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El sentido de la vida
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El sentido de la vida
Libro electrónico198 páginas3 horas

El sentido de la vida

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Hay quien, afortunado, navega por su propia existencia como si fuera esta un mar en calma, sin apenas obstáculos que sortear. Otros, olvidados por un sistema que cierra los ojos ante su sufrimiento, se ven envueltos en un eterno vendaval, un torbellino de vivencias que los arrastra, los vapulea y hace añicos su esperanza. El sentido de la vida es un estremecedor recorrido por el huracán que es la vida de Lía, una joven cubana que se siente un fantasma en su propia historia. Obligada a crecer antes de tiempo, víctima de la violencia machista y sistémica, Lía no tardará en conocer la cara más oscura de la realidad y deberá luchar con uñas y dientes por salir adelante incluso en las circunstancias más adversas.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 abr 2024
ISBN9788410684751
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    El sentido de la vida - Lisbet Domínguez Herrera

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    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Lisbet Domínguez Herrera

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz Céspedes

    Diseño de cubierta: Rubén García

    Supervisión de corrección: Celia Jiménez

    ISBN: 978-84-1068-475-1

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    PRÓLOGO

    Hay pocos tesoros tan preciados como la infancia, esos mágicos años en los que cada mañana da comienzo una aventura diferente y uno sueña, despierto y dormido, con imposibles que aún parecen al alcance de la mano. Qué valiosos son esos días en los que aún no tememos a los traspiés de la vida y somos capaces de levantarnos de nuevo en cuestión de segundos si caemos, sin apenas darle importancia al rasguño que haya en nuestra rodilla. Jamás debería un niño tener que despedirse a marchas forzadas de un tiempo tan especial. Sin embargo, y por desgracia, son muchos los que se ven obligados a crecer y dejar de jugar, a enterrar sus ensoñaciones para aprender, sin quererlo, a comportarse como adultos.

    Se abre en esos niños una herida que ya difícilmente sanará; y entonces ya no les queda más remedio que mirar de frente las sombras y los horrores que esconde ese mundo que antes estaba repleto de colores. Así le sucede a Lía, la protagonista de El sentido de la vida: testigo desde pequeña de la violencia machista que sufre su madre, humillada y maltratada por la familia de su padre y víctima, ella misma, del abuso de los hombres que la rodean, a Lía le arrancan temprano su niñez y su propia voz, sin que ella pueda siquiera reclamarlas; y vaga sin rumbo por una vida injusta que no se apiada de su dolor insondable.

    Con todo, como se suele decir, la esperanza es lo último que se pierde. Animo a los lectores a acompañar a Lía en su valerosa y complicada lucha hasta encontrar, como bien dice el título de la novela, el sentido de su vida. Una razón para volver a soñar.

    .

    Corrían los años ochenta, y Cuba se encontraba en la mejor década en el proceso político. Nuevas oportunidades se abrían paso para aquellos jóvenes que querían emprenderse en un nuevo futuro y hacerse con una carrera. Años atrás, no era posible, por lo que ahora aprovechaban cualquier impulso para cultivar sus conocimientos y que estos aflorasen.

    Debido a los nuevos cambios y pertinencias, muchos jóvenes se movían de sus ciudades natales a otras aledañas para ejercer en sus profesiones o, sencillamente, para encontrar ese empleo soñado, que les diera la ocasión de encarrilarse en su mundo. Y en busca de esa ocasión, en la ciudad Bayamense era donde los jóvenes que dieran vida a la protagonista se conocieron.

    Ahí estaba él. De familia poco convencional y siendo el pequeño de once hermanos, Antoni era un chico atractivo, ojos color café y cabello rizado a lo afro. Portaba pantalones campana y camiseta ajustada; siempre llevaba anteojos cuadrados, que disimulaban su redondo rostro. Su piel morena y su porte altanero hacían de él un atractivo sonante. Cabe al caso argumentar que, con sus dieciocho años, ya conducía un Cadillac del 68, de color rojo. Llamativo ya era él como para pasar desapercibido sobre ruedas. A nadie ni a ninguna dejaba indiferente en sus años de juventud. Bien parecido y talentoso en su trabajo, se adentraba en el mundo profesional, en el que, con tanto esfuerzo, había conseguido un buen puesto de trabajo.

    Su hermano Salva, alto, bien parecido, fue el primero en contraer matrimonio, con la mujer de sus sueños, con la que llevaba años saliendo: Mariana. Mariana era la segunda de cuatro hermanas, a ella la seguía otra llamada Eloise. En la ceremonia de matrimonio entre ellos, Eloise y Antoni se conocen. Es ahí donde comienzan a estrechar una relación dos hermanos con dos hermanas.

    Eloise, una joven de diecinueve años, madura para su edad, ya tenía su carrera y un oficio al que dedicaba atención con esmero. Cada día, viajaba camino al pueblo, donde un ingenio azucarero daba vida al municipio. Debido a la oferta y demanda de empleo, muchos aldeanos se acercaban día a día a bregar; y allí, en aquel poblado, Eloise ejercía su oficio de relojera.

    Mantenía una relación con el joven atezado, hombre que la hacía feliz, tanto que obviaba sus andanzas, sin percatarse de lo que ya en aquel entonces era.

    Una tarde salen a caminar por los fastuosos jardines que circundaban los campos de arroz. Antoni sostiene de la mano a Eloise, ambos llevan un año de novios y este tiene una propuesta que hacerle:

    —¡Eloise, Eloise! —musita con voz retraída.

    —¿Sí? —contesta ella.

    —Tengo algo que manifestarte. —Le oprime fuerte las manos, mientras aligera el paso.

    Eloise está temblando, los nervios irrumpen en su cuerpo, el corazón se agita y late de prisa; ella, cree, le dirá lo que lleva tiempo esperando. Pero también tiene algo que decirle y cree es mejor que lo haga ella primero. Eloise se detiene, le mira a los ojos.

    —Antes que digas nada, tengo algo que confesar —dice mientras su mejillas se tornan ruborizadas, grana que desprende impregnación; la situación la hace sudar, está nerviosa. No sabe cómo le sentará a Antoni lo que está a punto de confesar.

    Antoni la mira y, esta vez, su rostro muestra preocupación; no sabe qué le dirá, pero, por alguna extraña razón, presiente no le agradará mucho.

    —Estoy embarazada —confiesa Eloise sin tapujos. Ella es muy joven y, aunque no tiene un hogar fijo, está dispuesta a llegar hasta el final. Está decidida, quiere dar a luz ese fruto, que para ella es de su amor, amor que lleva cargado en su vientre, con tanto miedo, pero llena de ilusión.

    Antoni suelta su mano. Intenta encubrir su semblante, pero el gesto que deja ver su rostro no es precisamente de aceptación. Sacude la cabeza e intenta disimular. La mira atónito y pregunta:

    —¿Estás embarazada?… Pero ¿cómo lo sabes?, ¿desde cuándo? —Con preguntas, evade el asombro que le ha causado, que, evidentemente, no dictaminaba ser de su agrado.

    Eloise, con mirada alicaída por la reacción de este, agacha la cabeza, avergonzada, y responde:

    —Hace tres semanas. Esperaba me llegara el periodo, pero no ha sido así y ayer me lo confirmaron.

    Antoni reacciona en un instante. Vuelve a cogerla de la mano; la aprieta fuerte, con pasión, mientras la mira fijamente:

    —Imagino no lo tendrás… Somos muy jóvenes, ahora no podemos atarnos a un hijo —dice decidido—. Ya está, tengo un amigo que trabaja en el hospital; ¡iremos y el me hará el favor!

    Eloise quita su mano.

    —No, yo no iré al médico, es mi hijo. Y si no me apoyas, aun así, lo tendré —responde enojada. Ella le ama, y con su edad, cree es el hombre de su vida, pero no esperaba esta reacción. Cuando comenzaron a vivir juntos, ella le veía como el hombre de sus sueños, el definitivo, el padre de sus futuros hijos. Es cierto que, a esa edad, es muy prematuro pensar en descendientes; pero ella era de ideas claras, sabía qué pretendía en un mañana próximo y lo que sí no quería era interrumpir su embarazo.

    —Pero yo no puedo hacerme cargo de un hijo ahora, tengo un gran y prometedor porvenir. No puedo, lo siento. No entiendo por qué no te cuidaste, tú sabes que yo aún no tengo un puesto fijo y vivimos en una casa agregados —agrega él culpándola despiadadamente, como si solo fuera cosa de ella el hecho de estar embarazada.

    En su interior, prefiere mantener el silencio, antes que seguir desperdigando sin fin palabras que no le dejarán muy bien parado. Antoni se ve sumido en la confusión, no sabe qué hacer: la ama, pero no está seguro si será suficiente para atarse de esa manera a ella.

    La observa cuidadoso, mientras Eloise, fuerte, ensimismada, mantiene su posición.

    —Dame tiempo, necesito pensar —expresa él.

    Ella, en medio de tanta oscura penumbra, ve un ápice de luz. Sonríe, ha visto un rayo de esperanza: también le ama y no quiere perderle.

    —Está bien, amor. Iremos juntos al médico para confirmarlo y, mientras, te piensas si quieres que sigamos adelante con lo nuestro, porque mi embarazo seguirá —dice ella enfrascada. De pronto, recuerda que Antoni quería decirle algo—: ¿Tenías algo importante que decirme?…

    Antoni la mira evadiendo la pregunta y, en su mente frustrada, busca entre recovecos una respuesta que la convenza. Ya no quiere declarar lo que venía a decirle. Él ya no desea proponerle matrimonio. La noticia lo ha dejado paralizado, ha visto su vida, como diagrama, pasar le por delante, en forma de pequeñas escenas de película, y de pronto se ha visto a sí mismo, en cuestión de segundos, atado a un futuro que él no había anhelado; no era lo planeado para su vida. Así que, como puede, intenta escapar.

    —Nada, no tiene importancia, yo solo te iba a proponer un viaje, así juntos los dos —le dice con una sonrisa fingida—. Quiero presentarte a mi familia y conozcas donde nací.

    Eloise, emocionada, le responde con un abrazo, abrazo de esos que devuelven las energías.

    —Sí, claro que quiero ir de viaje contigo y conocer a tus padre y hermanos —responde ella emocionada. No era esto lo que esperaba, pero estaba bien para romper aquello que oprimía su corazón; lo que le planteaba le servía para balancear el dolor que le había provocado su abnegación al embarazo y, sin dudas, era un buen paso en su relación. Y a diferencia de él, ella pensaba que esto afianzaría aún más el amor que se sentían.

    Se toman de la mano y, casi sin decir palabra, regresan al coche para volver a casa.

    Pasan los meses y, aunque no se volvió a hablar del tema, el viaje a Guantánamo fue reconfortarle y, entre líneas, quedó dicho que tendrían al bebe. Para las cuñadas, enterarse de la noticia fue agradable, cuatro de ellas también estaban encintas y la noticia de que su hermano pequeño sería padre les agradaba aún más, a lo que Antoni no tenía nada que objetar. Y así, sin previa planificación ni una aprobación directa por parte de este, queda zanjado el tema.

    En mayo del 86, llegó a sus vidas Lía y su relación no mejoró como pensaba Eloise; por el contrario, fueron nueve meses de triste soledad e incertidumbre por el rumbo que estaba cogiendo su relación con este.

    Antoni, cuando aún no sabían el sexo del bebe, apareció un día con una bolsa pequeña y un roponsito de niño. Al enterarse que sería niña, tal fue su conmoción y el desencanto que nunca más volvió a participar ni de regalos para el bebe ni de compañías al especialista ni ninguna otra cosa que tuviera que ver con el embarazo. Él lo tenía claro: no quería tener hijos y lo que no nace no crece, por lo que Eloise se dedicó sola a todos los preparativos para la llegada de su primera bebe.

    Nació la pequeña y ella, que siempre estaba sola con su trabajo, los quehaceres de la casa y la nena, también tenía que lidiar con los descaros e infidelidades de Antoni.

    Un día, después de no haber aparecido en toda la noche en casa, eran las siete de la mañana, se presenta por la puerta. Su ropa está espachurrada, como quien estruja un papel y lo lanza al suelo; el olor a colonia de mujer es tan fuerte que es evidente: pasó la noche acompañado. Porta unas gafas de sol oscuras que no dejan ver su semblante cansado, como quien ha tenido mala noche. Entra de largo y, sin decir palabra, se dirige a su habitación. Eloise le ha visto llegar y, por el olor, que podía percibirse a metros, decide no acercase y mucho menos cruzar palabra. Está cansada, ya no aguanta esa situación; es un día sí y otro ya no es el mismo hombre del que se enamoró; la relación pende de un hilo y él está a punto de tirar por donde este se está crujiendo.

    Antoni se acuesta en su cama tal cual venía y, después de un rato, cuando nota que Eloise no le hace caso, se le escucha desde la habitación hablando en voz alta:

    —En esta casa no hay amor por uno, estoy cansado de que mi mujer no se preocupe por mí —dice él, hipócritamente.

    Eloise, que no está muy lejos de la habitación, le escucha y ya con la paciencia agotada se dirige hasta él y pregunta:

    —¿Por quién me he de preocupar?, ¿por ti?… Mira qué horas son, ¿y hasta ahora apareces? ¿Por ti, que sabe Dios con qué furcia andabas…? ¿Y todavía quieres que, cuando llegues a la casa, te esté esperando como una esposa sumisa?… Ya me cansé, no haces ni caso a tu hija. ¿Y quieres que yo te trate con amor, cuando no te preocupa nada más, absolutamente que no seas tú? No me hagas reír.

    Él, para dar pena, se quita las gafas de sol y deja ver el morado de sus ojos hinchados. Ella se asusta al verle y se le acerca con pena.

    —¿Qué te ha pasado?… —pregunta asustada temiendo por este.

    —Nada, no me pasó nada. Tuve un problema y por eso no aparecí hasta ahora. Y tú enseguida pensando mal —le explica con tono de inocencia, como quien no rompe un plato.

    Eloise se asusta y corre a buscar compresas de agua fría para bajar la inflamación. Él se deja arrullar y, entre caricias, queda dormido.

    Días más tarde, Eloise llega de una consulta con la beba, enojada y muy furiosa. Entra, pone a la bebe en su cunita, la arropa y entra silenciosa en la habitación donde Antoni se encuentra tendido, sumido en un profundo sueño. Se dirige otra vez a la cocina, lágrimas saltan de sus ojos. Está enloquecida, poseída. Está fuera de sí: agarra un bote con gasóleo, unos fósforos y va apresurada a tirarlo encima de este. Antoni se despierta por el fuerte olor que bañaba todo su cuerpo y, de un tirón, se levanta apresurado de la cama

    —¿Qué pasa?… ¿Qué me estás haciendo?, ¡¿te estás volviendo loca?! —grita y la agarra fuerte del brazo.

    —¡Déjame! —vocifera ella—. ¡Déjame, suéltame! Te voy a pegar fuego, eso es lo que mereces, que te den candela.

    —¡¿Pero qué pasa?! ¡¿Estás loca?! Esto ya pasó de castaño oscuro, ahora sí enloqueciste.

    —¡Suéltame, mentiroso, eres un mentiroso! Nunca más confiaré en ti, mentiroso.

    Antoni no está entendiendo nada y la agarra fuerte. Siente miedo. Ella se resiste. Logra por fin inmovilizarla y, con mucha rabia por la situación, la mira y le dice:

    —¡Estás demente! Ahora sí te has trastornado.

    Eloise grita:

    —¡Falso, eres un falso, el otro día me dijiste que habías tenido un problema y yo pensé que era del trabajo, de tonta te creí. ¡¿En el trabajo?! ¡A ver, dime dónde fue! —grita abrumada, mientras de sus ojos corren lágrimas de decepción—. Tal vez olvidaste decirme que estabas siéndome infiel con una mujer mucho más joven que tú y casada además, ¿eh? ¿Se te olvidó decirme que esa tunda te la dio su marido?, ¿olvidaste ese pequeño detalle? —replica irónicamente—. Y yo todavía de ilusa, curando tus golpes, asustada por ti. ¡Te has estado riendo en mi cara! —brama, casi sin pausas entre palabras. Su enojo es tal que no puede detenerse, su voz se esparce con fuerza de su interior. De no ser porque la tiene inmovilizada, probablemente habría llegado hasta el fin, lo que en su mente era acabar con aquel hombre alevoso.

    Antoni no articula palabra, sabe que ella tiene razón, esta vez no ha podido esconder lo que había hecho: solo queda aguantarla para evitar cometa una locura y socorrer su vida.

    En ese momento, la bebe llora, es la hora de comer.

    —¿Estás más calmada?… —pregunta—. Mira, con esas voces, has conseguido asustar a la niña.

    —Suéltame, déjame ver a mi hija —dice Eloise, procurando

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