¡Auxilio! o una mujer al borde de la no potencia
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¡Auxilio! o una mujer al borde de la no potencia reflexiona sobre el amor, los hijos, los atribulados tiempos que vivimos y otras circunstancias sociales de actualidad. Se trata de narraciones en las que predomina el tono humorístico, desenfadado, de corte intimista; tanto, que encontrará algunos chismecitos acerca de la vida de su escritora mezclados con un alto porciento de imaginación. Una especie de ajiaco de mentiras y verdades fruto del delirio de una mujer al borde de la no potencia.
Mayda Argüelles Mauri
Mayda Argüelles Mauri (La Habana, 1962). Graduada en 1985 de Licenciatura en Filología en la especialidad de Literatura Cubana. En septiembre de ese mismo año comienza a laborar como editora en la Editorial José Martí, de Publicaciones en Lenguas Extranjeras, lugar donde trabajó durante más de cinco lustros. Allí editó libros que abarcan una amplia gama de temáticas y géneros: ciencias sociales (política, sociología, historia, derecho), literatura (ensayo, poesía, cuento, novela), psicología, deporte, humor, cocina, arte, medicina, religión, etcétera. Preparó una antología sobre autores cubanos que han escrito sobre Simón Bolívar. Además, prestó ocasionalmente sus servicios como editora en la Editorial Félix Varela. Actualmente ejerce en el Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello (Icic), donde se desempeña como editora de la revista digital Perfiles de la Cultura Cubana. Por lo demás, es una mujer que siempre dibuja una sonrisa a la vida.
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¡Auxilio! o una mujer al borde de la no potencia - Mayda Argüelles Mauri
Mauri
En familia
¡Cómo no!, mi niña, puedes usar ese vaso, pero ten cuidado no se rompa; ese juego lo tengo desde mi boda con el padre de Candito. Me trae tantos recuerdos… Siempre ha estado ahí, observando nuestras vidas. Es parte de la familia, como puedes tú llegar a serlo. Deja, deja, yo lo friego, yo sé que tú sabes hacerlo sin que se rompa; lo que quiero es que no te dañes las manos con el detergente. Ven, siéntate aquí conmigo, en el sillón no porque era donde se sentaba el difunto, aquí, en el sofá. Baja un poquito la TV, que no soporto los ruidos; ¡ah!, y debes bañarte antes de que termine la telenovela, porque después yo me acuesto y cualquier ruido me despierta. Claro, hija, ya puedes comer, no sabía que tenías hambre. Aquí se come siempre a las ocho en punto, sin excepciones. ¡Qué bien uno se siente al lado de los jóvenes!, mucho más si es con muchachas como tú. ¡Tan hacendosa, calladita y disciplinada!
Despecho
La amaba como solo saben hacerlo los hombres de verdad: en todas las circunstancias (festivas), sin condiciones (exceptuando el compromiso) y para toda la vida (para toda la vida de esa relación).
Crecimiento
Yo cultivaba el sentido del horror, ahora cultivo también el sentido del humor… ¿o el del hedor? A veces tengo mis recaídas y mezclo las cosas.
Etcéteras
En la farmacia la joven muchacha pregunta, entre angustiada y penosa, si hay condones, de esos con «grasita». La señora a su lado, ya entrada en los cincuenta, sonríe y le expresa resignada:
―No te avergüences, mi niña, penoso es tener que comprar diazepán, ergofeína, ppg, ibuprofeno…
Limpieza
¡Así que hay que limpiar!, ¿eh? ¡Es verdad!, el polvo está que hace ola. Hola, vecina, ¿lavando? Cuando termines llégate por aquí, ja, a ver si me ayudas un poquito. ¿Mi marido? Bueno, como siempre, reunido. Dice que hay un bateo en la empresa y que van a cortar cabezas por un desfalco que descubrieron. ¡Qué cosa! ¡Cortar cabezas!, como si tuvieran. Deberían cortarles otra cosa por no atender bien a sus mujeres. ¿Vinieron los huevos? Huevos es lo que hace falta en esta casa, no hay chiva ni soga para amarrarla; y aún así, con Barbarita más pegada al espinazo² que el domingo al lunes, se atreve a decirme: Mama, hace tiempo que… ¡tú sabes! Y luego: Mama, mi computadora está llena de polvo. Mama, no laves más mis camisas en la lavadora, que se rompen. Mama, Mama, Mama… ¡Hasta cuándo, chica! Después los hombres se ofenden porque nos gustan los extranjeros. Ellos no nos mandan a lavar y mucho menos a quitar el polvo. Ellos regalan flores, nos llevan a comer y nos echan un polvo, y no de brujería. Este fin de semana yo me conformaría si mi marido me regalara un marpacífico, después me comprara una pizza, un refresco y diéramos un paseíto por el Malecón. Me sentiría una reina… ¡A lo que llega una por tan solo un poquito de felicidad! En verdad, los extranjeros, mientras están aquí, te bajan el cielo si es preciso, pero cuando llegan allá, te aplican el Período Especial y sin libreta de abastecimientos. Pregúntenle a mi Madrina si no me creen. Su hija se casó con un gallego viejo pesetudo, que en los primeros tiempos le regaló un anillo de compromiso con un brillante inmenso, boda de película con damas de compañía, banquete para un montón de gente, traje blanco con una cola tan grande como la lengua de mi cuñada y hasta un vals de recién casados y florecitas volando por todas partes. Cuando llegó a la Madre Patria, ¡alabado sea el Señor!: justo lo necesario para que no lo acusaran de asesinato. ¡Pobre muchacha! Terminó en una casa de esas que protegen a las mujeres abandonadas y víctimas de la violencia de sus maridos. No, no siempre eso de casarse con yumas te resuelve el problema. Pero, bueno, basta ya de cháchara, tengo que seguir con lo que me toca: agua y escoba. ¡Hombres!, ¡hombres!, en toda la extensión de la palabra, son lo que hace falta para arreglar este país, porque si no aparecen, nos va a comer el churre.
Corre, que empezó la telenovela
Aló, ¿eres tú, Esperanza? Mi hija, estás perdida, y eso que dicen que la esperanza es lo último que se pierde. Tengo tanto que contarte… Las cosas con mi marido no están bien. Todos los días llega tardísimo, dice que por motivos de trabajo. Parece que el horario laboral lo han cambiado para la noche. Tú siempre me dices que lo deje, que me busque otro, que siempre aparece una salida. Y no te niego que lo he intentado, pero las «necesidades» me han hecho reflexionar. La última vez que lo hice se llevó la computadora donde veo mis telenovelas y el niño y yo tenemos nuestros jueguitos, no podía arreglarme las uñas semanalmente como he hecho a lo largo de toda de mi vida, y del gimnasio ni se diga… La casa, por suerte, es mía, pero me dejó casi sin muebles, y el TV pantalla plana de última generación, el muy degenerado también se lo llevó. Me quedé solo con el Krim 218 que se ganó mi padre en los ochenta, que todavía se ve, aunque en toda la gama de tonalidades grises, negras y algún que otro blanco. De paseos, nada, solo al Zoológico Nacional a ver animales más tristes que yo, y a soportar el llanto del niño; la última vez que fuimos quería la mandarina que el mono se estaba comiendo. A ver, dime tú cómo le arrebataba yo a aquel animal la frutita añorada por mi nene, eso está prohibido, ni se le tira comida a las bestias ni se les quita. Lo único bueno que saqué de aquella etapa es haber logrado reducir mi peso corporal algunas libras. Mas no, mi amiga, no nací para pasar trabajo y mucho menos hambre, por eso tuve que volver con él. En verdad no es fácil aguantar tanto, y sé que mi vida debería cambiar. Todas las mañanas me cuesta levantarme, fumo como una demente y me digo: hoy haré como Lucero, la de la telenovela, y cambiaré mi vida, pero vuelvo a las mismas… Oye, por cierto, ¿qué hora es?, ¡las siete y no he hecho la comida! Tengo que correr, si no me apuro no puedo ver Amar con el corazón. Hoy se sabe si la muchacha consigue convencer a José Augusto de que él es el hombre de su vida.
Derecho a réplica
Y dale Juana con la seguidilla de que estoy despechada y que todavía siento algo por él. Sí, tal vez quede algo de él en mí, pero alojado en los intestinos, listo para ser expulsado. El cuartito no está igualito, está como el de Tula, en llamas. ¿Qué hay de malo con sentirse así? Súper molesta por sus acciones que no merezco. Siempre le quise bien, tanto, que olvidé que yo también existía. Solo he recibido muestras de incomprensión y comportamientos más difíciles de digerir que chicharrón de puerco viejo. No, amiga mía, tenemos derecho a la protesta. Como dice la cancioncilla de nuestra infancia: «Protesto, protesto y vuelvo a protestar, con la mentira tenemos que acabar», y yo pertenezco al batallón de respuesta rápida. No, no lo odio, ni a él ni a ninguno, si así fuera, entonces… entonces… soy masoquista, porque ya acumulo unos cuantos para odiar. No me cansaré de ir por el mundo buscando… y encontrando. A veces digo: me dedicaré a los nietos; pero es más fuerte que yo, vuelvo