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La violinista del Puente Carlos
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Libro electrónico332 páginas4 horas

La violinista del Puente Carlos

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Praga, años 1990. Hana, joven enfermera especializada en geriatría, atraviesa un periodo de profunda crisis existencial y vocacional. Los fuertes lazos que teje con una de sus pacientes la ayudarán a encarar su frustración y su soledad.

En unos de sus paseos cotidianos, la atención de Hana se centra en un

IdiomaEspañol
Editorialibukku, LLC
Fecha de lanzamiento1 sept 2019
ISBN9781640863927
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    La violinista del Puente Carlos - Javier Rillon

    Preámbulo

    Praga, años 1960 y 1970

    De las grandes frustraciones nacen terribles dramas y personajes fuera de lo común.

    Muchos asiduos paseantes y amantes de Praga, así como algunos turistas sensibles a la música, pudieron escuchar durante largos años, aunque de manera esporádica, a una misteriosa mujer que tocaba el violín de manera esplendorosa. Se le podía encontrar siempre instalada sobre el mítico Puente Carlos, frente a la estatua de san Vito, y si su música encandilaba de inmediato incluso a los inexpertos, el aspecto de la mujer provocaba sin embargo sentimientos más encontrados. Era una dama, ya de cierta edad, cuya mirada y cuya apariencia podían provocar cierto asombro y cierta turbación si se le cruzaba de manera repentina en la calle. Sus ojos fríos, de un azul metálico, feroces, penetrantes como cuchillas, suscitaban un profundo malestar. Se le veía descuidada, con un aspecto casi de indigente. Nadie, al verla por primera vez, hubiese podido imaginar que detrás de aquella mujer impenetrable y arisca se escondía un prodigio, una verdadera artista. Una sorprendente metamorfosis se producía en efecto en ella cuando se entregaba a su música sobre el Puente Carlos. Su transformación era total e impresionante, a tal punto que al son de las notas de su violín la extraña mujer parecía caer en un estado de trance, y aquellos fríos ojos azules desprendían súbitamente un brillo especial, cobrando vida propia, cual los ojos de un enamorado. Parecía en efecto aferrarse a su violín con tanta pasión y tanto ahínco que el público tenía la impresión de asistir más bien a una verdadera escena de enamorados, y que el violín no era más que la personificación tácita de un fogoso amante. Pero en cuanto la misteriosa mujer dejaba de tocar, aquel brillo se esfumaba de súbito, y su mirada retomaba su frialdad extática e insondable, como si, exceptuando la música, no hubiese nada digno en este mundo por lo cual sus ojos volviesen a brillar.

    A cada prestación sobre el Puente Carlos, la enigmática dama veía con indiferencia cómo el estuche de su violín se llenaba de monedas depositadas con un vivo entusiasmo por los atentos oyentes; pero muchos, transcendidos por la belleza de su música que suscitaba en ellos sin dudas una generosidad sin igual, terminaban depositando billetes e inclusive muchos billetes para los más sensibles y los más melómanos. Su música era tan bella y sus acordes en general tan nostálgicos que éstos penetraban hasta el fondo del alma, ocasionando siempre que un tropel de gente conmovida hasta las lágrimas se conglomerara frente a la estatua de san Vito, braveando inclusive el espantoso frío de los meses de invierno o el agobiante calor del verano. Muchas veces, el simple turista curioso, frente a tal afluencia y a pesar de oír a lo lejos las bellas notas, se acercaba incrédulo, creyendo que era la belleza de la estatua lo que llamaba tanto la atención, y dispuesto ya a tomar fotos de ésta, para su gran sorpresa constataba que se trataba solo de un músico ambulante ¡Pero qué música! ¡Qué sensibilidad y qué fervor en la interpretación! Inclusive el turista o paseante más insensible o apresurado se sentía enseguida conmovido por aquellas notas que llenaban la atmósfera de una profunda melancolía, y que otorgaban un suplemento de belleza y de poesía al lugar.

    La enigmática mujer permanecía tan solo unas horas sobre el Puente Carlos, siempre con aquel aire de abstracción y como poseída por un embrujo. Iba siempre vestida de forma modesta, con el mismo abrigo, en invierno como en verano. Sus cabellos, que comenzaban a encanecerse, iban atados en un denso moño hecho a la rápida que dejaba escapar unos largos mechones, dándole un aspecto descuidado y algo inquietante. Cuando terminaba su prestación en el puente, con gestos mecánicos y con indiferencia, agarraba el estuche del violín, por lo general lleno hasta el tope de dinero, y se retiraba, con su eterno aspecto misterioso y su andar lento e impasible. Desaparecía luego durante días enteros, y enigmáticamente volvía a aparecer, tocando el violín de manera infatigable durante unas horas, para la gran alegría de su pequeño público de habituados. Durante los años ochenta y noventa, afectada sin duda por los primeros achaques de la vejez, se le empezó a ver cada vez menos, una vez al mes a lo mucho, privando a menudo al Puente Carlos y a sus paseantes de los esplendores y de la magia de sus notas llenas de nostalgia y desazón.

    1

    Enero de 2013

    Martina,

    ¿Por quién, para qué y por qué seguías tocando el violín? ¡Cuántas veces me he hecho estas preguntas durante todos estos años! ¿Lo hacías tan solo por amor a tu arte? ¿Lo hacías para mantener intacto el recuerdo de tu efímero amor por Czesław? ¿Lo hacías por dinero? Eliminemos esta última opción. Es obvio que no lo hacías por cuestiones económicas, en caso contrario hubieras tocado el violín sobre el Puente Carlos todos los días, sobre todo cuando se posee un talento como el tuyo. Además, yo misma fui testigo de la indiferencia con la cual aceptabas el dinero que tus maravillados oyentes te daban en gran cantidad ¿Lo hacías entonces solo por amor, tal como lo dicen tus cartas? Quizás aquella breve relación sentimental cristalizó en ti un sentimiento que es, creo yo, imposible para un ser humano sostener de forma constante. Ahora que llevo más de quince años casada, sé lo difícil que es luchar contra los inevitables altos y bajos de la vida de pareja, consecuencia ineluctable sin duda del paso del tiempo, de nuestras ligerezas e inconstancias que terminan a finales de cuenta por mermarlo todo. Por lo tanto, he llegado a la conclusión que tocabas en el fondo sobre todo por amor a tu arte ¡Y no sabes cuánto te he envidiado por eso! Estoy convencida que, de tu frustración inicial, nació en ti un tal fervor por la música que te permitió, a pesar de todos tus sufrimientos, encontrarle una razón de ser a la existencia ¡Qué noble sería el mundo si todos hubiésemos tenido tu pasión! ¡Qué diferente serían las cosas si todos le diésemos el valor que tú les diste a las bellezas del arte! ¡Cuántas mezquindades, envidias, rencores y muertes el mundo se evitaría si nos centrásemos como tú tal vez en la única cualidad noble y sincera del ser humano, la creación artística! ¿Será que el resto de los actos humanos es solo desilusión y pérdida de tiempo? Confieso que no me he atrevido a responder a esta pregunta de manera franca. En todo caso, quiero que sepas que desde hace siete años soy profesora de literatura en Karlovy Vary. Sé que te puede parecer ridículo ¡sobre todo a mi edad! Pero no puedes imaginar la satisfacción que aquellas clases que imparto me han proporcionado en el ámbito personal, después de haber luchado tanto tiempo por ello y relegando por fin todas mis frustraciones de juventud. Estoy consciente que tal vez no es gran cosa, pero siento una gran felicidad interior durante y después de cada clase. Cada vez que aprendo algo nuevo y que encuentro sobre todo por parte de mis alumnos una recepción positiva, salgo de clases feliz, engrandecida, orgullosa de mí. Dejé de lado mi oficio inicial de enfermera que no me satisfacía en absoluto. Todo ese cambio positivo en mi vida se lo debo a Pavla, ya que debo confesar que sin ella y sin su ayuda jamás me hubiese atrevido a darle un tal giro a mi vida profesional. Aunque de manera indirecta debo reconocer que te lo debo también a ti. Pero no deseo adelantarme ¡hay tanto que contar! ¡Me cuesta creer que soy una persona completamente diferente de la que era cuando comencé a escribir estas páginas! Fue por aquella época que te conocí…

    Ya han pasado quince años desde tu muerte y puedes constatar aún que tu recuerdo me obsede, pero… ¿Cómo olvidarte? ¡Te debo tanto Martina! Tu familia se ha convertido ahora en mi familia, tu historia forma parte ahora de mi historia. Nuestros destinos se cruzaron un día, por casualidad, a pesar de que nunca nos dirigimos la palabra, y desde entonces tengo la impresión que formamos parte de un mismo destino. Aún tengo presente aquellos ojos azules que tanto me intimidaban y que tantas experiencias trágicas parecían reflejar. Aún puedo revivir también aquellas bellas notas que oí una sola vez, pero que desde entonces se han mantenido intactas en mi memoria. Ahora que me propongo una vez más sacarte del olvido, vuelvo a retomar esta narración que comencé hace quince años y que desde entonces ha permanecido en un rincón de mi clóset. Ahora que mis hijos — tus sobrinos nietos — tienen la edad para comprender muchas cosas, deseo contarles nuestra historia. Deseo transmitirles también tu fuerza, tu valentía, tu amor por tu disciplina artística. Quisiera sacarte del olvido en el cual te hubieses quedado si no hubiese sentido que tu existencia escondía algo digno de contar. Vuelvo a reanudar por lo tanto esta historia con una viva emoción. Así es, ha llegado Martina la hora de sacarte de la tumba, de rememorar a través de tus cartas páginas sombrías de tu vida y de nuestro país. Deseo que tu muerte sirva de recordatorio para las futuras generaciones, que sepan que la historia es cíclica, y que de ella sacamos sin embargo muy pocas veces lecciones para el futuro. Escaneé hace poco todas tus cartas para ponerlas a salvo del paso del tiempo ¡Sabia precaución al constatar en qué lamentable estado se encuentran! Sus páginas amarillentas y humedecidas me demuestran con crueldad que nada ni nadie sale indemne del paso del tiempo. Con el fin de conservar tus cartas, en aquel entonces yo misma elaboré a partir de una pintura de Mucha una bella portada que se encuentra ahora resquebrajada y con sus colores deslucidos. Distingo en la primera hoja mi letra de juventud, pequeña y bien trazada, sin relación alguna con la actual, tosca y casi ininteligible. Luego vuelvo a tocar tu primera carta. La abro con manos temblorosas y reparo tu escritura nerviosa, febril, como si un imperioso impulso hubiese regentado tu mano. Comienzo así, embargada por los recuerdos, a releerla después de tantos años, lo que me permite a la vez rememorar la excelente y sensible narradora que eras…

    Mi amado Czesław:

    Creo que es hora de revelar el secreto que por tanto tiempo he logrado ocultar al mundo entero. ¿Será a causa de la culpabilidad que comienza de forma tardía a destilar su veneno? Tal vez. En todo caso sé que tú eres la única persona capaz de entenderme. Te lo diré de forma franca, esperando que antes de juzgarme, estés donde estés, sepas por qué lo hice. Evocaré en mis futuras cartas cada detalle, cada etapa que me llevó a cometer lo impensable. Prometo decírtelo todo. Pero te preguntarás quizás… ¿por qué ahora? Nunca me atreví a contártelo en vida ya que estaba segura que tu actitud cambiaría hacia mí. Tal vez no habría beneficiado de aquella mirada llena de ternura y de admiración que me prodigabas; te hubieras vuelto frío y distante si te hubiese dicho la verdad y eso para mí hubiese significado mi muerte. Ahora, tal vez de manera cobarde, cuando ya no estás a mi lado, he decidido descargar mi consciencia. A veces pienso en todo lo que he logrado ocultar a la gente durante estos años. He trabajado todo este tiempo en esta ciudad ocultando mi pasado. Ahora, ya vieja, cuando me paseo por Praga o cuando me oyen tocar el violín, sé que me ven como a una loca. Los asusto, pero en el fondo me da igual. He oído como en el Puente Carlos me llaman la loca del puente. Al parecer me he vuelto famosa.

    — ¡Mira, ahí está la vieja loca! — dicen algunos, agrupándose alrededor mío, pero mi locura no les impide apreciar mi música, única razón, además de tu recuerdo, que me ha mantenido en vida durante todos estos años. Pienso a menudo en la actitud de la gente si se enterara de lo que hice. Pero no creas en absoluto que me arrepiento de ello. Al contrario. Aun me enorgullezco en haber contribuido a que un ser tan despreciable como esa perra aria pagase por sus pecados ¿Deseas saber con exactitud amor lo que sucedió? Prometo no esconderte nada, descargaré mi consciencia sin tapujos ni mentiras, pero espero que, si el más allá existe, y si nos volvemos a ver, no me juzgues por mis actos. Lo hice por mí, por mi país, por mi familia y sobre todo por la horrible pena que esta mujer me provocó. He aquí la historia que por tantos años he ocultado…

    2

    Praga, Checoslovaquia,

    30 de septiembre de 1938

    De las grandes frustraciones surgen sin duda personalidades y hechos fuera de lo común. Pero de las grandes frustraciones nacen sobre todo almas atormentadas y destructivas, rencores capaces de difundir el odio y de provocar tragedias irreversibles. El 30 de septiembre de 1938, día fatídico en el cual los checoslovacos se enteraron que los principales jefes de gobierno de Europa occidental habían firmado en los Acuerdos de Múnich la cesión de la región de los Sudetes a la Alemania nazi, los pensamientos de Martina Horáková estaban distantes a miles de kilómetros del hecho de que su pobre país acababa de ser vilmente traicionado y que pronto los países vecinos, incitados por el ejemplo alemán, saltarían sobre él para desmembrarlo sin piedad. Ese mismo trágico día que tanto marcaría el destino del país y de millones de seres humanos, Martina tomaba el tren que la llevaría hasta la capital, Praga. El gran momento que tanto anhelaba desde hace meses por fin había llegado: era el día de su audici ón en el Conservatorio Nacional. Tras años de intenso esfuerzo físico, mental y económico, Martina se dirigía a Praga con la confianza inquebrantable de alguien que está seguro de la victoria: nada ni nadie podía arruinar sus planes y entorpecer de alguna manera el día más esperado de toda su vida.

    Sabía que contaba tan solo con unos cuantos minutos, con su extraordinaria capacidad de concentración, con su determinación y con los fieles acordes de su violín para impresionar y convencer a los jueces. La fe inexorable que tenía en su futuro éxito la enceguecía a todo lo que la rodeaba en aquel momento. Todos los acontecimientos políticos y sociales que estaba viviendo Europa por aquel entonces le eran indiferentes frente a la hazaña que constituiría la obtención de una beca para comenzar a estudiar en uno de los Conservatorios más prestigiosos de Europa. Se decía que todos estos años de esfuerzo y de espera no serían en vano. Se atrevió incluso a vender la pequeña propiedad que sus padres, Josef y Radmila, le habían dejado a ella y a su hermana en herencia en el pueblo de Otovice, distante a tan solo unos cuantos kilómetros de Karlovy Vary. Por supuesto, antes de venderla, le había pedido previa autorización a su hermana menor Sarka, quien ya estaba casada y con un hijo a cuestas, y con otro pronto por llegar. La casa de sus padres, fallecidos hace dos años, no le interesaba en absoluto. Ella ya tenía su propio hogar en Karlovy Vary y Martina podía por lo tanto hacer lo que se le daba la gana con aquella casa ahora impersonal, triste y que le hacía revivir permanentemente el recuerdo de sus padres fallecidos.

    Ya con el acuerdo de su hermana, Martina se apresuró en vender la casa natal. Durante años también trabajó con tenacidad en la cristalería Moser y logró ahorrar un dinerillo que, acumulado a lo obtenido por la venta de la morada, le permitiría vivir al abrigo de toda necesidad durante un tiempo, por lo menos unos meses en lo que encontrara un lugar definitivo en donde instalarse en la capital. La perspectiva de vivir en Praga, centro neurálgico de la cultura y de la música de toda Checoslovaquia, constituía uno de sus más anhelados sueños. Así, mientras miraba el paisaje desfilar frente a sus ojos, Martina imaginaba lo que pronto iba a ser tal vez su vida futura. Después de haber encandilado a los selectos jueces con su brillante prestación, Martina acariciaba la idea de integrar las orquestas más prestigiosas de Checoslovaquia y de Europa. Tocaría en las grandes ceremonias, frente sin duda a las más grandes personalidades del mundo político y cultural del momento. Sería admirada y envidiada por sus colegas, sería halagada y ensalzada por la crítica y su talento atravesaría sin duda las fronteras gracias a los numerosos visitantes extranjeros que caerían rendidos bajo el encanto y la magia de sus acordes. Sería la más grande y reconocida violinista de su país y todo aquello gracias en gran medida a la ayuda y al esfuerzo de sus padres.

    Abrazando a su violín como si se tratase de un bebé y observando, llena de optimismo y de esperanza, el bello verdor de la campiña checoslovaca a través de los ventanales del tren, Martina pensó con cierta emoción en todo el esfuerzo efectuado por sus padres, quienes lucharon económica y moralmente para que ella pudiese consagrarle todo el tiempo necesario a su pasión. Simples artesanos en Karlovy Vary, ciudad termal situada al noroeste de Bohemia, los padres de Martina trabajaron durante largos años para la cristalería Moser, cuyos fundadores, una familia de judíos alemanes, se afanaban en emplear a los mejores artesanos de la zona. Con el tiempo la fábrica fue consolidándose, constituyendo el único lugar de la ciudad en donde los artesanos podían pretender a un buen sueldo, rodeados además de bellos objetos y favorecidos por un grato ambiente laboral. Los alemanes, etnia mayoritaria e instalada en los Sudetes desde tiempos inmemoriales, se transformaron en los dueños de las principales industrias y fábricas de la región. Gracias a su savoir-faire, los alemanes habían desarrollado e incrementado la economía de toda la zona de los montes Metalíferos; por ende, acostumbrados a aquella supremacía, algunos alemanes consideraban a los nativos como seres subalternos y dignos de ser explotados. Las ideas de la Alemania fascista ya habían penetrado en realidad desde hace algún tiempo en esta región de alemanes transfronterizos. Algunos de ellos se tomaban muy en serio la superioridad germana preconizada por los nazis, preeminencia que constituía algo obvio para casi todos los alemanes de los Sudetes y que la llegada de los nazis al poder les permitió por fin expresarla y manifestarla sin tapujos. Pero los padres de Martina y de Sarka habían dejado de lado toda consideración de orden racial y todo orgullo nacionalista, concentrando todas sus fuerzas y esperanzas en sus dos hijas con el fin de asegurarles un futuro digno. Para su tranquilidad, los dueños de la cristalería, al ser de origen judío, protegían provisoriamente a los empleados checoslovacos de todo el ambiente racista que inundaba poco a poco la región, como una forma de estrechar y de reafirmar una especie de solidaridad entre razas inferiores, según los decires de los nazis. De esa manera, por lo menos durante los primeros años del régimen nazi, Josef y Radmila pudieron trabajar en una relativa tranquilidad. Soportaban sin embargo de manera estoica las largas jornadas de trabajo, ahorrando un máximo de dinero por el bien de sus hijas, por las cuales se desvivían, a pesar de sus caracteres a veces arduos y de sus personalidades completamente opuestas. De sus dos hijas, Martina era sobre todo la que más inquietudes les causaba.

    Siempre había sido una niña especial. Sus padres lo notaron enseguida. A menudo era víctima de lo que sus padres llamaban obsesiones y que tomaban a veces un aspecto inquietante. Desde muy pequeña sus berrinches eran casi cotidianos y originados en general por necedades, pero que trastornaban del todo la paz de la casa y que sacaban de quicio a Josef y a Radmila: — ¡Debe ser a causa del nacimiento de su hermanita! ¡Son los celos! — le decía Radmila a su esposo de manera tajante, convencida que la llegada de Sarka había desatado el carácter irascible de Martina. Josef en cambio era mucho más prudente y tendía, por ser Martina su favorita, a defenderla y a disminuir la importancia de sus caprichos. Pero a veces sus chifladuras eran tales que inclusive el flemático Josef perdía ciertos días los estribos. Poco antes del nacimiento de Sarka, cuando Martina iba a cumplir casi tres años, se le ocurrió a esta última efectuar escapadas nocturnas al cuarto de sus padres, temiendo que su amor hacia ella ya no fuera el mismo tras la llegada de su hermanita. A pesar de su corta edad, Martina se deslizaba de su cama y se orientaba como un ratoncillo en plena oscuridad hasta el cuarto de sus padres. Al inicio, sus padres aceptaron aquella intromisión en su intimidad de pareja, pero pronto Josef, más púdico y conservador que su esposa, encontró aquello inadecuado. Al intentar sin embargo instalarla en su cuarto, los gritos y llantos de Martina eran tales que sus padres tenían la impresión que los muros de la casa se iban a desplomar. A menudo, tras aquellas largas noches de negociaciones y de peleas con su hija, les era imposible volver a conciliar el sueño y se presentaban a la cristalería con unas ojeras espantosas. No preocupaba tanto a sus padres el hecho de que Martina hiciera berrinches; considerando en el fondo que era algo normal en todos los niños, aún más frente a la llegada de un hermano. Lo que les preocupaba sin embargo sobremanera eran las actitudes excesivas de Martina, que podía llorar durante horas, aislándose y dejando de hablar durante días enteros, dando terribles puntapiés y cayendo en un estado casi de postración, negándose de manera terminante a comer o a beber. La situación empeoró a partir de los cinco años, cuando Martina comenzó a tener con frecuencia ideas fijas y que podían centrarse en un tema en particular o en una persona. En la escuela por ejemplo tenía una única amiga, que idolatraba y de la cual hablaba a cada instante y que deseaba ver en toda ocasión. Se había hasta tal punto encariñado con esta amiguita que, si la pobre niña tenía la desgracia en la escuela de hablarle a otros compañeros, Martina caía en un estado de furia terrible del cual era difícil extraerla y que podía durar días enteros. Aquella amiga se volvía su único tema de conversación, tanto en casa como en la escuela, y cuando, tras largas negociaciones y tergiversaciones, se reconciliaba por fin con ella, su rencor era tan tenaz que buscaba siempre la manera de herirla para recordarle adrede lo que ella consideraba como una vil traición. Debido a esa particularidad de su carácter, le fue por razones obvias muy difícil a Martina poder conservar a sus amistades, quienes, frente a tal obstinación, terminaban por huir de ella. Por esta razón Martina fue de manera general una niña solitaria. Su carácter posesivo hasta el extremo se manifestaba también en las numerosas peleas que tuvo de niña con su hermana Sarka a propósito de los juguetes o de sus vestimentas, que se robaban o envidiaban mutuamente, peleas que podían eternizarse y que agotaban mental y físicamente a sus padres. Aquellos arrebatos desmedidos preocupaban de igual manera a sus profesores, razón por la cual a menudo Josef y Radmila eran citados por el director de la escuela con el fin de abordar la personalidad obsesiva y posesiva de Martina. Tras un profundo análisis, Josef estaba convencido que aquella particularidad del carácter de su hija mayor provenía de su sensibilidad artística y que en el fondo no tenía gravedad alguna. Muy al contrario; fuera de inquietarlo, interiormente se enorgullecía de sus peculiaridades, convencido que los caracteres extremos estaban reservados ya sea a los genios o bien a los destinos fuera de lo común. Radmila, en cambio, consideraba con preocupación aquel rasgo del carácter de su primogénita; y siempre le decía a su esposo que aquel apasionamiento desmedido por los seres y por las cosas le acarrearía en el futuro muchos sufrimientos.

    Además del carácter, Martina poseía un físico peculiar. Tenía una expresión dura, decidida, incrementada por unos ojos azules metálicos que causaban cierto malestar. Rara vez sonreía, y se veía de manera general mucho más madura que los niños de su edad. Prefería pasar por ejemplo largas horas escuchando música en el modesto fonógrafo familiar, sobre todo música clásica, en vez de unirse a los triviales juegos de sus compañeros. Sarka en cambio era mucho más prosaica, libre, espontánea y simple. De manera general era una niña mucho más obediente que su hermana.

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