La primera semana del inspector Duarte
Por José Payá
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En una especie de homenaje a Ciudadano Kane, esta novella pretende reconstruir el primer caso en el que el inspector Daniel Duarte se vio envuelto. A partir de las entrevistas de un periodista, al que nunca oímos preguntar, y a través de las palabras de unos personajes de lo más variopintos, los lectores van a ser testigos de la búsqueda de los orígenes de nuestro protagonista viajando hasta el convulso 23 de febrero de 1981, cuando el hallazgo de un cadáver en Apis, mientras todo el país contenía el aliento, obliga a desplazarse hasta la localidad a un todavía inexperto y joven Duarte.
Costumbrismo, humor y misterio a partes iguales son los ingredientes de esta nueva entrega del inspector Daniel Duarte.
José Payá
José Payá Beltrán (Biar, Alicante, 1970) es Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Alicante. Especialista en el teatro español de la Dictadura y crítico literario, tiene en su haber decenas de artículos y varios ensayos de índole académica. En 2004 vio la luz su primera obra de ficción, Castilla o Los veranos, a la que siguieron Destilando fantasmas (2007), La segunda vida de Christopher Marlowe y otros relatos (2011), Puzle de sangre (en colaboración con Mario Martínez Gomis) (2012), La última semana del inspector Duarte (2015), Morirás muchas veces (2016), Un elenco de perros (2018), El intranquilo retiro del inspector Duarte (2018), Identidad (2019), Un crimen otoñal, de S.S. Van Dine (2020) y La primera semana del inspector Duarte (2020). Muchos de estos títulos están publicados en Click Ediciones.
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La primera semana del inspector Duarte - José Payá
Agente Crespo
¿Seguro que quiere tomar eso? ¡Qué raro! Pero usted sabrá, que ya es mayorcito. Pues bien, no hay más que hablar.
Oye, por favor, trae una caña para mí y un Bitter Kas. Ah, y también un plato de olivas partidas, de esas que a mí me gustan. ¿Sabes cuáles son? De esas, sí. Y unos panchitos.
¿Quiere usted alguna cosa más?
Eso es todo. Gracias. Es que si me tomo la cerveza a palo seco, así, sin comida, luego me entra dolor de cabeza. Y una modorra que capaz soy de quedarme dormido de pie. Se ve que no estoy puesto yo a beber, claro. O a lo mejor es la edad, que ya va siendo mucha. De los sesenta para arriba…, ya se sabe, ¿eh?
Lo que me extraña es que usted beba esa porquería del Bitter Kas. Yo había imaginado que todos los escritores eran aficionados al alcohol. Ah, ya, que usted es periodista, que no es lo mismo. No se llevarán mucho, ¿verdad? Además, en las películas los periodistas también le dan al codo. Ya le digo: siempre están apoyados en la barra de un bar, que no sé yo cuándo buscarán noticias. En fin, el cine, que todo lo cambia y que nos inventa una realidad tan bien construida que nos creemos que es la auténtica. Y no lo es, desde luego que no lo es.
Sí, ya sé que son cosas de las películas, pero qué quiere que le diga: ¿no ha pensado nunca que nuestro mundo está construido como una película de Hollywood? O, mejor dicho, ¿que nosotros somos quienes pensamos nuestro mundo y nuestras vidas como una puñetera película? Pues, si no lo ha pensado, lo hará. Conforme vaya envejeciendo, se dará cuenta de lo que le digo.
Gracias.
No, deje, deje, yo pagaré. Ni se le ocurra. Faltaría más, hombre. Encima que se toma la molestia de venir a verme.
Beba, beba, que hace calor. Lo mejor de la cerveza es el primer trago, el que te quita el calor y te atempera. Luego ya lo mismo me da, ¿sabe? Hasta la encuentro amarga a veces, mire qué le digo. Y más de una vez me he dejado el vaso a medias.
Perdone, tendrá que habituarse a mis incisos y paréntesis.
Pues volviendo a lo que decíamos del cine. Algunos tienen la película en color, en Technicolor y a todo trapo, en el Cinemascope aquel de mis años mozos. ¿Ha visto usted Scaramouche? ¡Qué peliculón! Es que nunca me canso de verla. ¡Qué color tiene la condenada! Y el final, en el teatro. Las películas de los cincuenta hay que verlas sí o sí, aunque nada más que sea por el color, que es increíble. ¡Eso sí que es cine de verdad!
Lo que le decía: que los hay con tanta suerte que tienen la vida como si fuera la escena del teatro de Scaramouche o que El prisionero de Zenda. Otra que tal. Ya no hacen películas como esas, ¿verdad? Otros, en cambio, no pasan del blanco y negro y, además, de serie B, ¡o Z!, y en un televisor de mierda, de esos de pantalla pequeña y con las antenas de cuernos, que no había manera de acertar a la hora de sintonizar la cadena y te volvías loco y casi te sacabas un ojo moviendo las antenas aquellas de los cojones. Y eso que solo había dos cadenas. O una y media, porque en mi pueblo la UHF la veía solo la mitad del pueblo que estaba lejos del cerro. El resto teníamos una cadena…, siempre que no hiciera mucho viento. Una vez tuvimos a la pobre de mi hermana hora y media de pie sosteniendo la persiana de la puerta, porque era el único modo de que la televisión pudiera verse. ¡Hay que joderse! ¡Qué tiempos aquellos! Y ahora si el ordenador o el teléfono móvil invierten en conectarse cuatro segundos, en lugar de tres, nos ponemos nerviosos. Seguro que seremos más modernos, y mucho más tecnológicos, ¡seguro!; pero también más gilipuertas.
Bitter Kas… Quién lo iba a decir. La bohemia de los artistas es una cosa muy arraigada, ¿sabe usted? Creo que ya está metida en el subconsciente de las personas, que merced al cine o a la televisión nos creemos que todos los artistas son como los pintan. Recuerdo una película que fue muy famosa hace unos años. Amadeus. Ah, ¿que todavía es famosa? Pues lo será. Mozart parece un payaso que se pasa toda la película corriendo detrás de las mujeres y comportándose como un memo. Y digo yo, un tipo que compuso todo lo que compuso, que fue mucho, ¿no?, ¿tuvo tiempo para otra cosa como no fuera quedarse ciego escribiendo notas sin parar? Porque entonces no es como ahora que ya hay ordenadores y que te ayudan, poco o mucho, no lo sé, pero te ayudan. En aquellos años, vamos, ni una triste máquina de escribir, ni un cochino bolígrafo había. En la película, el tonto del culo escribe únicamente cuando se está muriendo, y en la cama. ¡Ahí es nada! ¡Hay que tener muy poca vergüenza para escribir un guion así! ¡O mucha ignorancia!
Porque, ¿sabe qué le digo? El valor lo infunde la ignorancia, que se lo digo yo.
Pero el público, como es gilipuertas…, pues traga. Ay, Señor… Sería la mar de cómodo escribir en aquel siglo encima del lecho, con las plumas aquellas y el tarro de tinta entre los pliegues de las sábanas, sobre el colchón de hojas de maíz… Una memez de guion, ya le digo. Un peliculón, eso sí. Que le dieron Óscar a punta pala, vamos. Pero ahí pincharon, en ese aspecto creo que metieron la pata hasta la corva. Mucho daño han hecho cosas así a la juventud. Porque los jóvenes, que son tontos durante unos años, mientras les dura la enfermedad de la edad, ¿sabe?, se piensan