Ficciones Abreviadas
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Diez relatos breves para viajar desde lo sobrenatural al amor más humano y puro, pasando por el terror, lo fantástico y lo inevitable, que es la muerte. Pequeñas historias para grandes aventuras.
Ernesto Antonio Parrilla
Ernesto Antonio Parrilla, (Villa Constitución, Argentina, 1977)Ha sido publicado en antologías del municipio de Villa Constitución (Argentina), en los años 2002, 2008, 2009 y 2010. En 2009 y 2010 fue seleccionado por Editorial Dunken (Argentina) para sus antologías “Cantares de la Incordura” y “Los vuelos del tintero”. Participó en los tres volúmenes de “Mundos en Tinieblas” (2008, 2009 y 2010) de Ediciones Galmort (Argentina), recibiendo una mención de honor en el tercer certamen homónimo.En 2009 obtuvo el primer premio en el certamen “Cuentos para Cuervos” de la revista El Puñal (Chile), el mismo año una mención especial en el concurso provincial de cuentos de la Mutual Médica de Rosario (Argentina) y en 2010 una mención de honor en el 2o Concurso de Jóvenes Escritores de Ediciones Mis Escritos (Argentina).Ha sido publicado además en la revista Redes para la Ciencia (España), Arte de la Literatura (España), Group Lobher (España), Cryptshow Festival (España), Revista Comunicar (España), Cuentos y más (Argentina), Diario Tiempo Argentino (Argentina), Antología Sorbo de Letras (España) y Revista Tintas (Argentina), entre otros.
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Ficciones Abreviadas - Ernesto Antonio Parrilla
Qué raro nos parece verlo vestido de blanco, recorriendo los comercios de la cuadra cada mañana.
Casi una imagen robada al tiempo, mientras empuja su carrito de madera con pequeñas ruedas por las veredas imperfectas cargando consigo una decena de termos humeantes.
Siempre con su sonrisa por saludo, inmutable más allá del clima. Se asoma, pregunta y no importa la respuesta: sonríe. Es así con todos, cada día. Julián, el cafetero. Juli a secas, debido al saludo diario, a la rutina repetitiva de las mañanas, a esa figura casi necesaria para comprender que una nueva jornada estaba en marcha.
Diálogo corto y habitual, sobre el frío o el calor, la lluvia de la noche anterior o el anuncio para la tarde. Breve quizá como el chorro de café que vierte con profesionalismo, sin siquiera salpicar la inmaculada camisa blanca que lo identifica.
Juli no se preocupa si alguien no tiene cambio para abonar los cuatro con cincuenta, porque está toda la mañana recorriendo la calle y vuelve más tarde, o cuando uno le dice. Es bonachón, alegre y trabajador.
Pero es raro verlo, como decía al principio, más que nada por la tragedia. Quién diría que ese hombre carismático que empuja el carrito sirviendo café perdió todo lo que tenía pero realmente no sabe qué.
En qué pensará cuando regresa a su casa cada mediodía y al abrir la puerta lo recibe el silencio, la ausencia de vida, el futuro truncado. Pero aún peor, el tormento de ignorar aquello que tendría que doler, pero a su vez, dolido por no poder recordar lo que le cuentan que perdió.
Es que Julián sobrevivió entre los hierros retorcidos, pero no así sus recuerdos, agravados con el golpe, que lo dejó sin memoria. Y luego que no lo viéramos por meses, regresó un día, vestido de blanco y sonriendo, como si el tiempo no hubiese pasado, como si la muerte no lo hubiese acariciado en tanto se llevaba consigo a sus niños y a su amor.
Es raro verlo, cumpliendo con el trabajo que le contaron, solía hacer; intentando ser cordial con los que le dijeron, eran sus clientes; pretendiendo ser feliz con lo que le aseguraron, era un milagro.
Y sin embargo, cada vez que nos da la espalda para seguir con su rutina, aparece ese nudo de angustia irreprimible que nos atenaza la garganta y nos nubla la vista, y un deseo, casi una necesidad, de gritar de cara al cielo un insulto infinito en nombre del cafetero, imposibilitado de sufrir por aquello que la muerte le arrebató.
Los ojos celestes
Suelen decir que todas las obsesiones se remontan a la infancia y puede que sea así. Al menos en el caso de Epifanio Ricarte, eso es una afirmación.
Al mirar por primera vez a una mujer, Epifanio dirige su vista allí, a ese lugar tan inmaculado e importante para su memoria. Esa parte del rostro que brilla con luz propia, como dos faroles encendidos, que irradian fuerza y pasión. Los ojos. Epifanio no puede evitar mirarlos con detenimiento, como quién calcula el valor de una gema preciosa a través de un refractómetro.
Y son los ojos (y no otra parte del siempre hermoso entorno femenino) debido a una mujer. Su primer gran amor, aquel que siempre, como ley universal, no es correspondido. Le ocurrió a sus jóvenes diez años. Época difícil, de una nueva mudanza, otra ciudad, otro volver a empezar. Sin embargo el sol iluminó aquella mañana cuando mamá los llamó a él y a su hermana menor para que conocieran a