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Tantas voces, una historia.: Italianos judíos en la Argentina 1938-1948
Tantas voces, una historia.: Italianos judíos en la Argentina 1938-1948
Tantas voces, una historia.: Italianos judíos en la Argentina 1938-1948
Libro electrónico524 páginas7 horas

Tantas voces, una historia.: Italianos judíos en la Argentina 1938-1948

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Entre los años 1938 y 1948 llegaron a la Argentina un millar de judíos italianos como consecuencia de la campaña discriminatoria y persecutoria implementada por el gobierno fascista de Mussolini. Esta oleada migratoria estuvo integrada por grupos familiares encabezados por profesionales de mediana edad que se radicaron en Buenos Aires y en el interior del país, atraídos por las universidades nacionales. Tantas voces, una historia focaliza en el proceso de afincamiento de la colectividad judía italiana a través de las experiencias cotidianas de los protagonistas: sus relatos constituyen emotivos testimonios del período histórico signado por la Segunda Guerra Mundial, así como de las estrategias desplegadas para reafirmar una identidad social en el exilio. Con una fuerte convicción acerca de la importancia de los testimonios orales en la preservación de la memoria histórica, las autoras reúnen sesenta historias individuales que se entrelazan en la construcción de un relato colectivo. Cada testimonio se conecta con los demás dando cuenta de los vínculos que legitimaron su adscripción a la "colectividad judía italiana" en nuestro país. “Las voces aquí escuchadas cuentan una historia muy especial, una historia judía, italiana y argentina que ilumina de manera singular los tres lados de este triángulo. Resulta así un retrato complejo, muy pintoresco y por momentos también divertido, de un grupo social compuesto casi enteramente por miembros de una alta burguesía: intelectuales y comerciantes, profesionales e industriales. Sociológicamente, esta muestra resulta inigualable por su complejidad y mucho más fiel al retrato completo que el episodio individual mejor narrado”. Arrigo Levi
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento27 nov 2020
ISBN9789876994989
Tantas voces, una historia.: Italianos judíos en la Argentina 1938-1948

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    Tantas voces, una historia. - Eleonora María Smolensky

    Tantas voces, una historia

    Italianos judíos en la Argentina 1938-1948

    Eleonora María Smolensky

    Vera Vigevani Jarach

    Directoras de Serie
    Emilia Perassi
    Camilla Cattarulla

    Smolensky, Eleonora María

    Tantas voces, una historia : italianos judíos en la Argentina 1938-1948 / Eleonora María Smolensky ; Vera Viegevani Jarach. - 1a ed. - Villa María : Eduvim, 2018.

    436 p. ; 22 x 15 cm. - (Poliedros. Diálogos)

    ISBN 978-987-699-497-2

    1. Diario de Viajes. I. Viegevani Jarach, Vera II. Título

    CDD 910.4


    ©2018

    Editorial Universitaria Villa Marí­a

    Chile 253 – (5900)

    Villa Marí­a, Córdoba, Argentina

    Tel.: +54 (353) 4539145

    www.eduvim.com.ar

    Diagramación: Gabriela Callado

    La responsabilidad por las opiniones expresadas en los libros, artículos, estudios y otras colaboraciones publicadas por eduvim incumbe exclusivamente a los autores firmantes y su publicación no necesariamente refleja los puntos de vista ni del Director Editorial, ni del Consejo Editor u otra autoridad de la unvm.

    No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su almacenamiento en un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio electrónico, mecánico, fotocopia u otros métodos, sin el permiso previo y expreso del Editor.

    Prólogo

    Recientemente tuve la ocasión de encontrarme con Benedetto Terracini, hijo del matemático Alessandro y sobrino del lingüista Benvenuto, ambos exiliados, con sus respectivas familias, en Tucumán, donde trabajaron varios años en la universidad. Allí, junto con otros profesores exiliados, crearon un clima intelectual y de sentido crítico de alto nivel y gran abertura –cada uno en su propia disciplina–, determinando a menudo el nacimiento de verdaderas escuelas de pensamiento e investigación científica. Benedetto es también hermano de Lore, gran hispanista e hispanoamericanista, cuya herencia cultural es aún fuerte en las universidades italianas y no solo allí. En nuestro primer contacto, le pregunté a Benedetto si existía la posibilidad de hablar con algunos de sus parientes que viven en Buenos Aires. La respuesta inmediata fue: El único que te puede contar algo sobre la historia de nuestro exilio soy yo. A los otros el tema no les interesa.

    Es una respuesta que nos hace reflexionar sobre el olvido en el que, a lo largo de los años o quizás desde el principio, ha caído el exilio de los judíos italianos obligados a emigrar por las Leyes Raciales promulgadas por Regio Decreto en noviembre de 1938. En efecto, contrariamente a lo que ocurrió con los que se fueron a Estados Unidos, la migración forzosa de los judíos italianos a Argentina (y más en general a América Latina) no ha sido hasta ahora objeto de estudios sistemáticos que enmarquen el fenómeno –a ambos lados del océano– ni en su totalidad y tampoco en su problemática. Pues si en Italia la historia del denominado Manifiesto de la raza y de sus consecuencias para la sociedad judía italiana ha sido materia de muchos trabajos críticos, no se puede decir lo mismo de la historia de sus protagonistas en América Latina. La verdad es que tanto la historiografía italiana como la latinoamericana han ignorado bastante la presencia de este colectivo en su conjunto, ya que ambas se limitaron a realizar estudios específicos sobre algunas figuras relevantes y a publicar contribuciones en revistas y volúmenes. Así, se ha dejado de lado, por ejemplo, el sistema de red profesional, social y familiar creado por los protagonistas de la diáspora y que favoreció su integración en el exterior. O aún se ha olvidado su aportación a los procesos de influencia cultural mutua entre Italia y Argentina; o las relaciones con los exponentes del antifascismo italiano y argentino, y también con los exiliados de la Guerra Civil española; o los vínculos (culturales, institucionales y personales) que los judíos italianos siguieron manteniendo con Italia o, en sentido más amplio, las modalidades con las que se relacionaron con Italia, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial, cuando algunos retomaron sus cargos mientras que otros (y sus descendientes) se quedaron en la Argentina. Todo esto habría que tenerlo en cuenta porque, como dijo muy acertadamente Bruno Groppo, en un artículo publicado en diciembre de 2000 en la revista Azzurra del Instituto Italiano de Córdoba, la emigración judía italiana se sitúa en la intersección entre varias historias: la de Italia y la de Argentina, la del fascismo y la del antifascismo, la de la cultura y la de la ciencia, la del mundo hebreo italiano, argentino y europeo en general.

    Bienvenida sea, entonces, en ocasión de los ochenta años de la Leyes Raciales, la publicación de este libro de Eleonora María Smolensky y Vera Vigevani Jarach, ya editado en Italia en 1998 y en Argentina en 1999. Vera y Eleonora vivieron en primera persona aquella diáspora y juntas unieron sus propias experiencias personales y colectivas, así como sus competencias profesionales, para dar luz a un libro de entrevistas en el cual se funden el recuerdo privado y la memoria histórica que Italia y Argentina comparten en éste como en muchos otros casos. Es un honor para esta serie, cuyo objetivo es mantener vivo el vínculo entre los dos países, tenerlas como autoras. Tal vez esta nueva edición pueda favorecer el interés científico y estimular la investigación sobre un tema que no debe y no puede mantenerse en el olvido.

    Camilla Cattarulla

    (co-directora de Diálogos entre Italia y Argentina),

    agosto de 2018

    Prefacio

    Este libro es insólito por su estructura. Las autoras recogieron, con un largo y paciente esfuerzo, tantos testimonios. Tantas voces para relatar una historia, la de los judíos italianos emigrados a la Argentina entre 1938 y 1948: la gran mayoría, antes de la guerra o en seguida después de su inicio, huyendo de la persecución racial; algunos apenas terminada la guerra, en búsqueda de una nueva patria, luego de haberse salvado milagrosamente de los campos de exterminio nazi.

    En el cuadro de la inmensa tragedia del judaísmo europeo esta es, bien entendido, solo una pequeña historia. Creo poder decir que los acontecimientos que aquí se relatan se refieren a un pequeño grupo de judíos afortunados, particularmente afortunados: habiendo sido parte de aquel grupo, siempre tuve conciencia de ello. Nuestro núcleo familiar emigró de Italia a la Argentina en junio de 1942 (cumplí 16 años poco después de desembarcar en Buenos Aires), después de dos años de guerra, cuando ya se percibían los primeros indicios de la crisis del fascismo. De hecho, poco antes de nuestra partida, un colega boloñés de mi padre –abogado modenés judío y antifascista–, también judío y antifascista (el abogado Jacchia, comandante del cln¹ de Bolonia durante la Resistencia y, como tal, arrestado y ultimado), le transmitió una discreta avance de Dino Grandi,²

    quien deseaba restablecer los contactos con algunos representantes del viejo antifascismo emiliano. En julio del 43 nos dimos cuenta de que ese gesto del jefe del fascismo boloñés revelaba, con un año de anticipación, que pensaba someter a Mussolini al juicio del Gran Consejo que provocaría su caída. Debo decir, también, que cuando partimos no sabíamos nada de los campos de exterminio. Mi padre sabía solamente, a través de un cliente que tenía relaciones con Alemania y con los servicios italianos, que en Alemania estaba emergiendo una situación extremadamente peligrosa, más allá de cuanto se pudiera imaginar y de cuanto nosotros imagináramos.

    Así, nos contamos entre los últimos judíos italianos emigrados legalmente antes de la caída del fascismo (apenas un año después, muchos parientes y amigos se salvaron huyendo clandestinamente a Suiza) y antes de que se instaurara en Italia la férrea ley nazi y, en Italia del Norte, la República Social Italiana, que llevaron a la deportación en los campos de exterminio y a la muerte en las cámaras de gas a entre siete y ocho mil judíos italianos, cerca de la quinta parte del total.

    En efecto, fuimos judíos afortunados, como aquellos que antes de nosotros ya habían llegado a la Argentina, muchos ya en 1939, pocos meses después de la promulgación de las primeras leyes raciales, después de haber obtenido visas argentinas, en muchos casos corrompiendo con dinero u objetos de valor a los cónsules de la Argentina en Italia. En nuestro caso, ya categóricamente excluida la posibilidad de obtener visas en Italia, la corrupción tuvo lugar en Buenos Aires, donde nos había precedido un miembro de la familia, y a un nivel mucho más alto. Hasta llegó a emitirse un decreto del Consejo de Ministros autorizando nuestro ingreso: en él se afirmaba que este permiso extraordinario había sido concedido, nada menos, a pedido de Su Santidad Pío xii, a través del Arzobispo de La Plata, Cardenal Copello. Al menos en cuanto atañe a Su Santidad pienso que, en realidad, no estaba enterado de nada. Pero poco nos importaba: la inmensidad del precio pagado se justificaba por la inmensidad del peligro que habíamos evitado.

    La historia que aquí se cuenta es, por lo tanto, un episodio marginal de la gran tragedia del judaísmo europeo de nuestro tiempo. Las voces aquí escuchadas cuentan más bien una historia muy especial, una historia judía, italiana y argentina que ilumina de manera singular los tres lados de este triángulo. Resulta así un retrato complejo, muy pintoresco y por momentos también divertido, de un grupo social compuesto casi enteramente por miembros de una burguesía acomodada. Comprendía, sobre todo, intelectuales y comerciantes, profesionales e industriales: una muestra representativa del judaísmo italiano de la época que definiría único, aunque encontremos imágenes de aquel mundo en los libros de memorias de judíos italianos aparecidos en Italia en los últimos años. Sociológicamente, esta muestra resulta inigualable por su complejidad y mucho más fiel al retrato completo que el episodio individual mejor narrado.

    No resulta fácil ordenar los diversos hilos de la narración que se entrecruzan a través de los testimonios recogidos. Surge así, una muestra variada y compleja del judaísmo italiano, conformado mayormente, como ya dije, por aquella burguesía culta y rica (para completar el cuadro del mundo judío de entonces faltaría la imagen del judaísmo popular del antiguo ghetto de Roma). Algunos entrevistados eran judíos observantes, la mayoría no lo era. Algunos se consideran relativamente religiosos más por costumbre que por convicción; otros dicen provenir de una familia judía pero históricamente atea. Casi todos afirman, sin embargo, que a pesar del escaso respeto por las prácticas religiosas (hecho que algunos deploraban), se consideran orgullosa y decididamente judíos aunque encuentren difícil explicar la esencia de su judaísmo, fragmentado, por otra parte, en cien individualidades diferentes. Se percibían diferentes de otros judíos, comenzando por aquellos encontrados en la Argentina, ya fueran asquenazi o sefarditas. Eran judíos italianos y muchos reconocían con particular orgullo la antigua presencia de su familia en Italia.

    Judíos declarados y orgullosos de serlo, entonces, pero también italianos declarados y orgullosos de serlo. Y más conscientes aun de su doble identidad en la Argentina, donde por su aspecto, apellidos y costumbres no aparecían como judíos sino simplemente como italianos ante el promedio de los argentinos, acostumbrados a identificar a los judíos con los rusos. Como judíos eran tan poco reconocibles como para ser aceptados, en algunos casos, en entidades deportivas que rechazaban a judíos: cuando se dieron cuenta, renunciaron indignados antes de ser expulsados. Nostálgicos todos de Italia, de sus elegantes departamentos milaneses, de sus hermosas casas sobre el Canal Grande o de sus palacios florentinos del Renacimiento; nostálgicos de las vacaciones en San Martino di Castrozza o Viareggio; nostálgicos y orgullosos de sus cátedras universitarias o de los altos cargos militares perdidos con las leyes raciales.

    Para todos ellos la persecución había sido una sorpresa candente. La Italia en que habían creído y que por generaciones habían considerado su patria, los había traicionado y el recuerdo de aquella traición seguía siendo la causa de un profundo dolor. Llama la atención que casi ninguno sintiera resentimiento hacia los italianos y que no pocos de ellos, terminada la guerra, regresaron a Italia: nos habíamos ido a causa del fascismo antisemita, muchos regresamos sin dudar a la Italia democrática (mi padre se las ingenió para regresar a Módena el 2 de junio del 46 y, antes aun de ir a casa, se detuvo en la sede electoral para depositar su voto en aquellas elecciones libres que había soñado durante veinte años).

    La identidad italiana era también compleja, modulada según cadencias regionales: uno de ellos se define primero triestino, después italiano y después, judío. Otro explica que en su familia todos conocían al menos cuatro o cinco idiomas pero en casa hablaban triestino. Aunque no me detenga en todos los temas de esta sinfonía a muchas voces, quiero señalar los pintorescos relatos de las travesías atlánticas, a veces dramáticas como la del barco inglés (que llevaba a bordo personajes como Ortega y Gasset, el gran médico Voronoff y el rey de los armamentos, Fritz Mandel), perseguido en el Atlántico por el acorazado de bolsillo alemán Graf von Spee. Otros recuerdan que en los grandes barcos vestían de smoking blanco por la noche y participaban en los bailes y fiestas con el alma llena de incertidumbre acerca de lo que les aguardaba en el nuevo país.

    Una parte bastante grande de estos recuerdos atañe, obviamente, a la Argentina: una Argentina vista por algunos como la nueva patria, y por otros, los menos, como una sociedad curiosamente ajena. Casi todos, al comienzo, se sentían partícipes de una emigración atípica, para algunos una emigración castigo. No iban en busca de una mejor tierra y mejor trabajo sino de un refugio temporáneo para una permanencia que según muchos, al inicio, no debía durar demasiado. La impresión inicial de este país de las maravillas fue, sin embargo, muy grande: todos quedaron impactados por su riqueza, por la abundancia y el desperdicio de los alimentos, por la vastedad de los espacios naturales, por la dimensión de metrópolis de Buenos Aires, más grande que cualquier gran ciudad italiana. Otras cosas los impactaron: la inesperada profundidad cultural, la mayor libertad de las mujeres, la mayor simplicidad y libertad de modos y costumbres, en fin, la americanitud de la Argentina. Y los sorprendió percibir, en algunos ambientes, un antisemitismo latente que nunca habían encontrado en Italia.

    La mayoría terminó definitivamente conquistada. La Argentina se constituyó así en la nueva patria sin que la antigua cayera en el olvido. (Yo me sentí argentino por primera vez en la cárcel de Villa Devoto, donde había sido encerrado junto con miles de estudiantes a causa de nuestro antiperonismo). En su argentinización tuvo gran peso la identidad de Buenos Aires, coqueta y retozona, neurótica inconsciente, zalamera y risueña, trasnochada y rayada, dirá el tango escrito por uno de ellos, pobre ciudad toda gris, maquillada de rosa y carmín, disfrazada de Londres, Madrid y París… quiero estar en vos, morirme en mi rincón, Buenos Aires.

    Aun para aquellos, y son casi todos, que recuerdan los años de Argentina como años no solo afortunados sino muy hermosos y felices (hasta que algunos fueron golpeados mortalmente por la locura de este siglo horrible que alcanzó también a la Argentina con la tragedia de los desaparecidos), el trauma de la emigración siguió pesando largo tiempo. Yo siento –dice uno de estos judíos ítalo-argentinos– que la iniciación es una cosa eterna, que la separación es una cosa eterna, o sea, eterna hasta que vive uno. Y que, realmente, es un trauma tan grande que creo que tiñe todos los actos de la vida.

    Una historia judía, entonces, una historia italiana, una historia argentina. De cualquier manera, una historia diferente, cualquiera sea el punto de referencia que se quiera elegir: Italia, Argentina, judaísmo. Judíos, pero diferentes; italianos, pero diferentes; argentinos, pero diferentes. Una historia diferente de personas diferentes de todos los otros y también entre sí. Una historia, podríamos decir también, de burgueses judíos cosmopolitas que siguen siendo, después de todo, un tipo humano ilustre y difundido aun hoy en el mundo, de Trieste a París, de Londres a Nueva York y aun a Tel Aviv: personajes desagradables para los fundamentalistas de cualquier índole pero que reclaman el derecho de ser ellos mismos, en toda su complejidad.

    No creo que podamos extraer otra moraleja más allá de la mutua reivindicación que surge de sus relatos y de sus vidas del derecho a ser exactamente eso: diferentes.

    Arrigo Levi

    12 de noviembre de 1997


    ¹ Comitato di Liberazione Nationale: unión de los partidos y movimientos políticos que coordinaron la resistencia contra los alemanes y los fascistas. En la posguerra constituyó el núcleo del nuevo gobierno republicano.

    ² Presidente de la Camera dei Fasci e delle Corporazioni y promotor del juicio a Mussolini.

    Eli, Eli, Lamna Sabajtani

    ¹

    de Humberto Costantini

    ²

    Adonai, mi Dios,

    Dios de los manteles de lino

    y de las primicias.

    Dios de las hierbas amargas,

    del apio, de la lechuga y el jaróset.

    Dios de las palabras inmutables

    y de los gestos inmutables

    y de las creencias y de un modo de vida

    también perfectos e inmutables.

    Dios de los sombreros de fieltro y del talet

    de la matzá de los candelabros y de la fina vajilla.

    Dios del primero y del segundo,

    y del tercero y del cuarto vaso de vino

    durante la primera y segunda noche de Pesaj.

    Dios de las dulces madres atareadas y prolíficas y de los graves padres patriarcales y de las buenas sirvientas siempre recordadas.

    Dios del lessico familiare

    intransferible y exacto

    como una antigua cómoda de roble;

    de las palabras jamor goiá quiním

    de "Questo è il pane dell’afflizione

    che mangiarono i nostri padri

    nella terra d’Egitto:

    chi ha fame venga e mangi".

    Adonai de Turín,

    Adonai del signor professore e della signora profesoressa di latino.

    Adonai, Adonai

    de los Treves y de los Foa y de los Ghiron,

    y de los Sacerdote y de los Levi y de los Segre,

    y de los Clava y de los Lattes,

    y de las librerías, y de los claustros,

    y de las acreditadas casas de comercio,

    y de la antigua sinagoga,

    y de la nueva sinagoga,

    y de los higos y de las uvas,

    y de las castañas asadas,

    y del patriotismo,

    de Cavour y del Brofferio,

    pero también, ¿por qué no?, de la Regina Margherita y de los nombres Regina, Margherita,

    Ida, Zoé, Eugenia, Pina…

    Dios de irreprochable solvencia, burgués y culto, que mis civiles abuelos

    civilizaron con sus buenos modales,

    despojándolo

    de la antigua locura del desierto,

    de su fanatismo, de sus celos,

    de sus terribles caprichos y de su

    plebeyo vozarrón de trueno.

    Adonai, Adonai,

    "Re dell’universo,

    i’reatore del frutto della vita"

    Clementissimo Iddio

    bendecidor de las mesas

    y de las camas

    y de las hermosas bibliotecas

    y de los viajes de negocio.

    Benevolente, itálico Adonai,

    tío lejano,

    viejo pariente en fotos amarillas,

    te ruego me perdones la demora

    en contestar tu amable carta

    pero debo decirte:

    estoy en Buenos Aires, en América,

    tengo que hacer el mundo en cinco días,

    no tengo tiempo,

    pienso que podría afectarte el corazón

    esta enorme locura,

    por lo tanto es mejor que te quedes en Turín,

    que te quedes

    a principios de siglo,

    abrigado y en paz

    y que me dejes

    inventándolo todo del principio.

    Te saluda y a veces te recuerda

    con pavota nostalgia:

    tu sobrino.


    ¹ Señor Señor, ¿por qué me abandonaste?,

    Costantini, H.,

    Cuestiones por la vida, Buenos Aires, Editorial Galerna, 1986.

    ² Buenos Aires, 1924-1987. Dramaturgo y novelista, hijo de italianos judíos, el autor se definía porteño e hincha de Estudiantes de La Plata. Su padre, Aldo Costantini, había nacido en Pesara, y su madre, Irma Ghiron, oriunda de Turín, había emigrado a la Argentina en 1900.

    Introducción

    Entre los años 1938 y 1939, comenzó a llegar a la Argentina una inmigración italiana sui generis: la de los judíos marginados de diversos espacios sociales como consecuencia de la campaña discriminatoria implementada por el gobierno fascista. Intuyendo que la misma podría derivar en una persecución análoga a la que ya habían sufrido los judíos en la Alemania nazi, una pequeña parte de los judíos italianos buscó refugio en varios países americanos. Esta emigración prosiguió durante los años 40 y 41, quedando prácticamente concluida cuando el agravamiento de la situación bélica impidió los viajes marítimos y, sobre todo, cuando la ocupación nazi, en 1943, coartó definitivamente las posibilidades de salir legalmente de Italia.

    Estimamos que esta diminuta oleada migratoria estuvo integrada por un millar de personas¹ que llegaron a la Argentina conformando grupos familiares encabezados por profesionales de mediana edad. La mayoría se radicó en Buenos Aires y algunos en el interior del país, atraídos por las universidades provinciales. Si bien su significativo aporte cultural merece un capítulo aparte, focalizamos este ensayo en el proceso de afincamiento de la colectividad judía italiana en la capital a través de las experiencias cotidianas de los protagonistas. Sus relatos constituyen emotivos testimonios de las estrategias desplegadas para reafirmar una identidad social en el exilio.

    Una de las particularidades de esta colectividad reside en la fugacidad de su existencia: surgida ante la necesidad de sustituir los vínculos sociales perdidos, se fue disolviendo a medida que desaparecían los factores de coerción. A pesar de la persistencia de los fuertes lazos afectivos establecidos entre sus integrantes, cincuenta años después estos solo reconocen su adscripción a la misma en el recuerdo. Muchos inmigrantes de la primera generación han regresado a Italia y otros han muerto. Si bien algunos de los más jóvenes se casaron entre sí, nuestra evaluación acerca de la vigencia de las tradiciones culturales italianas y judías en la segunda y tercera generación sugiere que, en la actualidad, el proceso de dispersión se ha completado. Las trayectorias familiares y profesionales de los hijos y nietos de las personas que nos brindaron sus testimonios señalan su integración en diversos subgrupos que conforman la sociedad argentina, en el país o en el exterior, con otras tantas adscripciones culturales y religiosas.

    Aunque rescatamos los testimonios de los protagonistas en el marco de la cotidianeidad, los mismos constituyen emotivos testimonios de un período histórico signado por una guerra mundial y una masacre colectiva de dimensiones tan inéditas que se hizo necesario acuñar un término para describirla: genocidio.

    Más allá de sus particularidades, los relatos reflejan experiencias compartidas por todas las personas que hayan participado de una migración, cualquiera haya sido el motor de la misma. Como todo proceso social referido a situaciones de emigración e inmigración, reviste connotaciones de dolor, esperanza, solidaridad y conflicto.

    La primera versión de esta investigación, basada en diez testimonios, fue publicada en Buenos Aires en 1992 por el Centro Editor de América Latina y presentada en la xx Feria Internacional del Libro, en abril de 1993, con la participación de algunos protagonistas y la presencia de muchos integrantes de la colectividad italiana judía que aún residen en Buenos Aires. La emoción de quienes habían vivido aquellas experiencias y el interés de quienes las desconocían reafirmaron nuestra convicción acerca de la importancia de los testimonios orales en la preservación de la memoria histórica. De ahí la decisión de introducir nuevas voces y ampliar las referencias bibliográficas. Reunimos así unas sesenta historias individuales que se entrelazan en la construcción de un relato colectivo. Cada testimonio se conecta con los demás dando cuenta de los vínculos que legitimaron su adscripción a la colectividad judía italiana.

    Las entrevistas grabadas fueron transcritas casi textualmente porque consideramos que las particularidades lingüísticas constituyen un aspecto más del proceso de asimilación. La resistencia a abandonar las estructuras mentales expresadas a través del lenguaje suele ser proporcional a la edad de los hablantes. Un lenguaje que refleja sus reacciones más profundas frente a las situaciones de desarraigo y reconstrucción de las identidades étnicas. Incluimos un léxico de los términos hebreos cuya transcripción fonética varía en su versión italiana y castellana según criterios personales y un léxico italiano de aquellos términos o modismos que no tradujimos para no desvirtuar su contenido. Uno de los ejemplos más recurrentes lo constituye el término rimpianto. La traducción de rimpiangere que ofrece el diccionario es deplorar, llorar, compadecerse, pero rimpianto es algo más.

    Eleonora María Smolensky

    Vera Vigevani Jarach


    ¹

    Ravenna, E.,

    Éramos judíos italianos. Huida de Italia, en Judíos argentinos. Homenaje al centenario de la inmigración judía a la Argentina 1889-1989, Buenos Aires, Manrique Zago Editores, 1988. Las estimaciones de 300 a 500 de Sergio della Pergola no toman en cuenta los matrimonios mixtos, familias bautizadas, personas de habla italiana originarios del ex-imperio austro-húngaro o del cercano Oriente que integraron esta colectividad.

    Schmelz, U. O.

    y

    Della Pergola, S.,

    The Demography of the Jews in Argentine and other Countries of Latin America, Tel Aviv-Jerusalem, Tel Aviv University, 1974.

    Capítulo I

    Los judíos, Italia, Argentina

    1. La discriminación

    Las señales se sucedían sin que pudiera entender su significado. El clima hogareño se había enrarecido y las conversaciones entre mis padres me excluían más que nunca. No recuerdo haber recibido una explicación acerca de lo que estaba sucediendo, las pautas educativas de la época no alentaban la información a los niños y yo tenía nueve años en 1938.

    Mi padre fue despedido de su cargo de director de la prestigiosa compañía de seguros Assicurazioni Generali de Trieste y viajó a París, como solía hacerlo a menudo. Por nuestra parte, despedimos a la cocinera y al jardinero-chofer que habían participado de nuestra vida cotidiana durante muchos años. Solo quedó con nosotros Laura Camerino, mi niñera.¹ Cuando comenzaron las clases, en octubre, no regresé a la escuela pública Edmundo de Amicis donde había cursado tercer grado. Me presenté en la escuela de la comunidad judía donde mi extrañamiento solo fue superado por la reticencia de mis nuevos compañeros que no veían con buenos ojos a quienes, como yo, aterrizaban como paracaidistas… con un sándwich de jamón para el recreo.

    Mi formación religiosa no había ido más allá de repetir, antes de dormir, Shema Israel A dona i Eloeinu Adonai Ehad,² acompañar a mi madre al templo los días de Yom Kipur y ver ayunar a mi abuela. Del yiddish, solo habíamos incorporado al léxico familiar algunas de sus palabras más expresivas y, en la cocina, la tradición austro-húngara de mi familia materna había desterrado cualquier vestigio del acervo culinario de mi familia paterna.³ A pesar de hablar en alemán con mis padres,⁴ mi identidad se había estructurado de acuerdo con el concepto del jus soli y vestía con orgullo mi uniforme de piccola italiana. No asistir a las obligatorias clases de religión me afectaba menos que no participar, como mis compañeras, de los atractivos rituales de la comunión. In extremis, mi madre convocó a un profesor de hebreo para que me proporcionara una visión histórica esclarecedora acerca de lo que nos estaba sucediendo. El intento no logró atenuar mi desconcierto cuando una compañera de mi antigua escuela se negó a jugar conmigo en la plaza, o cuando los guardias de frontera nos impidieron cruzar a Suiza para ir a esquiar, ni cuando, por primera vez, no adornamos el árbol de Navidad.

    A comienzos de 1939 participé de un secreto que no debía trascender el ámbito familiar: en marzo partiríamos para la Argentina. No recuerdo qué impacto me produjo la noticia pero sí que me vi obligada a regalar mis juguetes, mi bicicleta y que sufrí la primera licuación de mis ahorros: las liras, escrupulosamente depositadas en una libreta, nunca me fueron devueltas después de su supuesta conversión en pesos nacionales. La pena causada por la pérdida de los afectos se vio contrarrestada por el sabor de la aventura: cruzaría el océano para descubrir un nuevo mundo. Además, contaba con la promesa de que en él ya no tendría cabida una niñera.

    No sabía que estaba sufriendo un desarraigo tan doloroso que me haría sollozar cuando, once años más tarde, le pediría a un señor desconocido que me permitiera visitar la casa en que había nacido. Tampoco imaginaba que, al rebobinar los recuerdos con mis mejores amigas, cincuenta y tres años después, tendríamos que esforzarnos por refrenar las lágrimas. Es lo que nos ocurrió cuando Vera, Marisa y yo hablamos por primera vez del significado de la experiencia que nos reunió, en Buenos Aires, en marzo de 1939. (EMS)

    2. ¿Quiénes son los judíos italianos?

    Según el historiador Arnaldo Momigliano⁵, en el siglo xx los judíos italianos se sentían absolutamente integrados en su país, lo cual no es de extrañar, ya que algunos de ellos se habían radicado allí hacía dos mil años, aun antes del Imperio romano. Siempre fueron pocos, se abstuvieron de llamar la atención y se mantuvieron intelectualmente alerta y fieles a sus tradiciones.

    Durante esa larga convivencia se alternaron períodos de buenas relaciones con los gobernantes de tumo y de restricciones que los indujeron a diásporas circunscritas, por lo general, al interior de la península itálica. Con la población establecieron a menudo relaciones de recíproca simpatía y, en ningún caso, su apego a las tradiciones suscitó los odios profundos que acompañaron su inserción en los países del este de Europa.

    Julio César los consideró un elemento de cohesión en el mundo romano y bajo su imperio gozaron de una situación privilegiada que les permitió ejercer sus obligaciones religiosas.

    En el año 70, vencida la última resistencia en Judea, los romanos deportaron gran cantidad de prisioneros a Italia en calidad de esclavos.⁶ Se estima que en el primer siglo del Imperio romano había alrededor de 50.000 judíos, de los cuales más de la mitad se concentraba en Roma y sus alrededores. En el año 212 obtuvieron la ciudadanía romana que el edicto de Caracalla extendió a todos los hombres libres del imperio. Después de los Césares, la historia de Italia dejó de ser unitaria y la de los judíos dependió de las voluntades de los papas, reyes y señores hasta la unificación del reino, en 1870.⁷

    Cuando el cristianismo se impuso como religión oficial, la era de la tolerancia llegó a su fin. A partir del siglo iv, los Padres de la Iglesia invocaron su condición de deicidas para limitar sus prácticas religiosas y derechos políticos, sufrieron presiones sociales y económicas y fueron instados a abandonar su religión.

    Durante la baja Edad Media, surgió en el centro y sur de Italia el idioma judeo-italiano, que durante los siguientes siglos se difundió entre toda la población judía adoptando rasgos diferenciales en cada región.

    Hasta la alta Edad Media, la mayoría siguió residiendo en el sur, donde obtuvieron el monopolio de la industria de la seda y del comercio exterior, hasta que, a fines del siglo xiii, la Santa Sede promovió una violenta cruzada orientada a convertirlos. En 1294, miles de judíos fueron obligados a abjurar de su fe, comunidades enteras fueron aniquiladas, y muchas sinagogas, convertidas en iglesias. Mientras algunos continuaron a observar su fe en secreto, otros se refugiaron en las ciudades del norte donde se iniciaron en la actividad de pequeños prestamistas, prohibida por la Iglesia a los cristianos, lo que los asimiló en el imaginario social a la condición de usureros. A las comunidades italianas se sumaron numerosos judíos alemanes⁸ y, en menor número, franceses, víctimas de las persecuciones operadas en aquellos países. Durante los siglos xiv y xv, varios se consolidaron como banqueros, logrando una considerable prosperidad. En contacto con todas las clases sociales, adoptaron de las costumbres renacentistas la inclinación por las letras, el arte y una vida acomodada sin abandonar su herencia intelectual y religiosa. En un período de actividad cultural sin precedentes, eruditos, poetas, médicos y legisladores cultivaron disciplinas seculares junto con el estudio de la Cábala y del Talmud y la traducción del hebreo, latín y árabe.

    En 1492, llegaron a Italia los judíos sefarditas⁹ expulsados de España y Portugal por el edicto de Fernando de Aragón e Isabel de Castilla. Sus relaciones con los judíos italianos no fueron siempre fáciles, ya que los sefarditas llegaban con un nivel cultural y financiero muy superior al de los italianos de la época quienes, en su mayoría, se desempeñaban como vendedores ambulantes. Los judíos españoles y, en particular, los marranos –los pseudo-convertidos– trajeron consigo los escudos de las familias que los habían apadrinado y, dado que en Italia los escudos familiares no solo eran ostentados por la nobleza, su uso se difundió entre las familias burguesas. Algunos, como las manos bendicentes de las familias sacerdotales de los Coen, Sacerdoti y Pirani y la escudilla para las abluciones de los Levi, fueron emblemáticos para todos los judíos del mundo. El león, símbolo de la fuerza, aparece en el escudo de los Forti y los Ascarelli¹⁰, y el león rampante, en el de los Segre. Los Olivetti ostentan una paloma con ramo de olivo, y los Luzzatto, el gallo con media luna y tres estrellas de cinco puntas de la municipalidad alemana de Lauziz, de la cual provenían.¹¹

    El edicto de los Reyes Católicos afectó, asimismo, a más de 40.000 judíos que residían bajo su dominio en Sicilia y Cerdeña. Si bien la mayoría emigró al continente, una cantidad considerable lo hizo al norte de África, a Grecia y al Cercano Oriente. Excluidos del sur de Italia durante más de tres siglos, fueron protegidos por los Papas en Roma, los Medici en Florencia, los Este en Ferrara y los Gonzaga en Mantua. Aunque siempre sostuvieron contactos con Oriente, sobre todo desde Venecia, en el siglo xvi se establecieron en el puerto franco de Liorna judíos provenientes de los países musulmanes.

    La diversidad de sus orígenes se reflejó tanto en los rituales y las melodías que, hasta tiempos recientes, algunas ciudades poseían hasta tres sinagogas pertenecientes a la tradición italiana, alemana y española, y Roma llegó a contar con cinco de ellas, entre las que se distinguían la scola¹² catalano-aragonesa y la española. En el aspecto lingüístico, en cambio, los judíos presentaron las mismas diferencias que el resto de la población, ya que hablaron los dialectos regionales hasta el siglo xix, cuando el italiano, hasta entonces la lengua escrita, se convirtió en lengua franca.

    La actitud benevolente de la Iglesia Romana volvió a revertirse como reacción a la Contrarreforma. En 1553, el Papa Julio iii tachó las copias del Talmud de blasfemas y ordenó su quema en toda Italia. Dos años después, Pablo iv obligó a los judíos a vender sus casas y recluirse en los ghettos¹³ amurallados por la noche. Cuando los abandonaban, durante el día, debían llevar una insignia identificatoria, no podían alejarse de las ciudades sin permisos especiales y estaban obligados a asistir a sermones conversionistas. Niños judíos fueron secuestrados y bautizados con la intención de salvar su alma y ancianos forzados a ello in articulo mortis. Se les prohibió toda actividad comunal que no fuera la venta de trapos y, aunque no podían ejercer otra profesión que la medicina, muchos siguieron siendo médicos de Papas y nobles, los cuales también recurrían a ellos para obtener préstamos sin dejar de tacharlos de usureros.¹⁴ Mientras en Roma la política de los Papas fue casi siempre hostil, y su ghetto, el mayor de todos, superpoblado e insalubre,¹⁵ en otras ciudades recibieron tratos diferenciales. Aun confinados, construyeron sinagogas, produjeron una intensa vida cultural y religiosa y una organizada asistencia social.

    Durante los tres siglos de segregación, surgieron en los ghettos lenguajes crípticos, destinados a ser entendidos solo por los correligionarios que participaban de la misma fe y los mismos peligros. Los dialectos regionales se enriquecieron con términos españoles, portugueses e yiddish aportados por los refugiados de la diáspora y un centenar de palabras de raíz hebrea adaptadas al italiano con prefijos y sufijos, inexistentes en el idioma de origen, pronunciadas según la fonética local.¹⁶ Un sabor arcaico diferenciaba este lenguaje del que hablaban los no judíos afuera de los ghettos.

    Los períodos de libertad y segregación se alternaron desde la ocupación de las fuerzas francesas, en 1796: con el triunfo del espíritu revolucionario, los muros de los ghettos fueron demolidos y los judíos obtuvieron la igualdad de derechos civiles hasta la restauración del Antiguo Régimen, en 1799. Durante la campaña napoleónica de 1800 recobraron esa igualdad para volver a perderla en 1815. Su emancipación se concretó definitivamente en 1848, con el estatuto por el cual Carlo Alberto di Savoia reconoció los derechos civiles a todos los súbditos de la corona, lo cual les permitió acceder a las universidades y participar activamente en la vida política.¹⁷

    En concomitancia con los cambios históricos, abuelos observantes dejaron de transmitir a sus hijos y nietos el cuerpo teórico de su religión y los rituales que aquel sustentaba.

    Momigliano señala que el paso de la cultura hebrea a la secular permitió a los judíos italianos desempeñar un rol importante en la administración estatal, incluidos el Ejército y la Marina. Atribuye a los estrechos vínculos establecidos entre la administración civil, la universidad y la política, el alto porcentaje de docentes universitarios judíos entre los personajes relevantes de la política italiana desde fines del siglo xix. Señala, asimismo, el patriotismo con que los judíos apoyaron el proyecto del Risorgimento, el movimiento liberal y laico surgido en Piemonte en 1820, en defensa de la libertad religiosa y la separación entre la Iglesia y el Estado.

    Si la religión proporciona los recursos simbólicos para comprender el mundo y definir los sentimientos de los hombres,¹⁸ es probable que los ideales del Risorgimento italiano proporcionaran a los judíos símbolos más coincidentes con sus anhelos de libertad espiritual y cívica. Un momento histórico particularmente significativo les permitió trascender las murallas del ghetto material y espiritual para proyectarse hacia el horizonte ilimitado del conocimiento y las prácticas laicas. Por primera vez participaron con otros sectores de la población en un proyecto político con el cual se sentían consustanciados y cuyos símbolos fundacionales adoptaron como propios: los atributos de la familia real, la bandera tricolor, el himno nacional. Su romántica adhesión a la patria y a la familia real se tradujo desde la frecuente imposición de nombres como Italia o Italo, de Margarita o Vittorio a sus vástagos hasta arriesgar sus vidas en las guerras libradas por Italia, inclusive en las desgraciadas guerras de Abisinia y de España.¹⁹

    La adopción de rituales y símbolos laicos inició un proceso de cambio irreversible en la adscripción étnico-religiosa de la mayoría de los judíos italianos y sus descendientes planteando una serie de interrogantes que nos proponemos abordar más adelante ya que desconcierta la persistencia con la cual suelen reconocerse como judíos aun desconociendo las conductas rituales que modelan la conciencia espiritual de un pueblo mediante la fusión simbólica del ethos y de la cosmovisión.²⁰

    Entre 1931 y 1932, varios decretos reales reconocieron la personería jurídica de la Unión de Comunidades Judías Italianas y le otorgaron una subvención estatal para su actividad religiosa, cultural y asistencial.

    A pesar de las manifestaciones antisemitas de algunos sectores de la cultura italiana, entrelazados con las vanguardias, el nacionalismo, el futurismo y las posiciones más conservadoras del catolicismo, la situación de los judíos italianos no se modificó durante las primeras décadas de 1900 y muchos adhirieron con entusiasmo a las propuestas fascistas. Hacia 1933, mientras cerca de 4.000.000 de afiliados católicos al Partito Nazionale Fascista

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