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Constelación
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Libro electrónico577 páginas8 horas

Constelación

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Cuatro historias entrelazadas, cuatro chicas separadas al nacer... Rosa, Yissel, Alexis y Madelaine se convierten en mujeres que luchan por el amor, por recuperar sus familias, por llevar a la luz sus verdades, por defender sus emociones, por ser reconocidas en un mundo de traiciones, pero, sobre todo, luchan por sobrevivir.

Constelacion, es una novela que nos demuestra que el amor y la familia nos da la fuerza necesaria para alcanzar cualquier meta, y para vencer cualquier obstaculo. Nos hara reir, nos hara llorar y tambien nos hara sonar, con la esperanza de que al final, si tenemos fe, ese sueno puede hacerse realidad.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento18 oct 2021
ISBN9781662492099
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    Constelación - Mileivi Legon

    I

    Múltiple nacimiento

    En una plaza iluminada por un sol resplandeciente, el gentío viene y va sin detenerse. Solo las ventas en las tarimas que han colocado en una de sus esquinas, llaman la atención de la muchedumbre que se ha adueñado del lugar. Unos faroles altos y majestuosos descansan la vívida noche, colmada de románticas parejas y por supuesto, secretos que no podrían faltar. Aún ahora el césped bien cortado y cuidado, los bancos dispersos, el buen estilo de la catedral, y la torre del reloj de la ciudad, suelen asombrar a algunos que la visitan por vez primera u a otros que pensativos llegan con decisiones que tomar, unas propias, otras no.

    A unos centímetros de la fuente, allá en el centro, una señora de algo más de sesenta años se seca el sudor de su frente con un pañuelo bastante usado, no está segura de sentirse tan agotada por el calor, por los achaques que comienzan a su edad o por la carga emocional que la ha llevado hasta allí. Mira con un cargo de conciencia hacia una canasta algo grande a uno de sus lados y las múltiples y confiadas respiraciones le hacen sentir repugnante y vil, pero no sabe si realmente debe darse el lujo de pensamientos, tiene un encargo que cumplir y aunque sabe de antemano que estará arrepentida toda la vida siente un amor especial por aquel que ahora la ha puesto en tal situación.

    Sin siquiera tener tiempo para nada más que dejar caer suave la cesta, cae sin sentido. Sus gruesos brazos estirados en dirección de aquello que no debía soltar hasta llegar a su destino, pero su inconsciencia producida por un dolor fuerte en sus sienes, no la dejan pensar en nada más. A unos pasos de allí una joven delgada y sin gracia, ha visto aquel incidente, y al intentar ayudar a la señora tropieza con una mujer muy elegante en su pose, quien, distraída, pero orgullosa espera una explicación.

    —Disculpe, solo pretendí socorrer a la... —intentó decir señalando a la inconsciente en el piso, pero la otra le tapó la boca y rápidamente le interpeló—:

    —Vete, yo me ocupo.

    Diciendo esto se inclinó directamente ante el cesto, y la joven retrocedió en sus pasos mirando de soslayo la escena tan inaudita que dejara atrás, mientras algo más increíble aún le hizo detenerse tras uno de los faroles de la plaza. Observó como la mujer tomaba algo que al parecer se movía y su curiosidad le hizo fijarse bien en cada detalle. Se percató que la conocía, venía muy seguido a la plaza con sus amigas, hacían ferias donde vendían vestidos y otras prendas para luego entregar el dinero al padre en la iglesia, pero ella sobresalía por siempre tener ese aire de superioridad. Su mente trabajó muy rápido, la vería más adelante, y trataría de sacar un buen partido por su silencio.

    Las doce campanadas del mediodía dan lugar mientras Thelma Beltrán camina a toda velocidad cruzando la plaza llena de testigos, ciegos, o anónimos. Se ríe por la idea tan maravillosa que tuvo minutos antes y mientras cavila lo que hará al llegar a casa, saborea el triunfo de haber tenido unos casi, nueve meses de soledad. Mientras, un joven con paso firme aferra un bulto contra su pecho, murmura entre dientes el haber tenido suerte de llevar a cabo ese doble encargo, se toca uno de los bolsillos de su pescador donde aprieta unos pesos pagados como recompensa.

    «Verdad que ser rico los hace un poco tontos», piensa. Ese hombre no sabía que ya cumplía órdenes y no estaba allí por simple casualidad. Había inventado la historia de ser jardinero para colarse en aquella casona, y a la criada la tenía chantajeada, si decía una palabra de más la mataba, se ríe por lo bajo, «el peso de las palabras es muy fuerte», seguía pensando... Solo bastó aprovechar cuando el señor se distrajo, haberle comunicado que su hija estaba muerta fue la estocada final para que se sintiera vulnerable e hiciese lo que él pretendía. Se ofreció para enterrar a la niña discretamente y así la señora no sufriera tanto su pérdida al verla sin sentido y a la vez pudiera recuperar su vida junto a su esposa si quisiera, ya que no había ningún crío. Mira el reloj al final de la plaza y se percata que ya está bastante atrasado siendo un poco más de las doce y cuarto, más no sabe si tendrá la sangre fría de terminar su encomienda, nunca antes se había ensuciado las manos haciendo un trabajo como el que le encomendaron. Entonces saca sus propias conclusiones. Debía desaparecer el paquete entre sus manos, sí, pero lo haría a su manera.

    El joven tenía dieciocho años de edad y ya era un maestro en el arte de robar y chantajear, se involucraba en todo tipo de negocios sucios, en fin, era un pichón de delincuente siendo tan joven. En ese instante ve a una señora a unos pasos de él intentando levantarse, y alargando una de sus manos hacia una cesta, al parecer de ropa, hizo un ademán muy rápido colocando su bulto envuelto en una manta gris en un espacio vacío entre los paños e hizo como si solo hubiese querido ayudar.

    —Gracias, joven, has sido muy amable. ¿Cómo te llamas?

    —Ismael. ¿Puedo hacerle una pregunta? —dijo mientras caminaban despacio.

    —Hazla.

    —¿Por qué lleva a lavar la ropa fuera?, ¿o es que piensa botarla? —su mente trabajaba a cien kilómetros por hora.

    —No, ninguna de las dos, llevo a estas cri... —paró en seco y le soltó la mano que le sujetaba el brazo—, ya es hora de que siga mi camino sola, me he demorado y deben estar preocupados en casa, gracias otra vez, espero volver a encontrarme contigo algún día.

    —Seguro, el mundo es tan pequeño y da tantas vueltas. ¡Puede que nos veamos de aquí a veinte años! —dijo sonriendo y dando un ligero trote calle opuesta.

    Georgina Blanco no respondió.

    Le faltaba solo una cuadra para llegar al convento donde dejaría de una vez y para siempre los frutos del pecado de su patrón. No tendría el valor para esperar a que le abrieran el portón, los dejaría allí con cuidado y viraría tras sus pasos. Con gusto pudiera alejarse de aquella casa donde no tuviera que recordar cada día lo que estaba haciendo, pero un lazo mucho más fuerte le ataba allí, aunque su patrón desconocía la verdadera razón por la cual ella le ayudaba. Por esa misma razón se sentía en deuda con él. Lo más importante en su vida era cuidarlo y ayudarlo en todo cuanto pudiera, y eso lo estaba pagando ahora con su lealtad y silencio, aunque también se arrancaba una parte de su alma en ello.

    Tras tocar la manija, colocó bien la cesta de modo que al abrir pudieran verla enseguida. En ese momento una de las crías se movió y comenzó a gemir, sintió el impulso de revisar, de aliviar su apetito, había algunos biberones allí, pero solo de pensar que luego no tendría el corazón de dejarlas, corrió. Sí, corrió tanto como sus piernas o su consciencia le permitieron, imaginaba las pequeñas marcas de nacimiento que tenían, pero no les harían falta, al menos estarían juntas, apoyándose unas a las otras y entregándose cariño, aunque ya tan solo por nacer se les había negado.

    Una pareja de jóvenes de dieciséis años o un poco más, se detienen al escuchar el llanto que cuál canto de dolor, hambre y desamparo no deja lugar a escabullirse sin tan siquiera llegar.

    —¡Mira Roberto son apenas unos bebitos recién nacidos! ¿Quién puede tener el valor de deshacerse de algo así? ¡Vamos a llevárnoslos! —dijo resuelta.

    —¡Estás loca Longina! Apenas tenemos para nosotros que hemos sido bastante osados al escaparnos a vivir solos. ¿Cómo piensas arreglártelas para seguir estudiando?

    —Eso es lo de menos —dijo tomando uno de los bebés—. Es precioso, apuesto a que este es hembrita, tiene unas pelusitas muy claras, posiblemente luego se pondrá rubia. Mira tenlo —dijo juguetona y melosa al segundo que tomara otro envuelto con una manta gris la cual al cargarlo cae encima del bebé que parecía más pequeño en aquella inmensa canasta—. Mira mi amor, este es más fuerte y robusto debe ser un varoncito, anda, nos llevaremos la parejita —dice Longina sin dejar de mimar y acariciar a su novio que parece más joven que ella aun llevándole dos por encima.

    —Está bien, pero ni uno más —dijo jalándole por una muñeca al ver a su prometida intentando coger también el último bebé.

    —Bueno, vámonos cielo, me da mucho sentimiento dejar a ese solito allí, al menos las monjitas le cuidarán.

    Roberto aferra rápidamente el brazo extendido de su amada Longina quien va feliz llevando a sus hijitos como si fueran un nuevo regalo de Navidad. Sin pensar siquiera que pasarían por mucho más que una simple noche sin dormir.

    Unos segundos después, una monja de unos treinta y cinco años abre el portón, su asombro le hace sonreír al ver a una pequeña casi desnuda en una cesta tan grande, y con una manta tan poco apropiada para una piel tan suave. Siente en ese instante como su pecho se contrae de emoción. Al mismo tiempo en la esquina de enfrente con una respiración agitada, Ismael alcanza a ver que su encargo después de todo no tiene tan mal fin, a decir verdad, mucho mejor que lo encargado. Aquella manta de la que era dueño le deja ver una pequeña marca por atrás del hombro del bebé, la cual no sabía que existía, y en un susurro logra escuchar a la monja balbucir: Te llamaré Rosa, a partir de ahora te cuidaré y enseñaré, Sor Rosa.

    Esa tarde dio un vuelco inesperado, de la amargura más insoportable a la felicidad más ilusa. La casa de los Beltrán era una de las más bellas en construcción y lujo, quedaba un poco apartada de la ciudad, ya que al patrón le encantaba el trabajo con el ganado y ostentaba por ser uno de los mejores ganaderos en el país. No solo tenía hermosos y fuertes caballos, también vacas de muy buena producción de leche y algunos animales que le permitían exportar carne de primera línea. Mientras Arturo Miguel Beltrán se dedicaba a conquistar la cima con su empresa, su esposa por casi siete años se entretenía en charlas sin sentido con sus amigas y alguna que otra obra de caridad.

    Ese día en particular Thelma llegó a casa con una sonrisa de satisfacción, subió directamente a su habitación, con la mirada inquisidora de su ama de llaves, pero sin pronunciar palabra. Acto seguido la llamó y muy directamente le dijo:

    —Adela, quiero que reúnas al personal en la sala en unos minutos, necesito hacer algunos ajustes y decidir a partir de ahora quien me servirá como es debido para la pronta llegada del patrón, me ha avisado que llega en dos días, después de tantos meses de ausencia —dijo esto último casi para ella misma.

    —Pero mi señora, ¿cómo es que hará ajustes si estamos prácticamente necesitando más personal?

    —Tú siempre haciendo preguntas innecesarias. No te preocupes, tú te quedarás conmigo, a pesar de que a veces me sueles sacar de quicio con tus sermones espirituales, sé reconocer que he podido desahogarme y depositar mi entera confianza en ti. Por eso es que te repito, por favor Adela el tiempo apremia, ve y cumple mi encargo.

    El ama de llaves sale corredor abajo con un rostro que denomina incomprensión. En su mente divaga la actitud inesperada de su patrona, quien asumía esos arranques de emociones con frecuencia, pero de ahí a querer deshacerse de su servicio, escogido con tanta minucia, le hace pensar que mucho tiene que ver con aquel envoltorio que llevara a su habitación minutos antes.

    Les ordenó a todos, el deseo de Thelma de verlos en la sala de estar. Su voz era firme, aunque solícita a la vez, nunca necesitó tratar mal al personal de la casa para que le obedecieran cuando les requería u ordenara alguna encomienda de sus patrones. Adela con sus cincuenta y dos años cumplidos lucía aún muy joven, su complexión delgada tenía mucho que ver y su rostro en pose suave y gentil podía desprender armonía y confianza para todo en derredor, su cabello sin ningún color artificial lucía sus canas mezcladas en el suyo natural lo cual le hace ver mucho más sobria y elegante, no usaba uniforme, vestía con ropas holgadas, combinadas y muy discretas, y tacones cuadrados siempre que estaba de servicio.

    Al escuchar a su patrona pronunciar su discurso breve sobre la unidad, lealtad y obediencia que debían tener todos bajo su techo, no pudo menos que asombrarse al ver que había pedido a dos de sus más recientes empleadas domésticas que recogieran sus honorarios y se marcharan. Luego explicó a todos que si les permitía quedarse debían prometerle que lo que escucharan o vieran a partir de ese momento en la casa no podría repetirse o revelarse sin su autorización.

    Hasta ese momento todos aceptaron, quedaron muy callados y atentos hasta que sin poder ocultar su sorpresa, la señora les mostró la verdadera causa de tanto misterio.

    —Les presento a mi hijo Alexis Beltrán. Acabo de dar a luz después de casi nueve meses de embarazo. Un embarazo que ha sido muy tormentoso por las múltiples veces que estuve a punto de perderlo, estuve en cama prácticamente todo el tiempo llorando por la ausencia de mi esposo, el padre de mi hijo...

    —Pero señora Thelma, disculpe mi intromisión, ¿cómo piensa hacer cuando el patrón llegue y pregunte donde nació, qué médico le atendió? —intervino Adela.

    —No es necesario que te ocupes de todo Adela, ya he pensado en eso, el doctor Gilberto de la Fuente es muy buen amigo mío y dirá todo lo que ocurrió, que me atendió personalmente, que el parto lo realizó aquí mismo por haber estado tan delicada, y que no hubo tiempo para nada más. Ahora les indicaré a cada uno de ustedes lo que deben hacer, y Emilio que se ocupe de comprar algunas cosas que necesito para habilitar el cuarto del bebé. La inscripción de nacimiento se hará cuando regrese su papá. Mañana me ocuparé de comprar sus cosas personales.

    —Creo que necesitará una nana para que se ocupe del bebé, señora Thelma —dijo su ama de llaves al ver con cuanta calma hacia los arreglos.

    —No, soy una madre muy preocupada y dispuesta Adela. Lo atenderé yo misma por el momento.

    La semisonrisa cínica, su mirada fría y calculadora, le hizo pensar que debía estar mucho más cerca de su dueña, para ayudarla y protegerla de su peor enemigo, ella misma.

    Thelma, encerrada bajo llave en su habitación se recrea en el rostro de delicadas facciones y tez blanca, una risa de satisfacción ilumina el lugar mucho más que la propia luz. Ha tenido una idea genial al traer a ese chiquillo a casa. Al mirarle sus ojillos de un color verde azulado muy parecido a los suyos sonríe de triunfo y se dispone a revisarlo completamente quitándole una a una, todas sus piezas de ropa. Su sorpresa no tiene límites al percatarse que es una pequeña en vez de un varón. Literalmente patea el piso, ruge de rabia y bate desesperadamente sus brazos en el aire. ¿Cómo pudo obviar ese detalle tan importante?: ¡Qué necia! Pude incluso haber escogido mejor porque en aquella cesta había más de un crío, pensó en voz alta.

    Su plan de recuperación ya había comenzado, y no podría dar marcha atrás, no después del discursito delante de la servidumbre. Tenía que llenarse de valor y decirle a Arturo que el bebé era una mujercita, pero... ¿Qué estaba pensando? Él no lo aceptaría. Infinidades de veces le escuchó decir que quería un heredero que se ocupara de sus negocios al crecer, solo de esa manera se quedaría a su lado. Ella le daría su hijo preciado y él no se percataría de nada, aunque tuviera que vigilarle todo el tiempo. Sí, eso haría, al menos al principio. Luego cuando ya le cogiera cariño, vería como le decía la verdad, en definitiva, todos se parecen de chiquitos. Con estos pensamientos comienza a vestir nuevamente a su hijo.

    II

    Irrevocables decisiones

    Lleva alrededor de una hora mirándola sin siquiera preguntar. Georgina le conoce bien, solo adopta esa posición cuando tiene grandes problemas en sus negocios y piensa como salir a flote. Luego de resolver el asunto vuelve a ser el mismo hombre jovial y desenfadado de siempre. Pero esta vez han pasado mucho más que horas de silencio y hostilidad, nueve meses de inconformidad, angustia por lo desconocido, por lo que pudiera desestabilizar su comodidad, la posición que se había creado con el paso de los años en la política. Se siente ansioso por saber sí, pero también quiere olvidar.

    —Dime mujer de Dios, que ya no soporto que estés ahí como una jueza implacable, queriéndome comer con los ojos —dice Sixto del Valle Sandoval de modo insolente.

    —Tú sabes bien lo que pasó, no tengo nada que decir ni que juzgar, mañana no seré yo quien me quede sin dormir cuando la culpa toque a la puerta —dice la mujer mientras camina despacio.

    —¡Qué bien se ve que no acabas de entenderme, de ponerte en mi lugar!, ¿acaso no te das cuenta de que al morirse su madre no tengo otra opción?

    —¡No te engañes a ti mismo! Mil opciones siempre hay para quien las busca —camina hacia él con los puños cerrados.

    —A fin de cuentas, en un convento se crían bastante bien, es verdad que a veces pasan un poco de necesidad porque las monjitas no tienen para dar lujos o cumplir caprichos, pero tú sabes que yo también salí de uno y terminé donde estoy, en uno de los mejores puestos de la sociedad —dice jactándose un poco.

    —Y es por eso que hoy haces lo mismo, pero no te has percatado que quizás no corran con la misma suerte de ser adoptado. Ni siquiera les diste la oportunidad de conocerte, de saber que tienen un padre.

    —¿Te has vuelto loca?, acaso piensas que pude haberlas traído a casa y decirle a mi mujer: "Hola, querida, aquí me tienes con los frutos de mi traición para que los cuidemos juntos.

    —No seas cínico Sixto, siempre te he considerado un hombre de bien, con sentimientos dignos. Tienes razón al decir que eso hubiese sido una locura descabellada, pero realmente ya no amas a Ángela, bien podías divorciarte y criarlas tú —respira y luego dice en un tono muy triste—. Muchas no tuvimos la opción, pero a ti no te falta el dinero y bien sabes que podías contar con mi ayuda.

    —Siempre metiéndote en mis cosas como si tuvieras derecho... Es verdad que eres ingenua Georgina, en estos momentos no puedo divorciarme. Mi carrera política no me lo permite, eso sin contar el escándalo que sería y la perdida de dinero con abogados.

    —Es una lástima que pienses de ese modo hijo, si supieras como uno se arrepiente de dar pasos como esos, y lo difícil que es enmendar ese tipo de errores, sufres toda una vida imaginando como sería si hubieses superado la prueba, si al menos la fe te hubiera acompañado lo suficiente, no todos alcanzamos a encontrar nuevamente lo que dejamos tan fácilmente, aun cuando te empeñes. Y los que lo logran pasan años para hacerlo y en algunos casos te decepcionas al ver en que se han convertido sin tu guía y protección.

    Termina de hablar con un par de lágrimas rodando por su rostro cansado. Encamina sus pasos hacía la salida dejando a Sixto en el rincón más sombrío de la habitación. Hurgándose por dentro, buscando algo que le hiciera salir a flote de su pesadilla, la cual había creado en solo una noche de placer. En ese instante sus veintiocho años le pesaron, cayéndole encima con toda la fuerza que un hombre puede soportar. Cerró las cortinas, quedando en total oscuridad, deseando que pasara el tiempo para que cerraran las heridas que el mismo le había causado a su corazón.

    Ángela se insistía en saber lo que había pasado esa mañana, en sus pensamientos recordaba que los dolores de parto la dejaron casi sin sentido, pero Bertha la partera, le dijo que debía ser fuerte porque el crío venía muy grande. En ese momento sintió una alegría infinita por enseñarle el niño al hombre que tanto amaba y quien decía amarla más que a nada, tuvo el ímpetu necesario para continuar, sabía que esta vez nada los separaría, ni siquiera aún sus palabras en la noche anterior tendrían ningún peso.

    Él se encontraba muy nervioso, decía cosas por lo bajo, aunque a ella no le importaba el escándalo, esto al parecer no le hizo muy feliz a Arturo Miguel, se percató de que su rostro estaba algunas veces contraído, ya no le besaba, solo le decía ¿Hasta cuándo te demorarás en parir mujer?. Imaginó que su mal humor no era más que nerviosismo porque luego venía y nuevamente le daba ánimos y le prometía quedarse a su lado para siempre enfrentando cualquier obstáculo. Solo al amanecer del otro día los dolores cesaron y le mostraron de lejos que era una niña.

    Ni siquiera le dejaron tocarla, sintió su llanto muy lejano. Tomó unos sorbos de agua y su desmayo por las pocas fuerzas que le quedaban no le dejaron saber nada más. Luego al despertar supo la mala noticia, su bebé había muerto. La noticia la dejó desfallecida, sus lágrimas parecían no tener fin, su existencia ningún valor. Estuvo durante largas horas mirando hacía el techo sin decir palabras. Cuando recordó que Miguel no había entrado en la habitación para llorar la pérdida de su bebita junto a ella, fue entonces cuando supo que su hombre, el único hombre que había amado durante toda su vida se había ido sin saber por qué, y mucho menos cuando.

    ¿Qué pasó con el amor que durante meses se profesaron?, ¿qué podía hacer ahora que prácticamente no le quedaba nada?, ¿cómo pudo burlarse de ella de esa manera, sin tener la mínima decencia de esperar a su recuperación y explicarle lo sucedido? Tenía que tomar una determinación, debía luchar por recuperarse. Tendría que ir a encararlo, aunque fuera en su propia casa, aquella en la que sus pies no deberían pararse nunca. Pero antes... Su bebita, tenía que pensar en ella ahora, necesitaba abrazarla, darle al menos un beso de despedida. Intentó levantarse, se percató que estaba con ropas limpias. ¿Cuántas horas habrían pasado entonces?

    —¡Teresa! —Llamó a su sirvienta personal.

    —Dígame señora Ángela —la sirvienta corre a su lado para acomodarla—. Usted debe saber que aún no está para moverse, solo han pasado dos días y...

    —¿Cómo dices?, ¡dos días!, pero, ¿por qué demoré tanto en despertar? Entonces...

    —Es que... ¡Perdió mucha sangre! Y también perdió... —comienza a llorar desesperada.

    —Sí lo sé... —comienza también a sollozar— ¡Quiero que me traigas a la niña! Deseo besarla y abrazarla, aunque sea una única vez. No entiendo lo que pasó, estoy segura de que la sentí llorando. Sí, no me mires así, y deja de llorar por favor —Ángela se sienta en la cama sin escuchar a su empleada y continúa hablando—, quiero que me expliques con detalles todo lo sucedido para que tuviera tan terrible final. Luego arreglaremos su funeral, aunque sea algo discreto, no puedo dejar pasar eso por alto —hablaba sin prestarle atención a lo que intentaba decirle esta.

    —Señora... —continúa llorando.

    —También quiero que hables con José para que prepare el viaje de inmediato, ya ni el aire puro, ni el olor a mar me podrá devolver lo que perdí. Si es cierto que esta casa me trae gratos recuerdos, también encierran ahora mis peores momentos —dice mirando al vacío con lágrimas en los ojos.

    —Señora...

    —¿Qué es lo que pasa mujer?, llevas rato interrumpiéndome, ¿qué es lo que tanto te empeñas en decirme?, ¿y por qué lloras así, como si fueras tú la que perdió a su bebé? —le pregunta enfadada.

    —Es que no podré cumplir la primera de sus disposiciones, señora —continúa llorando, pero esta vez hipando. Teresa era una mujer joven aún y de poca experiencia en todo.

    —¿Y eso por qué Teresa? —ahora su preocupación transformó todo su aspecto.

    —Ya se lo he dicho señora, han pasado dos días y ya el señor se ocupó de la niña y le dejó este sobre —saca el sobre del bolsillo de su uniforme y se lo estira como si fuera algo muy pesado.

    Ángela lo toma sin decir palabra, luego de pasar una mano por sus mejillas despojándose la humedad en ellas, lo abre como si la estuvieran persiguiendo. Después con manos temblorosas y voz poco audible lee: Sé que estarás bien cuando leas estas líneas. Quise ahorrarte un sufrimiento y por eso me ocupé del bebé. Sé que comprenderás mi decisión. Tuve que marcharme aprisa por asuntos de negocios. También creo que debemos distanciarnos un tiempo para resolver nuestras vidas personales, luego te buscaré y explicaré lo sucedido. Te ruego no lo hagas tú. Aunque no lo entiendas hoy, sigo amándote. Un beso. A. M. B..

    Luego de leer estas palabras se queda pensando. Debía encarar la realidad. Era una mujer de acción, nunca nada la hizo caerse, ni siquiera el hecho de estar prácticamente convencida de que Arturo Miguel Beltrán nunca abandonaría a su esposa, lo aceptara o no. Por otra parte, Sixto siempre había sido un hombre leal, dispuesto a complacerla, a quererla y solo se había negado a estar con él, al haberse casado obligada por una promesa ante su padre en su lecho de muerte. Nunca existió amor por parte de ella, ya amaba y deseaba a otro hombre.

    Él sin embargo estuvo dispuesto a acompañarla cuando le dijo que estaría unos meses fuera para recuperarse del fallecimiento de su padre, claro que ella tenía otros planes y no lo consintió. Pero ahora era distinto, le pediría a Sixto que la aceptara, podrían intentar vivir en paz, ya no creería en las promesas del hombre que horas antes la había dejado. Tenía que olvidar ese episodio en su vida, esta vez sería para siempre. Y con estos súbitos pensamientos, inundó su almohada en silencio recordando que ya no tendría en sus brazos a su tan deseado bebé. Despojó sus sentimientos con unas lágrimas llenas de dolor: Mañana partiré para La Hacienda, dice en voz poco audible. Teresa se marchó de la habitación sin ser vista.

    Un coche se detiene ante la residencia de los Beltrán, dos días después de un trágico episodio vivido. Arturo Miguel desciende con parsimonia, más pareciera que en vez de entrar, quisiera retomar sus pasos y salir de allí. Tenía en mente muchas frases con las que disculparse por tantos meses de ausencia en su hogar. El rostro de su esposa se le dibujaba de mil maneras tras sus palabras, pero cualquiera de ellos era peor que el otro. No soportaría sus reclamos, sus lágrimas o su desdén. Pensaba solamente llegar y decirle que había meditado mucho en ese tiempo, necesitaban separarse, su matrimonio no había funcionado. Seguramente ella gritaría, le ofendería y luego le suplicaría, ya pasaron por eso una vez, alrededor de un año atrás, pero no tuvo el valor de dejarla. En esta oportunidad no habría excusas y si fuera necesario le explicaría su mayor razón: Estaba enamorado de otra mujer.

    Su determinación le hizo continuar sus pasos, ya casi al umbral de la puerta principal una Thelma rejuvenecida y feliz le salta encima, sin dejarle otra opción que abrir sus brazos y acogerla en su pecho.

    —¡Miguel mi amor! No sabes lo excitada que me siento, llevo dos noches que apenas duermo. A pesar de que no tuve noticias tuyas en este tiempo.

    —No por favor Thelma, no comiences, al menos déjame llegar y acomodarme, el viaje ha sido bastante largo y extenuante.

    —Pero corazón, si solo te estaba explicando que has llegado justo en el mejor momento y que ahora tengo además otra ocupación por lo que no he dormido —dijo melosa, acariciándole el rostro a lo que él respondió serio soltándose.

    —¡Ah sí!, ¿acaso comenzaste a trabajar para variar?, ¿ya no son tus amigas las que ocupan tu tiempo?

    —Mira Arturo Miguel, sé que te has acostumbrado a pelear tan solo de verme, ni siquiera hay nostalgia en tu voz, pero no vas a conseguir alterarme, te tengo la mejor de las sorpresas en nuestra habitación y entonces cambiarán las cosas en esta casa y en nuestras vidas.

    —Hablando de cambiar las cosas, Thelma, necesito hablarte, es importante y definitivo —dijo adoptando un tono sobrio que hizo que la mujer entre cerrara las cejas, pero su instinto de alerta le hizo tomar la iniciativa.

    —No, ahora no. Vamos, te haré tan feliz que hasta la mayor de tus preocupaciones quedará solo como el más mínimo recuerdo —diciendo esto lo jaló por el brazo cayéndose el saco que colgaba de este, sin tener más remedio que dejarse arrastrar escaleras arriba hasta llegar a su habitación.

    Allí pudo oler un nuevo perfume. Observó despacio en derredor y su corazón dio un vuelco tal que sus piernas temblaron. Su pecho agitado sin control y su rostro contorsionado sin disimulo, con el asombro mayor que pudiera tener alguien quien segundos antes quiso salir corriendo del lugar. No podía creer lo que sus ojos fielmente le declaraban. ¿Qué hacía un bebé en su habitación?, ¿de quién era?, ¿cómo el destino pudo jugarle tan mala pasada?, ¿acaso aquel muchacho no entendió su petición y simplemente trajo al pequeño a su hogar? Pero, ¿qué estaba pensando?, aquel otro bebé estaba muerto y este respira perfectamente. Además, Thelma no podría aceptar algo así, ¿o sí? Pensando esto le miró.

    Ella le sonrió como para darle consuelo, sabía que su reacción sería así. Regresar de un largo viaje y encontrarse con un bebé, con su bebé, era algo realmente fuerte de digerir, pero se encargaría de que su marido le viera solo la parte positiva al asunto. Se encaminó hacia el moisés y tomo al crío en sus brazos ofreciéndoselo a su esposo quien se rehusó suavemente.

    —Tómalo Miguel, es tu hijo —dijo resuelta.

    —¿Qué dices Thelma?, ¿qué circo es este que has montado? Hace solo unos meses que me fui y no sabía nada de un posible embarazo tuyo —replicó mordaz.

    —No sé de qué te asombras, ¡llevábamos años intentándolo, y ahora que por fin lo conseguimos te comportas así! —dijo asomando una lágrima en su rostro compungido.

    —Por favor no armes teatro. Cuando me marché habíamos dejado de tener relaciones un poco antes.

    —No lo entiendes, ya estaba embarazada y aún no lo sabía. Quiero que sepas que he sufrido como nadie, pensar que tenía en mi vientre la semilla de nuestro amor justo cuando prácticamente me estabas dejando. Sí, no pienses que no sé qué andabas por ahí con otra mujer. No soy tonta. Aunque lo soy ahora, siempre en el papel de suplicar, de mendigar, pidiéndote un poco de cariño, estuve meses en cama intentando no perder este pedacito de ser que me unía a ti —diciendo esto le puso sin permiso el bebé en sus brazos, quien se había despertado al escuchar sus voces y le miraba con ojos color del cielo en uno de esos días indefinidos. Él no tuvo otro remedio que hundirse en ellos entrándole una ternura que desconocía. Ella aprovechó para exponer su última jugada—: Si tanto dudas de mi lealtad, puedes preguntarle al doctor Gilberto de la Fuente, quien me atendió durante este tiempo, me dio muchas fuerzas para que dejara de sufrir tu ausencia y así no perdiera al bebito. Pero sabes una cosa Arturo Miguel, si tanto te molesta nuestra presencia estoy dispuesta a marcharme en cuanto me lo pidas. Alexis Beltrán y yo, podemos hacerte feliz o desaparecer para siempre, tú decides.

    En una humilde y pequeña casa colindante al bosque de Marne, vive una joven pareja. Los pocos muebles y adornos hacen que el espacio alcance al menos para caminar. El calor que desprende la chimenea y el suave color en las paredes la hace bastante cómoda, y el amor que se profesan sus dueños es suficiente para soportar la necesidad o miseria que pudieran tener.

    Un múltiple llanto incesante forma parte del lugar. Longina Osorio es una joven muy dulce y cariñosa. Siempre dispuesta a algún capricho, quizás por la inexperiencia de su corta edad. Lleva su pelo largo color rojo hasta la cintura, lo cual la hace lucir mucho más ingenua y joven. Su amado Roberto Martínez le mima y consiente en todo cuanto puede y no. Pero esta vez, piensa que se le fue la mano en su consentimiento al verla con ojeras pronunciadas y fuerte dolor de cabeza desde hace dos noches. El poco dinero que tenían ya lo habían gastado en biberones y pañales. Los preciados bebés que tomaron con tanta disposición ya le inquietaban un poco.

    —Longina mi amor, debes tranquilizarte, seguramente los primeros días se comportan así y luego, todo es más fácil —dice Roberto para reconfortarla.

    —¡No, algo le pasa estoy segura! —respondió histérica.

    —Al menos una ya se durmió. Ven siéntate, verás que en la mañana Yisell se sentirá mejor. ¡Y buena me la hiciste con la otra más grande y fuerte! ¡Varón, no! —terminó jocoso.

    —Ay por favor, no me lo recuerdes, he podido comprobar que no sé nada con respecto a estas cosas, pero ya la iremos pasando. También se me ha ocurrido una idea.

    —No, para el convento otra vez no —dijo firme.

    —Cariño parece que no me conocieras, ¿cómo crees? Por supuesto que eso ni ha pasado por mi mente. Mira, recuerdas a mi tía Dolores...

    —Longina, tu tía Dolores tiene como sesenta años, si es lo que estás pensando no creo que ella pueda...

    —Espera, no te adelantes, solo le propondré que me las cuide por un tiempito, las iremos a ver muy seguido y cuando nos sintamos más seguros, tal vez con ese dinero que empezarás a ganar en el taller, las podemos traer de vuelta.

    Los dos quedaron pensativos y mirándose fijo. Cada uno con una expresión distinta en sus rostros, pero en algo sí estaban de acuerdo, llevar a las niñas para la casa de la tía Dolores era lo más sensato en ese momento.

    Sor Inés cuida pacientemente a la bebé que lleva en sus brazos. Ha hecho instalar una cunita pequeña en su habitación muy en desacuerdo con la hermana superiora quien le explicó que eso estaba prohibido, pero esta no accedió ni un ápice. Su insistencia llegó al punto de encerrarse allí y solo salir a buscar alimento para la cría que según ella era un ángel de Dios, por lo buena y tranquila que era, solo le preocupaba su bajo peso, pero no la dejaba dormir demasiado para nuevamente darle otro biberón. La hermana superiora que además era hermana de sangre de Sor Inés, la dejó hacer, viéndola tan conmovida por la chica, que recordó un día desagradable, el cual hizo que entre ellas dos se impusiera una intensa separación en la que apenas se hablaban. Imaginó entonces como sería su hermana si ella no hubiese intervenido en aquel asunto, tal vez ahora no estaría allí vistiendo atuendos negros y sirviendo solo al Señor, quizás su hermana fuera mucho más feliz.

    Sor Inés tenía pensamientos similares, se veía bañando y arropando a Rosa, dándole alimento, acunándole, mientras una inusitada sensación le corría por su vientre, por su pecho. Recordaba días vividos que para ella fueron los más crueles y como le pedía a Dios que le diera consuelo para su dolor. Esta vez estaba segura de que el Señor había escuchado sus ruegos, por eso no permitiría ni por un segundo que le separaran de la pequeña. Le enseñaría a defenderse para vivir en ese mundo que le aguardaba, aprendería los hábitos religiosos, pero no la obligaría a quedarse, aun cuando pensara que allí estaría a salvo de que le dañaran sus sentimientos. Tendría todo el derecho a escoger su futuro, no cometería el error que cometieron con ella, aun cuando la amara tanto, preferiría llorar sus lágrimas afuera que verla enterrarse en vida en un lugar al que no pertenece. Sor Gracia permaneció callada viendo a su hermana hacer las labores de la criatura. Sintiendo una lágrima correr por sus mejillas, más no dijo nada, no después de tanto tiempo.

    —¡Estás loca niña! Esta vez concuerdo con tu madre de que haberte enamorado de este... muchacho, te ha hecho perder el juicio —gritó Dolores a más no poder.

    —Por favor tía, no mezcles las cosas, además Roberto no tiene culpa de nada —respondió Longina acercándose a su enamorado.

    —Pero, ¿qué dices?, ¿acaso él se negó a tu petición de jugar a las casitas con estas dos crías? —dijo sarcástica.

    —Tía, siempre fuiste tan buena conmigo, me defendías en las peleas con mamá, me hiciste los mejores regalos en mis quince años...

    —Los cuales fueron hace apenas unos días como aquel que dice...

    —Mira, solo te pido que me las cuides un tiempo. Roberto y yo pensábamos casarnos con boda y todo, pero ahora solo iremos a firmar los papeles y así gastar el menor dinero posible. Ya él consiguió un trabajo en el taller de herrería, y yo bueno, pues dejaré de estudiar y me pondré también a trabajar —terminó con su cabeza baja mirando de soslayo a las pequeñas que arropadas dormían en una cesta puesta encima de la mesa.

    —Longina, mi amor, no estoy teniendo un acto de maldad en este momento, al contrario, soy muy sensata, ya estoy vieja para estas cosas, además de que estoy sola. Sí, ya sé que dijiste venir a ayudarme casi todos los días, pero eso no basta. Esto es demasiada responsabilidad para mí y también para ti. ¿No te has puesto a pensar qué pasará cuando decidan tener hijos propios? Además, aquella casa es tan chica y ustedes son tan irresponsables y...

    —Está bien tía, ya entendí —dijo tomando la cesta donde aún reposaban las bebés—. Me parece Roberto que ha sido mala idea venir hasta acá. Ya ves, yo pensando que mi tía Dolores podría sentirse hasta feliz por tener una compañía, por tener la posibilidad de criar, enseñar y amar, pero ahora recuerdo que ella nunca fue madre ¿Cómo podría saber qué hacer?

    Dolores le tiró de un brazo con fuerza virándola de frente para sí. Una bofetada cayó de pleno en el rostro de Longina y acto seguido fue despojada de la cesta que llevara en brazos. Los ojos de Dolores estaban adoloridos por las horas que empleaba en las costuras para ganarse la vida, pero en ese instante su dolor le penetraba mucho más dentro.

    —Nunca pensé que pudieras llegar a ser tan cruel y además ingrata. ¿Con qué derecho vienes a juzgar mi vida? No me pides que te ayude, me lo impones, y luego al no ver cumplido tu capricho escoges el camino de ofenderme. ¡A mí, a la única persona que te podría ayudar! —coloca sus manos en su pecho agitado.

    —Perdón tía, no debí decir esas cosas, yo...

    —Tienes razón, no debiste, pero ya está hecho. Voy a quedarme con esta cría —dijo tomando la más robusta—. Sabes, esta vez no lo hago por ti —dijo calmada—. Pero tendrás que asumir tus responsabilidades, así que te quedarás con la otra. ¡Ah! No quiero que se te olvide que prometiste venir más seguido, ahora tienes un buen motivo. Cuando estés más desahogada te la podrás llevar, espero que eso no demore mucho.

    —Gracias tía. Necesito llevar a Yisell al médico porque llora mucho, tan solo ha dormido el tiempo que llevamos aquí —diciendo esto y como si fuera una alarma Yissel comenzó a llorar y Longina la toma en sus brazos para calmarla.

    —Toma, llévate este dinero, así podrán comprar alguna medicina si hace falta. Y tú, Roberto, a ver si te comportas como un hombrecito y tomas el control, porque para eso estas.

    —Sí señora, no se preocupe —dijo por lo bajo como si tuviera miedo de recibir también una reprimenda.

    —Longina, dime, ¿cómo le llamas a esta criatura o aún no le has puesto nombre?

    —Sí tía, le pusimos Madelaine, ¿pero si crees...?

    —No, no tengo nada que agregar o quitar, son tus hijas, y, ¿cuándo piensan inscribirlas y bautizarlas? —quiso saber Dolores.

    —Queremos primero oficializar nuestra unión, luego las inscribiremos con el apellido de Longina primero porque así usted será la tutora de las chicas si ocurriera cualquier...

    —Mejor que no ocurra nada más Roberto, si puedes observar no doy más con las costuras y los asuntos de la casa, tengo mis ahorros, pero tampoco para hacerme cargo de todo. ¿Ya se iban?

    —Tía, no quisiera irme dejándote así, de mal humor —Longina trató de acercarse a su tía como solo ella sabía hacer—. Mira te prometo que vendré todos los días y te ayudaré a limpiar y hasta a cocinar si crees que con eso tienes un alivio.

    —Mira hijita, no estoy de mal humor, solo quiero que sientes cabeza. Longina, el amor es lo más importante para mantener una relación, educar hijos, salvar una vida, en fin, no necesito haberme casado o ser madre para saberlo, pero se requiere también de sentido común, guardar un poco los caprichos para cuando desees un helado —respiró profundo—. Mejor se van ya, es bastante tarde y la bebé se podría resfriar por el camino. A ver si consiguen un mejor lugar donde vivir.

    —Es lo que tenemos por ahora, pero sí, lo haremos más adelante —afirmó Roberto.

    —Un beso tía, te quiero mucho.

    Dolores los despidió con Madelaine en brazos. Su sobrina le dejó unos biberones y pañales encima de la mesa y esta los observaba con tranquilidad. Era soltera, pero había ayudado a su madre con su hermana por ser ella la mayor y luego a esta con su hija, su sobrina; así que tenía experiencia y sabía cómo desenvolverse con la cría, solo que no esperaba verse a su edad en estos menesteres. Su casa era sobria, con los muebles suficientes y algún que otro adorno barato, su única posesión de valor era una máquina de costura, que era tan vieja como ella misma: ¿Qué será de ti Madelaine?, dijo mientras la bebé se despertaba mirándola fijo. Tomó el biberón y se lo colocó con cuidado. Madelaine se acomodó en sus brazos y bebió tranquila sintiéndose esta vez bien protegida. Dolores sonrió y muy en silencio le agradeció a Dios esta oportunidad.

    III

    Por caminos distintos

    Arturo Miguel despertó, el dolor de cabeza aún seguía punzante desde el día anterior. Mil preguntas navegaban en su mente. Había perdido el bebé de su gran amor para encontrarse con que tenía otro en casa. Le entró pánico cuando estaba por nacer su hija, pensó que tal vez Ángela podría cometer una locura y reclamarle la ruptura definitiva de su matrimonio. Sería el escándalo mayor que un ganadero con su reputación podría tener. ¿Pero qué estaba pensando?, ¿acaso no era exactamente eso lo que quería hacer?, ¿acaso, no iba a llegar y decirle a Thelma que necesitaba ser un hombre libre para poder amar a la única mujer que le había hecho sentir un hombre especial?

    Entonces, ahora que pensaba con claridad se percataba que ni siquiera tuvo valor para cargar a su hijita después de saber que estaba muerta. Aceptó sin reparos el ofrecimiento de aquel jardinero que ni siquiera conocía bien, de encargarse de su entierro. ¡Cuán cobarde fue! Se reconfortó diciéndose a sí mismo que lo había hecho así para que Ángela no tuviera un dolor mayor al ver a su hija fallecida. ¿Era aquella la verdad? Salió corriendo como un fugitivo, sin percatarse que era el momento en que ella más lo necesitaba. No hubiese podido soportar sus lágrimas, su dolor. Prefería apartarse, darle tiempo, sin saber si algún día le perdonaría el haberse ido de su lado sin, aunque sea un simple adiós. No le habían alcanzado las horas de la noche para recriminarse y sentir escrúpulos del mismo, ni siquiera preguntó al hombre a cuál cementerio le llevaría, hubiese querido dejarle algunas flores allí.

    Miraba de soslayo a su mujer y otras mil preguntas se le abrían paso: ¿Cómo fue que se embarazó?, ¿cuándo?, ¿por qué siento algo raro en la atmósfera como si me estuvieran escondiendo algo? Tendría que ir a ver al doctor para aclarar algunas dudas, aunque tampoco confiaba mucho en él. Una sola cosa tenía bien clara amaba a Ángela y esta no sabía la verdad sobre el fin del bebé, creyendo que el mismo se había ocupado, no sabía si podría recuperarla, pero este no era el momento. Ahora en casa tenía a su mujer con su hijo y eso no lo podía ignorar, debía tomar una decisión. Miró a la cunita donde dormía el bebé y sintió una sensación de orgullo, sería su heredero, era su primogénito. ¡Un varón! En ese instante Thelma se viró en la cama

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