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Un amor escrito a laìpiz
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Libro electrónico166 páginas2 horas

Un amor escrito a laìpiz

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Información de este libro electrónico

Marco Feltri es un inspector de policía en una ciudad de provincia y está por casarse con su prometida, Sabrina. Pero su existencia se ve alterada por la llegada de una nueva Comisario, Alessia Costantini.  
Desde su infancia, es amigo de Hego, el jefe de una comunidad rom (comunidad de gitanos) local.
De pronto, un caso de autos robados hace creer a Marco que las pistas lo conducirán a donde habitan los nómadas.
La última semana de trabajo antes de su boda, Marco se sumergirá en los preparativos de la ceremonia, las sospechosas acciones de Hego y las presiones por parte de una anciana que nuevamente denunció un robo. Mientras tanto, la atracción por la Comisario Costantini aumenta y uno de sus colegas, Franco, quien es experto en el tarot, le anuncia un futuro en las sombras de un peligroso misterio: La Torre.
www.bookeco.it
IdiomaEspañol
EditorialbookEco Media
Fecha de lanzamiento27 may 2018
ISBN9788899561239
Un amor escrito a laìpiz

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    Vista previa del libro

    Un amor escrito a laìpiz - Cristina Lattaro

    Un amor escrito a lápiz

    Police Heart I

    Título: Un amor escrito a lápiz – Police Heart I

    Autora: Cristina Lattaro

    Traductor: Marvin Rentería

    Esta Novela es un trabajo de fantasía: nombres, personajes, lugares y eventos son productos de la imaginación de la autora, usados de manera ficticia. Cualquier referencia de hechos, lugares o personas es puramente casual.

    Todos los derechos de traducción, reproducción y adaptación, totales o parciales, por cualquier medio, sean copias o video, son reservados.  

    © 2018 bookeco

    www.bookeco.eu  info@bookeco.eu

    ISBN-13: 978-88-99561-23-9

    PROPRIETÀ LETTERARIA RISERVATA

    Propiedad literaria reservada

    Copyright 2018 bookeco

    Cristina Lattaro

    Un amor escrito a lápiz

    Police Heart I

    Lunes

    Hego quiere que me trague una mentira.

      Arreglaré todo, no hay problema, repite con la cara dura como en sus mejores tiempos.

    ¡¿Enserio lo harás?! La Comisario Costantini se aproxima cada vez más. Toma nota, ella usa el perfume Sea Rem, si sientes cerca olor a tilo corta la cuerda o termina esposado. Respondo irritado.  

    Para hacer más épica la trama dejo vagar la vista sobre las chozas de campo. Me detengo en un cúmulo de simples neumáticos y luego sobre los tendederos de ropa que corren a mis espaldas, las cuerdas se amarran entre los árboles y las canaletas remendadas. Una multitud de niños pedalea sus bicicletas, lo que nos pone en un entorno de habilidad. Uno de ellos me toca y da la vuelta como satisfecho. El mocoso tiene los ojos del abuelo, quien era el antiguo jefe de Hego, aparentemente le ha heredado la agilidad. Le muestro un gesto inconfundible, si vuelve a hacerlo lo convierto en un misil de aire-tierra. Después de mi represión viene un ladrido de Juayo, lo miro y el perro se mueve alegremente.

      Si te atrapan me quedo con Juayo digo volteando a Hego.

      Quieres quedarte con la mejor recompensa, responde él.   

      Es cuestión de horas, ni siquiera días. Verás diez patrullas al ingresar y entonces adiós a tu taller ilegal y al reino. Luego te voy encontrar a la cárcel.

    Hego sacude la arrogante cabeza, entre sus delgados labios se asoman tres agujeros negros. Las pupilas son pozos esmeraldas difíciles de leer hasta el fondo, incluso para mí y sobre todo ahora. Es capaz de generosos estallidos, pero también sabe ser implacable.

    No debería justificarlo, soy un inspector de policía, pero a medias me salvó de un matón que me puso las manos encima, un tal Ugo Crognato, un fracasado que habitaba en las casas populares de un barrio de mala fama. Sólo que Hugo era de otro estilo, no lo tocó, sacó un cuchillo de una de las bolsas del pantalón y le dijo: Si continúas te abro por la mitad.

    No tuvo que repetirlo, ninguno me fastidió más, ninguno ni siquiera me llamó cuatro ojos. Uso los lentes de contacto y estoy bien, pero en ese entonces parecía una rana con dos fondos de botella sobre la nariz y no tenía suficiente confianza en mí mismo.

    En los tiempos de las espinillas, Hego fue para muchos niños del barrio Ángelo María Ricci una presencia fastidiosa, más aún cuando hacía de las suyas. Se convirtió en jefe del campo rom (hogar de los gitanos) en la provincia de Rieti, a los veintisiete años. Nos reencontramos en ocasiones con amigos sobre lo que fue un arroyo que corría atrás de la escuela. Ahí lanzábamos anzuelos sin reclamos, nunca capturamos nada. El agua bajo los puentes disminuyó mucho desde esos momentos y hasta ahora vaciamos juntos todos los lagos y los ríos de la zona. Hego tiene más intuición, pero es más antipático mientras que yo soy metódico y organizado, al fin y al cabo, somos iguales.

    Desde entonces también me puse a desarrollar los expedientes para esconder mi relación con un personaje un tanto incómodo. Soy exitoso porque lo tengo alejado de mi cotidianidad y él hizo lo mismo conmigo, ninguno ha sospechado nada desde el comienzo.

    Durante el trabajo gestioné los contactos formales con la comunidad rom sin problemas, fui atento, pero también fui afortunado: tuve compañeros menos inteligentes que mi madre, quien me instruyó bien, ahora ve que tanto tiempo con ella me regaló un título en la materia.  

    Hego roba sólo a los ricos, yo siempre cierro un ojo mientras observo su actividad, estoy satisfecho con la dignidad de mi papel, consciente de cuánto significa nuestro estilo de vida y me pregunto si es éste una cuestión de mandatos heredados o una elección personal. No soy un idealista y conozco el sistema, sin embargo, antes de cruzarme con Hego yo era un perdedor. Él me trajo fortuna, después de haberlo encontrado todo se ha vuelto liso como el aceite y ahora estoy por casarme con una mujer excepcional. Pero desde hace tres días hay en la ciudad un nuevo alguacil y los negocios y su equilibrio han cambiado. Hego debe desaparecer su taller ilegal que jamás he visto pero sé que existe porque siempre de aquí al campo circulan carros sin placas, motores enteros y piezas del scooter.

      Alessia Costantini me ha caído de sorpresa, como la lluvia lo es en ocasiones, el Superintendente Fausto Grilloti la colocó para guiar a la escuadra móvil en el puesto del doctor Pisani, quien fue jubilado de un día a otro. Viene de la Comisaría de Florencia donde aparentemente hizo una carrera veloz.  

    La oficina de Costantini se encuentra en el último piso del edificio, una puerta de acero la separa del cuarto de los inspectores, donde estoy yo, y que comparto con Luigi Capaci y Mauro Desideri. Hablan poco, a menos que haya preguntas por hacer, No creo que cambie de actitud una vez que tome confianza con el equipo. Cuando pude le eché una mirada mientras se encontraba en el gabinete. La encontré observando el mundo desde la ventana, mirando el cielo y la tierra con su vista periférica. No observa como lo esperaríamos, la expresión que tiene al voltear es aquella de quien no ha vuelto aún del viaje. Ayer por la noche comenzó a poner las cartas sobre la mesa. Se ha fijado en mí, en Capaci y en Desideri, comenzando por este último. Nuestros escritorios fueron colocados uno detrás del otro, damos la espalda a una pared que se encuentra llena de banderas, de escudos y fotos enmarcadas de personajes reconocidos del Estado, cuatro presidentes de la República y el actual mandatario. Desideri es un coleccionista de estas herramientas, o al menos así los llama él. Saturó su casa también y considera a las paredes de la oficina como una colonia.

      ¿Ves aquellos? Deben entusiasmarnos por dentro como si fueran videojuegos, dijo Costantini, extendiendo el brazo, con el índice apuntando a la colección de evidencias verbales en las carpetas color gris topo. Los acomodamos siempre en un estante atrapado entre un armario y la ventana que da al patio, de pronto me parece irritante.

      Deben eliminar los pendientes, todos. Cuando llegué al Equipo Móvil de Florencia junto a un par de escolares frescos, nos presentamos al Comisionado que nos dejó en claro las ideas. Continuó con tono decidido antes de centrarse en Capaci. Inspector, por respeto, quítese el reloj de la muñeca. Esperó a que Capaci lo hiciera, antes de continuar hablando. Póngalo en el cajón. Aquí, si quiere permanecer en activo, déjelo a un lado.  

    Capaci es el inspector más viejo y tiene facilidad de palabra.  En el momento en que humectó los labios comprendimos que hubiera respondido con rimas. Soy el último en llegar, apenas un año atrás estaba de guardia en la oficina de prevención general y rescate público, en otras palabras, me encontraba al volante de una patrulla. Bueno, no soy un novato, no me quejo.

      La mayor parte de aquellos casos son para archivar y basta, ha remarcado Capaci mirando a la doctora, convencido de que sus blancos cabellos le dan el derecho de opinar.  incluso al mismo Superintendente en persona. A menos que quisiera hacer una inmersión en lo místico y en lo trascendente.  

      "¿Habla de lo místico, inspector? Piense cómo sería interesante no cerrarse a la apariencia de las palabras y de los hechos y por una ocasión, ir más allá. Los desafíos van coleccionándose y cada denuncia de la que nos ocupamos es un reto a vencer dando lo mejor de nosotros."

    Capaci permaneció mudo, quieto detrás del escritorio desordenado, porque si hay uno entre nosotros tres que de vez en cuando abre las viejas carpetas, hace conjeturas e interroga a diestra y siniestra inspirado por nuevas ideas atrapado aquí y allá, es él.

    Retengo una risa que por poco me sale, me pareció escuchar a mi antiguo compañero, el agente Franco Nobili, quien cuando está inspirado consulta el tarot que tiene en el tablero de Francis, un auto Alfa Romeo 159 2.4 Jtdm. Antes de comenzar el recorrido en el cuadrante por visitar, Franco pone las cartas sobre el asiento trasero de la pantera y las estudia. Era el jefe de las patrullas, el agente con mayor experiencia entre nosotros dos, pero dependiendo de la adivinación daba consejos, o así lo pretendía, incluso al jefe en turno.   

    Necesita planificar rápidamente las inspecciones de manera amplia, tome como la base las investigaciones, debe aclarar cada tipo de delito cada declaración. Termina la Comisario.  

    La observé mientras contenía la respiración dejando que Capaci terminara. Es una mujer robusta, desde la falda del uniforme se asoman dos piernas derechas bien torneadas. Tiene líneas delicadas que el aire toca, pero ella parece ser una solterona agria.  

    Me pareció una de esas personas que no se enferman jamás, una dotada de bastante fuerza física. Estuve de acuerdo con el veredicto expresado por la Jefatura apenas puso en pie aquí, no estaría acuerdo con que sea otro.

       La Comisario Costantini no ve la hora de tomar las riendas en la situación, de ponernos a mover el trasero, no obstante, la sacudida de ayer aguarda porque tiene aún mucho que aprender, sobre todo aquí adentro. Es nueva y se le escapan muchas cosas, pero es evidente que su estancamiento durará poco, pronto dará las primeras órdenes operativas oficiales.

    He autorizado los permisos para la licencia matrimonial, me aseguran quince días de ausencia justificada. En el módulo hice también la petición de dos semanas más de vacaciones, a partir del lunes próximo, el 31 de marzo, el día que iré a la ciudad para hacer el papeleo y Sabrina se convertirá en mi esposa en la ceremonia civil. Es lo más adecuado, la amo, lo gritaría al mundo entero.

    Apenas Costantini tomó el cargo firmó los papeles que me preocupan sin decir nada, lo cual aprecio. Siempre odié a los superiores que hacen un drama con las solicitudes mínimas, sobre todo aquellas más importantes. Entonces fue que durante el discurso mis antenas captaron una señal extraña, así que me dirigí a escondidas a la oficina de la jefa durante la hora de la comida de hoy.

      Forzar la puerta fue un juego, tuve un buen maestro, el mejor, un gitano. Comprobar la combinación de Costantini no fue fácil, pero la clave resultó ser el salario mínimo. En resumen, no soy una clase superior, pero para estar tranquilo debo entender cómo son desplegadas las fuerzas en el campo. Esta filosofía me ha salvado el trasero tantas veces antes de que Hego sacara el cuchillo para amenazar a un matón.

    Descubrí que la jefa se está interesando en los robos de medios de transporte en Lazio. Tiene bajo los ojos también la lista de las señalizaciones de los vehículos sospechosos en Salaria, la carretera que conecta Rieti con Roma. Se ha tomado la pena de imprimir y reunir gran cantidad de material y ha subrayado algunos pasos claves de los reportes con una técnica multicolor que ha requerido una caja entera de marcadores. Sobre el escritorio, cerca de la lámpara, estaba también una hoja llena de estadísticas. La Comisario ha circunscrito los porcentajes con un naranja fuerte, el color preferido de Hego. Pensé inmediatamente en él, comprendí que tiene los minutos contados, me pareció obvio que acomodó algunas otras piezas y tiene confidencia con otros instrumentos y las fuerzas locales, Costantini ordenará una incursión en el campamento nómada. Yo estaré en mi luna de miel, a años luz del alboroto y las disputas de Hego.  

      Decidí hacer una visita al campo nómada por la mañana con el resultado de encontrarme en frente la alegre sonrisa de Hego. Para él, poder terminar en prisión para él es pura fantasía, mi amenaza lo divierte.

    ¡Tú dices… la cárcel incluso! No hablemos de eso, ¡no sabes cuánto extrañaría a Juayo! Él no es como para ti, a ti Juayo no te busca para nada, comenta Hego mirándome. De nuevo observo al perro que mueve su cola contento, capturar mi atención lo pone feliz, nada más que un buen detalle.

    ¡Marco!, siento que susurran a mis espaldas.

    Volteo y encuentro a Samara, la hermana de Hego, paso a colocarme cerca

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