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Asesinato en el Viejo Castillo: Serie N.1 (Las investigaciones del Inspector Constantine), #1
Asesinato en el Viejo Castillo: Serie N.1 (Las investigaciones del Inspector Constantine), #1
Asesinato en el Viejo Castillo: Serie N.1 (Las investigaciones del Inspector Constantine), #1
Libro electrónico200 páginas2 horas

Asesinato en el Viejo Castillo: Serie N.1 (Las investigaciones del Inspector Constantine), #1

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Información de este libro electrónico

El inspector Constantine y su equipo se encuentran en grandes dificultades esta vez, teniendo que arrojar luz sobre un crimen que tuvo lugar dentro de una habitación cerrada con llave. Después de varias dificultades y otros crímenes, casi seguro de que ha identificado al culpable, se encontrará con las manos vacías. Y cuando está a punto de creer que esos crímenes quedarán impunes, entonces algo pasa que cambiará el curso de la investigación.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento12 abr 2020
ISBN9781071537251
Asesinato en el Viejo Castillo: Serie N.1 (Las investigaciones del Inspector Constantine), #1

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    Asesinato en el Viejo Castillo - Giuseppe Loda

    Prologo

    Señor, lo solicitan por teléfono.

    Alessandro Magri estaba sentado frente a la chimenea y, al oír que su mayordomo lo llamaba, dejó de frotar la taza de té que sostenía en sus manos. Sus cejas pobladas descendieron a los ojos. Lentamente se levantó, se puso las zapatillas y caminó hacia el mueble donde estaba ubicado el teléfono.

    ¡Diga!, respondió.

    Al otro lado del teléfono, una voz que conocía muy bien le pidió algo que deseaba.

    ¡Aun así!, afirmó nerviosamente Alessandro, te he dicho muchas veces que no me molestes por esas estupideces.

    Una risa gorgoteante, seguramente de un pecho imponente, se escuchó en el auricular.

    ¡Está bien, esta es la última! Pero esta vez tienes que hacerlo conmigo.

    ¡Esa voz! ¿Qué tipo de persona poseía una voz que podía confundirlo de esa manera?

    El mayordomo, ordenaba la habitación disimulando su curiosidad para saber le motivo de la llamada. Intentó seguir el hilo de la conversación, tratando de descubrir quién podía estar llamando a su jefe. Incapaz de contener su curiosidad por mucho tiempo, giró la cabeza para mirarlo:

    ¿Algún problema, señor?

    Alessandro ni siquiera escuchó la pregunta. Después de algunos intercambios algo agitados, colgó el auricular y regresó a sentarse en el sillón, volviendo a frotar la taza, ahora vacía.

    Inmediatamente, como era habitual en las noches, el mayordomo se acercó para llevársela, pero sin dejar de mirar a su empleador. Nunca imaginó que en un instante su expresión podría cambiar tan radicalmente, ni que la mirada de esos ojos debajo de sus cejas negras podría volverse tan dura y fría como un glacial. Después de observarlo por un buen rato, le dio la espalda y como si no hubiera pasado nada, salió de la habitación.

    Luego, como todas las noches le preparó su té de manzanilla y se la llevó a su recámara. Instantes después se despidió de él brevemente para regresar a la cocina, sin embargo Alessandro lo llamó y, lentamente se giró hacia su jefe.

    ¿Desea algo más, señor?

    Esta noche quiero descansar en paz, no quiero ser molestado para nada.

    Así será, señor.

    CAPÍTULO 1

    Era un poco más de las ocho y media de la mañana de un jueves de julio, una típica mañana de verano en el pueblo casi desierto. En un gran edificio bastante deteriorado, estaba el pequeño destacamento de la Policía de Investigación.

    En el segundo piso se encontraba la oficina del Inspector Costante Catoschi (Costantino para los amigos). Hijo de madre italiana y de un exiliado polaco.

    Desde hace algunos días, ha habido una extraña calma y, hasta el momento no ha sucedido nada que sea relevante. Al pensar en que no había pasado nada que ameritara sus servicios, se preguntó si habría llegado el momento de disfrutar las tan benditas y esperadas vacaciones con su pareja Loren.

    Loren Arconi era realmente una chica maravillosa: veinticinco años, nacida en Tempio Pausiana, una hermosa ciudad de la populosa provincia de Olbia, ubicada en la región histórica de Gallura, al pie de la Montaña Limbara.

    Loren se había enrolado en el Cuerpo Estadal de Agentes de la Ley hace seis años. La última de cuatro hermanos, después de graduarse decidió alistarse como policía, para ayudar a su familia. Era un trabajo seguro para ella, ya que cada vez era más difícil encontrar empleo en un país donde cada vez hay más jóvenes desocupados.

    Pasó un buen tiempo trabajando en Cerdeña, para luego presentarse para un concurso en Bescia, donde conoció al Inspector Costante Catoschi, quien había estado de servicio en el pequeño Distrito del Destacamento Policial de Bescia.

    Al principio tuvieron algunos malentendidos, para después terminar enamorados, como todo agente de la Ley, temían violar las reglas que recomendaban evitar las relaciones románticas entre compañeros de trabajo. Sin embargo, sabían bien que no era una atracción pasajera, a la que podían ceder por una noche solo para olvidar lo que había sucedido al día siguiente. Entonces decidieron hablar con su superior, el Comisionado Walter Moroni, quien, con cierta resistencia, había aceptado su romance y darles la oportunidad de hacer su vida juntos. En poco tiempo comenzaron a vivir en un pequeño apartamento en San Polo, un municipio en las afueras de la ciudad.

    Mientras fantaseaba el lugar dónde pasarían sus vacaciones, la observó con el rabillo del ojo. Allí estaba ella con su cabello despeinado, sentada frente a su computadora por si alguien necesitaba de su servicio e intervención.

    Costantino, que nunca había buscado una relación seria, quien se había hecho la idea de estar soltero toda la vida, se dio cuenta que había tenido mucha suerte de encontrar a una chica tan hermosa, agradable y cariñosa.

    Con atención, estudió la delicada perfección del rostro de su amada: grandes ojos de color ámbar, delineados por largas pestañas oscuras que le daban un aire a un elfo;  tez oscura, labios bien dibujados; mentón fuerte, todo el conjunto enmarcado por una suave cascada de rizos negros. Apenas tenía veinticinco años, aunque aparentaba menos y, aun así, era a mejor colega que había tenido. Recordó su primer encuentro y, con una media sonrisa dibujada en su rostro, pensó en todos los trucos que empleó para parecer más madura: cabello recogido y ropa más grande para agregar volumen a su fina figura. Gracias a Dios, esa fase no duró mucho, hasta que fue ganando confianza en sí misma. Y ahora, que comenzaba a mostrar signos de su inminente maternidad, estaba notando que se estaba volviendo mucho más bella.

    Desde que comenzó su embarazo, le aumentó su apetito. Ya estaba por darle una buena mordida a una barra de chocolate, cuando le advirtió.

    Loren, querida le dijo, trata de comer menos, de lo contrario ganarás peso y, ¡sabes bien que es algo que no te gustará!

    Ella se inclinó hacia adelante, apoyó los codos en el escritorio y lo fulminó con la mirada. Al fin y al cabo, era ella la que llevaba el hijo en sus entrañas y, si tenía hambre, tenía que comer.

    Ese es mi problema, además sabes bien, que en nuestra profesión exige de concentración total y tener en nuestros cuerpos suministros de energía física, casi ilimitados, cosa que se puede obtener fácilmente con una dieta equilibrada y una vida personal que esté rodeada de equilibrio y serenidad, a la que yo estando embarazada, no puedo tener. Se levantó nerviosa y pasó la mano por el vestido. Era un vestido largo de gasa azul con mangas cortas. Desde que comenzaron a vivir juntos, ella siempre trataba de vestirse elegantemente, pero al descubrir que estaba embarazada, comenzó a usar ese tipo de atuendo, a pesar de que Costantino la prefería en pantalones.

    Sin embargo, aun con ese vestido, Loren parecía una diosa. Al observarla, se preguntó así mismo, cómo es que no entendió desde el primer día, que esa muchacha sería su mujer ideal.

    El repentino sonido del teléfono lo trajo de vuelta al mundo real y casi se cayó de su silla. Al otro lado de la línea telefónica, un hombre se presentó a sí mismo como el mayordomo de un rico comerciante que vivía en un antiguo castillo, ubicado en el campo, no muy lejos de la ciudad.

    Esa mañana descubrió el cuerpo sin vida de su jefe, acostado sobre su cama y con un agujero de bala en su cabeza.

    Reorganizó los pocos documentos que tenía en su escritorio. Costantino se levantó de su asiento y fue hasta Loren.

    ¡Loren, ven conmigo! Debemos ir a hacer una visita a un Castillos que se encuentra en las afueras de la ciudad, donde al parecer descubrieron a un hombre muerto con un bala en la cabeza

    Bajaron por la escalera y llegaron al estacionamiento donde estaban algunos autos.

    ¡Loren! ¿Cuál tomamos hoy? le preguntó.

    Yo diría que tomáramos el Ford, es más cómodo; el vestido que llevo es nuevo y no quiero ensuciarlo el primer día.

    Sí, era el más cómodo, pero también era el más viejo. Costantino hubiera preferido tomar el Fiat, era un poco más ruidoso pero, era más veloz, sin embargo para no contradecir a Loren, decidió conducir el Ford.

    Después de unos veinte minutos se encontraban en un sendero rodeado de árboles que atraviesa la avenida principal de la ciudad. Al llegar a una intercepción donde el semáforo estaba en rojo, alargó el cuello para ver el aviso donde estaba el nombre de la calle que conducía al Castillo.

    Observando que Costantino no lograba ver el aviso, Loren, después de un breve silencio le dijo: Podrías usar el navegador, ¿no te parece? De lo contrario podríamos continuar dando vueltas y vueltas en vano. Costantino afirmó con la cabeza con toral resinación; miró a Loren, le señaló la pantalla y le indicó que buscara el lugar y la manera de llegar a través del navegador. De inmediato ella comenzó a buscar la dirección, pero en vano trató de hacerlo funcionar.

    Costantino volvió a sacar la cabeza por la ventana para tratar de ver de nuevo en el aviso el nombre de la calle, mientras Loren insultaba el navegador por no funcionar.

    Con las rotondas recién construidas, diseñadas al parecer más para confundir y disuadir a los visitantes de volver a la ciudad, Costantino reconoció a su pesar que, a pesar de vivir algunos años en la ciudad, nunca había ido al mencionado Castillo, donde ahora mismo debía ir.

    Pronunciando palabras no actas para todo público, Costantino comenzó la búsqueda de la vía o calle que lo llevara al Castillo. Después de recorrer muchas calles y vías, finalmente logó conseguir el camino. No obstante hubo que viajar varios kilómetros para poder llegas por fin a su destino. Finalmente, pudieron ver el poderoso contorno del Castillo, desde lejos.

    Al llegar, se dieron cuenta de lo inmenso que era el Castillo.

    Enormes árboles viejos rodeaban el Castillo, mientras que un pequeño lago, era visible en el lado izquierdo. Parecía uno de esos lugares donde los antiguos caballeros habían luchado con largas lanzas para ganar las gracias de su enamorada. Estaba seguro, que el dueño del Castillo, debía tener mucho dinero para poder mantenerlo. No podía imaginarse cuánto podía costar la conservación de tan grande inmueble. Estacionaron el coche debajo de la sombre de dos grandes árboles y luego caminaron hacia una  de las entradas del Castillo.

    Para entrar había dos puertas, una grande y, a los lejos una pequeña.

    Después de haber recorridos pocos metros hacia un gran jardín, se detuvieron en una plazoleta que estaba ubicado frente a la puerta más grande que estaba cerrada y no estaban seguros de cómo entrar.

    ¿Hay alguien? gritó Costantino.

    Costantino, le dijo Loren, ¿por qué no vamos por la otra puerta? Tal vez haya un timbre o una campanita, algo que llame la atención de nuestra presencia en el Castillo.

    Gruñendo un poco, Costantino aceptó la proposición de su pareja, de hecho encontraron un timbre.

    Estaba a punto de hacerlo sonar, cuando la puerta se abrió con un leve chillido y apareció un hombre preguntándoles qué deseaban.

    Me llamo  Costante Catoschi y ella es la sargento Loren Arconi dijo mientras le mostraba la placa.

    ¡Ah! Vinieron por lo que descubrimos esta mañana. Yo soy el custodio. Entren por favor.

    El custodio era una persona un tanto brusca y vestía de un modo casi indecente para alguien que vive y trabaja en un Castillo: tenía pues una chaqueta de cazador bastante grande y un par de botas de color verde claro, con dos agujeros justo en la parte delantera del calzado, a tal grado que se podía ver el color de los calcetines.

    Síganme por aquí, por favor. Dijo el custodio, señalando con la mano un camino revestido de ladrillos que formaban grandes círculos de color terracota. El camino de ladrillos estaba bordeado a cada lado, de sauces llorones, cuyas ramas se tocaban, que junto a los ladrillos terracota, daban una atmósfera crepuscular. En esa época del año, el calor es sofocante sobre todo cuando se transita por la avenida, pero caminar por ese sendero les dio una sensación de serenidad y paz casi inmediata.

    Loren dejó escapar un profundo suspiro, preparándose para dejar de sentir ese bienestar que producía la paz que habitaba en ese pasaje del Castillo. Una vez terminado el camino de ladrillos vio el imponente patio interior cubierto en gran parte por copas de árboles, pero que aún permitían observar los trabajos de restauración de los viejos ladrillos corroídos por el tiempo e de las columnas de piedra que sostenían una glorieta.

    Una vez dentro del Castillo y, después de haber recorrido largos e interminables pasillos, llegaron a la habitación donde habían encontrado el cadáver.

    En la puerta de la recámara vieron a un hombre a quien el custodio señaló como el mayordomo, quien junto a él habían descubierto el cuerpo sin vida de su patrón. El mayordomo, a diferencia del custodio, estaba vestido de un modo impecable: chaqueta y corbata negra, parecía una de esas personas que llevan los ataúdes dentro del cementerio, un director de pompas fúnebres.

    ¡Maldición! ¿Has visto como luce ese mayordomo? Si me lo encontrase en un callejón de noche, te juro que correría el riesgo de sufrir un infarto. Le dijo en voz baja a Loren.

    A primera vista el cadáver parecía haber sido una persona bastante mayor, con cabello escaso, pero negro, evidentemente teñido. Llevaba un bigote y una barba en forma de perilla no muy largos, de color gris oscuro. A pesar de su edad, aun se podía ver cierta belleza física; no obstante, su rostro estaba distorsionado, sus ojos muy abiertos y un hilo de sangre corría por su cien. Según su evaluación personal el hombre debía contar con unos ochenta años aproximadamente.

    ¿Quién lo ha descubierto? preguntó Costantino.

    El custodio y yo, lo encontramos. Afirmó el mayordomo.

    El inspector le pidió más información y, le confirmó que él había sido la persona que ´lo había llamado. En las declaraciones de ambos, la víctima fue descrita como un caballero con cierta amistad en círculos políticos, que tenían ciertos negocios turbios, pero sin llegar a exponerse personalmente.

    El mayordomo comenzó a explicarle al Inspector, que el hoy occiso se llamaba Alessandro Magri y luego comenzó a describir todo lo que había sucedido en la mañana.

    Como era su costumbre, le llevaba el desayuno a la cama, cuando se encontró con la puerta de la recámara extrañamente cerrada. Quiso abrir en el primer intento, pero al no lograrlo, comenzó a intentar de manera frenética abrir la puerta con el pomo, pero fue en vano. Fue evidente para él que la puerta estaba cerrada y que incluso tenía el cerrojo puesto. Llamó varias veces pero no obtuvo respuesta, fue entonces que decidió llamar al custodio para pedirle ayuda y decidir qué cosa hacer.

    Desafortunadamente la puerta era de madera maciza, como suelen ser las puertas de los castillos. Al tener el pasado el cerrojo por dentro, aunque la llave se insertara en la cerradura, era difícil, por demás casi imposible que la

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