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Memorial Device
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Libro electrónico335 páginas5 horas

Memorial Device

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Keenan ha escrito un retrato vivo y conmovedor de un movimiento legendario, cuyos ecos todavía resuenan en nuestros tiempos. A través de un fascinante conjunto de personajes que componen la escena pospunk en una desolada y pequeña ciudad llamada Airdrie, Keenan ha capturado las distintas facetas de uno de los movimientos musicales y sociales más importantes de las últimas décadas. Con esta ficticia indagación documental sobre un grupo igualmente ficticio, Keenan ha construido un retrato intenso, poético y conmovedor del movimiento postpunk. Un homenaje a la pasión y los sueños de juventud, a la eterna lucha de cada generación por encontrar su lugar en el mundo.
IdiomaEspañol
EditorialSexto Piso
Fecha de lanzamiento24 abr 2018
ISBN9788416358748
Memorial Device

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    Memorial Device - David Keenan

    Memorial Device

    Memorial Device

    Una alucinada historia oral de la escena

    postpunk en Airdrie, Coatbridge

    y alrededores (1978-1986)

    DAVID KEENAN

    Todos los derechos reservados.

    Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida,

    transmitida o almacenada de manera alguna sin el permiso previo del editor.

    Título original

    This Is Memorial Device

    Copyright © DAVID KEENAN, 2017

    All rights reserved

    Primera edición: 2018

    Traducción

    © JUAN SEBASTIÁN CÁRDENAS

    Imagen de portada

    Póster para el New Wave FMK, 1981, Soós, György

    Copyright © EDITORIAL SEXTO PISO, S.A. DE C.V., 2014

    París 35-A

    Colonia del Carmen, Coyoacán

    04100, México D. F., México

    SEXTO PISO ESPAÑA, S. L.

    C/ Los Madrazo, 24, semisótano izquierda

    28014, Madrid, España

    www.sextopiso.com

    Diseño

    ESTUDIO JOAQUÍN GALLEGO

    Formación

    GRAFIME

    Conversión a libro electrónico

    Newcomlab S.L.L.

    ISBN: 978-84-16358-74-8

    El presente proyecto ha sido financiado con el apoyo de la Comisión Europea. Esta publicación (comunicación) es responsabilidad exclusiva de su autor. La Comisión no es responsable del uso que pueda hacerse de la información aquí difundida.

    The translation of this title was made possible with the help of Publishing Scotland’s translation fund

    Índice

    Portada

    Créditos

    Introducción a por qué lo hice

    Oculto, bloqueado por la química, por el agua

    Esto no tiene ni pies ni cabeza

    Resacas de día que sólo puede remediar una...

    De repente me doy cuenta de que Remy y Regina...

    Rimbaud estaba desesperado o Iggy ya lo ha vivido

    Todo el mundo andaba en busca del mítico ménage-à-trois

    Partículas de serrín rubio (polvo de estrellas rubio)

    Una hermosa forma de autoescarificación que...

    Intentó que le extirparan los testículos por...

    La luz dorada que salía por la vitrina y...

    En mal estado y con pegatinas de oferta

    Un candidato plausible para el sexo, para el...

    Remoloneando como un gato en la noche, robando...

    Scatman y Bobbin, el Dúo Dinámico

    El día de los vampiros congelados

    Celdas de aislamiento para bailarinas con sobrepeso

    Seguir a una chica de veinte años hasta el...

    Aquí es donde voy a esperar sentado y después...

    Una subalterna, una vida humilde, un pajarillo

    Creí que le habían rebanado la tapa de los sesos y...

    Cada decepción era algo así como un regalo...

    Barcos saliendo a la superficie y...

    Una vacuna contra esa clase de vida que...

    Sangre y agua dentro de mí que necesitan un norte

    La novia de mis sueños, que es, claro está...

    Vi tantas lunas muertas dando vueltas...

    Apéndice 1: Discografía de Memorial Device

    Apéndice 2: Un intento necesariamente incompleto de...

    Apéndice 3: Memorial Device

    Notas

    INTRODUCCIÓN A POR QUÉ LO HICE

    Lo hice para sacar la cara por Airdrie. Lo hice por Memorial Device. Lo hice porque luego todos se largaron y se volvieron trabajadores sociales y recibieron cursos sobre cómo enseñar inglés como lengua extranjera o consiguieron trabajo en Greggs; bueno, no todos, algunos murieron o desaparecieron o más bien se recluyeron. En fin, lo hice, iba a decir que lo hice porque en esa época todo parecía posible. Por «esa época» me refiero a 1983 y 1984 y 1985, lo que llamo los años de gloria, los años gloriosos de Airdrie, vaya broma, ¿eh? Aunque en realidad eso sería faltar a la verdad porque en esa época todo parecía más bien imposible.

    Johnny McLaughlin y yo, ésos éramos entonces. Nosotros creíamos que era importante, lo que estaba pasando, digo. Pensábamos que era importante documentarlo. Publiqué algunos artículos en el Airdrie & Coatbridge Advertiser. Esto está pasando en vuestras narices, señores, les dije. Esto no es Mánchester o Londres o el puto Chingford. Esto es Airdrie. Tenía el proyecto de sacar un casete, un casete con todas las bandas locales, Memorial Device, claro, y Glass Sarcophagus y Chinese Moon y Steel Teeth pero no a Fangboard, no, que se jodan, cualquiera menos ellos, y quería llamarlo Esto es Airdrie. Pero, por supuesto, nunca lo hice. Quería escribir y publicar un fanzine, y desde luego Johnny y yo publicamos un fanzine que duró en total un solo número, antes de que yo tirara el segundo detrás de unos arbustos en Rawyards Park y meara encima de ellos, en lo que quizá haya sido mi mayor contribución a la escena. Pero, por encima de todo, lo que yo quería era escribir un libro.

    El 83, el 84 y el 85 fueron los años de Memorial Device. Todos los miembros habían estado antes en otras bandas, bandas que tenían su público, bandas que a algunos les parecían un mal chiste, pero cuando se juntaron ya era innegable. Su sonido no se podía comparar a nada. Sonaba como Airdrie, que es como decir que sonaban como sonaría un puto agujero negro. Todos los amaban o los odiaban y la gente que los odiaba los amaba el doble. Creíamos que llegarían hasta la cumbre, creíamos que dejarían el nombre de Airdrie en todo lo alto, la revancha de Coatbridge, que inmortalizarían Greengairs. Corrió el rumor de que cuando Sonic Youth tocó «Splash One» en Glasgow en el 86, pidieron que Memorial Device fueran sus teloneros. ¿Quién sabe qué habría pasado? Pero para entonces ya todo se había acabado. ¿Y qué nos queda para mostrar? Nunca me lo pude quitar de la cabeza. Con los años empecé a rastrear a la gente, escribiendo cartas, haciendo tristes llamadas telefónicas de larga distancia a altas horas de la noche. Todavía conservaba mis entrevistas de aquellos días, había escrito algunas cosas, convencí a Johnny para que hiciera lo mismo. La música dejó de ser lo más importante, dijo Johnny. Bueno, ¿y entonces de qué se trata? Como dije, lo hice para dar la cara por Airdrie. Lo hice por Memorial Device. Lo hice porque, por un momento, incluso cuando todo parecía imposible, todo el mundo estaba haciendo de todo, leyendo, escuchando, escribiendo, creando, pegando pósteres, tomando notas, desmayándose, vomitando, ensayando, ensayando, ensayando en oscuros cuartos sin ventana a las dos de la tarde como si el futuro estuviera justo allí, esperándonos, y más nos valía estar listos. Y ahora todo eso se pudre en el pasado. Por eso lo hice, si queréis que os diga la verdad.

    ROSS RAYMOND, Airdrie, Lanarkshire, Escocia,

    abril de 2016

    OCULTO, BLOQUEADO POR LA QUÍMICA, POR EL AGUA

    En 1981, Ross Raymond conoce a Big Patty y a Lucas Black y todo cambia y yo sé, yo sé que me repatea cuando la gente dice cosas como oh, ese disco me cambió la vida, ese libro me cambió la vida, Led Zeppelin me cambió la vida, cuando cualquiera sabe que su vida siguió siendo la misma, pero fue conocer a Patty y Lucas y empezar a asistir a conciertos con Johnny McLaughlin y comprar discos y escuchar esa música y realmente todo cambió, aunque sería más acertado decir que deformó mi vida en lugar de simplemente cambiarla, ya sabes a qué me refiero. Y si lo sabes, estás dentro.

    En la época en la que lo conocí, Big Patty vivía en alguna parte cerca del final de la calle South Bridge, en Airdrie, que hoy en día es la peor calle de todo Airdrie, la calle con más casas tapiadas de Airdrie, la calle que mejor refleja que Airdrie está completamente muerta, pero lo extraño es que no me acuerdo del día en que lo conocí, quizá me lo encontré una noche en The Staging Post, enfrente del camino que sale de la Biblioteca de Airdrie, quizá me lo encontré en la propia biblioteca. Yo era un adolescente flipado con el horror, el existencialismo y la ciencia ficción –ya sabes a qué me refiero: mi castillo medieval–, pero lo cierto es que no me acuerdo, lo que resulta extraño, pero acertado, acaso, porque se asemeja más a la amnesia posterior a una abducción alienígena que al comienzo de una larga y complicada amistad, que, rememorando, es lo que se aproxima más a lo que aquello parecía realmente.

    Él fue quien me introdujo en la escena musical. Pasé la Nochevieja de 1981 en su piso, que para mí suponía un paraíso sin padres e infinitas posibilidades, pero en cuanto sonaron las campanas nos obligó a salir a la calle y terminamos de pie en un parque, en la oscuridad, cerca de la Airdrie Academy, con la esperanza de que el futuro viniera caminando detrás de nosotros y nos diera una palmadita en los hombros. Por aquel entonces Johnny McLaughlin y yo estábamos preparando un fanzine. Lo llamábamos Una noche es una mañana que uno se apresura a iluminar (A Night Is A Morning That You Hasten To Light). El título se le ocurrió a Johnny. Venía del francés o algo así. Para el primer número entrevistamos a Big Patty.

    La noche antes de la entrevista no pude dormir. Siempre me pasaba lo mismo antes de acontecimientos importantes. Me preocupaba que las preguntas resultaran banales. En esa época de mi vida mi cama estaba debajo de una claraboya en la buhardilla de la casa en la que vivían mis padres, al lado de un radiador, donde mi gato, que se llamaba Cody por el personaje de Neal Cassady en Visiones de Cody y al que recuerdo ahora como a un fantasma perplejo con unos ojos grandes como de búho que se asomaban desde el pasado, se hacía un ovillo en el hueco que dejaban mis piernas y al pie de la cama tenía una estantería repleta de temores indiscriminados –me educaba a mí mismo en el sufrimiento, durmiendo desnudo en medio del bosque, me decía– a cargo de autores como Philip K. Dick o Christopher Lasch o Albert Camus o H. P. Lovecraft. En algún momento de la noche mi madre subía las escaleras y llamaba a la puerta de mi habitación: siempre tenía echado el pestillo de la puerta porque los padres se meten siempre donde no les llaman. Estaba escuchando Y de The Pop Group, que era uno de mis discos favoritos por aquel tiempo –lo puse una y otra vez hasta que los surcos reventaron y casi literalmente reventaron porque el disco sonaba rayado y la aguja saltaba– y estaba fumando un cigarrillo asomado por la ventana mientras observaba una arboleda que se recortaba sobre el horizonte y que siempre asociaba con el futuro o con el misterio que suscitaba toda la vida que me quedaba por delante. Espera, dije. Cuando quité el pestillo, ella me preguntó qué estaba haciendo. Me estoy preparando para una entrevista, respondí. Creo que he debido de estar despierto la mayor parte de la noche, dije. ¿Tienes alguna idea para las preguntas?, la interpelé. Ella se lo pensó un momento. Sí, me dijo. Tienes que preguntarle si siempre dice la verdad en las entrevistas.

    Nunca me han entrevistado antes, contestó Big Patty. ¿Cómo coño iba a saberlo yo? Había subrayado una frase de un libro de filosofía, algo sobre la naturaleza del amor. Daba la sensación de que estaba cortado. Ni idea, me dijo. Me quedé hasta las cuatro de la mañana pasando a máquina la entrevista, luego caí redondo.

    En aquella época repartía periódicos. Todo el mundo en Airdrie repartía periódicos, era un rito de paso en Airdrie, y tenía dos o tres cintas que iba alternando en el walkman pero sobre todo Fun House de The Stooges. Repartía en Winhall, en las afueras de Airdrie, que era uno entorno extremo. Luego conseguí un trabajo de verano en una floristería en Coatbridge, luego trabajé como pinche de cocina en el Hospital Monklands en Coatdyke. Eso me hizo odiar las zanahorias de por vida. Sin embargo, de repente tenía dinero para comprar discos. Todos los sábados quedaba con Johnny e íbamos hasta Glasgow y cada uno de los dos se compraba dos LP’s: el primer disco de Ramones, el Boom de The Sonics, el Easter Everywhere de los 13th Floor Elevators –que es todavía a día de hoy el mejor disco de psicodelia de la historia–, el Tago Mago de Can, Metal Box de Public Image Ltd, el primer disco de Roxy, de This Heat, de Nurse With Wound, el So Alone de Johnny Thunders –de hecho cualquier disco de Johnny Thunders: todo el mundo en Airdrie estaba obsesionado con Johnny Thunders–.

    Pronto nos coscamos de que a los músicos les gustaba pasarse por ciertos bares y también por ciertos cafés, pero la mayor parte de ellos chaparon ya hace mucho tiempo, de modo que no tiene ningún sentido que los mencione ahora, y además iba a resultar descorazonador; antros de taburetes de cuero rasgados, con los saleros atascados por costras húmedas de sal, mesas de formica astilladas, que cayeron derrotados ante cafeterías impersonales llenas de parejas de imbéciles de clase media y mamás embarazadas. Las tardes de los sábados, después de pasar el rato escuchando nuestras últimas compras en el salón de la casa Johnny –The Modern Dance de Pere Ubu o Like Flies on Sherbert de Alex Chilton, que aún suena retorcido y macabro, como una nota de suicidio en la que a uno no le quedara claro si es una broma o si es verdad– nos encaminábamos a uno de esos bares, nos acoplábamos por allí y observábamos qué pasaba. Alguna que otra vez nos encontrábamos con Big Patty y ambos nos hacíamos los sorprendidos, guau, ¿cómo tú por aquí? Nosotros siempre andamos por aquí y esas cosas. Llegamos a entablar una amistad auténtica, lo que en un primer momento resultó ser excitante. Ya estoy dentro, pensaba, ¡ya he llegado, bohemia!

    Por aquella época Patty trabajaba a media jornada en una peluquería de Clarkston. Empecé a ir allí a cortarme el pelo, pero, en un primer momento, no tenía el coraje de preguntar específicamente por él y a veces ponía excusas: fingía un ataque de tos o desaparecía completamente del lugar si la cola se hacía más corta y terminaba con el dueño, un italiano esquelético, dándome la brasa, o peor aún, con su hijo, un chaval contrahecho de quien todos decían que era bulímico, lo que para mí, en aquel entonces, era la versión femenina de la anorexia, lo que no hacía más que aumentar la confusión. Una vez llevé una foto de Antonin Artaud que había fotocopiado de la portada de un libro de la editorial City Lights y pedí que me hicieran ese mismo corte de pelo. Tu pelo no tiene nada que ver con el suyo, dijo Patty. No puedo cortártelo así. Luego me contó que su banda, que por entonces se llamaba Slave Demographics, había salido en un programa de música alternativa de Radio Scotland. Para mí era un mundo de fantasía.

    A veces, por las tardes, tomaba prestado el coche de mis padres. Acababa de aprender a conducir y me iba en coche hasta Caldercruix y más allá, pasado el embalse y de ahí a mi antigua escuela, que se parecía más a un viejo campo de concentración, y desde allí al aparcamiento del Safeway y de vuelta por la estación de tren y una vez vi a Patty con su novia de entonces, a la que nunca llegué a conocer; fue antes de que comenzáramos a andar juntos y al poco tiempo cortaron, pero recuerdo que pensé: Guau, un romance de verdad; eso de tumbarse en la hierba y ponerse a charlar ahí sobre Sylvia Plath. Ella tenía el pelo oscuro, cortado a lo chico y llevaba los ojos pintados como una diosa egipcia. Él fumaba un cigarrillo, seguramente un canuto, pensaba yo, y llevaba un sombrero de copa abollado e iba con gafas de sol. Los observaba adentrarse en sus propias vidas y me daba la sensación de que estaba ante mi yo futuro, mi avatar soñado, que regresaba a una vivienda de protección oficial en Cairnhill que era la puerta de entrada a un universo paralelo.

    Mi primer concierto fue en Glasgow, en un garito en un piso en algún lugar cerca de West George Street. Era el tercer piso de un edificio en el que había también un restaurante chino y un bar de solteros. Había dos filas que se excluían mutuamente: la de los punkis y la de los guais. Cuando Johnny y yo alcanzamos el final de la escalera, alguien comenzó a cantarnos «The Trail of the Lonsesome Pine» de Laurel y Hardy. De lo siguiente que me acuerdo es que estaba dentro del sitio bebiendo cerveza de una botella por primera vez en mi vida. Tocaron una canción de The Gun Club y Johnny y yo nos pusimos a bailar. Yo tenía las manos metidas en los bolsillos y parecía, básicamente, un imbécil; en cambio Johnny estaba con la cabeza agachada y los brazos en el aire, como si estuviera completamente inmerso en el baile. Luego vi a unas chicas de Airdrie que conocía de vista, unas posturitas de la leche, y Johnny me dijo: Vamos a hacernos un «Thunders», lo que significaba abrumarlas con nuestras credenciales, que fue lo que intentamos hacer. Somos los tíos más psicodélicos del lugar, les dijo Johnny. Luego le dio un cachete a una de ellas en el culo. Yo me quedé perplejo. Estaba como pez en el agua. Y ella no protestó. De hecho se rio. Luego vi que se iba con un tío que parecía un treintañero con una calva en la coronilla. Yo no estoy calvo, pensé, ¿qué tengo de malo? Finalmente el grupo comenzó a tocar: era la nueva banda de Patty, Occult Theocracy. Sonaban como un trueno en el horizonte más remoto de mi cerebro. El cantante, al que todo el mundo llamaba Street Hassle –un tío que en invierno iba andando por la calle, en medio de la nieve, como un tirado, con una camiseta sin mangas y una lata de cerveza en la mano–, cogió el micro y se lo metió a presión en la boca de modo que aquello sonaba como el zumbido de una mosca y luego comenzó a decir: Mamá; repitió: Mamá; después hiperventiló durante un rato y dijo de nuevo: Mamá, sí, me siento muy bien. Cuando volví a casa me puse enfrente del espejo y empecé a revolverme el pelo. Sabía que nunca me lo volvería a peinar de nuevo.

    Me compré una guitarra acústica que era lo único que me podía pagar y en los días que libraba –es decir, en los días en que no estaba haciéndome una paja en el baño de personal mientras me imaginaba a las limpiadoras en ropa interior–, me sentaba en el parque y hacía como que tocaba aunque, en realidad, no tenía ni puta idea de tocar. Miraba si la gente me observaba: llevaba un par de gafas de sol negras, de patillas anchas, y un día se fijó en mí Big Patty, que iba con un par de colegas, y se acercaron y se sentaron conmigo. Patty parecía un cadáver. Supuse que se estaba metiendo. Éste es Beano, dijo, presentándome al más alto de los dos, que tenía la nariz hinchada de un borracho o un caso de rosácea bastante feo; fuera lo que fuera no tenía buena pinta. Al otro lo llamaban el Doug. El Doug iba con una cazadora de motero con una cita de John Cage escrita con Tipp-Ex en la espalda: algo acerca de no tener nada que decir y decirlo. Había pillado una copia de Indeterminacy de John Cage en una de mis últimas incursiones por las tiendas de discos e intenté impresionarlo. Me pongo Indeterminacy en el trabajo, en los cascos, mientras limpio los cacharros de la cocina, le dije. Igual sería mejor que escucharas a los cacharros, dijo inexpresivo el tal Doug.

    Oye, dijo Patty, ¿nos podrías hacer un favor? Claro, contesté. Dime. No, dijo. Olvídalo. No merece la pena. Venga, le dije. Me gusta ayudar. Sacó un cigarrillo e intentó encenderlo, pero el viento apagaba la cerilla y después del quinto intento estrujó el cigarrillo en su mano y lo tiró al suelo. Te necesito para que devuelvas algo de mi parte, dijo. Realmente es muy poca cosa: unas cuantas cintas. Se las pedí prestadas a un tipo de Craigneuk, pero la cosa se ha puesto un poco…, vamos, que se ha salido de madre, así que es mejor que, ya sabes, me mantenga lejos. Además él tiene un montón de discos míos que necesito recuperar. ¿Me puedes ayudar, entonces? Quería preguntarle por qué no se lo pedía a Beano o a el Doug, pero, en lugar de eso, le dije que sí. ¿Puedes hacerlo ahora?, me preguntó. Luego me dio un montón de cintas con discos grabados y con los títulos de las canciones escritos con una letra diminuta y casi indescifrable. Uno de ellos tenía en una cara un recopilatorio de temas de la Chocolate Watch Band y el primer disco de Suicide en la otra: el siguiente fin de semana me fui directo a comprarlos. Espera un segundo, dijo el Doug cuando estaba a punto de irme, ¿te hace un poco de Buckie? Y me alargó una botella medio llena de Buckfast.* Nunca había probado el Buckfast en mi vida y la verdad es que sabía a rayos, pero mientras me la apretaba, los tres comenzaron a aplaudir y a cantar Ross, Ross, Ross, de modo que me sentí obligado a matarla entera de un trago. Me miraron maravillados. Ya estaba dentro.

    La dirección a la que iba estaba en Howletnest Road. Me puse el walkman y escuché «Dirt» del Fun House para el camino. Iggy era un genio. Nunca me sonó mejor. Mi cuerpo estaba vibrando entero con la música, el Buckie y el sol. Cuando llegué al sitio, parecía un vertedero. El jardín estaba hecho una mierda, había basura esparcida por la hierba de la entrada y una caravana cochambrosa aparcada en la entrada. Al momento me entró un bajonazo. Comencé a sentir náuseas. Escuchaba que alguien estaba haciendo algo en el interior de la caravana de la que salía esa clase de zumbido agudo que le saca a uno de quicio. Decidí llamar mejor a la puerta de entrada de la casa y al momento se detuvo el zumbido y paró todo el trajín en el interior de la caravana. En la puerta apareció una mujer de mediana edad, muy pequeña, con un cigarrillo en la mano y una melena canosa. ¿Sí?, dijo. Busco a Fred, contesté. Querrás decir Lucas, dijo ella. ¿Lucas es Fred?, le pregunté. Fred era su mote en el colegio, dijo. Yo no lo fomento. Se llama Lucas. O Luke. A veces lo llaman Luke. O Luciani. Bueno, ¿está Lucas?, le pregunté. No, contestó. Me temo que Lucas no está disponible ahora. ¿Quieres dejarle un mensaje?

    Le expliqué que necesitaba devolverle unas cintas y recuperar unos discos. Para entonces se habían reanudado los ruidos en la caravana y podía percibir un golpeteo constante que sonaba como un borracho tropezándose con el mobiliario. Estaba empezando a invadirme el pánico. Me giré y vi una palabra escrita en la mugre de la ventana de la caravana: EUGROM, ponía. Me zumbaban los oídos. Sentía que me iba a desplomar allí mismo. A continuación me vi desde arriba, tirado allí en medio del camino, con un fino reguero de sangre que manaba de mi frente y formaba un charco delante de mí y vi cómo una figura que surgió de dentro de la caravana levantaba mi cuerpo y me metía en el interior.

    Lucas estaba construyendo un volcán en el interior de la caravana. El volcán, me explicó, era el equivalente a lo que significa una silla de ruedas para una persona con discapacidad física. Es un medio de transporte, dijo. Me permite hacer conexiones. El volcán estaba hecho de cajas de zapatos viejas, periódicos arrugados, tarjetas de felicitación dobladas, pelotas formadas con envoltorios de papel. Unas largas boas de plumas –rosa, azul y púrpura– servían como ríos de lava. Llevaba un cuaderno rojo en la mano. ¿Cómo me has dicho que te llamabas?, me preguntó. Ross, le dije. Ross Raymond. Lo anotó en su cuaderno. ¿Nos hemos visto antes?

    No, le dije. Es la primera vez, y me di unos ligeros toques en el corte que tenía en la frente con una camiseta vieja que me había dado. Él me había dejado sobre un sucio sofá de terciopelo azul debajo de la ventana. Me han hecho siete operaciones en el cerebro, me contó. He luchado contra la enfermedad mental durante la mayor parte de mi vida. Pero la parte creativa, la parte creativa ha sido la que más recompensas me ha proporcionado. Hablaba con un tono de voz suave, un poco ausente. Un zumbado, me dije, un lunático amable. El problema era la memoria: no tenía, o muy poca, o, más bien, todos sus recuerdos estaban ocultos, bloqueados por la química, por el agua, concretamente; lo llaman agua en el cerebro; lo que ocurre es que todo suceso se desvanece, los detalles concretos de la existencia cotidiana quedan como los restos astillados de un barco a merced de la tormenta. Éste es mi cuaderno de bitácora, dijo, mientras hojeaba sus notas, momentos reconstruidos en el despertar de una catástrofe. Luego señaló al volcán. Y aquí es donde viven los recuerdos.

    Me di cuenta de que me la habían jugado. Él no podía tener ni la menor idea de cuáles eran esas cintas, ni siquiera de que fueran suyas. ¿Conoces a Big Patty?, le pregunté. Big Patty, repitió, resoplando el nombre a pleno pulmón hasta el punto de que pude oler su aliento. Espera un segundo, dijo, y luego agarró una agenda telefónica verde con un dial en la cubierta en el que la rueda saltaba con ciertas letras. Big Patty, me dijo. ¿Patty Whitaker? ¿Patty Thomas? ¿Patricia Black? Es músico, dije, toca en Occult Theocracy… Música, música, música, dijo. La música es una de las cosas de las que los humanos deberían estar más orgullosos. ¿Quieres escuchar algo de música? Puso una cinta en el radiocasete. Era el mismo sonido que había escuchado desde el exterior de la caravana, un solo tono apenas fluctuante. Eché un vistazo a la caja del casete y tenía la misma escritura minúscula que la de Suicide y el recopilatorio de la Chocolate Watch Band. La obra era del compositor sueco Folke Rabe, una pieza llamada «What??». Nunca había escuchado nada igual. Parecía llenar todo el espacio de la caravana.

    ¿Has estado alguna vez en Jos?, me preguntó Lucas. No, dije, pero la conozco, curiosamente. Es una ciudad de Nigeria, le dije. Entonces sabes dónde está el centro del mundo, replicó él. En un primer momento me pregunté si eso había sido un recuerdo auténtico o si lo habría sacado de cualquier otro lugar. A continuación reflexioné acerca de dónde salían mis propias opiniones y me callé la puta boca.

    ESTO NO TIENE NI PIES NI CABEZA

    Ross Raymond entrevista a Big Patty de Memorial Device para el segundo número del legendario fanzine que fue arrojado detrás de un matorral y que nunca vio la luz del día y donde sólo consigue hacer una única pregunta de mierda en toda la entrevista, increíble.

    Bueno, esto, eh… la primera pregunta es si puedes contarme un poco sobre toda la idea detrás de… bueno, de Memorial Device.

    Bien, Ross … me sentía, no desconcertado, ni inquieto, ¿cuál sería la palabra intermedia entre estas dos?

    ¿?

    Incómodo y desfasado, si se puede decir así.

    ¿?

    ¿Pero desfasado respecto de qué, digo yo?

    ¿?

    Era más bien como si estuviera fuera de órbita. Como si un pedazo de detrito espacial me hubiera golpeado y me hubiera quedado dando vueltas en el vacío. Había pasado un tiempo escribiendo canciones o mejor,

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