El tiempo del coraje: Fiction
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La narración de una vida normal y honesta, llena de diarias dificultades, vividas con dignidad. Una historia como la mia, como la tuya, como la de miles de personas iguales a tí. Quienes ante las dificultades, encuentran el valor para rebelarse si creen que algo esta mal. Cambian las reglas impuestas por quienes no las respetan. Sin aceptar el poder de la ignorancia.
Una visión de la vida que refleja la realidad de nuestra sociedad. Una historia para tener muy en cuenta y que nos hará pensar.
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El tiempo del coraje - dome(nico) ascierto
El tiempo del coraje
Mejor morir de pie que vivir de rodillas
EL FINAL
7 de febrero de 2043. Encontré el coraje. Recién hoy.
Tengo setenta y siete años y me quedan tres meses de vida. Eso dicen los médicos. Lo supe hace pocas horas. Formal y civilizadamente me comunicaron que no había nada que hacer, mi dolor de cabeza se debe a un tumor en el cerebro. Uno de esos incurables. Demasiado grande para ser operado y yo demasiado viejo para resistir la operación. Y además siempre tuve miedo de terminar bajo el bisturí y puedo decir con cierto orgullo que nunca sufrí una operación y nunca tendré, en este punto una.
Ahora estoy aquí en esta habitación de hospital donde derramé miles de lágrimas. Lloré sí, pensé en abrir la ventana y tirarme al vacío. Pero tenía miedo. Tenía miedo de morir y demasiadas cosas aún por terminar.
-¿Qué hago? – Me preguntaba hasta hace unos instantes—¿Qué digo? ¿A quién?
Demasiadas ideas confusas en la cabeza, será el tumor. O tal vez no, porque yo soy así, desde siempre. Siempre tuve demasiadas ideas en esta cabeza desgastada; como un viejo disco duro, demasiados pensamientos. Del mañana, del después. Nunca del ahora.
-Ahora – Me dije—, ahora es el momento.
EL COMIENZO
Este es el tiempo del coraje
Ese coraje que siempre tuve pero que racionalmente
nunca ejercité. Y así pasé una vida entera pensando en programar, inventar, cambiar. Sin embargo no cambié y no he cambiado nada.
Cuando era joven, a los veinte años, estaba seguro que el futuro habría sido para mí todo lo que deseaba. Habría podido tener en un puño todo y a todos, pero lo habría hecho con calma. Ya a los cuarenta, la realidad era bien diferente. Solo hoy me doy cuenta. Yo tenía razón. Debía cambiar las cosas. Al menos intentarlo, para no tener remordimientos. Ahora los tengo. Y me quedan tres meses para hacer aquello que no hice en una vida. Pero no puedo irme con el remordimiento, no con el lamento.
Así que me lo pongo en mente y ahora, sí, exactamente ahora, y hasta que tenga fuerzas, les contaré cómo fue mi vida y lo que estoy por hacer.
Capítulo 1
Historia de un publicista que en la vida hizo todo menos eso... Y no hablo de sexo
Segundo día desde la infame noticia. Estoy relajado, tal vez resignado pero emprendedor. Estoy decidiendo si decírselo a mi mujer Nadia y a mis dos hijos Aquiles y Sofía. Hace tanto que no los veo y no los escucho. A mi señora se lo diré más tarde, con ella siempre puedo hablar. Hace ya un año que se fue, pero yo siento su presencia. Y además tengo el recipiente, sí la urna, allí, sobre la mesa de luz en nuestra habitación. Ella está conmigo y es una hermosa sensación.
Con Aquiles hablé por última vez hace un mes. Vive en Canadá con su compañera. Han montado una granja, cultivan la tierra, producen excelentes vinos italianos y los exportan a Italia. Son extraños pero felices. No los veo desde hace mucho tiempo. Y entonces llamo a Sofía, ella sí que me escuchará. Siempre lo hace. Sofía ha sufrido tanto desde su nacimiento. Tiene una rara enfermedad genética. Pero siempre ha sido fuerte, la más fuerte de todos y siempre feliz. Cosa que yo nunca logré.
Es médico, mira un poco, genetista, en Suiza, pero no quiero su atención. Sólo su sonrisa. Voy a hablar con ella.
Estoy orgulloso de mis hijos. Es la única cosa de la que estoy seguro. Se han realizado a pesar de las dificultades. Fui capaz de hacerles hacer lo que yo no hice pero que siempre soñé. Escapar de Italia y vivir honestamente y con mérito. Este país triste y alborotado nos tuvo a Nadia y a mí. No al resto de nosotros.
He pasado una vida infernal aquí en algunos momentos. Digamos en pocas palabras que encontré siempre al imbécil justo en el lugar equivocado. Empecé enseguida a tener esta mala suerte. Desde algunos meses después de mi graduación en comunicación. Encontré en mi camino, solo insignificantes miserables mendigos, puestos al mando de soldados de juguetes estúpidos e igualmente miserables.
Quería hacer cualquier otra cosa pero, después de varias vicisitudes y con un golpe de mala suerte, terminé por convertirme en empleado de una agencia no estatal italiana, la Inutilia, y a escribir corrigiendo el no tiene estado
en un lugar no ha estado
.
Mis expectativas y motivaciones bien pronto se convirtieron en angustia. Rodeado de personajes de dudosa identidad y de cierto semianalfabetismo, en una empresa de la que no comprendía la utilidad social pero que, en teoría, tenía una fascinante misión como la simplificación de la información pública, después de mil opresiones, abusos, afligentes jornadas pasadas escribiendo mentiras y hablando de malversación encubierta de democracia, un día decidí. Habían pasado veinte años desde que había puesto los pies en aquel lugar, baluarte de la burocracia y hecatombe del intelecto. Me levanté, me vestí de punta en blanco y, bien puesto, llegué a la oficina. Entré, sala por sala, donde estaban todos mis colegas. Burócratas alineados y rancios y otros pocos pobres cristos como yo. Llamé a quién no estaba en el teléfono casi nunca, sino después de las 12:00, y a los dirigentes y políticos, miembros del consejo de administración, nombrados por no se sabe quién para hacer no se sabe qué. Me puse en contacto con ellos y les pedí vernos en la gran sala de reuniones para discutir un problema urgente. Yo estaba allí, esperaba sin hablar y ellos llegaron, poco a poco, como los ratoncitos del flautista de Hamelin. Pasada media hora estaban todos; bueno, en realidad faltaba el colega que abría el negocio de juguetes después de haber rogado
y permanecía en él hasta que llegaba la esposa, que iba a hacer las compras desde hacía treinta años a las nueve, porque en tres décadas solo una vez había conocido a un ejecutivo en la calle, que la había llevado de regreso y luego la había recompensado con una progresión. Los demás estaban allí.
-¿Qué? Preguntó alguien un poco enojado porque se estaba saltando la pausa del café. Los miré a todos, uno por uno y vi a aquel que tenía el nivel más alto de dirigente con el diploma de la tarde que no sabía utilizar el email pero era responsable de las comunicaciones, que siempre volvía a escribir sobre la misma línea porque todavía no había descubierto la función guardar con nombre
de Word, que no era nadie y nadie quedó, ¡pero sabía lamer el culo que era un placer!
Todos.
Los miré y empecé a hablar.
-Buenos días, les agradezco porque vinieron todos, o casi. No lo esperaba, después de veinte años de honrado servicio en esta empresa, tener tal placer y tanta suerte. Sí, porque hoy les quiero decir algo que me sale del corazón y que he guardado para mí por mucho tiempo y no podía decirles esto en forma individual, porque habría sido demasiado honor para unos mentecatos como ustedes. Les digo, poniendoos en fila desde el más recomendado hasta el más imbécil... ¡váyanse a la mierda! ¡De una vez y todos juntos! Les deseo que hagan tanto dinero a costa de los ciudadanos como tantos sean sus males. Adiós y no hasta la vista. No podría perdonármelo. Ah, y aprovecho para repetírselos por última vez: han sido veinte años que en esta empresa se copia y pega
aquella mierda de fermo restando gli obiettivi
(sin perjuicio de los objetivos) en cada acto que se produce y veinte años que lo corrijo. Se escribe fermi restando gli obiettivi
porque fermo
(sin perjuicio) no es un adverbio invariable, no en este caso, y concuerda siempre con el género. Invariable es solo vuestra poca voluntad de aprender. Sin perjuicio de la buena fe. ¡Que quede claro! ¡Y el señor respetable no existe! ¡Así como no existe