Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

La derecha al revés
La derecha al revés
La derecha al revés
Libro electrónico330 páginas4 horas

La derecha al revés

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

La protagonista de esta novela, después de una infancia y una adolescencia muy agradables, promediando los treinta vive una serie de acontecimientos horribles que la llevarán a desarrollar una enfermedad mental y recalar en una clínica psiquiátrica.Para salir adelante ella va a ensanchar su mundo reflotando la memoria de ese tiempo poblado por sus seres queridos, y también abriéndose a entrevistar a gente nueva, bella, horrible, enigmática...La autora define su libro como una "novela de no ficción", llevada en un estilo directo y con humor, para que la vida recobre los colores que se creían apagados. Todos podemos reescribirnos, nos dice.-
IdiomaEspañol
EditorialSAGA Egmont
Fecha de lanzamiento10 may 2022
ISBN9788728167151

Relacionado con La derecha al revés

Libros electrónicos relacionados

Ficción general para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para La derecha al revés

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    La derecha al revés - Daniela Pintos

    La derecha al revés

    Copyright © 2022 Daniela Pintos and SAGA Egmont

    All rights reserved

    ISBN: 9788728167151

    1st ebook edition

    Format: EPUB 3.0

    No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

    www.sagaegmont.com

    Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

    Esta novela se encuentra dentro del género de no ficción. No es exactamente una autobiografía, ya que la autora intercala sentimientos y pensamientos sobre su modo de escribir, de crear. En ella encontrará el lector aventuras y desventuras que van creando un encuentro único con el lector, quien es llamado Lector amoroso a quien dirige sus páginas. Clínicas siquiátricas, reportajes, pero sobre todo, un inmenso deseo que las personas que han sufrido o vivido situaciones similares, encuentren un espacio donde mirarse y una invitación al segundo tiempo que siempre nos ofrece la vida. En pocas palabras, la historia de una reconstrucción permanente. A su vez, también su decir se dirige a los profesionales de la salud, con el deseo que ayude a re pensar en sus prácticas. Libro de lectura amena, con un profundo amor y ternura hacia los que llama Los de adentro.

    La derecha al revés (Prólogo)

    Esta novela o proyecto, comenzó a escribirse muchísimas veces.

    Su inicio, remonta al interior de una clínica siquiátrica a la que con afecto llamábamos La pensión.

    Preparaba en el patio un vaso con flores, el mate, el cenicero y realizaba mi quehacer.

    El título se lo debo a un interno, quien irrumpió en mi espacio de labor y me gritó cómo se iban a llamar ese montón de papeles. ¿De dónde sacó esas palabras? No lo sé.

    En mi camino me encontré con un libro sobre la novela de no ficción.

    Me defino como escritora porque, fundamentalmente, y aunque parezca obvio, escribo todo el tiempo. Y mucho.

    Tengo más de diez mil páginas en mi haber.

    Y a mano. Decidirme a adquirir una notebook me llevó mucho esfuerzo y trabajo interior. La escritura manuscrita me parecía irremplazable. Es decir, es pasar de tener un Fiat 600 (Que anda, aunque haga renegar un poco) a un Audi o un Volvo.

    He publicado algunas cosas, gracias a la simpatía y generosidad de muchas personas.

    Primero, las cartas que enviaba a la revista Humor y que indefectiblemente salían en la sección Quema esas cartas. Me divertía hacerlo y a ellos les gustaban. Más de diez. Todo un récord. En ese tiempo mi trabajo (O hobby) lo hacía en una máquina de escribir, enviaba por correo y a la semana iba a ver al kiosco, con gran entusiasmo ¡Y allá estaban! Me divertía hacerlo. Una tía muy querida me dijo una vez que se sentía orgullosa de que nuestro apellido apareciera en letras de molde.

    En la clínica tenía lectores seguros, los siquiatras.

    En la primera nota me refería a la comparación entre la Pichón Rivière y otros espacios dedicados a la salud mental. Los alababa, ya que había sido un sitio que me devolvió la cordura. La esquela fue titulada No sólo de hambre muere el loco. En el sanatorio quedaron muy satisfechos y agradecidos por mis palabras. Me propusieron escribir para ellos. Una oportunidad fantástica, pero por aquellos años yo era una rebelde sin causa y les dije que no produciría nada para mis carceleros.

    También fueron publicados unos poemas míos, fruto de un hermoso taller literario.

    Según una siquiatra que me atendía, yo debía ocuparme de ser manicura ya que me interesaban los temas relacionados con la belleza. Pero no, con mucho trabajo interior, muchísima meditación llegué a la conclusión que lo mío son las letras.

    El tema del procesador es algo que quiero ir descubriendo de a poco.

    La novela fue escrita tres o cuatro veces en forma artesanal. Algunos ejemplares fueron dados para su lectura y otros, a la basura.

    Los libros de Julia Cameron fueron de gran ayuda. Con sus ejercicios de escribir a mano tres páginas a la mañana. Las citas con el artista y los paseos diarios además de muchas técnicas más.

    Brenda Ueland me enseñó a buscar mi propia voz.

    Quien fue mi marido durante una década creía que yo debía escribir un Harry Potter y llenarme de plata. Menospreciaba lo que me salía del corazón.

    En alguna obra de consulta, decía algo así como que quienes sufrimos en algún momento de psicosis estamos enfermos de realidad. (No entendí un pepino, ni me lo explicaron)

    Lo mío no es la ficción, aunque no la descarto.

    Volviendo a la novela, su tema principal es la búsqueda de respuestas, las aventuras y desventuras en un trabajo que me llevó años.

    La vida de un pintor, la entrevista a un genocida, a una Abuela de Plaza de Mayo, a uno de los primeros guerrilleros de los años sesenta. Es decir, una labor periodística hecha de un modo tan espontáneo como mis múltiples textos.

    El problema que yo tenía es que me ahogaba en las palabras. Quería contar, contar, contar, narrar, narrar en un ritmo febril. Ahora he aprendido a nadar, y a hacer la planchita.

    Sigo ejercitándome mucho. Escribo en cualquier lado sobre un montón de cosas.

    En el libro de Julia, hubo una propuesta muy interesante, que fue escribir la autobiografía.

    Me llevó muchísimo trabajo. Mi vida ha sido tan caótica que no lograba tejer nada. Apelé a mi constancia de servicios, y, uniendo mis lugares de trabajo, con mis crisis y los lugares de vivienda, fui atando los hilos hasta armar una hermosa colcha de recuerdos.

    Un profesor muy querido de arte me sugirió la idea de hacer una novela Patchwork. Producir los retazos y que el lector los uniera.

    Mi vida ha entrado en un período de paz, por lo que, va siendo hora de ponerme a trabajar en serio y lograr mi objetivo.

    Continúo haciendo ejercicios de libros de creatividad. A veces me canso porque mi labor y pasión me llevan a pasar horas y horas creando.

    No sé todavía qué saldrá de esto. Agradezco a la gente que pone sus conocimientos y experiencias para que los novatos o no tanto, mejoremos en calidad.

    La cantidad es lo de menos. Produzco mucho, muchísimo.

    Necesito esforzarme en ser concreta. Imaginar al Lector Ideal y Amoroso que encuentre valor en mis reflexiones.

    Es mi deseo que las experiencias que relataré sirvan a personitas que pasan por lo mismo. Hay salidas del laberinto.

    Los prólogos largos no sirven. Sólo aporta explicarse un poco. Es como la previa, que se ha puesto de moda.

    No moriré alcohólica, ni sucumbiré, ya que para mí la escritura es simplemente la labor de un geólogo o un escultor, con toques de pintura, y una gran dosis de sinceridad.

    ¡El tesoro espera a ser descubierto! ¡Manos a la obra!

    Capítulo 1

    A decir verdad, siempre fui un poco desprolija. Mi férrea voluntad me llevaba a seguir haciendo cosas, a pesar de alguna que otra crítica, por el estilo mamarracho con onda.

    Ya aclaré que la cantidad, el volumen de mis tareas no es el problema. Amo lo que hago y lo educo todo el tiempo.

    Mi vida, al igual que mis producciones, tuvo el mismo signo: un montón de borradores, producciones, correcciones, caer en el peor de los abismos y salir un tanto ilesa. Continuamente, volver a empezar de cero.

    Siempre me despertaron grandes emociones de admiración a gente que sobrevivió al Holocausto o a un genocidio. Los supervivientes de la tortura, o de grandes dolores y que hoy por hoy cuentan su historia.

    La mía es la de una vida que se quebró y restituyó muchas veces, gracias a unas enormes ganas de vivir o a experiencias gratas que mi memoria y alma guardaron.

    No soy religiosa, pero mi más profundo agradecimiento es para mi Dios, el Señor del Universo, quien me cuidó y protegió a lo largo de toda mi existencia. Gracias a Él, al Supremo, puedo contar el cuento. A Él y a las personas sabias, sencillas y amorosas que encontré en el sendero de una carrera un tanto alocada.

    La autobiografía de una artista famosa, una dirigente política o gente muy célebre puede vender millones de ejemplares sin inmutarse la editorial que los puso en el mercado.

    Mi objetivo, es narrar en forma sencilla cosas que me han pasado a lo largo de mi vida, con el objetivo de despertar algunas conciencias, médicas por ejemplo y acompañar a seres a quienes su transcurrir les puede parecer algo muy, muy complicado.

    ¿Ponemos la pavita para el mate y comenzamos a tejer esta colcha multicolor de palabras? La invitación está hecha. Última aclaración. No esperen cronología, no es necesaria. Sólo meter las patitas al agua y dejar el agua correr. Los árboles nos aportarán su sombra y el astro febo, su calor.

    ¡Bienvenidos al barco!

    Mis primeros años transcurrieron en Alberdi, un barrio en el que los estudiantes pobres sueñan con ser doctores. El Hospital de Clínicas, un gigante donde se hacen las prácticas, cuenta además con un museo de anatomía y patología. Tuve la oportunidad de conocerlo y en frascos hay tanto piernas deformes como cerebros. Mi sentir era que pensar que un ser humano vivió afectos, soñó y a lo mejor fue un genio, para terminar en un frasco de mayonesa.

    Los personajes que recuerdo de mi infancia fueron el policía que paraba el tránsito para que pasara la princesa, o sea yo. El placero, un oficio ya caído en el olvido, y el loco del barrio, al que los chicos le gritaban: ¡Pan rallado! Y él les tiraba piedras.

    La hermosa plaza Colón, con una gran fuente y unas bellas macetas. Paseo obligado para aprender a caminar (Tema niños) o realizar conquistas amorosas (Asunto jóvenes). Las lámparas. Reflejo de un sector muy populoso de la ciudad. Lleno de inmigrantes, sobre todo peruanos y bolivianos.

    Al lado de nuestro departamento vivía una familia. Una casa preciosa que invitaba a la aventura. Tres hermanas más grandes que nosotros. A veces contaban cuentos de terror y yo me aterraba.

    Papá, un hombre muy trabajador e inteligente, estaba construyendo una casa muy grande en el Cerro de las Rosas. Íbamos a la obra y comíamos galletitas con picadillo.

    Mamá decía que yo era buenita, y ese rasgo permaneció por muchos años conmigo. Yo tenía que ser buena a toda costa. Pasase lo que pasara.

    Una tía había venido del norte a cuidarnos. Era un ser muy especial. Recuerdo haber sido acunada en su pecho huesudo.

    Esa mujer tiene en la actualidad noventa y cinco años y sigue tan campante.

    De pequeña mi fantasía era febril. Cuando nos mudamos, mi hermana iba a la escuela y como yo tenía muy pocos años y en esa época no había guarderías o no se estilaba llevar a los niños allí, yo imaginé que una casa era mi colegio y la llamé mi Escuelita de Cruzdelegia, en honor a Cruz del Eje, un sitio que había sentido nombrar.

    Teníamos un auto pequeño, y luego llegó el Valiant amarillo.

    Mamá era maestra, pero mi padre no la dejó trabajar para que se ocupara de la casa y los hijos.

    No la recuerdo abrazándonos ni diciéndonos que nos quería. Menos ayudándonos en las tareas escolares.

    Su lugar era la cocina. Se levantaba muy tempranito, hacía las compras y comenzaba la labor.

    Preparaba manjares. Sabores jujeños, árabes, comida no sólo exquisita sino muy variada.

    Teníamos nuestro plato de entrada, el principal y el postre.

    Comíamos mucho pero no engordábamos dada la calidad de los alimentos. Todo era casero. Desde la salsa de tomate hasta el pan rallado. Me encantaba ayudarla. A batir las claras de huevo para los merengues, mezclar los postres, a hacer los ñoquis.

    Papá tenía un carácter de los mil demonios. Tenía un rebenque con el que nos amenazaba, pero con sus gritos era suficiente.

    Además de ocuparse de su profesión daba clases en la Universidad.

    Era muy habilidoso para todo. Le encantaba la carpintería. Construyó las bibliotecas (Pobladísimas), y un teatro de títeres.

    Mamá tenía muchas capacidades. Además de ser una excelente ama de casa, pintaba (al igual que mi padre), tomaba cursos de guitarra, hacía yoga, atendía la biblioteca del barrio, tejía a máquina.

    La tía cosía, nos sacaba a pasear. Épocas felices de bicicletas, subirnos a un pino altísimo en la plaza del barrio.

    No había el tiempo muerto de ahora, con la tecnología.

    Yo hacía muchas cosas, ayudaba con la limpieza, enceraba pisos, le lavaba el auto a mamá, barría la vereda, cortaba el pasto, regaba.

    Los días más felices eran los de Navidad y Reyes.

    Era ya grande y creía en ellos porque papá decía que a los que no les tenían fe no les llegaba nada.

    Las vecinas se reían.

    La ansiedad era controlada por la tía que nos contaba los días así: Dormimos nos levantamos, dormimos nos levantamos y así.

    Yo decidía quedarme despierta y ver a los Reyes Magos pero el sueño me vencía.

    A la mañana, en los zapatos, unos regalos bellísimos.

    Así, llegaron los patines.

    Arribó a nuestra vida el más chico de los hermanos. Un niño que se educó solo. Se mecía felizmente en su sillita y apenas comenzó a caminar y tuvo un par de años, a lo sumo cuatro, tomó la calle como amiga y desaparecía por largas horas. Tenía amigos por todos lados.

    Los varones de la casa heredaron de papá la habilidad para hacer todo.

    El mayor, ya de chico era ambicioso. Tuvo muy pronto su tren eléctrico y su equipo de música.

    Como a mamá no le gustaban los animales, los teníamos en el techo sin que ella se enterara.

    Mi hermana y yo éramos muy diferentes. Yo gastaba los juguetes. Peinaba a las muñecas, les hacía vestidos, les lavaba el pelo. Ella, las conservaba nuevitas. Todo lo suyo era prolijo, pero no jugaba.

    Esa característica de vivir la vida a pleno la he conservado.

    Mis libros están gastados de tanto leerlos, mi ropa, mis cabellos postizos, todo está recontra usado. Va todo de mano en mano, de escuela en escuela.

    Ella conserva lo suyo en perfecto estado, pero no usa sus cosas.

    Yo era muy delgada, un poco por la buena comida y otro poco por la actividad.

    Patinaba a toda velocidad, andaba en bicicleta, me movía y mucho.

    Mi mayor complejo era mi pelo. Mamá nos lo hacía cortar en una peluquería odiosa y antigua. Cuando creció un poco me pasó algo gracioso. Las famosas Trillizas de Oro hacían publicidad de un champú, y su cabellera se veía lacia, rubia y preciosa. Corrí a comprarlo y, mi pelo lució como el de una bruja.

    Para no ahogarme en recuerdos, decido dejar el capítulo por hoy. En el próximo relataré como nació mi amor por la lectura, los viajes y esa inmensa felicidad rodeada de un poco de vergüenza de mí misma que brotó en esa época.

    Espero, amable lector, no haberlo aburrido con remembranzas de momentos que sólo pueden tener valor para quien tenga ganas de remover, como yo, piedras, excavar un poco y remontar el origen misterioso de los arroyos y ríos. Gracias y ¡Hasta pronto!

    Capítulo 2

    Dicen que los primeros años marcan nuestra vida, pero no son excusas para justificar las decisiones erradas de adultos.

    Es bastante cansador escuchar gente que todo el tiempo se hace la víctima. Somos quienes somos, el pasado forjó alguno que otro problema pero las responsabilidades por el ahora son nuestras, exclusivamente, nos pertenecen.

    Mi ingreso al sistema educativo no fue del todo armónico, pese a que yo amaba cualquier cosa relacionada con la escuela.

    Del jardín de infantes recuerdo los aromas de la témpera, la masa, la bolsita con las galletitas Manón, el salón de música, el patio, el perchero. Lloraba mucho cuando mamá se iba, sobre todo porque me distraían y ella huía. Me sentía traicionada. Colgábamos nuestras cosas y debíamos elegir un sitio, el mío era la frutilla.

    Cuando veo fotos de pequeña, observo una gran seriedad. Muy pocas sonrisas.

    A la entrada había un adorno, que lo usábamos como tobogán.

    Al primario entré por una puerta muy angosta. En esa época se tomaba el test ABC, para determinar a qué sección iríamos.

    Estaba tan emocionada con el edificio, el sitio al que iría que le presté poca atención a la maestra. Ella contaba un cuento muy pavo sobre una muñeca y había que repetirlo. Ni lo escuché, tan absorta estaba en otros temas. Fui a parar al grado de los atrasados.

    Amaba el colegio, aunque era muy sensible. Si un chico se golpeaba, la señorita tenía que consolar a dos ya que yo moqueaba a mares.

    Por aquellos tiempos, todos aprendíamos a leer en primer grado. Mi libro de lectura El libro volador tenía actividades muy divertidas.

    La vicedirectora era un ogro y a veces la maestra cansada nos amenazaba con llamarla y yo, lloraba a mares.

    Había una niña muy bonita y amorosa a quien yo le hacía regalitos por hermosa.

    También estaba un compañerito que me amenazaba con pinchar mi muñeca si no le decía que sus trabajos eran lindos. Así tuvo su primera admiradora.

    Por aquella época, a las maestras se las amaba y respetaba mucho. Eran la autoridad afectiva y moral.

    El barrio era muy distinto. Algunas calles eran de tierra, había muy poco comercio, y la calle era de los niños.

    ¿Cómo explicarle a un infante actual cómo era la vida sin computadoras ni celulares, con televisión en blanco y negro y programación que terminaba indefectiblemente a las doce de la noche?

    Había un solo instituto de inglés, una academia de danzas y no mucho más. Un kiosco, muy pocos almacenes, era sitio para familias.

    Existía un personaje muy querido que era la abuela del Cerro, una viejita muy anciana que tocaba el timbre y pedía. Todos la ayudábamos.

    La plaza no tenía juegos, pero no los necesitábamos. Nos subíamos a los árboles, jugábamos en el arenero o andábamos en bici o en patines en la calle.

    Allí conocí a una de mis primeras amigas. Una rubia, hija de un padre alemán y una madre italiana. ¡Cómo nos divertíamos! Inventábamos circos y cobrábamos entrada para el espectáculo. Ella también ayudaba a su madre, quien colaboraba con la economía tejiendo pulóveres en forma industrial. Mi amiga, cosía las prendas, mientras charlábamos y nos entreteníamos.

    Había otra vecina quien era adoptada por unos padres muy extraños. La dejaban encerrada, pero igual la visitábamos por la ventana.

    Mi amiga de cabello casi blanco y de trenzas estudiaba en una escuela católica. Yo en la pública.

    Había prometido relatar cómo me inicié como lectora y el laberinto de la memoria me llevó a otro lugar.

    Como relaté, no éramos demasiado inteligentes ni genios, pero el aprendizaje se realizaba en primer grado.

    Hoy por hoy los métodos han cambiado y hay alumnos en cuarto o quinto grado que aún no acceden a la cultura letrada.

    Apenas supe qué decía un texto, comenzó la fiebre de la lectura.

    Teníamos un cajón de libros infantiles. Muy interesantes.

    Luego llegaron las fotonovelas de Jacinta Pichimahuida.

    Una edición muy especial. Íbamos al kiosco de Don Colón y volvíamos con el tesoro.

    Papá a veces me trataba de tonta porque yo era muy indecisa y tardaba en elegir alguna golosina.

    Luego, llegaron las novelas de la colección gloriosa Robin Hood. Mujercitas, Hombrecitos y un montón de títulos más.

    Mamá nos consiguió unos libros daneses. Puck, era la protagonista. Una pequeña, internada en un colegio y sus aventuras. En este momento no puedo recordar la autora, y las obras de Torres de Mallory de Edit Blyton.

    Mi madre iba al centro en colectivo, y volvía siempre con un libro.

    En el dormitorio teníamos un sofá cama. Pasaba muchas horas dedicada a la lectura.

    Gracias a ello, luego sacaría dieces en redacción en el secundario.

    Memorias de un burro. Lo que hizo Katty. Tres niñas y un secreto.

    Textos de gran valor literario.

    Más adelante vendrían las revistas Nocturno e Intervalo.

    (Ya más entrada en edad).

    Lo que más valoro es la calidad. No había un desprecio por el lector, que podía consumir cualquier basura, sino una gran confianza en la inteligencia y la creatividad de los niños.

    Nuestra biblioteca, construida por papá, se doblaba al medio por el peso.

    Y la de la familia, estaba plagada de enciclopedias y libros de consulta.

    Los varones no salieron lectores de grandes obras. Pero estaban las Lupin y Mecánica Popular, donde se instruyeron y aprendieron mucho de lo que luego les serviría en la vida.

    Construían entre otras cosas, la radio a galeno, los aviones.

    Tenían un karting.

    Las golosinas tampoco eran tan múltiples como ahora.

    Los chicles Fort (Los preferidos, los de ananá). Los comprimidos de Águila, los chupetines, algunas galletas y no mucho más.

    Mis hermanos intentaron entrar a los Boy Scout, pero no les resultó ya que la tía iba a los campamentos a arreglarles el bolso. Las niñas iban a las Alitas. También probé, pero no me gustó.

    Mi amiga era muy religiosa, y yo también. Mi familia no daba importancia a esas cosas. Pero yo me preparé con una monja e hice la Comunión.

    Iba con mi compañera de juegos a misa.

    Los veranos, cuando no estábamos de viaje, también eran apasionantes. Ella era socia de

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1