues sin importar lo que tuviera que hacer, no pensaba volver a ser una puta. El salario no era demasiado bueno, pero era feliz y eso era lo único que importaba. Yoko, por el contrario, decidida a terminar su carrera, había conservado a algunos de sus clientes. Vender su cuerpo era más rentable que vender bebidas.

    Los tiempos eran difíciles para Otsu. El año anterior, Yoko le había prestado dinero para inscribirse en un curso de peluquería con la esperanza de que encontrara un mejor trabajo. Esperaba que la confianza de su amiga en sí misma le trajera algo de buena suerte.

    No te emociones demasiado hasta que consigas el trabajo le dijo con su habitual pesimismo.

    Este va a salir bien. Ya lo verás. Paga el doble de lo que gano aquí en el restaurante dijo con la esperanza de convencerse a sí misma. Estoy dispuesta a todo para conseguir ese trabajo.

    Cruzaré los dedos Yoko se estiró en la cama. Ya que me despertaste, podría levantarme e ir por un café. Nos vemos en una hora.

    Colgó, se dirigió a la ducha y se quedó inmóvil bajo el chorro de agua caliente hasta sentir que su cabeza se despejaba. Después de ponerse unos jeans y una camiseta negra se cepilló el cabello oscuro dejándolo suelto a lo largo de su espalda y aplicó bálsamo para los labios. Ese era todo el maquillaje que utilizaba durante el día. Bastante tenía con pintarse la cara en la noche para sus clientes. Le gustaba su aspecto así: fresco, inocente y despreocupado.

    Estudió su rostro en el espejo. A pesar de lo mal que lo había pasado, no parecía tener veintidós años. Su piel amarilla pálida, casi blanca si se miraba bajo unas luces, se conservaba impecable. Su nariz era pequeña y delicada, un rasgo propio de muchas mujeres asiáticas. Su boca era suave y seductora, sus labios llenos y bien definidos. Parecían hechos para besar.

    «La boca de una puta», le diría Chen. ¿Tendría razón? ¿Era eso lo que le había gustado la primera vez que se vieron? ¿Era realmente esta la vida para la que había nacido? Bajo su experta tutela, había perfeccionado su oficio hasta convertirse en lo que era ahora: una prostituta de lujo con una clientela exclusiva.

    Una geisha, así es como se conoce a las mujeres como ella en Japón. Pero las geishas eran mucho más que putas. Estaban educadas para ser cortesanas elegantes, mujeres refinadas y femeninas. Irresistibles a los hombres. No se les faltaba al respeto, ni se les degradaba como en este país, sino que se las consideraba excelsas damas de compañía.

    No. Esto no podía ser a lo que estaba destinada. Ella tenía potencial y lo sabía. Pronto haría algo por sí misma y no tendría que volver a venderse para sustentarse.

    La mirada en el espejo se tornó áspera. No le había contado a nadie, ni siquiera a Otsu, el alcance de sus planes. Se convertiría en una excelente contable, una de las mejores; y seguiría perfeccionando sus habilidades informáticas. Ya era una excelente hacker y mejoraba cada vez más. Utilizaría sus habilidades para vengarse.

    Lanzó una última mirada al apartamento, cogió su mochila y cerró la puerta tras de sí.

    Otsu trabajaba en una cafetería del barrio, frecuentada sobre todo por estudiantes y personas que se detenían por un café a la entrada o salida del trabajo. Durante el día rara vez estaba lleno.

    Yoko entró en el local y disfrutó del zumbido familiar del lugar. A pesar de su amor y habilidad con la tecnología, prefería que algunas cosas conservaran su antigüedad. Disfrutaba los libros viejos y siempre tomaba notas en los típicos cuadernos a rayas. Probablemente era la única persona de su clase que conservaba un bolígrafo.

    Se dirigió a su rincón usual, junto a una de las grandes paredes de cristal, y extendió sus libros sobre la mesa. Le gustaba ese apartado, en especial para leer u observar a la gente. El mundo parecía estar siempre en movimiento, con personas yendo de un lado a otro, sin prestar atención a los demás. Acababa de sentarse cuando vio a su amiga dirigirse hacia ella.

    Aunque Otsu tenía su misma edad, parecía mucho más vieja. Las drogas le habían pasado factura, pero Yoko la veía rejuvenecer con cada día que pasaba lejos de aquel mundo. Se había cortado el pelo y lucía una melena corta y juvenil. Sus ojos marrones y rasgados, que asomaban debajo del flequillo, ya no parecían ausentes. Ahora brillaban con el humor y el optimismo de la juventud. El vestido rojo, a juego con los tacones, la hacía parecer más alta.

    Me alegro de que hayas venido dijo Otsu. ¿Un café con leche?

    Sí. Luces muy bien, por cierto. ¿Puedes acompañarme?

    Ahora no. Hay varios clientes. Quizás pueda tomar un descanso más tarde. ¿Quieres un croissant también?

    ¿No es lo que pido siempre?

    Las dos chicas se sonrieron y Otsu corrió a completar el pedido. Yoko sacó su libro de contabilidad y lo hojeó hasta encontrar la página que buscaba. Había algo confuso sobre los procedimientos en ciertos casos de evasión fiscal y quería releer el capítulo.

    Otsu le trajo su café y el croissant y se alejó a atender otra mesa con un discreto hasta luego por encima del hombro. Absorta en su lectura, Yoko dio un sorbo a su café y mordisqueó distraídamente el panecillo, moviendo levemente los labios mientras leía.

    Sintió un escalofrío en el cuerpo y la sensación de ser observada. Levantó la cabeza y miró fijamente al hombre sentado a dos mesas de distancia. Cuando sus miradas chocaron su estómago se contrajo.

    A Yoko no le desagradaban los hombres: los despreciaba. Según su experiencia, no eran mejores que los animales, dispuestos a hacer cualquier cosa por placer. Eran primitivos y repugnantes, brutales y egoístas. Nunca había sentido atracción por ninguno de ellos, ni se sentía halagada con sus insinuaciones.

    Aunque había perdido toda sensibilidad hacía mucho tiempo, todavía recordaba la primera vez que había estado con un hombre. Era viejo y feo, con un aliento fétido. Sin duda le había pagado a Chen un buen dinero por su virginidad. Después de la experiencia, sintió deseos de matarse. Pero al día siguiente apareció un hombre más joven y rudo que la dejó sangrando y temblando en piso. Quizás su primera vez con aquel viejo baboso no era para tanto.

    Con el tiempo aprendió a no resistirse, pues cuando lo hacía todo acababa peor, así que comenzó a cambiar el asco por gemidos y la repugnancia por sonrisas. Al final todos esperaban lo mismo: sexo.

    Los ojos oscuros del desconocido estaban fijos en ella, como si le fuera imposible apartar la mirada. Pero en lugar de la habitual lujuria a la que se había acostumbrado, encontró un interés que parecía genuino.

    Algo nerviosa, miró por la ventana. El teléfono móvil del hombre sonó, atrayendo sus ojos de nuevo hacia él, pero esta vez su mirada estaba atenta al teléfono. Parecía que texteaba.

    Aprovechó la distracción y lo estudió con cautela. Supuso que era un hombre en sus treinta. El pelo, tan negro como el suyo, combinaba perfectamente con sus ojos y su piel aceitunada, en su mente italiana o griega. Un mechón de pelo le caía sobre la frente mientras miraba el teléfono. Necesitaba un corte de pelo, pero el estilo revoltoso le daba un aire masculino a su rostro. Su aspecto rondaba lo elegante y rebelde al mismo tiempo. Probablemente era lo que la mayoría de las mujeres consideraban sexy, pero como esa palabra nunca había existido para Yoko, solo podía reconocer en él algo ligeramente atractivo.

    A pesar de la apariencia ruda de su rostro y la buena complexión bajo los vaqueros, de los contornos de los ojos y las comisuras de los labios surgían líneas sutiles y delicadas que añadían a su cara madurez y sofisticación. Llevaba una chaqueta de cuero que lo favorecía.

    ¿Una chaqueta de cuero?

    Era principios de mayo y ella ya sentía calor con su camiseta de manga corta, pero el hombre no sudaba en su chaqueta negra. Le pareció extraño. Debajo de la chaqueta, vislumbró una simple camiseta negra.

    Se sobresaltó cuando él dejó de escribir y levantó la vista. Sus ojos eran serios hasta que volvieron a centrarse en ella. Entonces se suavizaron y su boca, firme y sensual, se estiró hasta esbozar una sonrisa.

    El corazón de Yoko comenzó a latir con fuerza. Se obligó a ignorarlo y volvió a mirar su libro, pero no podía concentrarse. ¿Por qué ese desconocido la seguía observando? ¿Podría haber adivinado quién era realmente e intentaba convertirse en su cliente?

    Capítulo dos

    Yoko había empezado a recoger sus cosas, cuando Otsu se dejó caer en una silla, bloqueando con su cuerpo al hombre a dos mesas de distancia.

    Exhaló con fuerza.

    —Parece como si estuvieras a kilómetros de aquí —dijo Otsu, mientras se reclinaba y estiraba sus piernas cansadas bajo la mesa—. Me asusta cuando te concentras tanto que ni siquiera escuchas cuando te hablo.

    Yoko sonrió y encogió los hombros.

    —Lo siento, estoy leyendo un capítulo difícil —miró a su alrededor—. ¿Te dieron un descanso?

    —Uno pequeño. Betty me está cubriendo.

    —¿Quieres algo de beber?

    —Yoko, bebo litros de café a diario. ¿De dónde crees que sale toda esta energía? Cuando llego a casa tengo que controlarme para no trepar por las paredes.

    Las dos rieron.

    —Háblame de la entrevista —dijo Yoko intentando olvidar que aquel hombre seguía detrás de Otsu—. ¿Cuándo es?

    —Mañana. Estoy tan nerviosa que casi desearía tomar un Valium. Me tiemblan las manos solo de pensarlo.

    —No digas tonterías. Esa cosa podría haberte matado. Desintoxicarte costó una fortuna después de... No importa, han pasado tres años. Lo harás bien, no te preocupes. Piensa positivo y mantente serena —dijo Yoko, esperando que su tono fuera lo suficientemente calmado para ocultar su propia preocupación. Con un dedo dibujó el borde de su taza.

    Otsu negó con la cabeza.

    —Dios, cómo me gustaría ser como tú. Siempre estás tan tranquila. Nada se te escapa.

    Yoko volvió a pensar en el desconocido y se estremeció al recordar la sensación que había causado en ella minutos atrás. Se atrevió a inclinar un poco la cabeza para observarlo, pero ya se había marchado. Pensó que al no encontrarlo en la mesa se sentiría aliviada, pero su reacción se acercaba más a la decepción que al alivio. No tenía idea de por qué aquella incomodidad, que la atacaba justo en la boca del estómago, se negaba a desaparecer.

    —Entonces, ¿qué vas a hacer esta noche? —preguntó Otsu.

    Yoko suspiró, contenta de que su amiga no hubiera notado sus otros pensamientos. Cerró el libro y lo metió en su mochila.

    —Trabajar. Esta noche viene Gary.

    —Ese hombre está loco por ti, Yoko. Aún no entiendo por qué te niegas a dejar que te cuide.

    Gary, además de un cliente fijo, era un ejecutivo de éxito que codiciaba a Yoko solo para él. Tras considerar su propuesta, ella le había pedido más tiempo para pensarlo. No estaba dispuesta a dejar escapar a los demás gansos de oro para quedarse solo con uno. Además, aún necesitaba obtener su título. ¿Qué ocurriría si se cansaba de ella o no cumplía con su palabra? Las promesas de un hombre ya la habían hecho pasar un mal rato. No estaba preparada para confiar en otro. En nadie, en realidad.

    —Otsu, ¿no has aprendido nada en estos últimos años? —susurró con la boca entreabierta y la barbilla rígida—. No puedes confiar en la promesa de un hombre. Mira a Chen lo que nos hizo. Los clientes solo tienen una cosa en mente. Piensa en sus esposas, ¡por el amor de Dios! Si un hombre no tiene respeto alguno por la madre de sus hijos, ¿por qué se lo tendría a una prostituta? Si aparece una mujer más joven o con tetas más grandes, Gary podría dejarme de lado antes de poder mantenerme otra vez por mí misma. Si acepto su propuesta, una vez que me gradúe y ya no lo necesite, no será fácil deshacerme de él. No puedo permitirme ser exclusiva de nadie.

    Otsu apartó la mirada, mordiéndose el interior de su mejilla. Después de unos segundos, dijo:

    —Tienes razón. Sé que tienes razón. Es solo que me duele saber que sigues haciendo esto.

    —Créeme, a mí también. Pero para conseguir lo que quiero debo sacrificar otras cosas. Sabes que no podría mantener un trabajo normal e ir a la universidad al mismo tiempo. Conservando a mis clientes he logrado acelerar mi programa y mis prácticas. Podré graduarme dentro de un mes, haré mi examen de contaduría pública y dejaré todo esto atrás —extendió su mano agarrando la de Otsu y la apretó con fuerza—. Lo prometo.

    —¿A qué hora es la entrevista de mañana?

    —A las nueve.

    —Estaré aquí a las diez. Todo va salir bien,

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