Lo mejor que sé decir sobre la música
Por Robert Walser
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«Cuando no escucho música, me falta algo, pero cuando la escucho es cuando de verdad me falta algo. Esto es lo mejor que sé decir sobre la música». Para Robert Walser, la música no fue solo algo bello y auténtico, sino también algo increíblemente subversivo que, en cuanto distinto al lenguaje, se oponía a la limitación de las convenciones. De ahí que su obra refleje una gran afinidad con los más variados universos sonoros y su estilo despliegue un muy medido tempo y unas lúdicas cabriolas rítmicas. Los relatos, poemas y textos en prosa aquí reunidos presentan estampas y reflexiones de una asombrosa lucidez sobre el arte musical y los más distinguidos compositores, intérpretes y obras. Pero Walser no sería Walser si su idea de la música no reflejara además su genuino rechazo a cualquier tipo de pompa o exclusividad, potenciando en cambio las facetas más cómicas y cotidianas de ese gran arte que, «con una suave tristeza», amó siempre por encima de todas las cosas.
Robert Walser
Robert Walser es uno de los más importantes escritores en lengua alemana del siglo XX. Nació en Biel (Suiza) en 1878 y publicó quince libros. Murió mientras paseaba un día de Navidad de 1956 cerca del manicomio de Herisau, donde había pasado los últimos años de su vida. Siruela ha publicado también el libro de conversaciones Paseos con Robert Walser, de Carl Seelig y Robert Walser. Una biografía literaria, de Jürg Amann.
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Lo mejor que sé decir sobre la música - Robert Walser
Índice
CUBIERTA
PORTADILLA
MIEDO
ESCENA DE CERVECERÍA
LAÚD
PIANO
MÚSICA
BRENTANO
EL DISPARO
SIMON
A LA LUZ DE LA LUNA
VELADA TEATRAL
AMOR DE CHICO
CUADRO VIVIENTE
LA VAQUERÍA
DON JUAN
PAGANINI
PAGANINI
EL TAÑEDOR DEL ARPA DE MANO
UNA RAMA DE ABETO, UN PAÑUELO Y UN GORRITO
EL HOMBRE
EL ARPA DE MANO
LA CAPILLA
LA SONATA
PINTOR, POETA Y CANTANTE
NOCHE DE VERANO
CONMEMORACIÓN DE LOS CUENTOS DE HOFFMANN
LA MARINA
EL CANTOR ERRANTE
NEVADA
CHOPIN
LA ANTIGUA MARCHA DE BERNA
GRAN ÓPERA
DAR GOLPES
SI YO VIERA A MI NOVIA, PERO, QUÉ DIGO NOVIA, IDEAL TENDRÉ QUE DECIR
LA FIGURITA DE PORCELANA
CONCIERTO
YO ME LLAMABA TANNHÄUSER
MOZART, ASÍ SE LLAMABA UN MÚSICO
UNA CABEZA DE TERNERA
GERDA
EN ESTE ANTE TODO DISCRETO, DELGADO Y PEQUEÑO MEMORÁNDUM, COMO QUIEN DICE
SOBRE UNA FUNCIÓN DE ÓPERA
LA CHICA CON EL ENSAYO
COMENTARIOS SOBRE UN ESTRENO DEL DON JUAN DE MOZART
ASISTÍ A UN CONCIERTO
LA DAMA AL PIANO
HOY HE MIRADO DE HITO EN HITO AL DIRECTOR DE LA NOVENA SINFONÍA
ELLA ESTUDIÓ EN EL CONSERVATORIO
TODO LO QUE UNO SE IMAGINA QUE ES UN RUISEÑOR
ERA DEMASIADO DÉBIL
ES LUNES POR LA MAÑANA TEMPRANO
HACE MEDIA HORA
SOBRE LA FLAUTA MÁGICA DE MOZART
TEMPRANO LO ACOSTUMBRARON
HACE UN MOMENTO SE HA ESCAPADO UN LIBRO DE UNA EDITORIAL
OBRA SIN TÍTULO (II)
ACERCA DE DOS NOVELITAS
EL CONCIERTO
CIUDAD PEQUEÑA
VIDA FAMILIAR
LA HERMOSA NOCHE
EPÍLOGO
PROCEDENCIA DE LOS TEXTOS
NOTAS
CRÉDITOS
MIEDO
He esperado tanto tiempo
dulces notas y saludos, apenas
un acorde.
Ahora siento miedo; no penetran
las notas y acordes, sino
nieblas
desbordantes.
Acechando en la oscuridad
cantaba en secreto: alivia, tristeza,
mi caminar
cansino.
(1899)
ESCENA DE CERVECERÍA
Uno bromeaba con la camarera.
Otro apoyaba cansado su cabeza.
Un tercero tocaba el piano con mucha inspiración.
A uno la risa le brotaba de la boca.
A otro la oscuridad le corría disparada por su sueño.
A un tercero le cedió la tecla dura.
Una vez la muchacha esbelta salió corriendo.
En otra el estúpido soñador despertó sobresaltado.
Una tercera la pieza fue una canción inglesa.
Un galanteador pelma, humo de tabaco,
un soñador despertado, y un sueño,
un cansado virtuoso del piano.
(inédito, anterior a 1900)
LAÚD
Yo en el laúd toco recuerdos. Es un instrumento insignificante con el mismo sonido siempre, que a veces es largo, otras corto, en ocasiones lento, en otras rápido. Respira con bocanadas tranquilas, o de un rápido salto pasa por encima de sí mismo. Es triste y alegre. Lo singular es que, cuando suena melancólico, me hace reír, y cuando está alegre y brinca, me fuerza al llanto. ¿Hubo alguna vez nota igual? ¿Se tocó algún día un instrumento tan extraño? El instrumento apenas se puede tomar en la mano; incluso las manos más tiernas y delicadas son demasiado ásperas para eso. Tiene cuerdas de indecible finura y fragilidad. Los cabellos son ronzales comparados con ellas. Hay un joven que sabe tocarlo; y yo, que tengo tiempo para permanecer al acecho, lo escucho con atención. Toca día y noche, sin pensar en comer ni en beber, hasta altas horas de la noche y hasta bien entrado el día. Día y noche, noche y día. El tiempo existe para él únicamente para dejarlo pasar flotando a su lado como una nota. Igual que yo escucho al ejecutante, así escucha el músico todo el tiempo a su amada, el sonido de su instrumento. Nunca se ha mantenido al acecho tan fiel, tan perseverante, un enamorado. Qué dulce es acechar al acechante, ver al enamorado sentir a su lado al olvidado. El joven es artista; el recuerdo, su instrumento; la noche, su espacio; el sueño, su tiempo; y las notas a las que infunde vida son sus solícitos sirvientes, que hablan de él a los oídos ávidos del mundo. Yo soy solo oído, un oído de indecible emoción.
(1901)
PIANO
No sé cómo se llama el joven que tiene la suerte de disfrutar de lecciones en el piano de cola de una profesora tan bella y majestuosa. Ahora mismo está dejando que las manos más hermosas del mundo le demuestren sus habilidades en el teclado. Las manos femeninas se deslizan sobre las teclas como cisnes blancos sobre el agua oscura, expresando con enorme encanto lo que después dirán los labios. El joven está rodeado por una distracción en la que la profesora parece negarse a reparar. «Toque usted esto»; pero él lo hace indescriptiblemente mal. «Tóquelo otra vez»; y él lo toca todavía peor que antes. Bien, hay que volver a tocarlo; pero él lo sigue haciendo fatal. «Es usted lento». Aquel al que le dicen esto llora. La que lo dice sonríe. El que hace que se lo digan tiene la cabeza encima del piano. La que se ha visto obligada a decírselo le acaricia los sedosos cabellos castaños. Ahora el muchacho, que con la caricia ha despertado de su vergüenza, besa la delicada mano, muy distinguida y blanca. Entonces la dama rodea el cuello del chico con sus brazos maravillosos, muy suaves, que son tenazas adecuadas para el abrazo. La dama se deja besar y los labios del amable muchacho sucumben al beso de la cariñosa dama. Ahora las rodillas del besado no tienen nada más urgente que hacer que desplomarse cual tallos de hierba lacios, y los brazos del postrado de hinojos abrazan las rodillas femeninas, que también flaquean, y ahora ambos, la afectuosa y hermosa dama y el pobre y sencillo joven, se funden en un abrazo, en un beso, en un derrumbamiento, en una lágrima… y lo que es más: constituye una inesperada y terrible sorpresa para el que abre en ese momento las puertas de la habitación, lo que concluye tanto los dulzores del amor descontrolado de ambos como el relato mismo.
(1901)
MÚSICA
La música es para mí lo más dulce del mundo. Amo las notas hasta lo indecible. Para oír una nota, soy capaz de saltar mil pasos. A menudo, cuando recorro en verano las calles calurosas y resuena el piano en alguna casa desconocida, me detengo creyendo que debería morir en ese lugar. Me gustaría morir escuchando una pieza musical. Me lo imagino tan fácil, tan natural, y sin embargo es imposible, como es lógico. Las notas son puñaladas demasiado débiles. Las heridas de tales punzadas escuecen, claro, pero no destilan pus. Manan tristeza y dolor en lugar de sangre. Cuando las notas cesan, todo vuelve a serenarse en mi interior. Entonces me pongo a hacer mis deberes escolares, a comer, a jugar, y lo olvido. El piano emite la nota más fascinante, aunque la toque una mano chapucera. Yo no escucho la ejecución, sino solo las notas. Nunca podré convertirme en músico, porque nunca me hartaría de la dulzura y la embriaguez de la interpretación. Escuchar música es mucho más sagrado. La música siempre me entristece, al modo de una sonrisa triste —gratamente triste, me gustaría precisar—. No consigo encontrar alegre la música más divertida, y la más melancólica no me resulta demasiado triste y desconsoladora. Ante la música siempre me embarga una sola sensación: la de que me falta algo. Nunca llegaré a saber la razón de esa dulce tristeza, y nunca intentaré indagar en ella. No deseo saberlo. Yo no deseo saberlo todo. En general, por muy inteligente que me crea, mi afán de saber es escaso. Creo que se debe a que por naturaleza soy la antítesis de la curiosidad. Dejo complacido que acontezcan múltiples cosas a mi alrededor sin preocuparme por los motivos. Esto es sin duda censurable y poco adecuado para ayudarme a hacer carrera en la vida. Tal vez. No le temo a la muerte, y por tanto tampoco a la vida. Me doy cuenta de que estoy filosofando. La música es el arte más irreflexivo, y en consecuencia el más dulce. Las personas más juiciosas nunca la estimarán, pero precisamente a ellas les hará sentir un íntimo bienestar cuando la escuchen. Uno no debe negarse a comprender ni a valorar un arte. El arte quiere arrimarse a nosotros. Es un ser tan refinado y pagado de sí mismo que le ofende que nos esforcemos por él. Castiga a quien, movido por el deseo de comprenderlo, se muestra complaciente con él. Los artistas lo saben. Son ellos quienes consideran su profesión dedicarse al arte, que se niega en redondo a ser abordado. Por eso nunca querría ser músico. Me asusta el castigo de una criatura tan encantadora. Se puede amar a un arte, pero hay que guardarse de reconocerlo. Se ama con más fervor cuando se ignora que se ama. A mí me duele la música. No sé si la amo de verdad. La música me encuentra dondequiera que yo esté en ese momento preciso. Yo no la busco. Me dejo halagar por ella. Pero este halago hiere. ¿Cómo decirlo? La música es un llanto de melodías, un recordar de notas, una pintura de sonidos. Es difícil precisarlo. Las palabras anteriores sobre el arte no han de tomarse en serio. Seguro que no son certeras, cuando hoy todavía no me ha alcanzado ni una sola nota. Cuando no escucho música, me falta algo, pero cuando la escucho es cuando de verdad me falta algo. Esto es lo mejor que sé decir sobre la música.
(1902)
BRENTANO
Una fantasía
Cuando abro la boca, queridos lectores, para comenzar mi relato, tenéis que pensar que es una hermosa, cálida y perfumada noche de verano. Un hombre guapo, joven, de unos veinte años, desciende por el turbulento Isar en un pequeño y rápido bote. Es Brentano. En realidad ignora cómo ha subido al bote para emprender la travesía fluvial. Apenas recuerda con claridad que lo soltó en algún lugar mucho más arriba, que lo persiguieron los gritos furiosos de un campesino o de un barquero y así empezó todo. Justo en ese momento arriba a las cercanías de la conocida metrópoli, en una pequeña ensenada que, como suele decirse, la naturaleza ha formado, y desembarca un tanto fatigado, según parece, por el esfuerzo de remar y gobernar la embarcación. Desembarca, repito, y abandona el bote al destino, o al reposo, o a la primera mano humana que se presente, que podrá cogerlo con absoluta tranquilidad. Pero observemos con algo más de atención al famosísimo romántico. Viste según la moda de su tiempo. Lleva zapatos amarillos, pantalones blancos, chaleco azul, chaqueta azul marino, corbata clara y un sombrero de paja alrededor del cual, al estilo de los pastores, ondean cintas de colores. Su cara es un semblante humano de suma inteligencia, algo pálida; es más, si hemos de ser francos, incluso muy pálida. Un bozo, un pequeño y simpático amago de bigote negro, adorna su fino labio, y sobre sus profundos, brillantes y grandes ojos se curvan unas cejas de idéntico color. Pido a todos los lectores que aún presuman de ser seguidores y perseveren que piensen que están ante una persona de extraordinaria belleza, y en verdad, cuando de repente nos muestra todo su rostro, nos sorprende la belleza y ternura que irradia. «Irradiar» es ciertamente la peor expresión que habría podido elegir, pero, ahora que ha encontrado su sitio, que perdure toda la eternidad. Las manos —oh, he olvidado por completo las manos—. Todos los que lean estas líneas y posean un ápice de fantasía dispensarán a la mía de describir con todo lujo de detalles esas manos delicadas. Sí, de hecho, son bellas y delicadas. Los pies calzan los más elegantes zapatos amarillos, las manos ya han sido descritas, y, como la persona está dispuesta, podemos arriar velas y proseguir nuestro viaje con absoluta despreocupación por el agua fluvial de esta historia.
Es terrible con qué frecuencia aparecen errores en los autores de talento e incluso de muchísimo talento. ¿No habéis reparado en que he olvidado poner una guitarra en manos del guitarrista Brentano? He perdido el tiempo informando sobre zapatos bonitos, pantalones, vehículos, viajes de placer, y he olvidado lo más necesario y animado: el acompañamiento musical. Cielos, cabría suponer que ya no tengo valor para proseguir el viaje, pero