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La cuestión del ser enemigo: El contexto insoluble de la justicia transicional en Colombia
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Libro electrónico461 páginas7 horas

La cuestión del ser enemigo: El contexto insoluble de la justicia transicional en Colombia

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Este libro es el resultado de reflexiones intermitentes sobre el conflicto y el proceso de paz en Colombia desde el año 2000 siguiendo la pregunta acerca de la guerra interna como modo de subjetivación, y las correspondientes relaciones sociales basadas en la partición amigo/enemigo. La primera parte describe dos formaciones de saber: la que se ocupa de la violentologia y la que explica la necesidad de una reforma agraria. La segunda parte plantea los alcances de la justicia transicional bajo la óptica del perdón. Y la tercera propone la deconstrucción de la división amigo/enemigo en un horizonte de transformación de la guerra en función de la no repetición y la reconciliación.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 jul 2018
ISBN9789586655316
La cuestión del ser enemigo: El contexto insoluble de la justicia transicional en Colombia

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    La cuestión del ser enemigo - Adolfo Chaparro Amaya

    La cuestión del ser enemigo

    El contexto insoluble de la justicia transicional

    en Colombia

    BIBLIOTECA UNIVERSITARIA

    Ciencias Sociales y Humanidades

    Filosofía política y del derecho

    La cuestión del ser enemigo

    El contexto insoluble de la justicia transicional

    en Colombia

    Adolfo Chaparro Amaya

    Chaparro Amaya, Adolfo

    La cuestión del ser enemigo: el contexto insoluble de la justicia transicional en Colombia / Adolfo Chaparro Amaya. – Bogotá: Siglo del Hombre Editores y Universidad del Rosario, 2018.

    336 páginas; 21 cm. – (Biblioteca universitaria de ciencias sociales y humanidades)

    Incluye bibliografía

    1. Justicia transicional - Colombia 2. Conflicto armado - Colombia 3. Víctimas de la violencia - Colombia 4. Proceso de paz - Colombia 5. Filosofía del derecho I. Tít. II. Serie.

    340.115 cd 21 ed.

    A1599235

    CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango

    La presente edición, 2018

    © Adolfo Chaparro Amaya

    © Siglo del Hombre Editores

    www.libreriasiglo.com

    © Universidad del Rosario

    www.urosario.edu.co

    Carátula

    Amarilys Quintero

    Armada electrónica

    Ángel David Reyes Durán

    ISBN: 978-958-665-530-9

    ISBN PDF: 978-958-665-532-3

    ISBN EPUB: 978-958-665-531-6

    Desarrollo ePub

    Lápiz Blanco S.A.S.

    Hecho en Colombia-Madein Colombia

    Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida ni en su todo ni en sus partes, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de los editores.

    CONTENIDO

    Prólogo

    2002-2017: GENEALOGÍAS  DEL SER ENEMIGO

    La deconstrucción del fundamento

    Nuestra matriz religiosa de la figura de enemigo

    El enemigo interno

    La proliferación de los enemigos del sistema

    Consecuencias

    2005-2009: LAS EXPLICACIONES  DEL CONFLICTO ARMADO

    De la explicación estructural al lenguaje de los derechos

    La hipótesis territorial

    La tesis de la acción racional

    ¿Guerra civil o conflicto inacabado?

    La tesis sincrética

    La dialéctica del Único

    Conclusiones

    2005: LA FUNCIÓN CRÍTICA DEL  PERDÓN SIN SOBERANÍA EN PROCESOS DE JUSTICIA TRANSICIONAL

    Los límites del poder soberano

    La articulación paradójica del perdón sin soberanía

    Memoria/verdad

    Perdón/justicia

    Olvido/reparación

    Algunas conclusiones y otras predicciones

    2012: PERDÓN Y POPULISMO MORAL.  LA LEY DE JUSTICIA Y PAZ

    Populismo y significante

    La fuerza hegemónica del discurso

    El perdón a los vencedores

    La cuestión moral

    El derecho por fuera del derecho o la frontera incierta de los ilegalismos

    Conclusiones

    2015: EL AXIOMA DE LA RENTA DE  LA TIERRA EN LA RETROSPECTIVA  DE LA CONTRARREFORMA AGRARIA

    Breve historia del problema

    El modelo teórico del desarrollo agrario liberal

    La contrarreforma agraria: Una solución que agudiza el problema

    Escenarios de la política por venir

    2015: EL AXIOMA DE LA RENTA DE  LA TIERRA EN LA RETROSPECTIVA  DE LA CONTRARREFORMA AGRARIA

    Breve historia del problema

    El modelo teórico del desarrollo agrario liberal

    La contrarreforma agraria: Una solución que agudiza el problema

    Escenarios de la política por venir

    2018: ACORDAR LA PAZ EN COLOMBIA O LA COSA MISMA DE LA FILOSOFÍA

    El contexto polemológico

    De la no-repetición a la re-evolución y la reconciliación

    La hostilidad absoluta o la cosa misma de la filosofía

    CONJETURAS

    POSDATA

    BIBLIOGRAFÍA

    EL AUTOR

    […] porque si nada nos hiciera daño,

    no necesitaríamos de ayuda alguna,

    y así nos sería claro entonces que

    solo por causa del mal deseamos y amamos el bien,

    porque es el bien como la medicina contra el mal,

    y el mal la enfermedad; pero, no habiendo enfermedad,

    tampoco hay necesidad de medicina […]

    de manera que si el enemigo desapareciera,

    pienso que ya no habría para nosotros amigo.

    Platón, Lysis, 220 c/e

    PRÓLOGO

    Una lectura optimista del conflicto interno en Colombia diría que estamos ante una disyuntiva histórica y que, de los debates provocados por la negativa a los acuerdos de paz, finalmente va a resultar una solución equilibrada. En una vena más realista, pienso que lo que hoy vivimos en Colombia es el tiempo de una fatalidad que no parece llegar a su fin, que no está inspirada ya en un buen fin y, por tanto, no encuentra su término ni aclara su finalidad. En esa encrucijada, el libro se propone pensar qué sentido tiene la guerra interna como modo de subjetivación, y trata de responder a la pregunta acerca de por qué no hemos logrado, como diría Jacques Derrida, que ninguna política, ningún lazo social como lazo político tenga sentido sin ella, sin su posibilidad real (1998, p. 156).

    En otros términos, y sin la pretensión de responder a la complejidad con que fue formulada, sigo la hipótesis planteada en su momento por María Teresa Uribe según la cual en Colombia la guerra y la violencia han sido ejes estructurantes y vertebradores del Estado nacional (1999, p. 23). Al plantear su hipótesis, M. T. Uribe estaba comprobando que la guerra había ido generando varios órdenes políticos alternativos con pretensiones soberanas, al tiempo que consideraba la guerra como el eje que le daba permanencia y continuidad al conjunto que llamamos Colombia. Al final, en un ejercicio dialéctico de interpretación histórica, se preguntaba si esos órdenes habrían construido una urdimbre común para lo que llamamos Nación (p. 24).

    Si bien nuestro texto parte de una hipótesis semejante, las posibles respuestas se remontan a modos de subjetivación diseminados en la historia de forma distinta: de una parte, arraigados en la Conquista y, de otra, acotados por el desenlace que ha tenido el conflicto armado en los últimos años. Después de más cincuenta años de lucha contra las Farc, los colombianos han votado mayoritariamente por la negativa a refrendar los acuerdos del Gobierno con esa guerrilla. Tal certeza colectiva, si bien apenas mayoritaria, da mucho que pensar a la filosofía. Sin embargo, no es fácil asumir previamente un punto de vista puramente teórico o conceptual. Al evaluar la historia reciente del conflicto, la realidad de las relaciones de poder que lo han hecho posible parece ir demasiado rápido respecto a los conceptos, las negociaciones y los procedimientos jurídicos. El hábito de la guerra interna ha tenido un efecto entrópico de indiferenciación entre lo político y lo militar, entre los métodos de la extrema derecha y la izquierda extrema, entre la rebeldía y el terror, entre la economía y el narcotráfico, entre la corrupción y la administración, entre la seguridad y la reconciliación— que no se resuelve con principios normativos o explicaciones monocausales de lo social.

    Por lo demás, la discusión pública no se ha ocupado tanto en registrar, enjuiciar y detener los daños de la guerra hacia el posconflicto, sino en escuchar las razones y los pretextos para seguir en la dinámica del conflicto. Frente a esa dislocación del sentido común respecto del futuro, el texto no se adelanta a negar la guerra por razones morales, sino que intenta examinar hasta qué punto la guerra misma, y las correspondientes relaciones sociales basadas en la partición amigo/enemigo tienen sentido en la consideración del otro que somos nosotros mismos. Por tanto, es apresurado hablar de posconflicto en sentido estricto. La suspensión del conflicto interno ha generado diagnósticos y análisis diferentes en cada época, igual que su prolongación ha frustrado la transición hacia el posconflicto en muchas ocasiones.

    No es mi intención hacer una historia de los procesos de paz en Colombia. Aun así, quisiera aclarar que este libro es el resultado de reflexiones intermitentes sobre el conflicto y el proceso de paz en Colombia desde el año 2000. Las fechas 2002, 2005, 2009, 2012, 2015, 2018 operan como títulos de capítulo y capas del pasado activas en el presente, momentos de una historia que no termina de cerrarse en función de la violencia inacabable que tiende a prolongar la duda sobre si estamos o no en el día después del conflicto armado interno. Tres de los capítulos han sido publicados anteriormente como artículos o como capítulos de libro, los otros tres son inéditos. Cada capítulo plantea marcos filosóficos de comprensión para problemas específicos de la historia reciente del país, centrando la atención en autores como Jacques Derrida, Carl Schmitt, Michel Foucault o Ernesto Laclau, pero también en científicos sociales y periodistas de opinión. En cada capítulo se exploran los enunciados del problema que hace eco en el presente fechado, y se apoya en un corpus de conceptos que lo describen en su genealogía y en su actualidad.

    El capítulo primero (2002-2017) aborda el concepto de enemigo desde la formulación schmittiana original, y desde la deconstrucción derridiana posterior, con el fin de establecer una genealogía ‘propia’ de la figura del enemigo en un momento en que con el ascenso de Álvaro Uribe al poder (2002) esa figura adquirió una especial intensidad por la declaratoria de la guerra del Estado contra las Farc como un propósito central e ineludible de su gobierno. Parto de la cartografía de la figura de enemigo como una cuestión de método para avanzar en el examen del postulado según el cual es la singularidad de las genealogías, las narraciones, los procesos y las historias, la que permite asociar o disociar de una forma completamente diferente los conceptos de pólemos, stasis, phília, frater, hostis, inimicus (Derrida, 1998, p. 144), abriendo un campo empírico trascendental que hace especialmente compleja la pregunta por la amistad y la enemistad, sea cual fuere el contexto de su definición concreta. El transcurso genealógico muestra dos cosas: la importancia de la Conquista en la definición de la figura de enemigo y la dificultad para hablar en Colombia de un Estado que haya nucleado étnicamente o a través de una narrativa común la historia de la nación.

    Este primer capítulo se complementa con el sexto y último (2018), con el propósito de aclarar el rol que la figura de enemigo tiene en las discusiones recientes sobre el Acuerdo de Paz firmado entre el gobierno Santos y la guerrilla de las Farc, en el contexto de la emergencia inesperada de un cierto pathos religioso que ha venido a intensificar lo político. Tratándose del final del libro, en el último apartado he querido responder a la pregunta de Derrida por la cuestión del enemigo como la cosa misma de la filosofía, para nosotros, un problema central en el examen por la constitución ontológica del sujeto político.

    El segundo capítulo (2005-2009) es un intento por reconstruir la llamada violentología como una formación de saber específica de las ciencias sociales en Colombia, siguiendo ciertas pautas arqueológicas y genealógicas de la obra de Foucault. El acontecimiento es, en este caso, la riqueza descriptiva y analítica que desde el final de los años setenta se ha ido decantando en la academia —y en otros centros de investigación— sobre las causas y posibles soluciones al conflicto armado. El núcleo de la reconstrucción es la dificultad básica para dar un concepto consensuado a lo que hoy llamamos conflicto interno: violencia, insurgencia, guerra civil, terrorismo son algunos de los términos utilizados sin éxito hasta hoy. Inmerso en ese maremágnum, quisiera mostrar las formas de lo político que acompañan las figuras de enemigo presentes en las explicaciones y en las interpretaciones que los científicos sociales han ofrecido de la violencia.

    La continuidad de ese intento justifica la introducción del quinto capítulo (2015) dedicado a reconstruir la reiterada discusión económico-política que investigadores colombianos han planteado a la hora de explicar la necesidad y entender la imposibilidad de una reforma agraria en Colombia (Salomón Kalmanovitz, entre otros). El argumento histórico es que la violencia en Colombia, en buena parte, es concomitante a la reversión de la reforma agraria de 1936, y que desde los años noventa, con la entrada decidida de las fuerzas paramilitares en el conflicto, esa reversión habría derivado en lo que se conoce como la ‘contrarreforma’ agraria, protagonizada por una alianza todavía en investigación entre políticos, hacendados, fuerzas paramilitares y el capital emergente del narcotráfico. Para ello, sigo especialmente las tesis de Gustavo Duncan con el fin de mostrar los efectos patrimoniales, institucionales y de control social que tuvo el giro (narco)paramilitar en la definición territorial del conflicto. Casi todos los diagnósticos y recomendaciones de los científicos sociales contrastan con la realidad del monopolio creciente de la propiedad territorial, con todo lo que ello implica en términos de violencia, migración, desplazamiento y falta de recursos, infraestructura e institucionalidad agraria. En buena parte, las conclusiones de este capítulo justifican el subtítulo del libro.

    El núcleo sobre justicia transicional se desarrolla en el capítulo tercero, con el propósito de aclarar la coherencia de los pares memoria/verdad, perdón/justicia, olvido/reparación desde la perspectiva teórica del perdón incondicional —sin soberanía— planteada por Derrida, en el contexto de la imposible negociación del primer gobierno Uribe con las Farc. La idea es mostrar la riqueza de los conceptos, que en su momento parecían contener la potencia terapéutica y restauradora ideal para salir del conflicto. En la presentación se plantean las virtudes de un perdón sin soberanía a la hora de hacer de las víctimas los protagonistas del proceso y, a la vez, entender que la coherencia del modelo y/o su institucionalización no es suficiente para llevar a cabo un proceso genuino de justicia transicional.

    Dado que la negociación con las guerrillas nunca sucedió en ese periodo y que, a cambio, se llevó a cabo la negociación con los paramilitares a través de la Ley de justicia y paz, el capítulo cuarto muestra la inutilidad del esquema de justicia transicional en el diseño de ese proceso particular. Siguiendo a Ernesto Laclau defiendo la hipótesis según la cual la fórmula populista de la creación de pueblo se hizo efectiva alrededor de la Seguridad Democrática, lo cual permitiría explicar tanto el ascenso de Álvaro Uribe a la presidencia como el tipo de desmovilización llevada a cabo en su gobierno; por cuyas falencias respecto de un modelo coherente de justicia transicional se perdió la oportunidad de llevar la violencia paramilitar a un punto de no retorno y no repetición en Colombia. Sin embargo, como se vería en la historia posterior, además de la incidencia del mandato del expresidente, de ese resultado habría que responsabilizar al pueblo que por distintos motivos e intereses legitimó sus decisiones, muchas de ellas contrarias al orden jurídico y la institucionalidad.

    A su vez, el discurso de la justicia transicional funciona como un eje transversal que ha venido a renovar el lenguaje de la política poniendo en primer plano la necesidad de transformar la sociedad a partir de un acuerdo mínimo de no-repetición de la violencia política y con el objetivo de realizar un mínimo sustancial de esos principios en toda la sociedad, especialmente respecto de las víctimas y en los territorios afectados históricamente por el conflicto armado. Al final, sugiero que la puesta en cuestión del enemigo debería desdoblarse en una cuestión ética a fin de poner en juego la soberanía mínima de los individuos y las comunidades para cuestionarse a sí mismos antes de aceptar, reconocer o definir a x otro como enemigo. Todo ello, con la idea de activar la posibilidad común de conjurar la fatalidad de una nación enferma presa de una (supuesta) violencia inacabable.

    Este pequeño cuadro temático del libro sirve para mostrar una estructura de comprensión que no tiene el propósito de agotar el problema sino de mostrar las variaciones políticas y discursivas que sufre a lo largo de la historia reciente de Colombia, desplegando la dinámica del discurso sobre el conflicto en niveles que no siempre se comunican entre sí. En efecto, el núcleo conceptual de la justicia transicional de los capítulos centrales (tercero y cuarto) se cruza puntualmente, pero no sigue los intentos de explicación socio-histórica del conflicto (capítulos segundo y quinto); de la misma manera que la figura de enemigo (capítulos primero y sexto) aparece como telón de fondo de la justicia transicional, moviliza subjetivamente la historia y preside las decisiones políticas y militares en los procesos de amnistía y desmovilización, pero solo ahora resulta crucial en la implementación de puntos nodales del Acuerdo de Paz.

    La organización temporal del texto crea una cierta complejidad en su disposición interna. Cada capítulo tiene un presente desde el cual se evoca un pasado específico y se asumen expectativas de futuro limitadas por lo que se sabe o el autor conoce en cada momento/capítulo particular. Por eso, si bien, el experimento que significa la organización temporal del texto es coherente con la temporalidad misma de los procesos descritos, eso no impide que los datos, las estadísticas, las leyes o las formas de nombrar y enfocar ciertos fenómenos pierdan vigencia de un capítulo a otro, y en relación con el presente del lector. Pido excusas por los momentos de confusión que ese experimento pueda ocasionar. Pero quizás no sea mayor que la confusión histórica que deriva de la continua imbricación del conflicto y el posconflicto en la vida de los colombianos.

    Ahora bien, de una parte, lo que parece un obstáculo sirve también para mostrar los avances, los avatares y las incongruencias que genera el conflicto en las grandes decisiones del país en cada periodo. De otra parte, esa textura temporal expresa las dificultades para establecer un criterio totalizante que pudiera englobar el conjunto. Puesto en otros términos, la guerra misma y su articulación con parte de la sociedad civil y las instituciones imponen lo que M. T. Uribe llama órdenes alternativos que desbordan performativamente los diagnósticos de la academia y los intentos de una visión común de país entre los colombianos. A pesar de eso, o justo por eso, a medida que nos acercamos al presente, el recorrido se va decantando en dos grandes líneas que intentan dar cuenta de las genealogías, las teorizaciones, los desarrollos históricos, las elaboraciones políticas, las formas de ocupación del territorio y el impacto sobre los modos de subjetivación de la sociedad en su conjunto: alrededor de las guerrillas y los paramilitares, entendidas como las figuras de enemigo que afectan nuestra historia presente y configuran una visión común necesariamente problemática.

    En compensación, espero que la mirada sincrónica que abre progresivamente los diferentes ámbitos del problema —justicia transicional, estructura contextual del conflicto, cuestión filosófica del enemigo— sea compatible con la disposición temporal de los capítulos. En la medida en que cada ámbito se desdobla en su propio desarrollo histórico, los tres primeros capítulos se desdoblan en los tres subsiguientes que sirven de respuesta, realización histórica y/o intensificación de los conceptos. Lo cual, en realidad, no es una estrategia argumentativa sino una manera de dar cuenta de fenómenos intrínsecos al desarrollo del problema: la prolongación indefinida de la guerra, la indistinción progresiva entre conflicto y posconflicto, la mezcla indiscernible entre los procesos de paz y los procesos políticos. Las conclusiones a que conduce esa indecibilidad del conflicto son más bien pesimistas, pero no es mi intención intentar una respuesta a la condición de imposibilidad de la paz y la reconciliación o plantearla como un simple diagnóstico. En ese sentido, la conclusión es un intento de traducción filosófica de lo posible.

    Cabe aquí una aclaración sobre la deconstrucción como método filosófico. Siguiendo a Derrida es posible llevar la deconstrucción a límites insospechados, entre ellos, establecer el perdón como una instancia trascendental paralela a los acuerdos, cálculos y procedimientos del proceso de paz; mostrar los límites de la teoría jurídica de la guerra; subjetivar radicalmente la noción objetiva de enemigo; involucrar/secularizando el fondo religioso de muchos de los conceptos propios de la justicia transicional. Para lograrlo, es necesario recurrir a distintos procedimientos: hacer la genealogía de los conceptos y/o la historia del problema, examinar los fundamentos de las interpretaciones históricas, abrir la escritura a la heterogeneidad de conexiones que altera la homogeneidad de los conceptos previos, abandonar las jerarquías disciplinares y explorar otras fronteras entre filosofía, ciencias sociales y opinión pública.

    En muchos pasajes he decidido mezclar deliberadamente los conceptos con los fenómenos para mostrar cómo la construcción y la deconstrucción conceptual no tienen una zona de refugio teórico o normativo que les permita prescindir de (el caos de) los hechos para afirmar el (orden del) discurso. En cierto modo ese es el procedimiento del propio Schmitt cuando intenta justificar sus conceptos con análisis escogidos de la historia política. Pero, en lugar de limitar la descripción de los ejemplos, he tomado las investigaciones de las ciencias sociales y los artículos de opinión que consideraba pertinentes para dar un continente histórico suficientemente denso a cada contenido conceptual específico. El uso de tal diversidad de fuentes se explica, sobre todo, por la circunstancia histórica que vivimos los colombianos ante la realidad incierta del Acuerdo de Paz con la guerrilla de las Farc. Sin esa ocasión, muchos juicios, tan precarios y transitorios como las circunstancias que los motivan, no tendrían lugar. Habrá que aceptar entonces que, en ciertos momentos, el filósofo debe establecer relevos incesantes entre la tarea teórico conceptual y su capacidad de juicio frente a las circunstancias. De esa manera el texto adquiere una cierta performatividad política, y le permite al autor ubicarse en el lugar de enunciación de cualquier ciudadano interesado en aclarar el pasado/presente de la guerra y el futuro/posible del proceso de paz.

    ***

    Agradezco los comentarios de Beira Aguilar, Carolina Galindo, Amalia Boyer, Gustavo Chirolla y Wilson Herrera, los cuales me han llevado a precisar argumentos puntuales, consultar nuevas fuentes y profundizar el conjunto de la investigación.

    2002-2017: GENEALOGÍAS

    DEL SER ENEMIGO

    ¹

    Hay una versión novelesca del mundo que no puede prescindir de los enemigos, los antihéroes, los malditos. Para comprobarlo hoy basta analizar una película de acción y desmontar, sin mucho esfuerzo, el maniqueísmo dramático que sostiene la industria del entretenimiento. Quizás resulte más interesante hacer un ejercicio autobiográfico para descubrir los enemigos en nuestra propia película cotidiana. Así mismo podemos hacerlo en el plano cultural, inscrito en lo que se llama el tejido social, o en el campo propiamente político. Hay, pues, muchas clases de enemigo. En todas las épocas, religiones, gobiernos y culturas. La oposición: femenino/masculino, atraviesa estas variables manteniendo la ambigüedad sobre si hombres y mujeres somos amigos o enemigos entre sí. Por lo demás, siempre es posible encontrar perspectivas filosóficas que hagan de una simple experiencia un verdadero universal. Aunque sea por la vía negativa. Como sugiere Jacques Derrida, cuando encontramos a alguien que está loco de sí, loco del yo, es probable que en su locura vea al enemigo como el no-yo y que termine convirtiendo al mundo entero en su enemigo (Derrida, 1998, p. 185).

    En este libro, y debido a nuestro propósito: aclarar el (pos)-conflicto armado en Colombia, prefiero restringir el objeto de la cuestión siguiendo la pista trazada por el propio Derrida en su lectura de Carl Schmitt, en parte por su pertinencia en nuestro caso, en parte por la astucia deconstructiva con que Derrida ha escogido al propio Schmitt como su enemigo teórico sin satanizarlo a priori y sin ignorar su valor teórico y analítico. Aunque el caso judío ya merecía un enfoque radicalmente distinto², hasta la Segunda Guerra Mundial era común conceptualizar el enemigo como un enemigo objetivo del Estado, preferiblemente como perteneciente a otro estado que fuera o pudiera ser objeto de una confrontación armada. De esa manera, la enemistad se objetiva en la definición ontológica del enemigo dentro de la posibilidad y/o las circunstancias de una determinada guerra interestatal que pone en peligro la existencia de la comunidad política. En ese sentido lato, y en cierto modo definitivo, Carl Schmitt (2001b, p. 179) define el enemigo como "el conjunto de hombres que combate, al menos virtualmente, o sea sobre una posibilidad real, y que se opone a otro agrupamiento humano del mismo género.³ Hay, sin embargo, una condición previa que no todas las agrupaciones sociales cumplen a la hora de entrar en guerra con cualquiera otra. Schmitt le adjudica al Estado, en cuanto unidad sustancialmente política y en su condición (bio)política determinante, la atribución inmensa de declarar la guerra y, en consecuencia, de disponer abiertamente de la vida de las personas. Lo cual significa, básicamente, requerir del pueblo la disponibilidad a morir y matar". Todo ello, a condición de concebir el Estado normal —en el cual las normas legales pueden ser aplicadas⁴— como aquel que es capaz de asegurar en el interior de su territorio la tranquilidad, la seguridad y el orden suficientes y necesarios para garantizar la armonía de la comunidad política (Schmitt, 2001b, p. 193).

    La presentación de Schmitt resulta tan rotunda como incierta. A mi juicio, el problema de la objetividad y la restricción analítica del concepto de enemigo es que deja por fuera situaciones conflictivas que se dan al interior de las diferentes sociedades y que intensifican políticamente la figura del enemigo, en especial después de los años cincuenta del siglo XX.⁵ Desde luego, el enemigo se hace explícito en el contexto de la guerra, pero su importancia es cada vez mayor en el ámbito de la lucha social y la disputa política. Consciente de esas transformaciones, y utilizando como argumento el efecto que las revoluciones Rusa y China han tenido en la concepción de lo político, el propio Schmitt abre el concepto de enemigo a la figura del partisano. Sea como producto de luchas comunistas, nacionalistas y/o anticoloniales, el partisano establece un polo no reglado de la guerra que se caracteriza por la movilidad y la sorpresa del accionar de sus tropas (distinto al enfrentamiento de dos cuerpos armados), por el recurso a la ilegalidad (con una justificación política) y por la forma en que involucra a la población civil en el conflicto.⁶

    Sobre esa secuencia acotada por el propio Schmitt en El concepto de lo político, este apartado introductorio se propone, (i) seguir la deconstrucción que hiciera Jacques Derrida del concepto de lo político de Schmitt, en lo que atañe a la ­distinción entre guerra interestatal y guerra civil; (ii) establecer una primera genealogía de la figura del enemigo que atienda a los criterios religiosos e imperiales de la Conquista; (iii) trazar las grandes líneas de una segunda genealogía, más cercana a la Teoría del partisano y al problema de la despolitización (Schmitt), que dé cuenta del contexto histórico del conflicto armado interno en Colombia.

    LA DECONSTRUCCIÓN DEL FUNDAMENTO

    En El concepto de lo político, Schmitt define ontológicamente el enemigo como "el otro, el extranjero (der Fremde), al que se puede dar muerte dentro de una confrontación que ponga en peligro la existencia y/o la seguridad el Estado (2001b, p. 177). Con esa precisión referencial logra reducir el concepto a su significado concreto existencial, y evita cualquier remisión simbólica o puramente metafórica. La siguiente precisión es acerca del alcance del concepto en un ámbito teórico de lo político y no de lo económico, lo moral o lo psicológico. La prescripción clave en este caso es evitar la interpretación del concepto en un sentido individualista o como la expresión de sentimientos y tendencias privadas de odio y antipatía (Schmitt, 2001b, p. 178). El argumento es que no es necesario odiar al enemigo en sentido político, y solo en la esfera privada tiene sentido amar al enemigo, o sea al adversario (2001b, p. 180). En ese sentido —y dado que la lengua alemana, igual que muchas otras, no distingue entre enemigo privado y político, lo cual a su juicio provoca un sinnúmero de equívocos y aberraciones"— enemigo será definido como el hostis, esto es, como el enemigo público y no como el adversario (adversarius) o rival (rivalis), ni como el inimicus entendido como el enemigo personal en sentido amplio (2001b, pp. 104 y 179). En el intento de acotar el campo de lo político, Schmitt descarta los ámbitos de la economía y la controversia intelectual, en cuanto que enemigo no es el competidor ni el simple contradictor. Al final, en lugar de sumar características derivadas de las posibles relaciones, Schmitt define la enemistad política por las cualidades de intensidad y límite, en cuanto el antagonismo político es el más intenso y extremo de todos y cualquier otra contraposición concreta es tanto más política cuanto más se aproxima al punto extremo, el del agrupamiento con base en los conceptos de amigo-enemigo (2001b, p. 180).

    Si bien la primera definición de enemigo se da en términos de política interestatal, la unidad política del Estado exige también la capacidad del Estado para determinar por sí mismo al enemigo interno (Schmitt, 2001b, p. 193). Schmitt recuerda las tantas formas históricas de proscripción, destierro, ostracismo que ponen fuera de la ley al enemigo interno, pero es en el texto sobre El partisano en el que desarrolla juiciosamente la intensificación de la política interna como una posibilidad real de llegar a la guerra civil (2001b, p 182). En cualquier caso, es al Estado al que se le atribuye la posibilidad de determinar quién es el enemigo interno o externo, y combatirlo. Ambos modos de enemistad coinciden en cuanto remiten al Estado, pero las diferencias jurídicas de su resolución parecen insalvables. Mientras el enemigo objetivo se define por su existencia concreta en las guerras entre ejércitos regulares estatales, donde cada Estado es reconocido por su soberanía en cuanto portador del ius belli, es de la esencia del partisano el estar fuera de cualquier acotamiento distinto al de la confrontación bélica, por eso no otorga ni espera gracia o justicia de parte del enemigo (Schmitt, 2013, p. 28). En la medida en que se define como la lucha entre soldados de ejércitos nacionales opuestos que se miran con la distancia que otorgan las fronteras, en la guerra interestatal los soldados enemigos se respetan en cuanto tales y no se discriminan mutuamente como criminales (2013, p. 28). De ese modo, los pactos de paz siempre son posibles. En la guerra civil o en el conflicto interno (stasis) esos convencionalismos desaparecen, por lo que la intensidad de la oposición tiende a entrar en círculos de terror y contraterror hasta la aniquilación total (2013, p. 29). En definitiva, para Schmitt —en la medida en que se definen desde el partisano, el guerrillero o el revolucionario— la guerra civil y la guerra colonial ponen en cuestión la guerra regular entre Estados como modelo clásico (2013, p. 29).

    Sin embargo, mientras en Schmitt se trata de reformular el modelo clásico, en Derrida la cuestión del modelo se constituye en el pretexto para deconstruir la diferencia entre guerra estatal y guerra civil, entre enemigo objetivo y partisano, más allá de los modelos político-jurídicos disponibles. Para ello, recurre inicialmente a la lectura que Martín Heidegger hiciera de Heráclito con el fin de establecer el alcance de pólemos como una instancia anterior a cualquier figura de enemigo o a cualquier guerra entre humanos. En esa instancia originaria, pólemos remite a fuerzas, choques, violencias y/o desacuerdos cósmicos y naturales, que han sido descritos por la ciencia y por los relatos de muchas culturas como concomitantes al origen del mundo (Derrida, 1998, p. 398). El mundo estaría habitado, habría sido posible, por una violencia anterior que, sin ser propiamente metafísica, tiende a volverse mítica (Derrida, 1997, p. 82 y ss). No es fácil defender un campo trascendental o un principio explicativo que subsuma en su coexistencia el caos, el conflicto, la guerra y la enemistad, como si se tratara de una secuencia necesaria de conceptos derivados del Mal. Desde luego, podemos adjudicarle al daño de las guerras de ­Conquista o del conflicto interno un principio del Mal que estuviera a la base de la historia. Pero ese tipo de razonamiento tiene la dificultad que presenta un principio sin fuerza explicativa, esto es, deja intacta la forma como relacionamos ese principio como causa con el daño que sería su efecto. Al final, es el efecto el que tiende a hacernos creer en el principio que lo justifica. Esa dificultad hace muy difícil justificar un principio del Mal propiamente metafísico, aunque no deje de proliferar en su originariedad mítica. Habría que traducir esa violencia a una genealogía de las relaciones de fuerzas, lo que hace Foucault siguiendo a Nietzsche, y tendríamos entonces un fundamento del mal diseminado en los relatos míticos del origen cósmico que puede ser traducido, a continuación, en una genealogía de las fuerzas inscritas en el diagrama de las relaciones de poder específicas que constituyen lo social. La mayoría de las culturas han enaltecido la figura del guerrero en algún momento de su historia, y muchas cuentan con relatos que dan cuenta de esa anterioridad del caos, la oscuridad y/o la guerra como fuerzas agenciadas por instancias y entidades de carácter sagrado, no humanas. Esa coincidencia sugiere descentrar el logocentrismo que atañe a los fundamentos de la teoría política diseminando las prácticas y el sentido de la relación fuerza/ley y guerra/política en la diversidad cultural americana.

    Aunque resulta tremendamente sugestivo, no es este el lugar para explorar a fondo la idea del Mal como un desafío pragmático y metafísico. Simplemente quería resaltar lo que de esa cosmovisión coincide con una teoría de la relación amigo/enemigo, en cuanto ambas remiten a un ámbito preindividual y a una producción de inconsciente que no se agota en la pura manifestación de la hostilidad. Aun así, se puede resaltar un paso de lo cósmico a lo social que, si bien tiene la impronta de la tradición judeo-cristiana, es extensible a otras culturas al menos por la vía de la colonización. Se trata de una genealogía interna del paso del gran Otro: Dios —al cual se le pueden adjudicar los mayores males o los mayores bienes como parte de un destino necesariamente justo e inexplicable— a la relación de los sujetos con cualquiera otro. Del deseo absoluto inalcanzable que encarna el Otro se pasa entonces al deseo del deseo de ese cualquiera otro: el sujeto solo desea en la medida en que percibe al otro como deseante, como sede de un deseo indescifrable […] no solo el Otro se dirige a mí con un deseo enigmático, también me confronta por el hecho de que yo mismo no sé qué es lo que realmente deseo, con el enigma de mi propio deseo (Zîzêk, 2008, p. 51). La dimensión insondable de lo que es el otro ser humano deviene especialmente problemática en el imperativo de amar al prójimo como a uno mismo propio del judaísmo. No solo porque en el otro, en palabras de Zîzêk, acecha siempre el abismo insondable de una Otredad radical, de alguien sobre el que en última instancia no sé nada (2008, p. 51), sino porque señala un núcleo traumático que parece residir en el otro, en el enigma de su deseo, pero que en la inevitable relación refleja hace impenetrable mi propio deseo para el otro y para mí mismo. La noción de otro implica la responsabilidad absoluta con el otro que plantea Emmanuel Levinas, al tiempo que abre la paradójica monstruosidad del prójimo en lo que tiene de insoportable e impenetrable como objeto de nuestro deseo. Como insiste Slavoj Zîzêk, el prójimo es la Cosa (diabólica) que acecha potencialmente detrás de la familiaridad de todo rostro humano (2008, p. 52). Esa lectura es compatible y está genealógicamente activa en el estado de naturaleza de Thomas Hobbes. Justamente, por la resonancia social del trauma individual del otro en Hobbes, es plausible pasar de la distancia que plantea la monstruosidad del vecino a la posibilidad de la guerra interna o civil (stasis) como un asunto entre prójimos. En efecto, a la stasis se la entiende como una manifestación interna de la guerra, como un tipo de guerra civil ligada a la figura de la desnaturalización (Derrida, 1998, p. 133). Parafraseando a Platón, el conflicto interno se entiende como un mal, una enfermedad, un parásito o un injerto, un cuerpo extraño dentro del cuerpo político propio, en su cuerpo propio (Derrida, 1998, p. 133), en definitiva, como una suerte de desnaturalización de la naturaleza social en el núcleo de la propia sociedad. La desnaturalización obedece a la imposibilidad de definir el cuerpo extranjero como un enemigo que viene desde fuera, esto es, a la aceptación que la pérdida de inmunidad del organismo social

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