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La División del Alma y del Espíritu
La División del Alma y del Espíritu
La División del Alma y del Espíritu
Libro electrónico366 páginas10 horas

La División del Alma y del Espíritu

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Información de este libro electrónico

Mónica es una adolescente mexicoamericana promedio, que vive bajo la línea de pobreza y lucha para llegar a fin de mes. Mónica trabaja duro para mantener su cabeza sobre el agua solo para descubrir que ha quedado embarazada de su abusivo ex novio. Al mismo tiempo su jefe, el vulgar y egocéntrico pero rico dueño de un concesionario de autos es condenado por un ángel y las únicas palabras que puede decir son las escrituras Bíblicas, de la Versión del Rey Jacobo. Para complicar las cosas aún más, Mónica es la única persona que puede entender e interpretar lo que dice. Aunque Mónica y su jefe viven en mundos completamente distintos, la visita del ángel causa que ambos mundos choquen de forma que altera sus vidas para siempre. Con la vida de Mónica cerca del caos, ¿será capaz de madurar y encontrar las respuestas que necesita para tener esperanza para ella y su bebé en camino o también se acercará profundamente a la desgracia de su jefe solo para descubrir si el poder de la vida y la muerte yace en la lengua, acaso esas palabras que la han llevado al precipicio la llevarán a caer hacia la muerte o ser salvada?

IdiomaEspañol
EditorialJude Atkins
Fecha de lanzamiento6 abr 2017
ISBN9780998494951
La División del Alma y del Espíritu
Autor

Jude Atkins

Jude Atkins is a Mexican-American who grew up the small town of Grants, New Mexico then later moved to Colorado, where she considers Colorado Springs her home. As the youngest of four children in a poor family, she grew up to graduate magna cum laude for her bachelor’s and master’s degrees in psychology, then continued on to pursue a Ph.D. in psychology. Jude has counseled countless people toward freedom in Christ. She is married to her childhood sweetheart, Jason, an accomplished musician, with whom she has five beautiful daughters: Ijaz, Iman, Iniyah, Imarah, and Iva.

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    La División del Alma y del Espíritu - Jude Atkins

    La División del Alma y del Espíritu por Jude Atkins

    © 2017 Jude Atkins.

    Todos los derechos reservados.

    Publicado el año 2017 por Twoedges Publishing. Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida, almacenado en un sistema de recuperación o transmitido de cualquier forma o por cualquier medio, ya sea mecánico, electrónico, de fotocopia, de grabación o de otra forma, sin permiso por escrito de la editorial.

    NOTA EDITORIAL: Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o utilizados de manera ficticia y cualquier semejanza con personas reales, vivas o muertas, establecimientos comerciales, eventos o locaciones son solo coincidencia.

    Es posible comprar lis libros en cantidad y/o venta especial contactando a la editorial, Twoedges Publishing, en 4356 Montebello Drive #26557, Colorado Springs, Colorado 80936; (719)323-5925, o vía correo electrónico a mgr@twoedgespublishing.com.

    Publicado por: Twoedges Publishing, Colorado Springs, CO

    Diseño interior: Maureen Cutajar (gopublished.com)

    Diseño de portada: Islam Farid

    Editado por: Camila Mena Daroch

    Traducción: Camila Mena Daroch

    Library of Congress Control Number (LCCN): 2017900344

    ISBN: 978-0-9984949-1-3

    10 9 8 7 6 5 4 3 2 1

    1) Espiritualidad 2) Drama 3) Romance

    A Jason, mi maravilloso y dedicado esposo, sin él este libro hubiese estado despojado de todo humor, y a Ijaz, Iman, Iniyah, Imarah e Iva, mis hermosas hijas, entregadas a mí por Dios para así poder conocerlo mejor.

    El SEÑOR te bendiga y te guarde; el SEÑOR haga resplandecer su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia; el SEÑOR alce sobre ti su rostro, y te dé paz.

    ~Números 6:24-26

    El Índice

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Capítulo 14

    Capítulo 15

    Capítulo 16

    Capítulo 17

    Capítulo 18

    Capítulo 19

    Capítulo 20

    Capítulo 21

    Capítulo 22

    Capítulo 23

    Sobra l’Autor

    ¡Gracias!

    Fragmento

    Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que cualquier espada de dos filos; penetra hasta la división del alma y del espíritu, de las coyunturas y los tuétanos, y es poderosa para discernir los pensamientos y las intenciones del corazón.

    ~Hebreos 4:12

    Capítulo 1

    Me senté en el asiento del conductor de mi viejo auto, mirando por el retrovisor. Era yo mirando hacia atrás. Me veía completamente distinta. Solo habían pasado cuatro semanas. No podía creer que todo había cambiado, pero así había sido. Todo cambió.

    Mi nombre es Mónica Gutiérrez. Tengo diecisiete años, y estoy embarazada. Tómala. Lo dije. Bueno, el 26%, una de cada tres de todas las jóvenes hispanas se embarazan. Hace cuatro semanas me convertí en una estadística. Mi mama siempre me decía, "No seas como ellas." No seas como ellas. Me hablaba poco en español, pero recuerdo que me decía eso desde que era pequeña. Se refería a las otras adolescentes embarazadas en mi familia. De hecho, mis padres dejaron Nuevo México hace ocho años para que me alejara de mis otras primas que o estaban quedando embarazadas o cayendo en la cárcel a medida que fueron creciendo. Así que me esforcé mucho para no ser ninguna de las dos cosas. A los catorce años me inscribí en este programa de trabajo estudiantil, y empecé a trabajar en este concesionario de autos en el Auto Mall. Me mantuve fuera de las calles, a diferencia de esas chicas. Traté de hacer las cosas bien junto a mi madre. Una mamá mexicana tiene varios hijos, y en cuanto a la mía, yo era supuestamente quien iba a hacer lo correcto. Entonces conocí a Danny Montoya, un mecánico que trabajaba en el mismo concesionario. Larga historia hecha corta, resulté embarazada. Muchas cosas pueden pasar en cuatro semanas, y esto es lo que había pasado.

    Estuve congelada toda la noche. Era la primera semana de agosto en Colorado Springs. Supuestamente no debería haber estado tan frío. Tuve que cerrar la ventana de mi habitación y sacar mi sarape (una frazada mexicana) del armario y ponerla sobre mi colcha. Pero por alguna razón, aún no podía entrar en calor. También me dolió el estómago toda la noche. Estaba muy segura de que me había contagiado algo. Debía ser algo así. No me había sentido tan mal desde que estaba en octavo grado y sufrí de una terrible gripe estomacal. Estaba recostada sobre mi cama. Deben haber sido las una o dos de la mañana y empecé a contar los días desde mi último período y cuando había estado con Danny. Se me cruzó por la cabeza la idea de que podía estar embarazada, pero traté de sacarla de mi mente. No podía deshacerme de ella. Luego, solo podía pensar en ello toda la noche. Así que me levanté temprano esa mañana y conduje hasta una tienda en un vecindario distinto hacia el norte, tú sabes, donde nadie me conoce, y compré una prueba de embarazo. No me fui de la tienda. Fui directamente al baño trasero y oriné en la barra, y antes de que incluso pudiese limpiarme y lavarme las manos, apareció una pequeña cruz azul en el visor. Estaba embarazada.

    Salí del baño pequeño y sucio de la estación de gasolina hacia mi auto. Di vueltas alrededor y choqué con un letrero fuera del baño. Decía Sé positivo ante la vida… emm, ¡¿positiva?! Luego, caminé por el pasillo y me encontré con pequeñas bolsas de zanahorias BEBÉ. ¿Quién vende zanahorias en una estación de gasolina? ¡Todos lo saben! ¡Incluso las zanahorias lo saben! Dejé las zanahorias bebé en el piso y le avisé al vendedor que estaban ahí. Debió haberme visto, porque dijo Oye no hay problema. Danny Montoya es un idiota.

    –¿Disculpe? -pregunté.

    –Dije que no hay problema. Que tenga un buen día en el trabajo.

    Parecía como si todos me estuviesen mirando. Incluso las bolsas de patatas fritas que había pasado en el pasillo parecían verme de forma extraña. Me subí al auto en dirección al sur para el trabajo. No sentía nada. Estaba adormecida. Tal vez estaba en negación. Pensé que revisaría más tarde y la prueba estaría equivocada. De lo poco que sabía, este día estaba a punto de volverse aún más raro.

    Llegué al trabajo a la hora, a las 9:30A.M., justo a la hora que abrimos. Entré a través de las grandes puertas de cristal y mi jefe, Tim Claycomb, estaba de pie en la recepción con todo el equipo de ventas reunido a su alrededor. Estaba gritando y maldiciendo a todos. Les estaba arrojando lápices y papeles arrugados a la gente de ventas. Agarró una bolsa de palomitas de maíz de la exhibición de palomitas gratis y se las comenzó a tirar a las personas. Comenzó a enfocarse en una persona a la vez, tirando pedazos de palomitas de maíz en sus frentes, como si intentase darle a un blanco con un dardo a precisión láser…¡ping!

    –¿Fuiste tú?–preguntaba, intentando averiguar su habían sido quienes dejaron palomitas de maíz de un día en el mostrador. Su cara estaba roja como una remolacha. ¡Estaba tan enojado como si hubiesen atropellado al gato de su abuela!

    Este concesionario de autos era uno de los más grandes en todo Colorado Springs. Mi jefe es el dueño. Es el típico hombre mayor, rico y blanco en sus tardíos 50s. Es un caso especial. Dice que le gusto porque soy bonita. Me dice todo el tiempo que si tuviese edad suficiente, me querría como su esposa mexicana. Sé que está bromeando, pero siempre está coqueteando conmigo. Pero con todos los demás… Deben tener cuidado, porque es un demonio desatado. Su padre comenzó el negocio, pero al morir, Tim tomó el control. Su padre, Tim Sr. También era pastor bautista. Tim Jr. Retomó el negocio, pero no la iglesia. Aun así visitaba dicha iglesia. Luego escuché que Tim Jr. siempre pensaba que los empleados se aprovechaban de la amabilidad de su padre, por lo que estaba decidido a dirigir con mano dura. La gente necesita el trabajo, por eso se quedan. Sin embargo, todos lo odian. Coquetea con todas las mujeres. Dice cosas como: si tu falda fuese más corta podrías recibir un aumento. Ese tipo de cosas. Coquetea de forma particular con mi jefa, Janet. Les ladraba constantemente a todos los hombres, los llamaba flojos e inútiles, a menudo precedido y seguido de cosas obscenas. Maldecía más que nadie que jamás hubiese conocido. Todo lo que sale de su boca es vulgar o malvado. Es un hombre asqueroso. Pero necesito mi trabajo. Posiblemente ahora más que nunca.

    Tenía un malestar en el estómago. No debido a los gritos de mi jefe. Estoy acostumbrada a eso. Así que cuando llegué al mesón de la recepción empecé a buscar mis galletas de queso. Siempre guardaba algo en mi escritorio para comer, ya que el verano era muy ajetreado y había veces en que estaba demasiado caótico para almorzar. Trabajaba tiempo completo en el verano, pero volvería al horario de medio tiempo al comenzar la escuela a fin de este mes. Finalmente, Tim dejó de gritar y se ubicó detrás del mesón de la recepción.

    –Buenos días, Sr. Claycomb–, le dije cuando pasó por mi escritorio y elogió mi falda.

    –Llámame Tim, mi cielo. Llámame Tim. ¿Cuántas veces tengo que decírtelo?

    Cinco millones, respondí en mi cabeza. Pero a él simplemente le sonreí. Sabía que tenía un buen trabajo. Cualquier otra chica de mi edad estaría trabajando en algún lugar de comida rápida volteando hamburguesas o armando tacos. No haría ni diría nada para que me despidiese. Al mismo tiempo que Tim se detuvo en mi escritorio, un hombre que se veía como si viviese en la calle entró por la puerta principal. El hombre estaba hecho un desastre. Calzaba dos zapatos distintos. Debía tener unas tres capas de ropa puestas, sin mencionar una bufanda estilo arcoíris. Parecía que no se hubiese bañado en un año. Se encontraba a unos seis metros de mí, pero podía olerlo hasta mi escritorio. Su cabello era largo y apelotonado hasta sus hombros, y su barba estaba igual de larga. El hombre arrastraba con el una huella de barro negro en su pie. Tim volteó hacia mi y dijo –Llama a Big Mike. Tenemos una situación. -Big Mike era el jefe de seguridad de la tienda.

    Entonces, cuando Tim caminó hacia donde estaba el hombre, había una especie de luz brillante que resplandecía sobre este. Luego el hombre apuntó a Tim y dijo –¡Orville Timothy Jubal Claycomb!- Y yo pensé, ¿Orville? ¿Jubal? ¿Qué está sucediendo?

    Tim se detuvo como si hubiese sido golpeado por la luz. Yo esperaba que comenzara una serie de maldiciones en cualquier minuto. Esa era la forma de hacer las cosas que tenía Tim. Pero no dijo nada; estaba paralizado. Como congelado. Sé que dijo que llamara a seguridad, pero no me podía mover.

    –Pero te digo, que por cada palabra vacía que ese hombre diga, deberá rendir cuentas de ello el día del juicio–, vociferó el hombre de la calle. Su voz sonaba musical… Casi como un órgano tubular. Escuché uno una vez que fui con mi amiga a la iglesia en Denver. Tim aún no se movía. Solo miraba al hombre de la calle que seguía hablando –No os jactéis más con tanto orgullo, no salga la arrogancia de vuestra boca; porque el SEÑOR es Dios de sabiduría, y por El son pesadas las acciones–. Luego, el hombre se dio la vuelta y se fue, así tal cual. Los dos vendedores que estaban allí, Tim y yo solo nos quedamos ahí mirando como se iba el tipo. Nadie lo detuvo o se movió hasta que solo lo podíamos ver caminando por la calle a través de las ventanas. Tim solo los miró a todos y corrió a su oficina azotando la puerta. La golpeó tan fuerte que se volvió a abrir. Los vendedores actuaron como si no hubiesen visto nada. Solamente se encogieron de hombres y volvieron a lo que estaban haciendo, que era nada. Me di cuenta que incluso no había barro en el piso o algún olor en el aire. Pensé, ¿qué rayos acaba de pasar aquí?

    Unos minutos más tarde, todo parecía haber vuelto a la normalidad, llegaron otros empleados, entró gente, entraron clientes, las líneas telefónicas comenzaron a sonar, etc. Luego, Tim llamó a la recepción y dijo –Entonces uno de ellos que era un abogado, le hizo una pregunta…– Y luego cortó el teléfono en mi oído. No entendí de qué estaba hablando. Pero lo hizo de nuevo. Pero esta vez dijo –Y, he aquí, un doctor de la ley se levantó…– y después cortó el teléfono nuevamente. Entonces me paré y fui a su oficina. Golpeé muy suave y entré. Tim estaba sentado en su escritorio, y se veía tan confundido como yo me sentía.

    –¿Está todo bien? ¿Me necesita? ¿Viene su abogado hoy?– le pregunté.

    –No os jactéis más con tanto orgullo, no salga la arrogancia de vuestra boca; porque el SEÑOR es Dios de sabiduría, y por El son pesadas las acciones–, respondió Tim. Reconocí lo que estaba diciendo, ya que era justamente lo que el hombre de la calle le había dicho.

    –¿Disculpe?– pregunté.

    –No hablaré mucho más con vosotros–, dijo Tim y luego se tapó la boca con la mano.

    –Lo siento Sr. Claycomb, creo que no lo entiendo–. Luego Tim tomó un pedazo de papel, escribió algo en él y me lo pasó. –Labán y Betuel respondieron, y dijeron: Del SEÑOR ha salido esto; no podemos decirte que está mal ni que está bien–. Leí en voz alta. –Señor, Disculpe. Estoy realmente confundida. No entiendo nada de esto–. Tim recostó su cabeza en el escritorio derrotado. Luego me miró hacia arriba con lágrimas en los ojos.

    –Entonces dije: ¡Ah, Señor DIOS! He aquí, no sé hablar, porque soy joven–. Siguió diciendo Tim, –Has mantenido abiertos mis párpados; estoy tan turbado que no puedo hablar.

    –Mmmm… ¿Es una especie de idioma antiguo?

    –No hay mensaje, no hay palabras; no se oye su voz.

    –Nada de esto tiene sentido…– murmuré. –Suena como la Biblia de mi abuela.

    Entonces los ojos de Tim se iluminaron y saltó de su silla tomándome de los brazos y sacudiéndome con entusiasmo. –Todas son sinceras para el que entiende, y rectas para los que han hallado conocimiento–, dijo Tim emocionado. ¿Lo había entendido? ¿Por qué me estaba citando esta escritura? Luego me di cuenta… Creo que no puede decir nada más.

    –Sr. Claycomb, ¿acaso las escrituras son lo único que puede decir?

    –Y el ángel del SEÑOR respondió a Balaam: Ve con los hombres, pero hablarás solo la palabra que yo te diga. Y Balaam se fue con los jefes de Balac–, dijo dando un suspiro exhausto y haciendo un gesto con la mano.

    Necesitaba refuerzos. Fui al negocio de al lado, Langston Jefferies, a la oficina del vice presidente. –Mr. Jeffries, algo malo le pasa al Sr. Claycomb. Creo que debe venir conmigo, -le dije tan pronto como asomé mi cabeza por la puerta de Langston. Volví a la oficina de Tim con Langston. –Sr Claycomb, ¿qué es lo que va a hacer?– Me volví hacia Langston y le dije –El Sr. Claycomb solo puede hablar en escrituras Bíblicas–. Langston observó cómo seguía la conversación entre Tim y yo.

    –Entonces Faraón dijo a sus siervos: ¿Podemos hallar un hombre como éste, en quien esté el espíritu de Dios?– dijo Tim apuntando hacia la puerta.

    –¿Quiere encontrar a alguien?– le pregunté. Tim sonrió a medida que continuábamos con esta conversación tan extraña. ¿A quien quiere encontrar?

    –Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo lo que yo he hecho. ¿No será éste el Cristo?

    –¿Quiere encontrar a Jesús?– pregunté, más confundida que nunca.

    Tim se paró de su escritorio y me tomó del brazo, llevándome por la puerta y pasando por el pasillo, hacia la entrada principal. Langston solamente se sentó ahí sin decir nada. No se pudo parar o decir nada. –Pero… Pero, yo…– me quejé, pero Tim seguía llevando por la fuerza. Nos quedamos de pie fuera en la vereda, bajo el calor de la media mañana. Tim miró hacia la calle en ambas direcciones. El tráfico era normal, pero no había nadie caminando en los alrededores.

    –Entonces Esaú dijo: Pongámonos en marcha y vámonos; yo iré delante de ti–, dijo Tim sacando las llaves de su bolsillo.

    –Necesito sacar mi bolso del escritorio–, le dije arrancando mi brazo de su mano.

    Tim se dio cuenta de que tenía agarrado mi brazo muy fuerte. –Confieso, pues, mi iniquidad; afligido estoy a causa de mi pecado–, dijo dándome una palmadita en el brazo. Me siguió de vuelta al edificio.

    Al acercarnos a mi escritorio, la jefa de oficina, Janet pasó por nuestro lado. Vestía una minifalda de cuero blanca y una chaqueta a tono. Y digamos, para ser honestos, no dejaba nada a la imaginación. Tim siempre coqueteaba con ella. Al pasar el tiempo sus faldas se fueron acortando y sus blusas se fueron bajando. Janet le hizo un guiño a Tim al tiempo que nos acercábamos. Tim hizo su clásico gesto de perro lamiendo su labio y con el pecho hacia fuera, preparándose para decir algo obsceno a Janet. Intenté tararear en voz baja para distraerme de lo que Tim iba a decir. Entonces dijo –Así el rey de Asiria llevará a los cautivos de Egipto y a los desterrados de Cus, jóvenes y viejos, desnudos, descalzos y descubiertas las nalgas, para vergüenza de Egipto–.Tim jadeó, dejando salir un chillido agudo. Luego, con una fuerte palmada se tapó la boca, como si no tuviese control de sus propias palabras.

    Janet parecía confundida, pero comenzó a tirar de su falda hacia abajo y con la otra mano intentó cerrar su chaqueta en el pecho, que era prominente. Repentinamente, se veía como si estuviese avergonzada de lo que vestía. Todos parecían mirarla fijamente. Tim me miró impaciente mientras tomaba mis cosas del escritorio. Con todo lo que estaba pasando, casi me había olvidado de mis propios problemas personales, pero tomé la caja de galletas y las puse en mi bolso grande. –Oye, ¿dónde crees que vas?– preguntó Janet en un tono de voz irritable.

    –Mmm, el Sr. Claycomb tiene una cita y quiere que lo acompañe–, dije de forma casi convincente mientras buscaba una respuesta mejor y más creíble en mi cabeza.

    –¿Y quién crees que se va a encargar de tu escritorio y el teléfono mientras no estás?– la irritación crecía en su rostro y voz.

    –¿Tu?– respondí. No sabía qué más decir. Tim no decía nada en mi defensa. Tim no podía decir nada en mi defensa. La presión estaba creciendo. Yo ya no le gustaba a Janet. Nunca le había gustado. Hacía comentarios sarcásticos sobre los mexicanos cuando creía que no la estaba escuchando. Por lo general intentaba evitarla y no crear problemas en la oficina. Ella no me había contratado, pero técnicamente podía despedirme. Su cara se volvía más y más roja a cada segundo.

    –¡¿Yo?!– A este punto no podía creerlo. –¡Debería despedirte! Eres tan irrespetuosa.

    –El forastero que esté en medio de ti se elevará sobre ti cada vez más alto, pero tú descenderás cada vez más bajo–, le dijo Tim mientras tomó mi mano y me llevó con urgencia a la puerta principal.

    –Bueno, yo nunca–, resopló.

    –Quizás debería–, dije para mis adentros mientras salíamos. Tim me llevó a su Cadillac Escalade. Era el último modelo; de primera categoría, ya que eso era lo que vendíamos en el concesionario. Siempre conducía los mejores y últimos modelos de vehículos incluso antes de que salieran a la venta. Me subí en el asiento suave de cuero color bronceado. Todo en aquel SUV era impecable y perfecto. Tim salió del estacionamiento como un loco. Ni siquiera me había puesto el cinturón de seguridad y casi volé del asiento hasta el piso. –¡Baje la velocidad!– grité, buscando el cinturón. Mi fascinación por el SUV se esfumó rápidamente. –¿Qué estamos haciendo? Digo, ¿dónde vamos?

    –Entonces Faraón dijo a sus siervos: ¿Podemos hallar un hombre como éste, en quien esté el espíritu de Dios?

    –Ah, claro. Buscamos a un hombre. ¿Está buscando al hombre de la calle que vino al concesionario esta mañana?

    –El SEÑOR me dijo: Bien han hablado en lo que han dicho–, respondió Tim. Buscamos en la calle mientras nos alejábamos del concesionario. También busqué en los alrededores para ver si reconocía a alguna de las personas alrededor. A medida que Tim condujo hacia Cimarron Street, había muchas más personas. Esta era una zona popular para personas de la calle. Muchas de las personas que merodeaban se veían similares al hombre que había entrado al concesionario esa mañana. Tim condujo despacio. –Y Abimelec dijo: No sé quién haya hecho esto, ni tú me lo habías hecho saber, ni yo lo había oído hasta hoy.

    –Lo sé–, respondí, –esto sería más fácil si tuviésemos un nombre. ¿Qué diablos? ¡¿Yo de hecho me estaba acaso involucrando en todo este asunto?! Tim y yo recorrimos lentamente todo el sector suroeste de la ciudad. Pasamos por cada una de las calles por dos horas, pero no vimos al tipo que estábamos buscando. No podíamos detenernos y preguntarle a alguien porque no teníamos un nombre, y la mitad de las personas sin hogar en el área vestían de la misma forma y encajaban en la descripción exacta.

    Era casi la una cuando Pensé que finalmente Tim se había dado por vencido. –Tuvo hambre y deseaba comer; pero mientras le preparaban algo de comer, le sobrevino un éxtasis

    –Sí, yo también tengo hambre, afirmé. Pensé en las galletas en mi bolso, pero decidí no sacarlas porque no me atrevería a botar una miga en el auto de Tim. Además con hambre, ya no me dolía el estómago. Miré hacia mi vientre y pensé en lo extraño que resultaba que hubiese una pequeña vida dentro. –Hay una cafetería en Eighth Street, The Egg Shoppe. Es un lugar de comida rápida–, le dije a Tim–. ¬No es estupendo, pero ahí nadie lo conocerá.

    –Su cosecha devoran los hambrientos, la toman aún de entre los espinos, y el intrigante ansía su riqueza–, respondió Tim.

    La cafetería era un antro. Ninguna de las sillas combinaba con las mesas. El aire era denso y graso. Había cuadros de hotel barato colgando en las paredes y plantas de plástico que nunca se habían sacudido repartidas a lo largo del lugar. Había una pareja mayor sentada junto a la ventana, pero además de ellos no había más clientes. Una chica mexicana de cintura delgada y en sus últimos veinte años nos saludó desde el mesón. –Hola. Solo tomen un menú y elijan la mesa que quieran. Estaré con ustedes en un minuto–. Ella era agradable, pero desinteresada. Tenía delineador oscuro y cejas de delineado Sharpie exagerado, y también bastante sombra rosa y violeta. También tenía un tatuaje en el cuello que decía Enrique en letra cursiva.

    Tim eligió una mesa en la esquina más lejana. La camarera se nos acercó y preguntó si queríamos café o una bebida. –Y él le dijo: Te ruego que me des de beber un poco de agua, porque tengo sed. Y ella abrió un odre de leche y le dio de beber; entonces lo cubrió– le respondió Tim, mientras frotaba su frente nerviosamente con su mano izquierda y su codo apoyado en la mesa.

    –¿Qué?– preguntó la camarera con una mirada confundida en su rostro.

    –Eh, nada–, respondí –solo tomaremos agua–. La mesera movió su cabeza al alejarse de la mesa. Me volví hacia Tim. –Sr, Claycomb, ¿podría no hablarle a las personas? Yo les hablaré.

    –Dejadme hablar para que encuentre alivio, dejadme abrir los labios y responder–, respondió Tim.

    –Está bien–, dije, –entonces hábleme a mí, y yo le hablaré a los demás.

    –Y algunos de los escribas respondieron, y dijeron: Maestro, bien has hablado–, dijo Tim mientras revisaba la carta. Apuntó a la omelet del suroeste en la carta. Estaba hambrienta. Todo se veía bien.

    –Me parece bien. Yo comeré lo mismo–. La camarera trajo dos vasos dudosamente limpios de agua helada. –Ambos queremos omelet del suroeste.

    –¿Tortillas de maíz o harina?– preguntó la camarera.

    –Maíz– respondí, y entonces Tim comenzó a decir algo sobre ordenar tortillas de harina. Antes de que saliera cualquier sonido de su boca, interrumpí rápidamente, –Digo, mejor de las dos.

    –¿Y ahora qué?– le pregunté a Tim tan pronto como se fue la mesera. –No encontramos al tipo que entró al concesionario. ¿Ahora qué va a hacer?

    –Y sucederá que cuando os acerquéis a la batalla, el sacerdote se llegará y hablará al pueblo–, respondió Tim.

    –¿Quiere hablar con un sacerdote?

    –Sin embargo, en la iglesia prefiero hablar cinco palabras con mi entendimiento, para instruir también a otros, antes que diez mil palabras en lenguas.

    –A veces usted es difícil de entender–. le dije –¿Quiere ir a una iglesia a hablar con un sacerdote?

    Capítulo 2

    Mientras estaba sentada en la cafetería, recordé en la vez que Tim me llamó a su oficina. Escupía fuego de la ira aquel día. Quién sabe porqué…, pero me involucró en su desastre. Me llamó al teléfono de la recepción y cuando fui a su oficina me dijo –Debo tratar con algunos empleados mediocres, ¡hora de la evaluación! Tú vienes conmigo. Quiero que finjas que estás tomando notas. Y luego, sin importar lo que diga, sigues y dices Mmm, es una lástima cuando alguien te dice algo así. ¿Entiendes?

    Tim quería que actuara un papel, por lo que debía estar bien ensayado para hacer que sus empleados se sintieran especialmente mal momento de rebajarlos verbalmente. –Eres un flojo, bueno para nada, vago que no vende–, decía Tim. Me miraba y daba el guiño de ahora sigue.

    –Mmm, es una lástima cuando alguien dice algo así de usted.

    –Nada mal, ¡pero necesito mucha más actitud que esa! Eres mexicana. Sé como esas mujeres guerreras mexicanas.

    ¿Mujeres guerreras? No estoy segura de qué quiso decir, pero me quedó dando vueltas. –MMM, ¡es una LÁSTIMA cuando alguien dice algo así de USTED!– Dije irritada, no estaba segura si estaba más enojada por el comentario de las mujeres guerreras mexicanas o con Tim por hacerme hacer esta estupidez.

    –Perfecto–, dijo Tim. –¡Vamos!– La primera víctima en su lista negra era Joey Deux. Joey es el jefe de finanzas. Ha trabajado en la compañía por seis años. Es un tipo agradable que siempre se está disculpando con las personas de contabilidad bajo su mando por los malos tratos y las faltas de respeto de Tim. Joey y Tim asisten a la misma iglesia donde el padre de Tim solía predicar. Joey cantaba tenor en el coro de la iglesia. Se puso de pie detrás de su escritorio y nos saludó cuando entramos a la oficina. Su oficina estaba limpia y organizada, con fotografías de sus dos hijos gemelos y dos perros Weimaraner, todos con trajes elegantes todos los años durante los últimos seis años. Tenía una fotografía de él y su esposa con trajes combinados en el campo de golf. Había un trofeo de tenis de la escuela secundaria, que databa de 1994 en su repisa, y un catálogo de ropa para mascotas en su mesa de centro.

    –Buenos días, Sr. Claycomb–. Joey intentó sonar confiado y optimista, pero pude notar que estaba nervioso. –Siempre es estupendo…

    –Siéntate, Joseph–, le dijo Tim, cortando el intento de Joey de ser cordial.

    –Es Joey, señor–, dijo Joey tímidamente. Joey había corregido ese descuido de Tim con su nombre desde que había sido contratado, hace seis años atrás.

    –¿Joey?– dijo Tim con una mirada de aversión. –¿Acaso tu madre era un marsupial?– Joey parecía confundido y abatido con la pregunta. –No importa, siempre es agradable ver trajes combinados y trofeos antiguos, pero no eres el Jugador Más Valioso aquí, deportista. De hecho, actualmente eres EMV, empleado menos valioso–. Tim me dio la mirada.

    Mmmmm, ¡es una lástima cuando alguien dice algo así de usted!– era como si Joey hubiese sobrevivido a ser atropellado por un bus solo para que le pasara un tren por encima cuando dije esa línea. Tim es verdaderamente malvado.

    –Aquí no ganas ningún

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