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Un paso a la izquierda Crónicas de la desmovilización M-19, Eln, Farc, AUC
Un paso a la izquierda Crónicas de la desmovilización M-19, Eln, Farc, AUC
Un paso a la izquierda Crónicas de la desmovilización M-19, Eln, Farc, AUC
Libro electrónico352 páginas5 horas

Un paso a la izquierda Crónicas de la desmovilización M-19, Eln, Farc, AUC

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El tema de la desmovilización pareciera ser el último y menos analizado cuando de hablar de paz se trata. En las calles, oficinas, reuniones sociales y casas de familia se habla de las crueldades del conflicto, de lo importante que sería la paz para el país, de los avances en materia de acercamientos y negociaciones, de lo que piden unos, de lo que exigen otros, del secuestro, de la bomba, del ataque. Pero poco más o menos –por no decir nunca– se habla sobre la desmovilización y lo que esta conlleva.
Quizá –y es lógico– pesa más la búsqueda de los diálogos y lo que de ellos se desprenda, con las obvias posiciones encontradas que siempre se hacen evidentes en un tema como este que, de una u otra manera, nos compete a todos.
El cese del fuego, el desarme, la desmovilización y la reincorporación son la consecuencia de un proceso de negociación y de estos aspectos –dirían algunos– se hablará en su momento.
Para información de quienes piensan así, en muchos países donde los acuerdos han terminado con el conflicto, el posterior proceso de desarme, desmovilización y reincorporación ha tenido fallas importantes, relacionadas con la falta de recursos y de organización logística, pero también con la ausencia de un diálogo profundo y un conocimiento más estructurado de la importancia que la desmovilización, como fase final operativa de un proceso de paz, realmente merece.
Es, en efecto, una fase final operativa, porque es la que cierra el círculo y permite que las fuerzas en contienda se replieguen, se desarmen, se reorganicen o se disuelvan. Evidentemente no es el final de un proceso de paz, cuyo cierre está directamente relacionado con la aplicación cabal y permanente de los acuerdos alcanzados.
Algunos analistas, incluso, aseguran que lo primero que debería hacerse es debatir entre las partes lo que cada una de ellas entiende por desmovilización, tanto desde la perspectiva conceptual como logística, para posteriormente llegar a un acuerdo y emprender tareas en este sentido, que
dejen satisfechos a unos y otros.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento3 dic 2020
ISBN9781005951320
Un paso a la izquierda Crónicas de la desmovilización M-19, Eln, Farc, AUC
Autor

Ediciones LAVP

Editorial colombiana especializada en libros de geopolítica, estrategia, historia militar, defensa nacional y análisis político internacional

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    Un paso a la izquierda Crónicas de la desmovilización M-19, Eln, Farc, AUC - Ediciones LAVP

    Un paso a la izquierda

    Crónicas de la desmovilización M-19, Eln, Farc, AUC

    Ediciones LAVP

    www.luisvillamarin.com

    Un paso a la izquierda

    Crónicas de la desmovilización M-19, Eln, Farc, AUC

    Primera edición: septiembre de 2004

    Ministerio de Defensa Nacional

    Diseño y Diagramación Imprenta Nacional

    Impreso en Colombia

    Reimpresión noviembre de 2020

    © Ediciones LAVP

    www.luisvillamarin.com

    ISBN 9781005951320

    Ediciones LAVP

    Todos los derechos reservados. Ninguna persona natural o jurídica puede disponer de reimpresiones con fines comerciales para esta obra, en ninguno de los medios vigentes para el mercado literario, sin contar con la autorización escrita del editor. Hecho el depósito de ley.

    La foto de la portada fue tomada por Javier Casella en el área rural del municipio de Ovejas en el departamento de Sucre, durante el proceso de desmovilización y entrega de armas de la disidencia del Eln, denominada Corriente de Renovación Socialista negociada por el gobierno de Cesar Gaviria Trujillo.

    Un paso a la izquierda

    Presentación

    A bala ya no me matan

    Carlos Bolas

    Mucha coca, muchos millones

    La gran oportunidad

    De secuestros nada

    Comando Llano

    Las heridas del abandono

    Fue por lana

    La trampa

    Las dos caras de la moneda

    La semilla de la venganza

    El rezandero del Arenal

    Las marcas de la niñez

    El movimiento bolivariano

    Vida de circo

    Cáncer oculto

    Intento fallido

    Gracias por decirme la verdad

    De eleno a faruco

    Sagún el objetivo

    Embarazo: la boleta de salida

    Marilyn 007: Sin licencia para matar

    Fuego en las venas

    De armas tomar

    Ateo practicante

    El Boyaco

    El que se va para Barranquilla

    Mataron a los pelaos

    Pal monte otra vez

    De Mao a Tirofijo

    Moral hasta el último día

    Una mala jugada para la guerra

    Una vida para Marina

    Pubertad amarrada

    27 horas a San Vicente

    El indio enamorado

    La esperanza es

    Una vida para vivir

    Su paso por el M

    De pastor evangélico a guerrillero urbano

    Alas de libertad

    Referente conceptual

    Políticas de desmovilización

    Objetivo estratégico

    El proceso de desmovilización

    El CODA

    Beneficios

    La desmovilización de menores

    Otros modelos, otras vías

    Un modelo con muchas aplicaciones

    El acatamiento de los combatientes

    Registro: Un tema sensible

    Desarme objetivo central

    Camino a la reincorporación

    Crecer en medio de la guerra

    Desmovilización individual y colectiva

    El caso salvadoreño

    Nicaragua el proceso inacabado

    Guatemala: De la derrota militar a la mesa de negociación

    Angola, el diamante perdido

    Conclusiones

    Presentación

    El tema de la desmovilización pareciera ser el último y menos analizado cuando de hablar de paz se trata. En las calles, oficinas, reuniones sociales y casas de familia se habla de las crueldades del conflicto, de lo importante que sería la paz para el país, de los avances en materia de acercamientos y negociaciones, de lo que piden unos, de lo que exigen otros, del secuestro, de la bomba, del ataque. Pero poco más o menos –por no decir nunca– se habla sobre la desmovilización y lo que esta conlleva.

    Quizá –y es lógico– pesa más la búsqueda de los diálogos y lo que de ellos se desprenda, con las obvias posiciones encontradas que siempre se hacen evidentes en un tema como este que, de una u otra manera, nos compete a todos.

    El cese del fuego, el desarme, la desmovilización y la reincorporación son la consecuencia de un proceso de negociación y de estos aspectos –dirían algunos– se hablará en su momento.

    Para información de quienes piensan así, en muchos países donde los acuerdos han terminado con el conflicto, el posterior proceso de desarme, desmovilización y reincorporación ha tenido fallas importantes, relacionadas con la falta de recursos y de organización logística, pero también con la ausencia de un diálogo profundo y un conocimiento más estructurado de la importancia que la desmovilización, como fase final operativa de un proceso de paz, realmente merece.

    Es, en efecto, una fase final operativa, porque es la que cierra el círculo y permite que las fuerzas en contienda se replieguen, se desarmen, se reorganicen o se disuelvan. Evidentemente no es el final de un proceso de paz, cuyo cierre está directamente relacionado con la aplicación cabal y permanente de los acuerdos alcanzados.

    Algunos analistas, incluso, aseguran que lo primero que debería hacerse es debatir entre las partes lo que cada una de ellas entiende por desmovilización, tanto desde la perspectiva conceptual como logística, para posteriormente llegar a un acuerdo y emprender tareas en este sentido, que

    dejen satisfechos a unos y otros.

    Desde ese punto de vista, aunque parezca irrelevante y sólo la parte final de un esquema cuyos demás temas la superan en jerarquía, resulta evidente la importancia de informarnos y hablar más a menudo de este tópico en particular.

    Llegar a un proceso de desarme, desmovilización y reincorporación puede, a pesar de la complejidad, terminar siendo el paso más sencillo. Otro tema bien diferente, pero aún más significativo, es mantener esa reinserción logrando que se entreguen los beneficios requeridos, tanto para quienes se acogieron a esta como para la población en general.

    El caso más reciente en nuestro país tiene que ver con la desmovilización y desarme de algunos grupos de autodefensa. El proceso, más bien rápido, debe soportar ahora el peso de la continuidad y de una continuidad exitosa, además, so pena de generar el rechazo total de los demás grupos armados, que entrarían a evaluar las ventajas de llevar a cabo un proceso con el gobierno.

    Sobra enumerar los ejemplos que en el pasado han degenerado en asesinatos sistemáticos, cuyo propósito fue el exterminio casi total de los grupos desmovilizados. De ahí que sea primordial

    conocer a fondo el tema.

    Entre más comprendamos todos acerca de la desmovilización, más capacidad vamos a tener para asumir la tolerancia y la visión, no individual sino de país, que debemos tener para que un proceso de estas características realmente funcione.

    Por eso, en este libro lo que se busca es brindar un conocimiento general de lo que el proceso comprende, así como el perfil de quienes viven el conflicto muy de cerca y, por una u otra razón, deciden acogerse a un programa que si bien no es perfecto, tiene como meta ampliar cada vez más su capacidad de respuesta.

    También se quiso tratar el proceso desde una visión un poco más internacional, incluyendo la explicación de un modelo que, aunque aplicable en la generalidad, puede ser adaptable en la particularidad.

    Las desmovilizaciones, generalmente colectivas, que se han vivido otras naciones del mundo, nos proporcionan un panorama más amplio y nos permiten evaluar el desempeño de nuestros propios procesos.

    Si bien en el mundo los procesos de desmovilización y reincorporación de combatientes no han tenido un éxito rotundo porque siempre adolecen de fallas en alguna de sus muy complejas etapas, lo cierto es que, hasta ahora, no existe otro método para dar un final algo más positivo a un conflicto armado.

    Cuando la mayoría se impone a través de una derrota militar rotunda, los vencidos siempre quedan con el resentimiento y la esperanza futura de ver acabados a quienes los sometieron a la fuerza y por la vía armada, lo que genera, a futuro, el retorno a la lucha. Nicaragua es, en América Latina, el caso más claro en este sentido.

    Pero la esencia de esta publicación no es otra que incluir el testimonio de los directamente afectados. Un total de diez crónicas nos introducen en el mundo de la guerra y en la intimidad de unos seres que también son de carne y hueso, que sufren, lloran, ríen y sienten como cualquiera de nosotros.

    Sus vidas –poco comunes por supuesto– son el reflejo de una realidad que vale la pena retratar aquí a través de la palabra, con el único y específico objetivo de acercarnos a escenarios que a veces asumimos como lejanos, ajenos, irreales, como de otro planeta o como parte de una mala película de acción y violencia.

    Hace falta conocer, involucrarse más, tomar parte activa y defender lo que todos sabemos que es necesario para el país. El interés en los diferentes aspectos que comprende la paz será determinante para aglutinar una cantidad cada vez mayor de colombianos en torno a ella. Por eso nace este libro.

    Por eso queremos contribuir a formar tejido humano y social, a través de temáticas que nos ayuden a comprender la realidad que vivimos, de manera que podamos encontrar soluciones que partan de nuestro interior, desarrollando así nuevas y mejores formas de vernos y de ver a Colombia.

    Aparte de los procesos netamente técnicos y de los miles de términos, estrategias y aspectos logísticos tratados por los expertos nacionales e internacionales, lo que definitivamente garantiza el éxito de un proceso de desmovilización desarme y reincorporación de excombatientes a la vida civil es la capacidad que todos los colombianostengamos para aceptar que este camino es el que más conviene para el país, dándonos de paso la oportunidad de interactuar con otros colombianos que, si bien piensan diferente, también tienen algo para aportar a la paz.

    En la desmovilización y reincorporación de quienes han empuñado las armas durante años también podemos tomar parte. Respetar las ideologías ajenas y ofrecer una segunda oportunidad a quienes han reconocido su equívoco y tratan de corregirlo son dos premisas necesarias si queremos enmendar errores, vencer la indiferencia, mejorar la convivencia y reconstruir nuestros valores.

    A bala ya no me matan

    Estaba en compañía de tres individuos.

    La manigua era espesa y el aire pesado y húmedo del verano golpeaba los rostros de estos hombres que parecían gatos en medio de la oscuridad. No había ruido... las pisadas apenas se escuchaban.

    La selva se abrió y en medio de un pequeño llano, los cuatro comandos descubrieron un lago cristalino y limpio como ninguno. La brillantez del agua los cautivó. Repentinamente, varios hombres aparecieron del otro lado, corriendo alocadamente, disparando sin parar y gritando para darse valor frente al enemigo. La balacera fue total.

    Wilson (1) y sus hombres apenas alcanzaron a reaccionar. Las balas penetraron en sus cuerpos.

    (1) El nombre ha sido cambiado para proteger la identidad del protagonista.

    Todos cayeron. La muerte se hizo ama y señora. Miró su piel. Sangraba. Las balas estaban incrustadas en todo su ser. No había dolor. Para él no había muerte. Como si se tratara de un truco de hechicería, la sangre desapareció y los gusanos salieron lentamente de los cientos de heridas que cubrían su cuerpo.

    Wilson se lanzó al agua. El líquido cristalino y limpio lo envolvió. Ante sus ojos asombrados, su organismo herido se curó lenta pero continuamente. Se sintió eterno. A bala no lo matarían. La selva y el lago desaparecieron.

    En medio de la oscuridad, Wilson refregó sus ojos para acostumbrarse a la penumbra. Miró el reloj de números fluorescentes:

    2:00 de la mañana. Una noche más sin dormir.

    Su pensamiento se excitó como en otras tantas noches en vela. La pesadilla reiterativa se detuvo una vez más en el mismo punto, en la misma situación. El sueño, liviano como una pluma, se espantó ante el más leve sonido. Siempre está alerta, como si aún viviera en el monte... constantemente al acecho, esperando atacar o ser atacado.

    Sumido en su desvelo recordó la patada que le dio a Edwin.

    La tarde anterior estaba recostado, totalmente distraído, tratando de descansar, sin pensar, con los ojos cerrados. Edwin entró al cuarto, quería decirle algo. Se acercó a la cama y le pareció que estaba dormido. Tocó su pierna para despertarlo. Lo que sintió después fue el pie de Wilson en el pecho. Cayó sentado.

    – ¡Huy, marica! ¿Por qué me pega?– preguntó aturdido.

    Wilson se incorporó. Respiraba agitado y su cara apenas comenzaba a relajarse luego de aquel sobresalto.

    –Ya le he dicho que no me toque, Edwin; llámeme desde lejos, pero no me toque.

    A pesar del golpe, no sintió pena por su compañero. La verdad, desde hace mucho tiempo, él no sabe lo que es el dolor de perder a alguien, de sufrir por alguien. Siente que la guerrilla le cambió.

    Durante su vida en la selva y el monte, nunca volvió a sentir lástima por nadie. No hay tiempo de eso. Si fue capaz de irse de la casa y dejar a su mamá, la más querida en el mundo, lo demás ya no tiene importancia. Nunca ha llorado por nada, ni por nadie, ni siquiera por un familiar. Es como si algo le impidiera expresarse, sacar ese dolor que lleva por dentro y que él llama remordimiento, aunque no tiene certeza real de lo que es.

    Se sienta en la cama. Tratar de dormir es una misión imposible.

    «Quien tiene enemigos no duerme», piensa. Es una máxima que lo ha acompañado durante mucho tiempo.

    Por eso brinca con cualquier ruido, con cualquier movimiento. Por eso brincó cuando Edwin le tocó la pierna, esa pierna que le duele y de la que lo van a operar. Esa pierna que recibió un disparo certero que le atrofió el movimiento normal, pero que no le impidió seguir viviendo.

    Su cojera es una remembranza eterna. La encargada de recordarle esos años al servicio del narcotráfico y la guerrilla. La misma que le evoca al "Negro Acacio, a Grannobles, al Mono Jojoy, a Urías Cuéllar" y a tantos hombres con los que convivió.

    También es la responsable de traerle a la memoria las bolsas repletas de miles de millones de pesos que no disfrutó, pero transportó, las enormes cantidades de base de coca, los cultivos, la selva, los asesores extranjeros, el tráfico de armas, los combates, la guerra.

    Ese es el motivo que excita su mente. Esa es la razón por la cual no puede dormir bien.

    Carlos Bolas

    El departamento del Guainía es una extensa llanura de vegetación alta, donde el calor es agobiante y la humedad disminuye un poco cuando llega la época del verano. La ganadería, la pesca, la minería del oro y los diamantes, así como el cultivo de algunos productos, entre ellos la palma de Chiquichiqui y el bejuco Yaré, muy utilizados en la artesanía, son los medios de supervivencia con que cuentan los habitantes de esta región del extremo oriente de Colombia.

    La falta de presencia estatal y la incomunicación a las que ha estado sometida esta provincia, generaron la llegada de enormes grupos de colonos interesados en buscar nuevas oportunidades en una tierra en la que todo parecía por hacer. Claro, no llegaron sólo los trabajadores y honrados.

    También se hicieron presentes los que buscaban el aislamiento de la selva para desarrollar negocios ilícitos. Con ellos, apareció el negocio de la coca. La mata como tal ya existía, cultivada seguramente por las comunidades indígenas de la zona. Pero el colono llegó a hacer de ella un negocio, un lucrativo negocio ilícito, además.

    En la frontera con el Vichada, en el norte del departamento, sobre la ribera del río Guaviare, se alza Barrancominas. Una pequeña población en la que el negocio del narcotráfico es, actualmente, la principal fuente de ingresos para buena parte de los habitantes.

    Allí nació y se crió Wilson. Estudió en el colegio Juan Quintín Lame. En quinto de primaria decidió que no quería asistir más a clases. Optó por ayudar a su padre en la finca. Era el menor de siete hermanos, dos de los cuales ya estaban muertos. La guerrilla los había reclutado tiempo atrás y jamás regresaron para relatar la experiencia.

    A finales de 1996 la exuberante región estaba bajo el absoluto dominio de la guerrilla de las Farc. Los narcotraficantes sacaban de la zona enormes cantidades de base y cristal de coca, no sin antes pagar un jugoso impuesto a la guerrilla por cada kilo de alcaloide comprado en estos territorios.

    El día de hoy, las Farc lo controlan todo en el negocio: compran el cultivo, vigilan el procesamiento para producir la pasta base y comercian con los narcotraficantes que vienen a comprarla. Del mismo modo, mercadean la coca ya procesada y la envían fuera del país, a través de los contactos que manejan en el exterior.

    Para aquel entonces, ya el negocio era bastante jugoso. Wilson comenzó a conocer muchos guerrilleros que se acercaban a la finca de sus padres y hablaban con ellos, siempre con la consigna de ver a qué horas crecía el menor para enrolarlo. El Negro Acacio fue uno de los primeros jefes insurgentes que aprendió a identificar.

    Deseoso de trabajar y tener recursos para él y para su familia, Wilson vio la gran oportunidad para obtener buenos ingresos en corto tiempo. Su habilidad para conducir botes de río fue descubierta por un hombre que se dedicaba en ese tiempo a realizar sus propios negocios con droga: Carlos Bolas.

    Luego de su salida de la guerrilla y de su paso por las milicias de las Farc, este individuo se convirtió en el enlace del Negro Acacio con el exterior, básicamente con narcos brasileños, peruanos y turcos, que de cuando en cuando visitaban la zona.

    Los contactos del capo dieron pie para que Wilson trabajara como motorista, haciendo viajes de droga por toda la región. La permanente movilización de base de coca hizo posible que Wilson entrara cada vez más en contacto con las Farc. Si bien la organización maneja el cultivo, procesamiento y comercio del alcaloide de manera clandestina –puesto que son civiles quienes recogen la hoja, la procesan posteriormente en los laboratorios y la transportan–, lo cierto es que esta, a través de sus integrantes, acapara el negocio en la región.

    Tanto así que a la par de su trabajo como motorista y mula, Wilson terminó convirtiéndose en miliciano. Los mandos guerrilleros le entregaron una pistola, lo que representó para él una responsabilidad y un compromiso que lo acercó más a las Farc.

    Hasta ese momento su vida era tranquila. Ganaba buena plata y aunque corría serios riesgos, se sentía protegido dentro de una zona ala que no entraba y de la que no salía nadie sin previa aprobación de los cabecillas guerrilleros.

    Recorriendo los interminables ríos de la zona, Wilson pensaba solamente en su trabajo. Había terminado por convencerse de que así era su vida si quería prosperar en una región donde no había otra alternativa de progreso.

    Se propuso surgir y ser mejor, pero, sobre todo, no pasar penurias económicas, ni permitir que su familia las pasara. Por eso tenía claro que todo lo que hacía era para las Farc, así su jefe inmediato fuera Carlos Bolas. A su convicción, cada vez más acentuada por la situación económica, se sumaron las continuas invitaciones de los guerrilleros que encontraba en sus diversos viajes o visitaban la finca de su papá.

    – Vámonos pa’llá– le decían casi todos los días.

    Aparentemente no lo estaban obligando, pero el hecho de acercarse, confiar en él cada vez más, darle un arma y asignarle algunas tareas de vigilancia e inteligencia, que por provenir de quienes provenían resultaban obviamente obligatorias, hicieron muy comprometedora su situación.

    El calendario marcó el año 1998. Luego de 24 meses de trabajo clandestino con la guerrilla y de insistencia permanente por parte de los jefes insurgentes, Wilson tomó una decisión. Un día, a finales de ese año, él y su padre salieron del rancho donde vivían, rumbo al pueblo. En Barrancominas eran muy conocidos. Wilson, por su relación con Carlos Bolas, despertaba cierto respeto entre los pobladores, lo que no significaba enemistad con sus paisanos. Por eso, ese día se quedó jugando un partido de fútbol con otros muchachos. Su padre, al verlo tan entretenido, decidió regresar a la finca.

    En medio del picadito (2) apareció Albeiro, sobrino del Mono Jojoy y quien se había vuelto muy cercano a él; le tenía confianza. Su otro alias es Trombosis. «Es porque tiene las carracas (3) torcidas», explica Wilson. El partido terminó. Todos sudaban copiosamente.

    (2) Forma coloquial de llamar a un partido de fútbol improvisado.

    (3) Palabra popular utilizada para identificar la quijada.

    Al ver a Albeiro, Wilson se acercó. Habían perdido, pero no importaba. El fútbol, más que el resultado, es lo que le gusta. Se estrecharon la mano y se saludaron con frases cortas, rápidas y entre los dientes.

    – Entonces ¿nos vamos pa’llá?– le preguntó Albeiro.

    – Yo sí me voy, pero de una vez– contestó Wilson.

    Con una sonrisa de satisfacción, Albeiro caminó a su lado mientras se dirigían a la finca. Debía alistarse para partir. Albeiro sacó un fajo de billetes, contó una cantidad y se la entregó a Wilson.

    – Tome –le dijo–. Para lo que le haga falta– continuó.

    Wilson los recibió. Eran 300 mil pesos que fueron a parar en el bolsillo de su pantalón.

    – Yo no necesito nada –le dijo–. Pero sí se los voy a dar a alguien. Albeiro pareció no

    interesarse en la explicación.

    En la finca, Wilson se cambió rápidamente de ropa y alistó un par de mudas en un pequeño morral.

    Dejó a su compañero en el recibo y se internó en la cocina con estufa de leña, donde su hermana terminaba de poner las ollas para el almuerzo.

    – Me voy. Sólo vine a dejarle esto– fue el saludo de Wilson.

    Celina no entendió al principio. Su hermano no acostumbraba a avisar para dónde ni cuándo se iba.

    Recibió lo que él le entregaba. Cada vez más sorprendida, contó uno a uno los billetes.

    –¿Ustéd de dónde sacó esta plata Wilson?– lo interrogó.

    Si bien él aportaba en la casa y recibía dinero con frecuencia, nunca le entregaba plata a nadie, excepto a su mamá.

    – Sé que los necesita, yo no– le contestó.

    – ¿Qué pasa? Esto no es normal– indagó Celina.

    – Me voy para la guerrilla– respondió de una vez.

    Ella dejó salir las lágrimas. Otro de sus hermanos se iba. La historia volvía a repetirse. A lo

    mejor tampoco lo volvería a ver.

    – No lo haga Wilson, aquí está bien. ¿Para qué va a exponerse más?– le suplicó.

    Pero los ruegos y el llanto no sirvieron de nada. Unos minutos más tarde, Wilson y Albeiro abordaban una embarcación en el río Guaviare. Después, ya en el departamento delVichada, entraron en el caudal del río Uva y más tarde se internaron en el caño Cadá. Al final de la tarde, llegaron a un campamento conocido como Los Mangos.

    Había ingresado al frente 16 de las Farc. A su arribo pudo distinguir al Negro Acacio, a Cadete y a Urías Cuéllar, jefe de la columna mixta Juan José Rondón, que venía siendo como una unidad especial del Embo o estado mayor del Bloque Oriental, ubicado en esa época en los Llanos del Yarí.

    Dependían directamente del Mono Jojoy, convirtiéndose como en su guardia personal.

    Por esos días, el 16 delinquía en los departamentos del Vichada, Guainía, Guaviare y parte del Meta.

    El cambio para Wilson no se hizo muy evidente, a excepción de encontrarse en un campamento donde en adelante le tocó vivir. Su jefe, al momento de irse, era Carlos Bolas, pero hasta él trabajaba para las Farc. Por eso para Wilson no fue difícil alejarse del narcotraficante, quien después sería detenido y extraditado a los Estados Unidos, donde actualmente purga condena.

    De alguna forma, el mafioso también producía para los subversivos, lo que no le daba, a la larga, ningún mando concreto sobre el muchacho.

    Ya en el campamento, Wilson comenzó a relacionarse. El Negro Acacio, a quien ya identificaba desde pequeño, fue el primero con el que habló. Con él estaban Cadete, al que también identificaba desde su niñez y es el segundo al mando del frente después de Acacio, y el Negro Oliverio, tercero en línea y paisano de Wilson, no simplemente por ser del Guaviare como él, sino nacido también en Barrancominas.

    Al verlo, los jefes lo llamaron para que se reuniera con ellos.

    –Venga– lo llamó el Negro Acacio.

    Enseguida le brindaron una cerveza que él aceptó gustoso. Tenía sed.

    – Lo felicito –le dijo el jefe insurgente–. Al fin se decidió, ¿no? Yo pensé que nunca se iba a

    venir pa’cá. Wilson esbozó una sonrisa.

    – Pues bueno, aquí estoy de todas maneras. Aunque pa’serle franco, no estoy muy contento.

    El Negro Acacio lo miró con recelo. Luego sonrió con expresión conciliadora.

    – No se preocupe, aquí le va a ir bien –lo tranquilizó Acacio–. Su tono fue firme y contundente.

    La frase, más que un estímulo, parecía una orden.

    – Pues Dios quiera que me vaya bien, porque en realidad...

    La mirada penetrante del jefe guerrillero no lo dejó terminar la frase. Acababa de llegar y aunque no estaba muy convencido, lo mejor era asumir la decisión tomada y enfrentar lo que viniera de ahí en adelante. Más tarde, en sus reflexiones, Wilson aceptó que la opción por la que había optado no era la mejor. Se sentía arrepentido, pero tuvo que reconocer que su elección fue producto de una especie de locura juvenil, porque a pesar de la presión y el compromiso que ya sentía con la guerrilla, la verdad nunca lo habían obligado en forma directa.

    Pasadas las primeras noches en el 16, Wilson recibió la orden de trasladarse al caño Miliciare, en el departamento del Guainía. El caño está situado más abajo por el río Uva, luego de cruzar de

    nuevo el río Guaviare, frontera natural con el Vichada.

    Durante quince días fue adiestrado en manejo de armas. Al final de la instrucción le fue entregada una subametralladora MP-5 y cuatro proveedores de 30 tiros cada uno. La pistola que le habían entregado las Farc cuando trabajaba para Carlos Bolas tuvo que regresársela a un miliciano el mismo día en que decidió irse para el frente.

    Luego de recibir el entrenamiento básico que se procura a los nuevos prospectos, Wilson fue enviado en comisión al Embo o estado mayor del Bloque

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