Lo que no se ha dicho. Antología
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Lo que no se ha dicho. Antología - Teresa Wilms Montt
Lo que no se ha dicho. Antología
Copyright © 1922, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726641073
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
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Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com
Teresa Wilms
Una fuerte dosis de veronal y algunos desesperados días de agonía en el hospital Laennec de París, han sido el epílogo de la existencia arbitraria, hondamente triste, de Teresa Wilms, muerta en flor de juventud y de belleza.
Ya descansa con las manos sobre el pecho y los ojos clavados en el cielo, para tranquilidad de los que no cesaron de condenarla, esta extraña criatura, todo amor y capricho, a quien los livianos azares de la vida arrastraron como a una hojita loca, a través de los caminos.
Raro espíritu de selección, exaltado por extraña inquietud, no supo ni pudo jamás ajustarse a las normas cotidianas de la doméstica vida vulgar, enemigo reñido de la idealidad y del ensueño. ¡Eterno calibán aquella, Ariel este!
El cartabón de la escuela y la existencia del hogar sólo contribuyeron a hostigar el enorme fondo de pasión que dormía en su pecho, robusteciendo, por raro contraste, el par de azules alas que le habían nacido con el despertar de su primavera.
Cerca, cuando aun no había vivido mucho de quien hubiera sido conminado por San Pablo entre aquellos que estuvieron lejos del reino del espíritu, fué una víctima de la incomprensión, del egoísmo y hasta de la publicidad, que no vaciló en salpicarla con el cieno de la difamación, a ella, que era también madre, de cuyo seno nacieron dos hijas.
Cuando su vida estaba cercada de espinas y malas asechanzas se arrastraban tras la huella perfumada de sus pasos, buscó en vano Teresa la mano buena y el corazón abierto; todas las puertas estaban herméticas y todas las bocas, de las que pudo brotar una palabra de esperanza, estaban selladas, mientras las pupilas frias de los eternos explotadores del decoro, la apuñaleaban con sus reproches. ¿A dónde había huído ¡oh almas cristianas! la palabra dulce que el Nazareno tuvo para Magdalena? Hijos nacidos de implacable entraña ¡cuán negra desgracia llegó a pesar sobre vuestras cabezas, cuando ni el don de la sangre pudo bastar para ungir de perdón una hora de extravío!
Felizmente para todas sus heridas sangrantes, la dulce amiga de los que sufren y siempre la esperan trazó la cruz de ceniza sobre su frente y puso en sus labios, entreabiertos, la sal amarga. Ya Teresa duerme bajo la tierra de Francia, muy lejos ¡ah! de los únicos gajos de su carne, que apenas si alcanzaron a saber de sus ternuras de madre. Más allá de los mares, lejos, tan lejos de sus enemigos que la han escarnecido hasta después de muerta, duerme en paz, en humilde rincón, a donde ojalá no lleguen manos aviesas a remover la tierra que florece sobre su cuerpo, porque ella no les pertenece ni siquiera en el recuerdo a cuantos no pudieron amarla porque nunca hubieran recibido el premio de conocerla.
Bella de toda belleza, pura de alma porque supo sentir lo que otras mujeres no han sentido, anduvo sola por los anchos caminos del mundo, buscando lo que su corazón no iba a encontrar nunca. En medio de sus angustias sólo la esperanza lejana de sus hijos pudo restañar la sangre de sus heridas, constantemente abiertas, por las cuales se le iba poco a poco la vida en desanimada tristeza.
Cuando de todos sus dolores hizo un primer canto, enturbiado de lágrimas, malas bocas insinuaron una sonrisa y, al eco de aquella pura voz armoniosa, respondió la insinuación malévola, el venticello que se filtra por todos los resquicios.
Libre de prejuicios, desnuda en su altiva sinceridad, rebelde a todos los convencionalismos, grande entre los pequeños, y solo pequeña ante lo infinito—esas son sus palabras —anduvo aislada en su silencio y en su soledad. Nada esperaba ya cuando la muerte vino a su encuentro para cerrarle los ojos y acallar la voz de su corazón: «Nada tengo, nada dejo, nada pido—le había dicho mientras la aguardaba— Desnuda como nací me voy, tan ignorante de lo que en el mundo había. Sufrí y es el único bagaje que admite la barca que lleva al olvido».
Los vientos de la vida habían enmarañado sus cabellos y los guijarros hacían sangrar sus pies desnudos, cansados de correr en busca del nuevo Cristo, en medio de los mercaderes. ¡Ah, la voz de la Imitación, que ella invocó en la hora postrera!: sin camino no se anda, sin verdad no se conoce, sin vida no se vive. ¡Y ella que tanto anduvo y que llevó siempre el claro espejo en su mano trémula! ¡ « Yo no tengo camino, mis pies están heridos de vagar, no conozco la verdad y he sufrido, nadie me ama y vivo»!
Las siete espadas de los siete pecados atravesaron su pecho y, nueva Magdalena sin un nuevo Cristo, bañó con sus lágrimas el recuerdo de Jesús: «Bienvenido Jesús, bello amado de tantas.