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Estacion Ecologica Uno
Estacion Ecologica Uno
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Libro electrónico424 páginas6 horas

Estacion Ecologica Uno

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Algo extraño está ocurriendo en la Estación Eco Uno.

Aunque se encuentra amenazada por el paso de la futura autopista que le pasará por encima, el científico a cargo de las investigaciones ecológicas que ahí se efectúan no muestra ninguna señal de preocupación.

Llega Eduardo Nolastname para complicar el asunto; se supone que éste debe amañar a cuatro manos las finanzas de la Estación con sus Arcanos Poderes de Contabilidad, pero Eduardo de repente se encontrará envuelto en un desquiciado plan para salvar el lugar.

¿Podrá manejarlo?

IdiomaEspañol
EditorialEdwin Stark
Fecha de lanzamiento27 jun 2012
ISBN9781476416847
Estacion Ecologica Uno
Autor

Edwin Stark

Hello, my name's Edwin Stark, and I was born in Caracas, Venezuela. That's South America for the few geographically-challenged ones out there. I suppose that somehow the stork had just stumbled out from a pub while it was delivering me, (it was confused to say the least) and mishandled my humble persona, leaving me stranded in this unlikely place. Having German ancestry, I spoke that language as a toddler, but my Mom had the misconception that I'd fit better here if I spoke Spanish, so that tongue was lost during my growing years. I grew up dreaming crazy tales and was my teacher's pet when it came to composition class—but not in deportment: that was for certain—and as I grew up I tried to get noticed as a writer by submitting to every magazine and writing contest available in my home country. No such luck; the publishing market in Venezuela is utterly locked out: you can only see your words in print if you're already a notorious politician or a TV celebrity. Since I wasn't in the inclination of becoming a serial murderer to achieve notoriousness and get published, the need to rethink the approach to my writing career became a must. Eventually, I decided to switch languages and start writing in English. I was already proficient in that language... but was I good enough to tell stories in that fashion? I then started to write short stories, effectively dumping my native language. I wrote nearly 200 short stories during a period of about eighteen months, slowly learning the nuances of story-telling in another language than your own. I already had the benefit of having the knack of telling a tale; I only had to adjust. 190 of them short tales certainly sucked; 10 were really neat, but the important thing was the learning process. These ten tales eventually made it into Cuentos, the short story collection which became my third book. I succeeded so well in tearing myself apart from Spanish, that almost everyone I meet online says: "I CAN'T BELIEVE ENGLISH ISN'T YOUR FIRST LANGUAGE!" So far, I wrote four books: AI Rebellion, a rather preachy cyberpunk thriller that still shows the struggle of switching languages (and I only recommend people to read it if they're on an archeological mood, as in if they're interested in seeing my progress as a writer), Eco Station One, a very bizarre and funny satire, the aforementioned Cuentos, and The Clayton Chronicles, a rather cookie-cut vampire tale. All these are available for the Kindle reader on Amazon, in paperbacks and all e-book formats in Smashwords.

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    Vista previa del libro

    Estacion Ecologica Uno - Edwin Stark

    Mi nombre es Eduardo Nolastname... y chico, vaya que tengo una historia que contar...

    Inclusive después de todos estos años, me cuesta explicar mis razones para aceptar el trabajo que llevé a cabo en la Estación Ecológica Uno. Aún no he hallado quién posea el necesario nivel de percepción para entenderlas.

    Para empezar, recientemente tuve una pelea con mi novia sobre un tema que prefiero no discutir aquí, pero fue algo parecido a la cosa que comenzó la guerra entre Lilliput y Blefescú y terminaría pareciendo malvado, estúpido o ambos si tratara de explicarlo. Así que básicamente estaba sin compañera de vida en ese momento, para resumir.

    Por otra parte, estaba sin trabajo entonces, reducido a trabajos informales por horas, conocido como destajo en Venezuela, la parte del mundo en que esta historia comienza. Así que no tenia nada mejor que hacer que sentarme en el parque y hojear El Universal, el periódico de más importancia en el país. Ahí fue entonces que la oferta para un trabajo de traductor casi me salto encima, en la forma de una impresión de doble pagina.

    SE BUSCA

    Alguien que hable fluido en el lenguaje Ingles. De 18-40 años de edad, con interés en reubicarse a una mohosa jungla lluviosa infestada de serpientes, a una hora de distancia de cualquier cosa. Espíritu de colonizador del lejano Oeste se requiere y no debe descorazonarse fácilmente por la falta de lujos modernos como Internet, electricidad, lavar la ropa una vez al mes y agua corriente bien caliente.

    DESCRIPCIÓN DEL TRABAJO

    Debe ser capaz de actuar como enlace entre Investigador Ecológico enloquecido (que algunas veces parece hablar en Lenguas Obscuras) y la chusma mano de obra local, y tal vez tenga que vérselas con los pigmeos Ikawiri, indígenas de la localidad. De preferencia que el solicitante tenga conocimientos de contaduría arcana.

    El resto del aviso fue la usual patraña poco interesante de Beneficios y Paga. Bla, bla, salario de cinco cifras medias y la tranquilizante confirmación que los pigmeos Ikawiri no encogerían mi cabeza o mi cosita... aunque esto ultimo era difícil de leer debido a que un borrón de tinta lo hacia ilegible... y la dirección de solicitud de empleo.

    Como dije antes, yo estaba sin trabajo, desmujerado y sin nada más que hacer que sentarme en un banco de una plaza típica caraqueña, leyendo el periódico y ver la vida pasar. Unos chiquillos estaban jugando policías y ladrones con armas de verdad y el aire estaba sudando balas. Una pasó zumbando a un dedo de distancia de mi oreja izquierda y la rasqué con aire ausente como si solo hubiera sido un bicho molesto.

    La dirección de la entrevista solo estaba a dos cuadras de distancia, fácil de alcanzar a pie porque lo único que tenia que hacer era pasar de puntillas a través de un par de campos minados para llegar hasta ahí. Considerando mi última ocupación castrando moscas caseras con una lupa de joyero y unas pinzas imposibles de manipular, esto sonaba como un trabajo soñado.

    No sabia a lo que me enfrentaba.

    Tal vez los huesos cruzados y calaveras y el símbolo de peligro biológico impresos por todo el anuncio hubieran debido ser pista suficiente.

    Era una mañana de Octubre temprano con ansias de llover... ustedes saben, el tipo de clima que te lloverá encima el momento que olvides tu paraguas en casa... lo que fue la razón principal que me hizo levantar el trasero del banco y caminar a la dirección impresa en el anuncio, Por supuesto, siendo el tipo metódico que soy, tenía mi confiable paraguas a la mano. Lo tome y me fui en mi camino.... viéndome como un completo estúpido. Caminando por ahí con un paraguas durante un día soleado. Las nubes ciertamente tenían un modo oportuno de desaparecer de la vista cuando les convenía.

    EL CUARTO DE ESPERA

    Cuando llegué a la dirección indicada, inmediatamente noté unas cuantas cosas. El lugar apestaba a dinero; era un reluciente edificio que parecía fuera lugar del aspecto de zona desmilitarizada que todas las áreas de la ciudad Caracas ganaban más y más con cada año que pasaba.

    Un guardia de seguridad en la entrada me miró malignamente, como si esperara que yo le diera razón suficiente para sacar su arma y empezar a disparar... lo cual era sólo su manera personal de decir Hola. Me le acerqué, ignorando sus ojos entrecerrados y su postura que denotaba que estaba a punto de desenfundar, que lo hacían parecer un personaje salido de una vieja película del oeste. Pensándolo bien, el fulano se parecía un poco a Yul Brinner en el filme Mundo del Oeste, solo que vestido en un uniforme barato. Le mostré el anuncio que recorté del periódico y le pedí detalles. Tosí para aclarar mi garganta.

    —Disculpe, señor... ¿es este el lugar correcto?

    El vigilante gruño de manera displicente.

    —¿Está el puesto aún disponible?—le pregunté amablemente. Miel podría estar chorreando de mi voz, y era probable que este peligroso cretino armado no tenía ni idea de lo que le acababa de preguntar, pero no hacía daño preguntar.

    El hombre hizo un gesto ambiguo havia los elevadores con si mano derecha.

    Me encogí de hombros y me encaminé hacia allá, todo el tiempo sintiendo los ojos del guardia en mi espalda. El hombre parecía intentar ponerme nervioso pero no estaba a dispuesto a darle esa satisfacción.

    Apreté el botón de llamado y las puertas se abrieron de inmediato. Rápidamente entré, deseoso de poner algo entre el guardia de gatillo alegre y mi persona, apretando el botón del piso doce en forma repetida. Las puertas del elevador satisficieron este pequeño deseo.

    El ascensor carecía de la misma ostentación del edificio; parecía estar algo en ruinas y alguien había garabateado unas simpáticas imágenes de genitales en las paredes con un marcador. La manera en que se había hecho esto era casi de buen gusto, y le deseé un buen futuro en la carrera de diseñador de papel tapiz al artista improvisado; su trabajo sería un éxito rotundo.

    El elevador anuncio su llegada al piso doce y las puertas se abrieron a un pasillo vacío.

    Siguiendo las direcciones del recorte, finalmente llegue a la oficina 122 y toqué el timbre.

    Después de una breve espera, la puerta se abrió una joven de aspecto severo se asomo dramáticamente por ella. Me miró de manera enojona, con esa espantosa mirada que la gente le reserva a las verdaderas molestias.

    —¿Si?

    La mujer podría haber sido atractiva, si solo no se hubiera visto como si estuviera a punto de abandonar este mundo y a punto de visitar el próximo. Ella era extremadamente delgada, y su cabello, negro como ala de cuervo, había sido atado en un apretado y retraído moño. Vestía un vestido negro ceñido a la piel que no la favorecía en lo absoluto... ya que era tan femenina como un palo de escobas con unas caderas nada pronunciadas. La única traza de femineidad permitida era un pacato collarcito de plata que colgaba lánguido de su delgaducho cuello. La mujer ciertamente se veía como una muerta recalentada. De estatura pequeña, ella apenas llegaba a la altura de mis hombros.

    He experimentado muchos momentos incómodos en mi vida, pero estos palidecían en comparación con el intenso escrutinio esos oscuros ojos realizaban sobre mi.

    —Err, hum—tartamudeé. —Estoy aquí por el trabajo.

    Maravilloso. Que manera de comenzar.

    Ella estaba parada en la entrada como un moderno Cerbero. Me miró de arriba abajo, permitiéndose algunos segundos en inspeccionar el anuncio que llevaba en la mano y entonces suspiró dolorosa y profundamente. Ella se quito del camino, gesticulando impaciente para que yo entrara,

    —Tome un asiento—ella dijo al fin. Su voz, cuando no se restringía a meros monosílabos, parecía el repique de pequeñísimas campanas. Esta cualidad inesperada ciertamente me asombro.

    La mujer apuntó a una fila de asientos plásticos, ustedes saben, de esos duros y poco confortables que ponen en las estaciones de autobuses y oficinas de desempleo. La clase de sillas que lo hacen arrepentirse de siquiera haber pensado en apersonarse ahí, simplemente porque no están moldeados a la forma de tu trasero. De hecho, pienso que es a la inversa: sospecho que este tipo de asientos están diseñados por quiroprácticos sádicos, con la mala intención de moldear tu rabadilla en una forma caprichosa y arbitraria.

    Había tres asientos en su totalidad: dos ya estaban ocupados y uno vacío de forma ominosa en medio. Me senté con mi corazón atenazado de manera aprensiva.

    Mis dos compañeros de asiento no se veían nerviosos en lo absoluto. Los admiraba.

    Por otro lado, es difícil verse ansioso mientras se está en un estado sedado y llevando puesto algo que parecía ser una camisa de fuerza diseñada por Ives Saint Laurent. Encontré este ultimo detallito algo perturbador.

    Mientras esperaba, mis ojos se pasearon sobre cada pequeño elemento de esta oficina. Era un cuarto pequeño, cuadrado, menos de tres metros por cada lado. Habían dos puertas; aquella por la cual entré y una directamente opuesta a ella. Ésta era una anticuada puerta de madera y cristal traslucido por el sucio, y tenía el improbable nombre de Thaddeus T. Barnum esmaltado sobre el vidrio.

    Debajo, una de esas pegatinas amarillas para notas estaba pegada y decía, con una escritura apresurada y timorata: ENTREVISTAS PARA LA ESTACION ECOLÓGICA UNO. 1 PM – 5 PM. SU VEHÍCULO SERA REMOLCADO.

    Me sentí como si hubiera aterrizado en una alucinante aventura de detectives.

    Ubicados entre estos dos puntos de acceso, estábamos nosotros los arrastrados solicitantes y directamente en frente nuestro se sentaba nuestra encantadora custodio, su escritorio y un archivero que había visto mejores días. Entonces fue que note que la mujer estaba mirándome fijamente, examinándome de manera concienzuda por encima de la golpeada maquina de escribir que ruidosamente estaba aporreando.

    Di un respingo... ¿acaso acababa ella de guiñarme un ojo?

    No es que fuera fea al final y al cabo... tal vez si ganara quince kilos, más o menos, uno podría encontrarla algo atractiva. Había ciertas cualidades mediterráneas en ella, difíciles de determinar, que me hicieron acordarme de las morenas sicilianas y sus severas actitudes de bibliotecaria. Pero el estilo Zorba-el-Griego no es mi tipo, así que la ignoré de pleno.

    La puerta con el nombre improbable se abrió, y un hombre obeso de apariencia agobiada asomó su cabeza. Sus ojos se posaron cansinos sobre nosotros, los sentados solicitantes.

    —Marina, mande al próximo.

    Y con estas palabras dichas, desapareció para cerrar suavemente la puerta.

    La mujer entonces se levantó de su asiento y caminó hasta el sujeto sentado a mi derecha. Afianzándolo poderosamente por la camisa de fuerza lo ayudo a ponerse de pie. El hombre trastabillo de forma soñadora mientras recorría la corta distancia y la puerta se cerró detrás de el.

    Después de cinco minutos, unos gritos muy fuertes vinieron a través de la puerta cerrada, ni siquiera sofocados por toda su solidez. Un par de minutos después, los próximos sonidos que oí fueron un lloriqueo lánguido y un grito que destrozaría cualquier alma, rápidamente seguidos por un lejano y rotundo sonido de algo que cae al suelo.

    Empecé a sudar nervioso. Y note que tenia un agarre mortal sobre la empuñadura de mi paraguas; mis nudillos estaban mortalmente blanquecinos.

    La puerta se volvió a abrir.

    —El próximo solicitante, Marina.

    La mujer se volvió a levantar de su silla y veloz redujo la distancia entre nosotros. Ella agarró al otro individuo por la cintura de la camisa de fuerza y lo manejó como si sólo fuera una bolsa de lona. No podía evitar maravillarme acerca de su extraordinaria fuerza.

    Otro episodio unilateral de gritos de cinco minutos de duración. Pareciera que el Sr. Thaddeus era un apasionado de esa técnica. Entonces el chillón ruido de un taladro de dentista llenó la oficina, mordiendo de manera feroz contra algo duro. Seguido del ruido de huesos rompiéndose.

    Fue un ruido tan fuerte que no noté el crujido que la empuñadura de mi paraguas estaba haciendo por cuenta propia; la fuerza extrema que estaba aplicándole amenazaba partir el palo por la mitad como si fuera un lápiz. Empecé a levantarme de mi asiento pero una de las lujuriosas y adustas miradas de Marina me pararon en seco. Me volví a sentar.

    El ruido taladrante cedió y fue reemplazado por el rugir de una sierra mecánica, hundiéndose profundamente en una sustancia húmeda y suave. Me permití una larga e interrogante mirada a Marina, pero su austera cara rápidamente me disuadió de preguntar y abandonar el lugar al mismo tiempo.

    Otra vez aquel estridente alarido y de algo cayendo violentamente al suelo.

    La puerta se abrió una vez más y el hombre gordo de cara fatigada se mostró de nuevo.

    —El próximo, Marina.

    Marina me dirigió otra de sus resecas, lascivas miradas y durante un loco momento me hizo preguntar lo que sería hacer el amor con ella. La idea de masturbarse con papel de lija me pareció más agradable.

    Me puse de pie y caminé hacia la puerta abierta, listo pata enfrentarme a mi destino. Mi pobre paraguas yacía miserable y abandonado al lado de una de las sillas de plástico

    LA ENTREVISTA

    La oficina de Thaddeus T. Barnum era exactamente el opuesto espiritual de la espartana antesala de Marina. Era el nido de una enloquecida rata montañera que se encuentra obsesionada con el papeleo. Pilas de periódicos estaban disparejamente distribuidas en todas partes, y el escritorio de aquel hombre se veía sucio y descuidado.

    Un detalle atrajo mi atención: una gran ventana abierta dominaba el cuarto de manera ominosa.

    La gente vista desde la altura de un duodécimo piso tiende a parecerse a hormigas ocupadas. Al menos eso es lo que rezaba el prominente anuncio que colgaba detrás de la cabeza del Sr. Thad.

    Vaya comentario extraño.

    El Sr. Thaddeus sonreía de una forma que te hacia pensar que la parte superior de su cabeza se separaría del resto con la más ligera brisa. Sus manos se apoyaban sobre el secante de su escritorio con sus dedos elaboradamente entrelazados. El hombre se veía como el proverbial canario que se comió al gato.

    Me detuve el la puerta, cuidadosamente buscando cualquier rastro de los dos solicitantes que me habían antecedido.

    Sin pronunciar una palabra, el Sr. Thaddeus gesticulo para que tomara asiento.

    Rápidamente lo complací.

    Thaddeus T. Barnum era un hombro voluminoso. Recordándome al Sr. Barriga del Chavo del ocho, casi esperé ver a Don Ramón escabulléndose por los rincones. El gigantesco escritorio de caoba parecía un juguete infantil a su lado. Como dije antes, se veía cansado, como un hombre que enfrenta una labor sobre la cual ha estado perdiendo sueño los últimos tiempos.

    El Sr. Thaddeus no pidió ver un currículo; él evaluó directamente mis capacidades como interprete al llevar la entrevista de trabajo en una bizarra mezcla de Ingles y Español, que transcribiré aquí en la lengua Swahili para la conveniencia de todos ustedes.

    —Así que, señor, que le hace pensar que está calificado para tomar el trabajo... veo que usted no trajo un currículo—me dijo, un poco irritado. Con la punta de sus dedos, revolvió sin ton ni son algunos papeles sobre la superficie del escritorio.

    —Bien, Sr. Barnum—contesté, tratando de sonar seguro y como si tuviera el control de la situación. —Creo que se encuentra en una situación algo desesperada en este momento.

    Para mi sorpresa, el Sr. T. asintió ligeramente. Su sonrisa nunca abandonó los rasgos de su cara. Todo en ella estaba sonriendo: los ojos, sus labios, su nariz... ¡Dios santo! ¡Si hasta sus orejas sonreían!

    —Usted es un individuo observador—concedió. —Si, es cierto, estamos algo desesperados. Tal vez sea mejor que describa el trabajo en su totalidad, y después veremos sin usted esta aún dispuesto a tomarlo.

    El hombre masajeó el puente de su nariz mientras exhalaba un suspiro de exasperación, y en ese momento fue la primera vez que vi su sonrisa titubear. Sus labios vibraron al paso del aire.

    —Su trabajo, si desea embarcarse en él, es en la Estación Ecológica Uno. Es un laboratorio de investigación ecológica en medio de la jungla, y deberá actuar como traductor entre el doctor Farmington y los trabajadores locales. Como verá, el Dr. Farmington es algo excéntrico y se rehúsa a hablar en español. Lo mismo aplica a los trabajadores.

    —¿Los trabajadores se rehúsan a hablar en ingles? —interrumpí para tratar de aclarar la situación que se me estaba describiendo.

    —No, ellos también se rehúsan a hablar en español por igual. De hecho, no tengo ni idea que clase de dialecto local hablan ellos. Su labor principal será suavizar las aristas entre el Buen Doctor y sus trabajadores—el Sr. Thaddeus explicó. —Para complicar las cosas, también esta la presencia de los pigmeos Ikawiri en la cercanía... Ellos constantemente irrumpen en Eco Uno, saqueando la base en búsqueda de tequila y revistas Playboy.

    Alcé una ceja.

    El Sr. T debió de haber leído mi mente, porque rápidamente añadió: —No, no, los nativos no se ponen a mirar las fotos de desnudos: ellos realmente leen los artículos y entonces se comen las revistas aderezadas con salsa Mil Islas.

    Mi otra ceja ascendió por razones de simpatía con la primera, tal vez para averiguar porque ésta tardaba tanto en descender.

    —Los Ikawiri hablan una versión muy corrompida de su lenguaje nativo, increíblemente contaminado por el Castellano que los conquistadores españoles usaron durante los tiempos coloniales—el Sr. T dijo, pausando y haciendo un suspiro de frustración—.Bueno, eso más o menos lo que le puedo decir; que es mejor que nada, ya que los pigmeos adoran a la Gran Cucaracha Blanca.

    En ese momento no comprendí el profundo significado de este muy peculiar comentario.

    —Sin embargo—el Sr. T. Dijo mientras garabateaba en un pedazo de papel, el cual empujó en mi dirección unos pocos segundos después—este será su salario anual... que creo que encontrará más que satisfactorio. Verá que no le será posible gastarlo, empero, ya que más bien se encontrará empantanado en medio de una jungla olvidada de Dios. Depositaremos la suma mencionada en el banco de su preferencia, en cuotas mensuales y puntualmente en el primer día hábil de esa semana dada.

    Tomé la hoja de papel y casi di un brinco cuando vi la cifra anotada ahí: el total anual era más dinero del que hubiera podido ganar, incluso si trabajara incesantemente por los próximos veinte años. Era obvio que aquí había gato encerrado. Empecé a sudar frío y hice gestos para que el Sr. Barnum continuara su exposición.

    —Al Dr. Farmington se le ha otorgado una considerable subvención, por parte de Mocosoft, para estudiar los niveles subterráneos de agua—dijo el Sr. T, pausando en espera de una señal de reconocimiento del nombre de la compañía. Seguro, yo sabía de Mocosoft, fabricantes y distribuidores del sistema operativo para computadoras, conocido como Persianas Venecianas, y que es vendido con cada computadora en el mundo. Estos sujetos habían dado con una mina de oro al desarrollar la versión Vicio de su sistema operativo. Es innecesario explicar que ellos también poseían la mayor parte de las compañías farmacológicas especializadas en tranquilizantes: un sólo uso de su sistema operativo Vicio es más que suficiente para causarte un dolor de cabeza taladrante... y un consecuente colapso nervioso.

    El Sr. Barnum sonrió cuando notó que yo conocía la compañía de software; asumir una posición fetal mientras se está sentado sobre una silla, atenazándose con firmeza a ésta con las manos, es una clara señal de mi familiaridad con la compañía y que estaba a punto de suplicar por clemencia.

    —Empero, los constantes problemas de comunicación con los trabajadores han detenido el proyecto en su totalidad, caballero—El Sr. T continuó diciendo—. Esperamos corregir eso contratándolo a usted.

    —Y esto tampoco durará mucho—añadió—. Una carretera está siendo construida en el área, y el sitio elegido para ello, Estación Eco Uno, esta en el camino. Sospecho que tenemos un año, dieciocho meses a lo sumo, antes de que el proyecto sea terminado a la fuerza.

    Bien, chévere, pensé para mis adentros. Pero aquí hay aún algo que no me has revelado, caballerito.

    Los ojos del Sr. T se enfocaron aceradamente en mi... y su sonrisa desapareció como si alguien hubiera pasado un interruptor. Si su sonrisa constante tenía mis nervios parados de punta, esta repentina aparición de aquellos rasgos huraños me ponía realmente nervioso.

    —También espero que usted maneje las finanzas de la Estación... el Dr. Farmington es poco prolijo con los números, y deseamos que usted lleve (carraspeo nervioso) los libros. ¿Puede usted ser muy creativo con los números, amable caballero?

    ¡Aja! Aquí esta el meollo del asunto; el gato encerrado que estaba oliendo desde el principio. Los ojos de el Sr. T nunca cejaron en su empeño de llegar hasta lo más profundo de mi ser.

    —Bueno, no quisiéramos que el Dr. Farmington perdiera su subvención. ¿No es así?—él añadió. No pude hacer más que asentir silenciosamente con la cabeza a la última pregunta del Sr. Barnum.

    —¿Está usted dispuesto a tomar el puesto?—me preguntó.

    De nuevo, asentí sin decir ni pío.

    El Sr. Barnum sonrió de oreja a oreja.

    —¡Felicitaciones! —exclamó—. Está usted contratado. ¡Sea usted bienvenido abordo, hijo!

    A lo largo de todo este intercambio yo había tenido mis ojos fijos en la ventana abierta, y la gente desde esta altura ciertamente se veían como hormigas. El Sr. T indudablemente había notado esto y había estado mirándome a durante un periodo de tiempo igual. Él sabía que yo sabía que él sabía... Ustedes desenreden esto cuando tengan tiempo. La sonrisa de el Sr. T volvió a surgir, lúgubre.

    —Veo que la ventana llama su atención, amable señor—me dijo mientras se levantaba de su asiento y se acercaba a ella. Hizo descender la hoja de la misma de manera abrupta y yo oí el pasador cerrarse por si solo violentamente—. Y creo que puedo sentir lo que esta pasando por su mente al respecto de los solicitantes anteriores que no desearon acometer este trabajo.

    El Sr. Thaddeus se volteó e hizo dos pasos en mi dirección. Todo este tiempo estuvo mostrando su mortales y perlados dientes blancos. Que un hombre de semejante volumen pudiera moverse de esa forma era simplemente sorprendente.

    —Yo no los lancé por la ventana, tal como usted pudiera pensar—dijo mientras se sacudía el polvo de sus manos—. Ellos saltaron a través ella por su propia voluntad.

    EMPACANDO PARA EL TRABAJO

    Y MI TRAVESIA HASTA ALLA

    Mi apresurada retirada de la oficina del Señor Thaddeus, y la subsiguiente acción evasiva para escaparme de la intensa mirada de Marina me hizo olvidar mi paraguas medio doblado en la antesala. Por supuesto, como es de esperarse de una mañana de Octubre medio deseosa de llover, fui atrapado por un aguacero al salir de allí.

    Bueno, ahora yo tenia un trabajo que parecía caído del cielo y necesitaba hacer los preparativos necesarios. Retorné al apartamentucho que estaba alquilando en términos de minuto-a-minuto en Catia, una barriada en el extremo opuesto de la ciudad. Tales condiciones de arriendo eran forzosos ya que la casera lo deseaba de esta forma; ella pasaba a cobrar la renta cada media hora o algo así, no fuera que una bala errante alcanzara alguno de sus inquilinos, Dios no lo permita.

    Una vez ahí, empaqué mis pocas pertenencias en una bolsa de marinero y pagué la renta que le debía a la dama por el resto de la hora. La casera, una mujer de talla ciclópea con un gran bigote negro, estaba triste por verme ir. Yo fui uno de sus inquilinos con más prolongada estadía: diez días sin ser alcanzado por una bala.

    Era bueno que mis posesiones mortales no hicieran mucho bulto; habría sido deletéreo llevar más de un maletín al lugar que iba a ser mi destino final. Estaba localizado en las afuaras de Caucagua, un pequeño pueblo a ochenta kilómetros de Caracas, y era necesario el uso de seis autobuses, un submarino y un helicóptero para llegar hasta allí, Bueno, tal vez estoy exagerando un poco aquí: digamos que cinco buses y un submarino.

    Siguiendo las instrucciones que se me dieron, descendí el último autobús en La Encrucijada de Caucagua, y fui inmediatamente golpeado por la caliente y sofocante atmósfera. Aunque el lugar era bastante polvoriento, el aire estaba cargado con la humedad creada por la vegetación imperante. Esperé inmerso en este espeso ambiente, parado enfrente del Unicasa, el único supermercado que se había atrevido a abrir puertas ahí. Lo encontré todo normal a pesar de las temibles instrucciones de el Sr. Barnum: La Encrucijada parecía ser una parada turística aparentemente normal, en especial para todos aquellas personas que deseaban acopiar sus suministros de cerveza antes de aventurar el último tramo de su camino hacia Higuerote, una de las zonas playeras más populares de Venezuela.

    Hay un tramo elevado de carretera en frente del Unicasa; el gobierno local se había cansado de limpiar los accidentes automovilísticos de cada fin de semana, causados por cualquiera que simplemente quisiera llenar su cuota de cerveza ,y que decidiera que un giro salvaje y ciego al salir de la autopista era la mejor manera de lograrlo. Al final el gobierno decidió que era menos problemático construir esta estructura.

    Estuve de pie ahí por una hora, contemplando la calamitosa forma como unos adolescentes llenaban de cerveza Solera en latas la camioneta Wagoneer prestada pos sus padres, añadiendo al asunto unas cuantas botellas de caña(1) de anís. Entonces fue cuando lo que parecía una polvareda huracanada entró impetuosamente en el estacionamiento del supermercado. Encontré la manera en que se santiguaban la mayoría de los presentes un tanto preocupante, sin mencionar que unos cuantos estaban haciendo la señal del Mal de Ojo en mi dirección.

    De esta expansiva nube de polvo emergió el más mugriento Jeep que alguna vez viera en mi vida. La costumbre local urgiría escribir Lavame con la punta del dedo en el polvo disponible a cualquiera que se encarara con este tipo de sucio cubriendo un vehículo, pero por alguna razón pareciera que nadie había hecho de tripas corazón suficiente para atreverse a hacerlo.

    Muy, muy, extraño.

    El automóvil se detuvo enfrente de mi, levantando una nube de polvo que prontamente empezó a asentarse alrededor mío y en forma particular encima de . Me ahogué en él pero logré reprimir un acceso de tos.

    Un individuo extraño y alto se sentaba detrás del volante, todo cubierto con una capa de polvo de arcilla roja. Debajo de ésta, pude observar que el sujeto llevaba puesto una indumentaria de mecánico, pero no podría asegurarlo: la capa de polvo era tan gruesa que borraba todo trazo o detalle que me permitiera confirmar mis impresiones. El hombre era de decididos orígenes Latinoamericanos; era delgaducho y de piel aceitunada, con profundos ojos oscuros que parecían ahondar en tu alma, y en su semblante crecía un siniestro mostacho que enmarcaba su labio inferior de una manera muy particular, que hacía parecer que aquel hombre estuviera haciendo un constante puchero sobre cualquier minucia. Su mentón estaba recubierto por una canosa barba de tres días. Pronto, yo averiguaría que esta fue su forma especial de arreglarse para la ocasión y darme la bienvenida.

    —¿Sr. Mendoza?— me aventuré a preguntar a esta polvorienta aparición.

    Él asintió silenciosamente, apenas reconociendo mi presencia.

    Después de una embarazosa pausa me preguntó:

    —¿Eduado Nolastname?

    Yo asentí, tragando una acerada bola de saliva polvorienta por mi garganta.

    Aquel fue mi primer encuentro con uno de los hombres más importantes de la Estación Ecológica Uno: pedro Alfredo Mendoza de la Villahuerta Palomos y Linarez.

    Aborde el jeep y Mendoza apretó el acelerador hasta el fondo, levantando otra nube de rojizo polvo a nuestro paso.

    * * *

    Tan pronto abandonamos el área del supermercado, toda semblanza de normalidad fue igualitariamente abandonada. Mendoza hizo un giro brusco a la derecha cerca de la carretera elevada y entonces entramos a una de las más extrañas zonas de arbustos aplanados que hubiera visto en mi vida. Era el tipo de apariencia que un terreno adquiriría, si se le hubiera pasado una aplanadora por encima y después todo aquel esfuerzo hubiera sido abandonado por infructuoso.

    —Esto será la futura autopista Caucagua-Higuerote—Mendoza explicó—. Fue empezada a construir alrededor del primer gobierno de Caldera, pero fue rápidamente olvidada por todos los gobiernos subsiguientes.

    Apenas podía entender lo que Mendoza me decía; el rugido del motor era tan intenso que casi ahogaba sus palabras.

    Yo asentí después de hacer unos veloces cálculos mentales. Consciente de cuan fácil y caprichosamente nuestros políticos de confianza empezaban y abandonaban proyectos cada vez que su partido político perdía una elección reciente, calculé que esta gigantesca extensión de arbustos aplanados habían sido abandonados a su suerte por los últimos treinta años o más. El jeep se desplazó velozmente a través del terreno, simplemente aplastando la vegetación a su paso. Pude ver que había similares marcas de broza triturada por todo el lugar, probablemente debido a viajes previos de Mendoza, vadeando el área... o grupos de reconocimiento renovando su interés en la autopista.

    —Pero el gobierno actual—Mendoza continuó explicando mientras manejaba salvajemente por entre la variada espesura—ha recomenzado su construcción debido a las elecciones del próximo año. Muchos trabajos significan muchos votos para ellos, supongo.

    Había una obvia mueca burlona en su cara mientras decía esto.

    —¿Cuál es el propósito de la Estación Ecológica Uno—me atreví a preguntar, gritando por encima del rugido del motor.

    —El Sr. Farmington estableció el proyecto hace veinte años, para estudiar el efecto de la construcción de la autopista en los niveles de agua subterránea y el acuífero subyaciente.

    —¿Veinte años? —pregunté sorprendido.

    —Si—Mendoza respondió mientras sonreía—. Personalmente, creo que cualquiera que viva tanto tiempo en la jungla, solo estudiando como los niveles de agua son afectados por un camino, está un poco chiflado para empezar. Pero espere hasta que usted lo conozca.

    * * *

    Detuvimos el automóvil al pie de una pared de roca que era prácticamente un precipicio, en un punto en que la alargada planicie cubierta de fronda simplemente se ensanchaba. Había estado equivocado en considerar mi punto de llegada enfrente del supermercado Unicasa sofocante; aquí la cosa iba en serio y no se andaba por las chiquitas. El aire era tan húmedo y denso que respirar se

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