Leer contra la nada
Por Antonio Basanta
4.5/5
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¿Qué otra cosa es leer sino conjurar el vacío de la nada? ¿Qué, sino dejarnos habitar por las palabras, por la eterna curiosidad, por el deseo constante de saber de nosotros mismos a través de lo otro y de los otros?Esa es la idea principal que recorre este libro aparentemente pequeño, pero casi infinito en su capacidad de mostrarnos la multiplicidad del universo lector: el hoy y el ayer de la lectura. Sus conquistas ancestrales, junto a los apasionantes retos lectores de nuestra contemporaneidad. Las viejas —y siempre nuevas— historias, al lado de los reveladores hallazgos de la neurociencia lectora. La reivindicación constante de una lectura en libertad, crítica, participativa, comprometida, creadora. Leer contra la nada es el testimonio sincero de quien, como su autor, ha dedicado la vida a la causa lectora. Leer como quien ama.Leer como quien siente.Leer como quien sueña.Leer como quien respira.
Antonio Basanta
Antonio Basanta (Madrid, 1953) es doctor en Literatura Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid, ha dedicado toda su vida profesional al fomento y desarrollo de la lectura desde sus múltiples labores como docente, editor, gestor de proyectos culturales, conferenciante, articulista o autor de abundantes libros que, dirigidos a la población escolar, siempre han tenido como objetivo la promoción lectora en sus más diversas modificaciones. Durante más de veinticinco años ha sido director general de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez, de la que actualmente es vicepresidente.
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Comentarios para Leer contra la nada
6 clasificaciones1 comentario
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El conocer qué es leer y priorizarlo, lo cual va más allá de un título, de unas palabras, de una historia, es la conexión entre el lector y el escritor, la lectura es un proceso no un suceso, requiere de ciertas condiciones para que pase de la dimensión del entendimiento al sentimiento.
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Leer contra la nada - Antonio Basanta
Edición en formato digital: octubre de 2017
Diseño gráfico: Ediciones Siruela
© Antonio Basanta
© Ediciones Siruela, S. A., 2017
Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
Ediciones Siruela, S. A.
c/ Almagro 25, ppal. dcha.
28010 Madrid.
www.siruela.com
ISBN: 978-84-17151-72-0
Conversión a formato digital: María Belloso
ÍNDICE
Incipit
La pasión de leer
El ADN de la lectura
El cerebro lector
En el principio era el Verbo...
Cuentas que son cuentos
Del lagar a la nube
Regreso al futuro
La sociedad lectora
La rebelión del lector
Palabras en el margen
Libros de compañía. Bibliografía
A Luis Vázquez y a Charo Mascaraque,
por tanta amistad compartida.
A Charo Castroagudín,
por todo.
A mis alumnos,
por lo mucho que siempre aprendí de ellos.
INCIPIT
¡¡¡Medalla de penúltimo en lectura!!!
Jamás lo olvidaré.
Estaba a punto de cumplir siete años. Por no sé qué arrebato de insólita magnanimidad, aquella tarde el hermano Apolinar, nuestro profesor de preparatorio, decidió premiarnos a todos los alumnos; eso sí, no sin antes clasificarnos del primero al último...
No cabía en mí de emoción. Deseaba llegar a casa y hacer partícipe a los míos de aquel emblema minúsculo, algo roñoso, pero que yo sentía como mi primera gran victoria sobre la dislexia que me atormentaba, felizmente superada —prefiero no detallar cómo— pocos años después.
Paradojas de la vida, después, todo mi discurrir profesional —y personal— ha girado en torno a la lectura: como docente, como coautor de libros escolares, como editor, como conferenciante, como articulista, como gestor de proyectos culturales... Y, sobre todo, como lector.
Nada encuentro en mi vida más decisivo que leer. Ni experiencia más grata que pueda compartir con cuantos lo deseen. Ese es el propósito de este libro, nacido a petición de alguien a quien admiro tanto como quiero.
Me declaro lector enamorado de las palabras. Tal vez porque amar es la condición que más se asemeja al leer, también él, como el amor, pura emoción. Descubrimiento. Diálogo permanente. Mutua entrega.
Lo que la lectura concede solo la lectura nos lo puede otorgar. Esa es su genuina exclusividad. Y semejante particularidad cobra ahora, en nuestra turbulenta, cambiante y esperanzadora contemporaneidad, un valor extraordinario.
Tal vez, desde la propia invención de la escritura, no haya vivido nuestra sociedad un proceso de mutación similar al que experimentamos en el momento presente. No hay aspecto de nuestras vidas que no haya sido sometido a un proceso de cambio extraordinario. Y la lectura no podía quedar ajena a semejante transformación.
Leer, a lo largo de la historia, ha ido construyendo su sentido a través de capas que, superpuestas, ampliaron de continuo su valor y su pertinencia. Escribe Emilia Ferreiro, siempre magistral:
Los verbos leer y escribir no tienen una definición unívoca. Son verbos que remiten a construcciones sociales, a actividades socialmente definidas. La relación de los hombres y mujeres con lo escrito (y lo leído) no está dada de una vez por todas ni ha sido siempre igual: se fue construyendo en la historia.
(...) Cada época y cada circunstancia dan nuevos sentidos a esos verbos.
EMILIA FERREIRO,
Pasado y presente de los verbos leer y escribir
La irrupción de la electrónica en nuestras vidas, la extensión de las redes comunicativas, los nuevos soportes en los que la información se traslada aportan sus propios códigos, sus propias prácticas y estrategias, que es necesario conocer para —como ya ocurriera en etapas anteriores—, a su vez, gobernar y usar en la mejor de las formas, con el máximo aprovechamiento.
La cuestión capital no es el enfrentamiento entre lo ya conocido y lo que, por obedecer a reglas distintas, se presenta para algunos como el nuevo apocalipsis. Todo lo contrario. Lo realmente importante es saber que a la lectura se le pueden sumar nuevas funciones y formas de expresión. Y que nuestro deber, antes de denostarlas —muchas veces movidos tan solo por la comodidad, el mantenimiento de lo establecido o simplemente por una no confesada ignorancia—, es tratar de entender sus normas, su formulación, conocer sus fortalezas y debilidades, desde la certeza de que lo que ahora se nos presenta no es un ligero matiz con el que colorear el cuadro ya pintado con anterioridad, sino una nueva concepción de la pintura, que no acaba con lo anterior, pero que sin duda lo transformará. Perdón: que ya lo está transformando.
Este pequeño libro nace de esa convicción, de ese esperanzado deseo. Y de un compromiso que es también moral: el de hacer de la lectura un «arma cargada de futuro», como Gabriel Celaya definía la poesía.
Escrito desde la mayor humildad, muy consciente de lo modesto de mi reflexión, Leer contra la nada bebe de la sabiduría de tantos otros que me han iluminado en el camino. Felizmente no son pocos, de entre ellos, los que han accedido a mi invitación y aquí se hacen presentes, bien en las citas textuales, bien en la selección de textos que ofrezco al final de cada apartado de esta obra, o en la bibliografía que cierra este breve volumen.
De muchos de ellos he recibido historias, geniales pensamientos, anécdotas pletóricas del palpitar de la vida. Y, sobre todo, palabras, palabras, siempre palabras, llegadas tantas veces de los poetas, que, como inagotable manantial, siguen dando alma a cada uno de mis sueños.
Si he perdido la vida, el tiempo, todo
lo que tiré, como un anillo, al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.
Si he sufrido la sed, el hambre, todo
lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.
Si abrí los labios para ver el rostro
puro y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.
BLAS DE OTERO, «En el principio»
A todos, mi gratitud y reconocimiento. También a cuantos pueblan el universo lector: escritores, ilustradores, traductores, críticos, periodistas, comunicadores, diseñadores, madres y padres de familia, docentes, bibliotecarios, archiveros, documentalistas, editores, libreros, impresores, distribuidores, mediadores, lectores en general... Y a quienes, como heraldos de un mañana que ya es hoy, diariamente se suman a este territorio lector, más rico y más radiante, por más renovado y más diverso.
«Leer es siempre una expedición a la verdad», escribió Franz Kafka.
Con todo afecto, les invito a tan feliz travesía.
LA PASIÓN DE LEER
La primera biblioteca que conocí en mi vida fue mi madre.
Ella fue quien antes me desveló el secreto de las palabras, su capacidad mágica de crear historias.
Cada noche, antes de dormir, visitábamos las estanterías de su memoria. Y un día era una canción antigua —«Gerineldo», «Delgadina», «Blancaflor»...—; otro, un cuento de los de siempre: Pulgarcito, El gato con botas, La bella durmiente o Caperucita, esa que nunca más podrá ya volver a Manhattan...
Las más, unas rimas o unas risas.
Más tarde aquellas palabras llegaban también a través de las ondas, como del mar. Alrededor de una radio que a todos nos congregaba —todavía no había aparecido el autismo del transistor— escuchábamos embelesados las andanzas de Aladino, los viajes de Simbad, las aventuras galácticas del inefable Diego Valor o las tribulaciones castizas del buen Garbancito de la Mancha, tan pequeño él que apenas podía salir de la oreja del buey donde había caído.
Y el baúl de las historias se iba llenando. Y jamás dejaba de haber sitio en él para una nueva. O para las mismas, siempre repetidas, aunque nunca idénticas.
Unas paperas me trajeron mi primer libro. Unas anginas, el segundo. Un cumpleaños, el tercero. Y así, poco a poco, fue naciendo mi biblioteca personal, imprevisible y caótica, como la vida misma. Abarcaba del tebeo al cómic, de los libros de pandilla a las aventuras de Salgari —todavía recuerdo con estremecimiento el día en que, de su mano, descubrí la palabra «cimitarra», afilada y cortante como la voz que la identifica—; de mi querido Verne a mi adorado Stevenson.
Aquellos libros surgían como por obra de un mágico sortilegio, frente a la monotonía de cartillas y vademécums, plúmbeos y patrióticos manuales, reflejos fieles de una escuela en la que casi todo crecía aburrido, predecible y gris. Una escuela donde la educación era cautiva de la instrucción; la experiencia, un imposible inalcanzable; y la práctica, un mero placebo o sucedáneo.
Estudié química sin jamás asistir a un laboratorio; arte, sin nunca visitar un museo; idiomas, sin apenas mantener