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Historia feminista de la literatura argentina: Escritoras en movimiento. Itinerarios y resistencias - III
Historia feminista de la literatura argentina: Escritoras en movimiento. Itinerarios y resistencias - III
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Libro electrónico1254 páginas31 horas

Historia feminista de la literatura argentina: Escritoras en movimiento. Itinerarios y resistencias - III

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Durante la segunda mitad del siglo XX tiene lugar en nuestro país una gran proliferación de escrituras por parte de autoras mujeres; casi un estallido textual si tenemos en cuenta la cantidad de nombres que empiezan a producir y publicar sus obras, a luchar por la visibilidad y por la construcción y legitimación de una voz propia. La ocupación del espacio dentro del campo literario por parte de las escritoras conlleva, necesariamente, un reacomodamiento del “canon”, de las convenciones genéricas y de las tradiciones literarias, una revisitación de las políticas sexuales y textuales que habilita y propicia revisiones, relecturas y reconsideraciones de la literatura argentina. La toma de la palabra supone no solo la irrupción de temas, experiencias, miradas y puntos de vista que con anterioridad no habían tenido carta de ciudadanía en la escena literaria, sino también la problematización de las identidades de género, la deconstrucción de las subjetividades generizadas, la puesta en cuestión de la heterosexualidad obligatoria y de las coerciones socioculturales sobre las mujeres y otros grupos minoritarios. Supone, además, la introducción de una perspectiva inédita sobre los cuerpos que los desvinculará definitivamente del dominio “natural” para subrayar las determinaciones culturales en los procesos de construcción de la corporalidad. Supone, en definitiva, un corrimiento de los límites de la representación a partir de la incorporación de una mirada crítica, complejizadora y deconstructiva sobre premisas fundacionales de nuestra cultura desde una óptica situada, opuesta a esencialismos, univocidades y naturalizaciones.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento10 nov 2023
ISBN9789876998192
Historia feminista de la literatura argentina: Escritoras en movimiento. Itinerarios y resistencias - III

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    Historia feminista de la literatura argentina - Andrea Ostrov

    Tapa_sola_tomo_3_HFLA.jpg

    Eduvim presenta Historia feminista de la literatura argentina, una obra en seis tomos y un Glosario, dirigido por Laura Arnés, Nora Domínguez y María José Punte. Una historia que traza genealogías desde la época colonial hasta la actualidad, propone nuevas lecturas y procura recuperar escritoras dejadas de lado u olvidadas.

    Durante la segunda mitad del siglo XX tiene lugar en nuestro país una gran proliferación de escrituras por parte de autoras mujeres; casi un estallido textual si tenemos en cuenta la cantidad de nombres que empiezan a producir y publicar sus obras, a luchar por la visibilidad y por la construcción y legitimación de una voz propia. La ocupación del espacio dentro del campo literario por parte de las escritoras conlleva, necesariamente, un reacomodamiento del canon, de las convenciones genéricas y de las tradiciones literarias, una revisitación de las políticas sexuales y textuales que habilita y propicia revisiones, relecturas y reconsideraciones de la literatura argentina. La toma de la palabra supone no solo la irrupción de temas, experiencias, miradas y puntos de vista que con anterioridad no habían tenido carta de ciudadanía en la escena literaria, sino también la problematización de las identidades de género, la deconstrucción de las subjetividades generizadas, la puesta en cuestión de la heterosexualidad obligatoria y de las coerciones socioculturales sobre las mujeres y otros grupos minoritarios. Supone, además, la introducción de una perspectiva inédita sobre los cuerpos que los desvinculará definitivamente del dominio natural para subrayar las determinaciones culturales en los procesos de construcción de la corporalidad. Supone, en definitiva, un corrimiento de los límites de la representación a partir de la incorporación de una mirada crítica, complejizadora y deconstructiva sobre premisas fundacionales de nuestra cultura desde una óptica situada, opuesta a esencialismos, univocidades y naturalizaciones.

    Historia feminista de la literatura argentina: escritoras en movimiento. Itinerarios y resistencias / Ludmila Barbero ... [et al.]; Compilación de Andrea Ostrov; Silvia Jurovietzky; Director Nora Domínguez, Laura A. Arnés y María José Punte. - 1a ed. - Villa María: Eduvim, 2023.

    Libro digital, EPUB. - (Historia feminista de la literatura argentina. / Nora Noemí Domínguez Rubio / Laura Antonella Arnés / María José Punte; 3)

    ISBN 978-987-699-808-6

    1. Literatura. 2. Feminismo. 3. Movimiento Social. I. Barbero, Ludmila II. Ostrov, Andrea, comp. III. Jurovietzky, Silvia, comp. IV. Nora Domínguez, Laura A. Arnés y María José Punte, dir.

    CDD A863


    Realizado con el apoyo del

    Programa de Fomento Metropolitano de la Cultura,

    las Artes y las Ciencias del Ministerio de Cultura

    del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires

    ©2023

    Editorial Universitaria Villa María

    Chile 253 – (5900) Villa María, Córdoba, Argentina

    Tel.: +54 (353) 4539145

    www.eduvim.com.ar

    La responsabilidad por las opiniones expresadas en los libros, artículos, estudios y otras colaboraciones publicadas por Eduvim incumbe exclusivamente a los autores firmantes y su publicación no necesariamente refleja los puntos de vista ni del Director Editorial, ni del Consejo Editor u otra autoridad de la UNVM.

    No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su almacenamiento en un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio electrónico, mecánico, fotocopia u otros métodos, sin el permiso previo y expreso del Editor.

    Impreso en Argentina / Printed in Argentina

    Contenido

    Escritoras en movimiento. Itinerarios y resistencias

    Andrea Ostrov

    1. Mitos, infancias, maternidades: reescrituras

    Un corpus que deviene músculo y nervio: Eva Perón en la voz de las escritoras entre 1960 y 1990

    Andrés Avellaneda y Karina Elizabeth Vázquez

    El despertar de las bellas: reescrituras de cuentos de hadas y figuras míticas femeninas

    Ludmila Barbero

    La batalla por la infancia: género y política en escritoras de literatura infantil (1960-1979)

    Alejandra Josiowicz

    Entre pliegues: las nenas narradas en la segunda mitad del siglo XX

    María José Punte

    Nueve recorridos sobre literatura y maternidad

    Nora Domínguez

    2. Pasajes y descentramientos

    Migraciones: memoria del origen

    Emilia Perassi

    La salud de las enfermas

    Andrea Ostrov

    Quedate en casa: monstruos caseros

    Paula Daniela Bianchi

    Literatura argentina en exilio o cuando la matria dispersa escribe la intemperie

    Adriana A. Bocchino

    Íntimo glosario del exilio

    Sandra Lorenzano

    3. Violencia de estado y memoria

    Temeridad tozuda: las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo

    Dora Barrancos

    Días de sombra y poesía (Huellas del terrorismo de Estado)

    Silvia Jurovietzky

    Sobre la censura. En primera persona

    Reina Roffé

    Memoria, literatura y Derechos Humanos: una relectura de autoras argentinas entre las décadas del ochenta y noventa del siglo XX

    Mirian Pino

    Los cuentos de las otras y las mismas. La narrativa histórica

    Carmen Perilli

    Procedimientos enunciativos de mujer: experimentos de escritura

    Susana Romano Sued

    4. Miradas estrábicas sobre literatura argentina

    Las mujeres y la institucionalización de los estudios literarios en Argentina (1958-2015)

    Analía Gerbaudo

    Capítulo: críticas, escritoras y protagonistas en la historia de la literatura argentina

    Marcela Croce

    Miembro fantasma: género y escritura crítica en Josefina Ludmer, Sylvia Molloy y Francine Masiello

    Guadalupe Maradei

    Lecturas del archivo: la inflexión crítica (no) feminista en la constelación Sur

    Jimena Néspolo

    El hilo del discurso. Tejes y destejes de la crítica feminista en la década del ochenta

    Lucía Dussaut

    5. Letras del género: espacios de intervención

    El feminismo tiene quien les escriba. Suplementos, boletines y revistas de los setenta y ochenta

    Karin Grammático y Catalina Trebisacce

    De un Diario Colectivo a un Lugar de Mujer

    María Inés Aldaburu, Inés Hercovich y Marta Miguélez

    Letras armadas: literatura y activismo pre-gais en Buenos Aires

    Jorge Luis Peralta

    La poesía, el género y La Voz del Erizo

    Delfina Muschietti

    Poética feminista en la dramaturgia argentina de la segunda mitad del siglo XX

    Susana Tarantuviez

    Humor y feminismo en mis obras de teatro Efectos personales y Desconcierto

    Diana Raznovich

    6. Escrituras del territorio y la comunidad

    Palabras que tejen en el viento. La voz de las mujeres y la trama de una poesía de matriz indígena en Argentina

    Violeta Percia

    Decir el sur. Decir nosotras

    Luciana A. Mellado

    Los cuerpos del territorio, el lenguaje y las memorias

    Raquel Guzmán, Liliana Massara y Alejandra Nallim

    Refiguraciones del destino subalterno en el Noroeste argentino

    Florencia Abbate

    7. Constelaciones, herencias, legados

    Un habla entre mujeres

    Anahí Mallol

    De qué están hechas las casas

    Denise León

    Implosión: la familia burguesa amenazada

    Miryam Pirsch

    Manuel Puig entre joyas indiscretas y pubis angelicales

    José Amícola

    De Copia

    Daniel Link

    El archivo de Hebe Uhart: continuidad de las voces

    Pía Bouzas y Eduardo Muslip

    8. Voces y cuerpos deseantes

    La novela erótica argentina

    María Cecilia Graña

    El precioso desencanto de lo humano. Ficciones intersexuales a partir de Cama de ángeles

    Laura A. Arnés y Malena Low

    Cartografías lesbianas

    Patricia Rotger

    Para pulverizarse los ojos. Destellos del cuerpo en seis poetas argentinas

    Ayelén Pampín

    Amelia Biagioni y Susana Thénon, las máscaras cantoras y el viaje caótico. Notas sobre las dislocaciones del yo lírico

    Sonia Scarabelli

    Una mujer en el poema. El yo poético como un ideograma chino

    Alicia Genovese

    Epílogo

    Repensar los años ochenta: las aventuras de la célula madre

    Francine Masiello

    Sobre autoras y autores

    Escritoras en movimiento. Itinerarios y resistencias

    Andrea Ostrov

    Entre 1960 y la década de los noventa transcurren apenas treinta años. Sin embargo, los acontecimientos políticos, económicos, sociales y culturales que tienen lugar en el período que nos ocupa ameritan una periodización más atenta. En ese lapso se distinguen como mínimo cuatro ciclos más o menos coincidentes con las sucesivas décadas: en 1959, la Revolución cubana reactualizó la posibilidad de una sociedad más igualitaria pero también señaló el difícil camino hacia la descolonización de América Latina. Los años sesenta se caracterizaron por un relativo bienestar como efecto de los procesos de industrialización y reactivación de los mercados internos, y un consiguiente ascenso de las clases medias que se tradujo en un acceso más amplio a los estudios universitarios y en un importante movimiento cultural y literario, crítico y renovador. El llamado boom latinoamericano –del cual, dicho sea de paso, quedaron excluidas las mujeres escritoras– marca el pulso del vertiginoso ritmo de lecturas con tiradas masivas actualmente impensables, y los escritores pueblan los medios en torno a debates sobre el compromiso y el posicionamiento político de los intelectuales. Es la década de la independencia política de las colonias africanas, de la llegada de una tripulación a la Luna, y de la introducción de la televisión en la vida cotidiana. La revolución –social, política y tecnológica– parecía estar a la vuelta de la esquina.

    Los golpes cívico-militares que asolan el subcontinente del Río Bravo hacia abajo desde principios de los setenta interrumpen abruptamente el proceso emancipador e instalan el terrorismo de Estado, la tortura y desaparición de personas, los vuelos de la muerte y la apropiación de hijos e hijas nacidos en cautiverio como método disciplinario para restaurar el modelo dependiente y oligárquico en Paraguay (desde 1954); Brasil (1964); Bolivia (1971); Chile y Uruguay (1973); Argentina (1976). La violencia y la censura perforan el tejido social e impregnan un presente traumático a partir del cual se resignificará tanto el pasado como el futuro de nuestra historia. En ese contexto, la búsqueda de información sobre los desaparecidos se configura como el rostro más significativo de la resistencia de ese grupo de mujeres-madres-amas de casa que desde entonces circulan todos los jueves por la Plaza de Mayo. Las Madres y Abuelas de la Plaza ocupan en silencio el espacio público y el desplazamiento de sus cuerpos de la casa a la plaza ilumina definitivamente la dimensión política de lo personal. Los sucesivos reclamos de aparición con vida, juicio y castigo a los culpables, nunca más; la irrenunciable búsqueda de los nietos apropiados ilegalmente, la identificación de huesos NN, la efectiva realización de los juicios por los crímenes de lesa humanidad y la asunción de la lucha por la justicia y el esclarecimiento como política de Estado a partir de 2003, reconocen su origen en la simple pero incómoda y perturbadora presencia de los cuerpos maternos fuera del ámbito doméstico. Las rondas de los jueves alrededor de la plaza de Mayo que las Madres continúan sosteniendo desde hace más de cuatro décadas consolidan el valor político de los cuerpos generizados y reinstalan definitivamente la presencia de las mujeres en las calles.

    La restauración de la democracia en diciembre de 1983 habilita el inicio de la trabajosa reconstrucción de los hechos de violencia estatal, búsqueda e identificación de los cadáveres NN, recuperación de los nietos apropiados y privados de su identidad y realización de los primeros juicios contra los perpetradores del golpe de Estado y miembros de las Juntas Militares que encabezaron el gobierno de facto en la República Argentina. La reconstrucción de la memoria social y los testimonios de los sobrevivientes de los centros clandestinos de detención y tortura permean en gran medida la producción artística e intelectual de la época que se hace cargo de la reflexión crítica sobre la violencia de Estado y de la creación y búsqueda de los procedimientos estéticos y modos de representación de esa experiencia. Sin embargo, las leyes de Punto Final (1986) y de Obediencia Debida (1987) sancionadas durante el gobierno del presidente Raúl Alfonsín ante los sucesivos amotinamientos de parte de las FFAA preanuncian los indultos que decretará Carlos Menem a los pocos meses de asumir la presidencia de la República en 1989. Estos indultos favorecieron a aquellos civiles y militares que habían sido condenados en los juicios de 1985 y que no habían sido beneficiados por las leyes de Punto Final y Obediencia Debida. En perfecta consonancia con el drástico retroceso que implican las políticas de Estado en materia de Derechos Humanos, la década de los noventa es sinónimo de una embestida neoliberal que profundiza y consolida el devastador modelo económico implementado por la Dictadura Cívico-Militar, el cual conlleva el desguazamiento del Estado, la privatización de los servicios públicos y de los recursos naturales, la destrucción y precarización del empleo, la desinversión en salud, educación y ciencia y niveles de pobreza y desnutrición sin precedentes en nuestro país. La exaltación del individualismo y del éxito personal supuestamente conseguido en virtud de méritos propios –independientemente de cualquier política económica y social– caracterizan este período de despolitización y escepticismo que culmina con la crisis del 2001 al grito de que se vayan todos.

    Durante las tres décadas que tanto en América Latina como en nuestro país abarcan momentos históricos tan disímiles y contradictorios, el término mujer es el significante que sin duda resume y condensa las luchas, debates y reivindicaciones de la segunda ola feminista. La aparición en 1949 de El segundo sexo, de Simone de Beauvoir, marca un antes y un después en relación con los modos de conceptualizar y definir la construcción cultural del género. Esta obra fundante desliga definitivamente a lo femenino de los condicionamientos biológicos que históricamente justificaron el relegamiento de las mujeres al ámbito doméstico y privado, a su papel de madres y esposas y a su subordinación a la tutela de un varón, para proponer que lo que se entiende por mujer es el resultado de una construcción cultural. El ya clásico enunciado No se nace mujer, se llega a serlo constituye un giro copernicano en el pensamiento feminista del cual no habrá retorno. El libro de Beauvoir se traduce tempranamente en nuestro país, incluso antes que en España, ya que la edición de Editorial Psique con traducción de Pablo Palant data de 1954. Pocos años más tarde, comenzaron a formarse grupos de debate, lectura y concienciación feminista –como UFA (Unión de Feministas Argentinas) por ejemplo, promovidos por figuras como Leonor Calvera, Marta Miguélez, Hilda Rais, Mirta Hénault, María Elena Oddone, María Luisa Bemberg, entre otras–, en los que se leía y debatía también a pensadoras norteamericanas e inglesas como Margaret Mead (Maleand Female, 1949); Betty Friedan (The Feminine Mystique, 1963); Kate Millet (Sexual Politics, 1970); Shulamith Firestone (The Dialectic of Sex,1970); Juliet Mitchell (Women: The Longest Revolution, 1966) (Rodríguez Agüero y Ciriza, 2012).

    Hacia los años setenta se delinean con claridad dos posicionamientos opuestos no tanto en relación con el reclamo de reivindicaciones y derechos sino más específicamente en cuanto a los modos de teorizar la diferencia sexual, que se identificaron como feminismo de la igualdad y feminismo de la diferencia y que tuvieron numerosas derivas. El primero, representado fundamentalmente por pensadoras españolas (Celia Amorós; Empar Pineda; Amelia Valcárcel), norteamericanas y anglosajonas (Kate Millett; Shulamith Firestone; Nancy Fraser) postulaba la necesidad de equiparar los derechos de las mujeres en relación con los que eran prerrogativa exclusiva de los varones. El reclamo en el ámbito político, social, económico y cultural apuntaba, en última instancia, a abolir las desigualdades que históricamente recayeron sobre los sujetos femeninos. Las reivindicaciones se concentraron entonces en la lucha por la igualdad sexual entre hombres y mujeres; por el derecho a decidir sobre los propios cuerpos y el libre acceso a los métodos anticonceptivos; por la legalización del aborto; la visibilización de la violencia de género y el derecho a la protección del Estado; la igualdad jerárquica en el ámbito laboral, cultural y en la militancia política. De cualquier modo, también se hicieron oír diferencias con la aparición de las voces de las mujeres negras, tercermundistas y lesbianas.¹

    Sin duda uno de los aportes más significativos de esta corriente fue la introducción de la categoría de género (gender) como herramienta teórica que permitió deslindar de cualquier condicionamiento biológico los roles y coerciones socio-culturales que históricamente hicieron de las mujeres sujetos minorizados.² La identidad de género no es, por consiguiente, un correlato natural de la diferencia sexual anatómica sino una construcción cultural naturalizada en virtud de su reproducción a través del tiempo. Bajo esta perspectiva, la heterosexualidad obligatoria empieza a ser considerada no tanto como una institución meramente cultural sino como un régimen político basado en la sumisión y apropiación de las mujeres (Wittig, 2006: 15). La antropóloga norteamericana Gayle Rubin (1975) acuña la noción de sistema sexo/género para referirse a los procesos y modos mediante los cuales las sociedades transforman la sexualidad biológica en un producto de la actividad humana y la introducen en el dominio de la cultura. La puesta en cuestión tanto de las premisas políticas, antropológicas y filosóficas de la matriz heterosexual como de sus efectos y determinaciones sobre las subjetividades generizadas conlleva a la consiguiente reivindicación del cuerpo y el goce lesbiano y a la postulación de la identidad lesbiana en tensión con la categoría mujer (Wittig, 2006). En este sendero también se inscribe la obra literaria y ensayística de las feministas lesbianas Adrienne Rich, Audre Lorde y Alice Walker.

    El feminismo de la diferencia, en cambio, más deudor de la teoría psicoanalítica y del pensamiento posestructuralista, tuvo sus principales representantes en Francia e Italia, entre las que contamos a Hélène Cixous, Luce Irigaray, Catherine Clément, Julia Kristeva, Carla Lonzi, Patrizia Violi y el Grupo de Mujeres de Milán. La propuesta se concentró en reivindicar precisamente la diferencia como marca constitutiva de las identidades sexuadas. Esta diferencia, sin embargo, habría permanecido históricamente invisibilizada, obturada y reprimida por siglos de cultura falogocéntrica, es decir, relegada al ámbito de lo irrepresentable. En efecto, en Occidente existen dos irrepresentables, sostiene Hélène Cixous en su célebre ensayo La risa de la Medusa (1975): la muerte y el sexo femenino, puesto que en nuestro orden simbólico señalan los límites de la representación. Por consiguiente, lo femenino solo habría sido pensado –hasta ese momento– como negativo, como otredad respecto del sujeto hegemónico masculino, que condensaría la suma de todas las positividades. El pensamiento binario, constitutivo de nuestra tradición filosófica, construyó a la mujer como el espejo en el que el varón encuentra un reaseguro de su identidad. Resulta imperativo, entonces, emprender la (re)construcción de la diferencia femenina, re-posicionar a las mujeres en el lugar de sujeto, inventar el propio lenguaje. Según las teóricas más representativas del feminismo de la diferencia, la escritura constituye una herramienta privilegiada para descubrir y dar voz a esa diferencia silenciada. La escritura sería el lugar donde se manifestaría la femineidad hasta el momento obturada. Esta hipótesis resulta el fundamento de uno de los conceptos más radicales del pensamiento de la diferencia: la escritura femenina. De acuerdo con las teorizaciones que Cixous expone en varios de sus ensayos (La risa de la medusa [1975]; La jeune née [1975]; La venue à l’écriture [1977]), se trataría de una escritura directamente vinculada con la economía libidinal de las mujeres, que plasmaría sus ritmos pulsionales a través de elipsis, juegos significantes, fragmentaciones. A su vez, en La révolution du langage poétique (1974) y Le sujet en procès (1977), Julia Kristeva proponía reconocer como marca de femineidad en los textos lo que ella denomina componente semiótico (juegos significantes; efectos fónicos y rítmicos; predominio de la materialidad del signo y de la significancia por sobre la significación). Por consiguiente, los textos escritos por mujeres se caracterizarían por una especificidad propia en la que se cifraría la diferencia femenina.

    El debate sobre la existencia o no de una escritura femenina, la búsqueda de sus hipotéticas marcas y particularidades en tanto presencias del cuerpo en la escritura, atravesó buena parte de las discusiones académicas de las décadas del setenta y ochenta y signó en gran medida los abordajes puntuales de la crítica literaria practicada por mujeres sobre los textos de otras mujeres.³ Sin embargo, la dificultad irreductible que plantea esta teoría reside en la postulación de una plasmación espontánea y directa del cuerpo en la escritura, sin mediaciones culturales de ningún tipo, lo cual en última instancia presupone la existencia de una femineidad en estado de pureza, intocada por condicionamientos y libre de determinaciones, transhistórica y atemporal. Esta postulación, que constituye una premisa fundamental del andamiaje teórico del feminismo de la diferencia, habilitó serios cuestionamientos a esta corriente, considerada exponente de un pensamiento esencialista que en el fondo ratificaba el eterno femenino y convalidaba en última instancia el origen de la opresión histórica de las mujeres. Es decir que la diferencia fue leída en sentidos opuestos: por un lado, como esa construcción cultural que ha trabajado desde siempre a favor de la sumisión femenina –y que como tal debe ser eliminada–, o bien como marca de una ausencia o silencio simbólico que también ha significado la opresión de las mujeres, pero que en este caso resulta perentorio recuperar y reconstruir. Si las diferencias han sido hasta ahora obturadas, denegadas, reprimidas en lo real presemiótico, prelingüístico, este estado de cosas puede y debe ser lentamente modificado: "Esta diferencia se convierte en aquello de lo que no se puede hablar, en lo que no se llega a mencionar, no en virtud de una imposibilidad metafísica, sino como resultado de un preciso interdicto histórico" –sostiene Patrizia Violi (1991: 14)–. La diferencia no es así un indecible ontológico, sino histórico. De este modo, el principal desafío de esta corriente del feminismo se plantea fundamentalmente como un trabajo de deconstrución y reconstrucción en el Orden simbólico, como condición de posibilidad para habilitar a las mujeres en tanto sujetos de lenguaje.

    Desde una perspectiva anti-esencialista, el feminismo de la igualdad no buscó leer en los textos escritos por mujeres las marcas de especificidad sino más bien las estrategias utilizadas por las escritoras para burlar las limitaciones y censuras que el patriarcado ha impuesto sobre sus posibilidades de expresión. De acuerdo con esto, los textos femeninos constituyen verdaderos palimpsestos que requieren una lectura doble, a contrapelo o entrelíneas, una mirada bizca capaz de des-cubrir el sentido más genuino, pero hábilmente disimulado o disfrazado en virtud de los condicionamientos históricos que han acallado las voces y la experiencia femeninas. En función de esto entonces, resulta pertinente deslindar los dos conceptos nucleares que de algún modo representan los fundamentos teóricos y las consiguientes estrategias políticas de cada una de estas corrientes: patriarcado y falogocentrismo. El primero de estos términos, definido por Gerda Lerner como la manifestación e institucionalización del dominio masculino sobre las mujeres y niños/as de la familia y la ampliación de ese dominio sobre las mujeres en la sociedad en general (1986: 239) es utilizado fundamentalmente por el feminismo de la igualdad, en tanto se trata más bien de una categoría que da cuenta de la opresión de las mujeres en un nivel social, económico y político. La categoría de falogocentrismo, en cambio, apunta a definir una organización simbólica binaria y jerárquica cuyo fundamento radicaría en el lenguaje y particularmente en la construcción oposicional del sentido, donde uno de los términos resulta inevitablemente investido con una valoración negativa. Por consiguiente, el lugar devaluado que en la oposición hombre/mujer ocupa este último término habilita considerar que el origen de la opresión y la violencia sexista se halla en última instancia en la estructura simbólica del lenguaje. De este modo, el logocentrismo funcionaría como condición de posibilidad del patriarcado.

    Resulta evidente que tanto el feminismo de la igualdad como el de la diferencia –sostenidos por el pensamiento elaborado en los países centrales de Occidente– han reproducido el mismo punto ciego, en la medida en que en cualquier caso el sujeto de las reivindicaciones simbólicas y/o políticas era la mujer. Bajo esta etiqueta supuestamente universal y liberadora quedan subsumidas no solo las diferencias étnicas, religiosas, geopolíticas, coloniales, económicas, raciales, nacionales, sino también las disidencias sexuales. Como decíamos, las lesbianas y las negras fueron entonces las primeras en elevar su voz para poner en cuestión la pretendida univocidad de la categoría mujer, denunciando su inherente reduccionismo y haciendo estallar la singularidad del concepto en el femenino plural de mujeres como marca de inclusión de la multiplicidad identitaria. En América Latina, las mujeres indígenas también elevarán sus voces doblemente silenciadas, haciendo visible la dimensión interseccional de la opresión.⁴ Resulta significativa en este sentido la publicación de varios textos testimoniales producidos en colaboración por dos mujeres –pertenecientes a esferas culturales, sociales y étnicas diferentes– con el objetivo de visibilizar las problemáticas históricas de los pueblos indígenas latinoamericanos: Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia (Elisabeth Burgos Debray, Premio Casa de las Américas, 1983); Si me permiten hablar… Testimonio de Domitila, una mujer de las minas de Bolivia (Moema Viezzer, 1977); y la novela testimonial de Elena Poniatowska Hasta no verte Jesús mío (1969) basada en las entrevistas que la autora mantuvo con Josefina Bohórquez. Pero es sobre todo a partir de la década del noventa que, con el surgimiento de la teoría queer, el sujeto del feminismo se diversifica y multiplica drásticamente con la notable visibilidad que adquieren las identidades trans y travestis, lo cual supone la destitución definitiva del cuerpo biológico en tanto soporte identitario de lo femenino.

    A lo largo de esos treinta o cuarenta años que conforman el período del que nos ocupamos en este tomo, tiene lugar una enorme proliferación de escrituras por parte de autoras mujeres; casi un estallido textual si tenemos en cuenta la gran cantidad de nombres que empiezan a producir y publicar sus obras, a luchar por la visibilidad y por la construcción y legitimación de una voz propia. La ocupación del espacio dentro del campo de la literatura por parte de las escritoras conlleva, necesariamente, un reacomodamiento del canon, de las convenciones genéricas y de las tradiciones literarias, una revisitación de las políticas sexuales y textuales que habilita, propicia y obliga revisiones, relecturas y reconsideraciones a la hora de dar cuenta de la literatura argentina. La toma de la palabra supone no solo la irrupción de temas, experiencias, miradas y puntos de vista que con anterioridad no habían tenido carta de ciudadanía plena en la escena literaria, sino también la problematización de las identidades de género, la deconstrucción de las subjetividades generizadas, la puesta en cuestión de la heterosexualidad obligatoria y de las coerciones socioculturales sobre las mujeres y otros grupos minoritarios. Supone, además, la introducción de una perspectiva inédita sobre los cuerpos que los desvinculará definitivamente del dominio natural para poner en escena las determinaciones de la cultura en los procesos de construcción de la corporalidad. Supone, en definitiva, un corrimiento de los límites de la representación a partir de la incorporación de una mirada crítica, complejizadora y deconstructiva sobre premisas fundacionales de nuestra cultura desde una óptica situada, opuesta a esencialismos, univocidades y naturalizaciones, inclusiva y plural.

    La organización de este tomo intenta dar cuenta de los principales cuestionamientos, revisiones, relecturas e invenciones que las escritoras ponen en movimiento a partir de la década del sesenta. Ciertas palabras claves, presentes en los títulos de las secciones, condensan los diversos aspectos de los movimientos que se van instalando, cada vez con más fuerza, en la literatura y la crítica con perspectiva de género: reescrituras, descentramientos, memorias, estrabismo, intervenciones, comunidad, diálogos, deseos. Al mismo tiempo, configuran el mapa de lectura que, a partir de una mirada complejizadora y desautomatizante, proponemos en función de diversos ejes problemáticos que nos permitieron plantear y visibilizar determinadas cuestiones que consideramos representativas de la segunda mitad del siglo XX y agrupar autoras en función de éstas, lo cual resulta en un entramado reticular que –a nuestro entender– potencia los sentidos y las perspectivas de abordaje al trabajar siempre los textos en constelación. Somos conscientes de la enorme cantidad de nombres, obras, temas e interrogantes que no pudimos incluir y de que el recorte que ofrecemos es uno entre otros posibles. A pesar de que en ningún momento nos propusimos llevar adelante un catálogo o un relevamiento bajo el principio de la sumatoria de nombres, nos hacemos cargo de la involuntaria e inevitable injusticia: lo imposible de la exhaustividad, lo inalcanzable de la completud, nos acechó como un fantasma durante toda esta travesía.

    Paralelamente, el tomo ha sido conscientemente pensado a partir de un criterio federal e inclusivo. Buscamos, por un lado, la colaboración de académicas de diversas universidades del país, en el intento de poner en práctica un necesario des-centramiento de la mirada crítica sobre nuestra literatura; por otro lado, apostamos a federalizar lo más posible el corpus de narradoras, poetas, dramaturgas y ensayistas trabajadas, poniendo en cuestión los criterios geográficos que intervienen en la consolidación del canon. De este modo, consideramos imprescindible la incorporación de las voces de autoras regionales⁵ e indígenas. Esto supone no solo la relativización del canon literario nacional –que suele operar en virtud de selecciones más bien centralistas– sino la deconstrucción de la imaginaria homogeneidad de nuestro territorio y de nuestro Estado-nación. Los múltiples movimientos que organizan las distintas secciones del tomo, y de los cuales los capítulos intentan dar cuenta, confluyen en la sistemática desestabilización de lo instituido, en la suspensión de las verdades incuestionadas, en la exploración de los márgenes, la subversión de los mandatos de género, las refundaciones de la identidad, el atravesamiento de fronteras, la recuperación de las memorias silenciadas, la ocupación del espacio público, la militancia, la revalorización de tradiciones y linajes, las reapropiaciones del deseo. Nos consta la seriedad y la dedicación con que cada uno de los capítulos fue pensado y escrito en sus múltiples versiones hasta llegar al mejor resultado posible. Vaya entonces nuestro profundo agradecimiento a todes les colaboradores que con tanto compromiso, profesionalismo y solidaridad hicieron posible la concreción de este proyecto.

    Post Scriptum necesario: un par de semanas después de haber entregado la versión final del tomo, supimos que Mujeres en movimiento fue precisamente el título de una revista que publicaron en 1986 María Moreno, Laura Klein y Mónica Tarducci. Si bien no conocíamos este dato al elegir y debatir el nombre de este volumen, la coincidencia no se explica solo como una casualidad azarosa. Por el contrario, no nos sorprende sino que nos confirma que el título efectivamente recupera parte de un clima de época –en este caso la posdictadura– que caracterizó al período histórico del que nos ocupamos.

    Bibliografía

    Crenshaw, K., Demarginalizing the Intersection of Race and Sex: A Black Feminist Critique of Antidiscrimination Doctrine, Feminist Theory and Antiracist Politics, University of Chicago Legal Forum, 1989, 139-167.

    Lerner, G., The Creation of Patriarchy, London, Oxford University Press, 1986.

    Rodríguez Agüero, E. y Ciriza, A., Viajes apasionados. Feminismos en la Argentina de los 60 y 70. labrys, études féministes/ estudos feministas, juillet/décembre 2012 - julho /dezembro 2012.

    Rubin, G., The Traffic in Women: Notes on the ‘Political Economy’ of Sex, en Rayna Reiter ed., Toward an Anthropology of Women, New York:, Monthly Review Press, 1975, 157-210.

    Violi, P., El infinito singular, Madrid, Cátedra, 1991 [1986].

    Wittig, M., El pensamiento heterosexual y otros ensayos, Madrid, Egales, [1992] 2006.


    ¹ A modo de ejemplos que serán retomados: en 1975 la líder boliviana Domitila Barrios de Chúngara participa en la Tribuna del Año Internacional de la Mujer; en 1977 se hace pública la declaración negra feminista de la colectiva del Río Combahee; en 1981 aparece This Bridge Called My Back: Writings by Radical Women of Color (compilado por Cherrie Moraga y Gloria Anzaldúa) y traducido al español por Ana Castillo con el título Esta puente mi espalda: voces de mujeres tercermundistas en los Estados Unidos; en 1982 en Argentina la voz lesbiana de Hilda Rais interrumpe las derivas del pensamiento feminista heterosexual en el Diario colectivo (ver el artículo de María Inés Aldaburú, Inés Hercovich y Marta Miguélez "De un Diario Colectivo a un Lugar de Mujer" en este mismo tomo).

    ² A partir de ese momento el término dio lugar a un desarrollo conceptual nutrido, así como a inscripciones institucionales y usos disciplinares diversos. Fue también un parte-aguas de posicionamientos teóricos. Como objeto de revisiones, cuestionamientos y formulaciones diversas produjo transformaciones centrales en la teoría feminista, queer y transfeminista en estas últimas décadas.

    ³ Durante la década de los ochenta tienen lugar dos importantes encuentros de escritoras donde se discuten estas cuestiones: el Encuentro de escritoras latinoamericanas (1983, Amherst College, Massachusetts); y el Primer Congreso de Literatura Femenina Latinoamericana (1987, Santiago de Chile). Ambos encuentros dan lugar a sendas publicaciones que aun hoy continúan siendo valiosas referencias: La sartén por el mango. Encuentro de escritoras latinoamericanas (Patricia E. González y Eliana Ortega eds., Río Piedras, Ed. Huracán, 1984) y Escribir en los bordes. Congreso Internacional de Literatura Femenina Latinoamericana 1987 (Carmen Berenguer y otras eds., Santiago de Chile, Cuarto Propio, 1990) respectivamente. Ver al respecto el trabajo de Lucía Dussaut El hilo del discurso. Tejes y destejes de la crítica feminista en la década del ochenta en este mismo volumen.

    ⁴ La abogada afroamericana Kimberlé Crenshaw acuña la categoría de interseccionalidad para referirse a la combinación de dos o más variables de opresión y a los efectos diferenciadores que esta habilita (1989).

    ⁵ El entrecomillado obedece a que el concepto de literaturas regionales presupone una perspectiva supuestamente neutra, no determinada por las particularidades geográfico-culturales del contexto de producción, como si tal cosa fuera posible.

    1. Mitos, infancias, maternidades: reescrituras

    Un corpus que deviene músculo y nervio: Eva Perón en la voz de las escritoras entre 1960 y 1990

    Andrés Avellaneda y Karina Elizabeth Vázquez

    En las profundidades aún no me han callado.

    Aurora Venturini, Eva. Alfa y Omega 88

    Entre 1960 y 1990, la figura de Eva Perón habita profusamente el universo literario argentino e internacional. Sin embargo, reflexionar sobre el voluminoso corpus que la invoca nos lleva, paradójicamente, a dar cuenta del lugar desplazado de las mujeres en el campo literario. Esta situación se vuelve ineludible a la hora de hablar de las historias literarias. Un ejemplo concreto es la colección de la Historia de la literatura argentina (1968-1976) co-dirigida por Adolfo Prieto para el Centro Editor de América Latina, que en adhesión al modelo de escritura trazado por Borges y Cortázar excluye de la nómina a Silvina Ocampo (Amícola, 2003: 37).⁶ Lo canónico va de la mano del menoscabo a la hora de instituir una autoridad estética que también sea custodia del entramado de desigualdades construido sobre los cuerpos de las mujeres, los esclavos, los inmigrantes, los súbditos y los desposeídos (Federici, 2018: 31).

    Existe una relación compleja e indirecta entre las normas estéticas, que con eficacia ideológica se establecen como coda literaria, y el campo más amplio de la reproducción material de la vida cotidiana. Por lo tanto, una crítica literaria con perspectiva de género requiere el cuestionamiento de los supuestos de inclusión y exclusión sobre los que descansan las nociones de corpus y canon. Dicho de otro modo, si partimos del hecho de que la norma estética cumple una función social (Mukarovsky 31, 55, 57), abordar críticamente la representación literaria de Eva Perón desde la mirada de género requiere como paso inicial reconocer la relación histórica entre los procesos de producción simbólica y las dinámicas de exclusión de las mujeres, producto de la división social del trabajo y la racionalidad económica. Relegadas al espacio de lo íntimo y privado, esos territorios dominados por el deseo y las emociones (Illouz, 1996), o bajo el peso de la doble tarea del trabajo en el hogar y del empleo (Wikander, 2016: 174), las mujeres han sufrido una minorización (Segato, 2016)⁷ sistemática que ha funcionado como mecanismo de codificación dentro del entramado subjetivo y como herramienta de dominación eficaz en la implementación de los lenguajes de acceso a la realidad y de reflexión sobre problemáticas específicas. Por consiguiente, pensarse a sí mismas y nombrar lo circundante implica, en particular para las escritoras, una doble ruptura: por un lado, abandonar un código ajeno a su experiencia y silenciador de sus intereses; por otro lado, elaborar con la materia lingüística disponible una coda que hable de esa trayectoria vital y de su relación con el mundo. Ante un canon literario atravesado por las exclusiones y la dificultad de los lenguajes críticos para deshacerse de sus incrustaciones de clase/género, nos abocamos a una lectura de las representaciones literarias sobre Eva Perón donde su figuración articula interrogantes y abre zonas de exploración sobre las prerrogativas de clase/género que han limitado la inserción literaria de las mujeres como una entidad conjunta o colectiva que, cifrada en la figura de Eva Perón, se presenta como amenaza del orden material y simbólico del patriarcado. En este análisis abarcamos el periodo 1960-1990 y partimos de un orden expositivo inverso al predeterminado por la tradición literaria iniciada por Jorge Luis Borges con el El simulacro (1960). Realizamos así un primer movimiento de distanciamiento crítico que pretende dar cuenta de la función social e ideológica de la norma estética en la re-producción cultural de los sistemas de opresión de género y clase.

    El periodo 1960-1990 queda claramente comprendido en un arco trazado por dos momentos importantes a la hora de considerar la producción literaria sobre Eva Perón: por un lado, el hecho de que la producción literaria de las mujeres da cuenta en sus estrategias de la conciencia de su minorización, y por otro lado, la ineludible necesidad de liberarse de las fuerzas que articulan los mitos, que al subordinar la identidad política de Eva a los imaginarios de clase sedimentados en el lenguaje literario, perpetúan el lugar relegado de las mujeres todas. Identificar y analizar las representaciones literarias sobre Eva implica, en primer lugar, romper con la incuestionabilidad de los supuestos sobre su figura, los cuales encarnan las dinámicas de opresión de la mujer transpuestas en la autoridad literaria que legitima los discursos de las escritoras. Por otro lado, tomando en consideración esto, se debe dejar de lado el problema de la representación literaria como un asunto de identificación y cuantificación de obras femeninas dentro de un corpus mayor; por el contrario, proponemos que el estudio sea en sí mismo una problematización de las concepciones de corpus y canon como instrumentos que perpetúan la autoridad de los supuestos ideológicos y de clase que subyacen en todo discurso creativo. Por consiguiente, en un corpus mayoritariamente poblado por escritores singularizamos la voz de las mujeres e identificamos una serie de la que surgen preguntas y problemas específicos no visualizados en las obras individuales. Acto seguido, registramos los interrogantes articulados en esta serie para exponer las disonancias y las similitudes con ese corpus tradicional. Desde allí, buscamos inferir de qué manera, más allá de cuestionar los supuestos ideológicos de los mitos en torno a su figura, estos textos problematizan un imaginario de género dislocado ante el accionar político y social de Eva Perón.⁸ De este modo, finalmente, nos preguntamos si en el periodo 1960-1990 las escritoras, echando mano a las estrategias disponibles, figuran a una Eva que escapa de los parámetros masculinos desde los cuales la tradición ha proyectado su figura; una Eva que cumple con esa agenda señalada por Moreno y rompe con la minorización al no separarse de sus intereses y accionar políticos, al no abandonar el lenguaje del conflicto de clase. Una Eva Perón que, dentro y fuera de la literatura, es una amenaza feminista.

    Figuraciones del cuerpo / Artefactos discursivos / Dispositivos ideológicos

    A partir de su muerte, pero fundamentalmente después del derrocamiento del peronismo, la figuración de Eva se constituyó como un artefacto discursivo desde el cual la literatura ha pensado lo político y la relación entre historia e ideología (Avellaneda, 2002; Rosano, 2006; Cortés Rocca y Kohan, 1998; Soria, 2005; Vázquez, 2009; Grinberg Pla, 2013). Tanto los topoi, como las estrategias narrativas empleadas en su representación, tercian en el plano del imaginario social modificando desde los relatos la historia que cuentan (Lagos, 2006) y erigiendo una Eva literaria que se vuelve artefacto de réplica ideológica y reajuste ideológico-cultural (Avellaneda, 1984, 2002). Cuerpo vivo o cadáver, espectro o enigma, Eva se convirtió en una coda política y de clase que desde las bellas letras interviene con movimientos de rectificación en el imaginario social (Castoriadis, 1993) sobre el personaje histórico Eva Perón y al mensaje de su obra. Su cuerpo e identidad política son puestos en cuestión por un corpus de obras que responden a los cambios sociales producidos en la escena social y política argentina a partir del peronismo.

    Cuando dejamos a un lado las discusiones sobre la calidad literaria de los textos, argumento aplicado consistentemente desde la tradición para excluir de compilaciones, antologías e historias literarias a autoras vinculadas con el peronismo, surge un corpus extenso de obras literarias, biografías, ensayos políticos y estudios críticos que aborda la figura de Eva Perón. Una revisión inicial del exhaustivo registro bibliográfico recogido por Roberto Baschetti (2013), deja ver entre la canónica voz autoral masculina un corpus de escritoras invisibilizado por los topoi impuestos desde la tradición con la aparición en 1960 de El simulacro, de Jorge Luis Borges. Entrelazada siempre con la lógica antagónica del mito negro y el mito blanco (Navarro, 2002), la literatura con mayúsculas se debate entre dos opciones: …elegir a Eva como cadáver o como cuerpo vivo; explorar de modo condenatorio o hagiográfico su cuerpo muerto (como enigma; como legado propiciatorio; como reencarnación), o recorrer su cuerpo vivo de exuberancia proveedora (Avellaneda, 2002: 118). Pero, ¿qué propusieron las voces autorales femeninas de entonces? ¿Se ocuparon del cadáver o se enfocaron en el cuerpo vivo? ¿Recogieron una trayectoria vital que reaviva los mitos o abren la puerta a otra(s) historia(s) y problemáticas de las mujeres? ¿Dijeron lo político siguiendo las pautas de la tradición literaria, se valieron de esas estrategias para transformar lo personal en algo político o concibieron sus textos como testimonios de la forma en que lo político y lo colectivo son un tema personal? Si excluimos las ediciones de autora y las notas periodísticas, y nos concentramos inicialmente en la producción de poesía, biografía, ficción, testimonio y monografía crítica tanto en Argentina como en el exterior, entre los sesenta y los noventa nos encontramos con un corpus todavía más acotado frente a la producción masculina. Aún así, se trata de un conjunto significativo. Desde antes de su muerte, el 26 de julio de 1952, la trayectoria personal y política de Eva había sido plasmada de la mano de mujeres provenientes de distintos estratos sociales que, independientemente de tener o no un interés en el peronismo, se sintieron interpeladas por su labor social e ideológica. Las publicaciones cercanas a la fecha de su muerte se centran fundamentalmente en el género de la poesía y refuerzan las imágenes ligadas a los mitos. Por ejemplo, María del Carmen Casco de Aguer (Corona lírica a Eva Perón, 1953); María Granata (Sumada llama, 1950; Eva Perón, 1953); Blanca Mega de Juncos (Idiosincrasia de Evita, 1950), y Julia Prilutzky Farny de Zinny (Canción para las madres de mi tierra, 1950) son algunas.

    Otro género destacado desde temprano es el de la biografía, horma predilecta para el acoplamiento entre los discursos míticos y las plataformas ideológicas, como vemos en Fleur Cowles (Bloody Precedent: The Perón Story, 1952) y Mary Main (The Woman with the Whip: Eva Perón, 1952) y en estudios como el de Julie Taylor (Eva Perón. The Myths of a Woman, 1979), a excepción de Erminda Duarte (Mi hermana Evita, 1972). A partir de la década del ochenta se combinan las perspectivas íntimas y los testimonios basados en la experiencia personal de las autoras, ya sea con la Eva de carne y hueso, con su presencia a través de los mitos o con su legado hecho recuerdo familiar. Son biografías que destacan el lado político de Eva Perón; incorporan en su trayecto vital la situación de las mujeres, uniendo así su figura a la de un colectivo intergeneracional, como es el caso de Libertad Demitrópulos (Eva Perón, 1984; 2010); Beatriz Doumerc (Eva Perón, 1989); Marysa Navarro y Nicholas Fraser (Eva Perón, 1980); Carmen Lorca (Llamadme Evita. Un destino único de mujer, 1980); Marysa Navarro (Evita, 1981); Mabel Pagano (Eterna, 1982). Durante la década del noventa, las biografías son un producto más de la proliferación de textos literarios que tienen a Eva como personaje o tema central, como en el caso de Cristina Morato (Divas rebeldes, 1994) y Vera Pichel (Evita íntima, 1993; Evita. Testimonios vivos, 1996). En algunos casos, se trata de investigaciones extensas y muy documentadas que, pese a las posibilidades de relativizar los mitos, quedan ancladas fuertemente a su poder, como sucede por ejemplo con el trabajo de Alicia Dujovne Ortiz (Eva Perón. La biografía, 1995). La década de los noventa también alberga otros géneros, como la poesía en Emilce Britos (Eva Perón. Poema dramático, 1996); el teatro con Mónica Ottino (Evita y Victoria. Comedia patriótica en tres actos, 1990), el testimonio en el caso de Vera Pichel (Evita íntima, 1993; Evita. Testimonios vivos, 1996); y la narrativa casi fantástica en Aurora Venturini (Las Marías de Los Toldos, 1994).

    El habla del otro

    En este acotado corpus, registramos algunas representaciones de Eva que divergen del discurso del mito y de sus usos literarios por parte de la tradición, las cuales pueden entenderse como una punta de lanza para trabajos actuales (Eva y las mujeres, Julia Rosenberg, 2019; Eva Perón. Esa mujer, María Seoane y Víctor Santa María, 2019; Eva y Juan, Cynthia Wila, 2019), en los que la fuerza del mito como silogismo se ha debilitado, cobrando importancia en su lugar la visualización de Eva como eje de un lenguaje político de inclusión y justicia social para las mujeres de su época. De la década del cincuenta, cabe destacar a escritoras vinculadas con los intelectuales de la década del cuarenta, como María Granata, que junto a Aurora Venturini, de quien nos ocuparemos más adelante, fue parte de los recitales de poesía de la Peña Eva Perón hacia 1950, la cual tenía lugar en el Hogar de la Empleada. En sus poemas Sumada llama, Memoria y Muerta en inmenso amor (1952) y Eva Perón (1953), Granata encumbra y solemniza uno de los rasgos más fuertes de la figura de Eva: su vínculo con las multitudes excluidas, con el pueblo, con los trabajadores, con los que hasta entonces habían permanecido en el abandono y la exclusión política. Esta conexión que más adelante la literatura canónica va a cancelar haciendo de su cadáver el núcleo significante máximo, Granata la coloca, con una claridad simple e inobjetable, como el centro irradiador de sentidos: Tú que conoces cuánta vida / cuesta cada latido, siempre estarás viva (Sumada llama); Regresas con el día / Tu sangre en nuestro corazón / Somos el pueblo, forma de tu vida: / no hay soledad de muerte que en ti quede (Eva Perón). La autora hace visible el ajuste ideológico-cultural llevado adelante por Eva Perón cuando se dirige a los trabajadores desde un nosotros, es decir, estableciendo en lo enunciativo una primera igualación. Ese primer movimiento, en el que queda claro que Eva y el pueblo han sufrido lo mismo, está seguido por un segundo movimiento, en el que la voz poética se identifica como ese nosotros y da cuenta de los trabajos y los días de Eva. Lo que inicialmente parecería ser un lenguaje devocional y una representación romantizada que a contrapelo de la tradición resalta lo emocional y el afecto (corazón, latido, dolor humano, luz, inmenso amor, pasión enaltecida), puede también entenderse como una referencia sentida y vital a la subversión del orden llevada a cabo por la labor en la Fundación Eva Perón, la Secretaría de Ayuda Social y otras entidades dedicadas al bienestar de los trabajadores, los niños, las mujeres y los ancianos. Sacar del abandono a la infancia otorgándoles derechos incuestionables y voz a los niños, instalar una ancianidad digna y valorar a la mujer trabajadora son fuerzas que subyacen al hecho estético. Todas son áreas temáticas y preocupaciones concretas que hacia la década del sesenta son borradas por la tradición literaria que se ocupa de la figura de Eva Perón. Por el contrario, Granata ofrece otra mirada sobre el mito de la santa o el mito blanco, que remueve a los sectores trabajadores del lugar de la pasividad y los coloca en diálogo con Eva, un diálogo que han internalizado y se ha vuelto una herramienta de conciencia política poderosa. Lo político no aparece como resultado del poder, sino como principio de acción frente a la desigualdad en una mujer que conoce las inequidades del sistema, la minorización de la que ella misma ha sido víctima. La Eva de Granata es un cuerpo que desde el nosotros disputa el consenso político y cuestiona esencialismos transformando y generando sentidos. Los poemas sintetizan un planteo que la misma Granata se encarga de aclarar en su texto Valoración de la mujer en el peronismo: …El peronismo es, esencialmente, doctrina opuesta a la falsificación del hombre. Sólo en regímenes ficticios, contrarios a la verdad de los pueblos, pudo tener existencia la feminista de frustrada acción […] cuando [la mujer] entra, multitudinaria, en la lucha, no es para dudar ni para equivocarse… (229).

    Un cuerpo y sus causas

    Estas percepciones inmediatamente posteriores a su muerte se transfiguran más adelante en una Eva literaria militante y revolucionaria que recupera el momento de enunciación de mayor vigor ideológico del personaje histórico (Avellaneda, 2002: 131). Así lo observamos en el poema Eva de María Elena Walsh, que la presenta como síntesis y adelanto de la mujer encargada de rehacer al mundo: Todas, las contreras, las idólatras, las madres incesantes, las rameras, las que te amaron, las que te maldijeron, las que obedientes tiran hijos a la basura de la guerra, todas las que ahora en el mundo fraternizan sublevándose contra la aniquilación. Bajo la metamorfosis producto del deseo y de la fuerza política de la época, los versos delinean una Eva cuya fuerza política e ideológica propia sirve de sostén, de reaseguro, para una generación de mujeres abocadas al proyecto revolucionario de la izquierda y la juventud peronista de los setenta. En el campo de lo visual, este fortalecimiento se observa en la iconografía paralela que se genera para establecer ese vínculo con su fuerza política por parte de sectores militantes generacional e ideológicamente discrepantes; por un lado, la Eva activa y combatiente desde el lugar del poder público propuesta en el arte de Ricardo Carpani y retomada por los sindicatos; y por el otro, una Eva de rostro sonriente y esperanzado, recortada de una imagen capturada en la intimidad, propuesta colectivamente desde ese proyecto de los sectores peronistas de izquierda y revolucionarios. Ya no hay rodete, sino melena suelta y al viento; ni hay micrófono que emita masivamente su mensaje, sino ideales dibujados en un amplio gesto lleno de futuro, instalados, como sus vocablos, en las memorias propias y ajenas.

    La Eva viva de María Elena Walsh no habla el lenguaje del afecto, sino el de la fraternidad y la adopción de una causa: Cuando hagamos escándalo y justicia el tiempo habrá pasado en limpio tu prepotencia y tu martirio, hermana. / Tener agallas, como vos tuviste, fanática, leal, desenfrenada en el candor de la beneficencia, pero la única que se dio el lujo de coronarse por los sumergidos. Es una Eva que aparece en un nosotros militante que empieza a desplazarse con una vitalidad propia que será frenada por el imaginario del cadáver implantado desde la tradición literaria. Walsh convoca a un colectivo femenino heterogéneo como interlocutoras históricas; las que la odiaron, las que heredaron su memoria, las que la entendieron, etc., todas se aproximarán en una lucha que es de las mujeres porque es fundamentalmente una lucha social. Al respecto, cabe notar lo señalado hacia mediados de la década del noventa por la poeta Diana Bellesi, quien sugiere que la Eva de las mujeres registra los interrogantes de los feminismos pasados y presentes:

    La señora […] introduce formas públicas y discursos […] que aisladas de otros aspectos de la gran paradoja central que la conforma, se oirían como parlamentos feministas de la década del setenta en el norte, ya en el año 1947 en la arena local. […] Algunos consideran que la imagen de su cadáver es la imagen del cadáver de la Nación, personalmente creo que es hostia de la eucaristía de un pueblo oprimido: volveré y seré millones. (Citado en Avellaneda, 2002: 119)

    El interrogante sobre la acción, el ¿qué hacer? de las mujeres, aparece como fuerza vital articulada en un discurso de demanda directamente vinculado con el feminismo en la pieza teatral Eva y Victoria (1990) de Mónica Ottino, en el momento en que se produce el auge de novelas históricas y biografías sobre Eva.

    El feminismo según Eva

    Hacia los noventa aparecen novelas como La pasión según Eva (1994) de Abel Posse y Santa Evita (1995), de Tomás Eloy Martínez, que indagan la historia argentina cifrada en la mitificación de Eva Perón para ofrecerles a los lectores una imagen del personaje histórico más humana (Punte, 1997: 105). Ambas novelas rompen con la lógica maniquea del mito negro y el mito blanco y cuentan la historia argentina deteniéndose en la trayectoria vital del personaje histórico. Pese a estar estructuradas alrededor de los mitos, las novelas permiten vislumbrar a una Eva que representa un nuevo tipo de mujer (Punte, 1997: 126), y pese a que en el personaje asoman atisbos del enfrentamiento machismo-feminismo, su recorrido vital presenta un rasgo nuevo: la voluntad de mostrarles a las nuevas generaciones, …marcadas por el consumo masivo de la iconografía de Evita, la realidad que le pasa a su país […] Y es inevitable que esa pasión tenga una fuente irradiante: Evita. ‘Evita vive’, rezan muchos carteles el 26 de julio. Y es cierto, en la medida en que es resucitada a través de la mirada de los lectores (Punte, 1997: 127). La representación de una Eva cuyo peso específico no son los relatos sobre su persona, sino su accionar, es precisamente aquello que se destaca en el corpus que analizamos en este ensayo. A las Evas de las escritoras, los fundamentos ideológico-culturales de las normas estéticas no han logrado quitarles el cuerpo; es decir, muy en oposición a la tradición literaria, en la voz de estas escritoras, el cuerpo de Eva no es un terreno de emplazamiento de disputas, sino un dínamo en acción; una vitalidad que despliega todo su potencial histórico, Eva es un cuerpo que se resiste a ser alienado o expulsado de la historia y que, con su presencia en la literatura de estas escritoras, batalla el disciplinamiento de las mujeres a manos de las bellas letras.

    Podemos comprobar esto con un breve análisis de la obra de Ottino, sobre la cual se ha observado que la conversación entre Eva Perón y Victoria Ocampo podría ser un diálogo de sordos, que pone en evidencia la incapacidad de la sociedad argentina para conciliar sus posturas políticas e ideológicas (Soria, 2005: 67). Más que un diálogo de sordos, la conversación entre ambas mujeres expone las tensiones existentes entre decir lo político y hacer lo político; dicho de otro modo, el intercambio entre Eva y Victoria expone el conflicto planteado por la urgencia de crear condiciones materiales colectivas para la emancipación de las mujeres, en el caso de la primera, y por la necesidad de trascender individualmente la opresión masculina, en el caso de la segunda. La obra presenta un interrogante sobre qué caminos deben seguir las mujeres para evitar repetir y perpetuar en su accionar social y político la sumisión de género de la que ellas mismas han sido víctimas y de la cual dan cuenta críticamente en sus estrategias personales. Por eso, más que tratarse de una conversación entre sordas, la pieza muestra un momento de anagnórisis: esas posturas de clase irreconciliables, ese lenguaje político e ideológico antagónico, esa cultura que se erige con sustancial prestigio para quienes la poseen, no son otra cosa que instrumentos de minorización de las mujeres.

    ¿Es cuestionable que el personaje de Eva Perón le formule esto a una feminista? Con una razón política justificada en su labor social, Eva le solicita a Ocampo que desde el feminismo apoye la batalla final por el voto femenino. Una Eva dueña de una voz fortalecida en la acción política intenta convencer a Ocampo de que el lugar ganado por las mujeres debe ser una lucha colectiva: Usted hizo lo que no quiso y no hizo lo que quiso. ¿Qué feminista puede ser esta? La mujer política parece indicarle a la intelectual que, en la sociedad capitalista, el género …se ha constituido en una función-trabajo que oculta la producción de la fuerza de trabajo… [por lo que] … ‘la historia de las mujeres’ es la historia de las clases’ y [que] la pregunta… es si se ha trascendido la división sexual del trabajo que ha producido ese concepto [género] en particular… (Federici, 2018: 24). Esta Eva de Ottino, ya no solamente se dirige a los trabajadores y a los más vulnerables, sino que además hace entrar en la mansión de la dama letrada su propia práctica de reconocimiento a esos sectores. Es una Eva que locuazmente identifica como principal enemigo de las mujeres a las prácticas de dominación de género que las mujeres de una clase ejercen sobre las mujeres de otra clase. Rompe así con un feminismo que en Ocampo todavía perfilaba una escritura y un habla dentro del sistema discursivo masculino, que recurría a la cita de autores varones como apoyatura de pensamiento, aunque fuera una devota de la labor realizada por Virginia Woolf… (Amícola, 2006: 3). En un nosotros que aparece gestualmente, Eva sienta frente a Ocampo a las empleadas domésticas, las obreras y las mujeres de campo y le reclama qué feminista, más allá de las distancias ideológicas, podría oponerse a luchar por el voto femenino. Sus argumentos enmudecen a una intelectual que se resiste a ver que uno de los problemas de su feminismo es el de la inclusión de mujeres como su empleada doméstica, a quien Eva agradece una taza de té tomándole la mano. No le disputa a Ocampo el sentido del feminismo, sino su sentido del feminismo al señalarle que proviene de una limitada comprensión del colectivo de mujeres. Mi ignorancia es su problema le formula a una Ocampo entre disgustada y avergonzada, indicándole que la práctica del feminismo desde la cultura letrada se acerca más a una imposición autoritaria que al reconocimiento del otro y sus necesidades.

    La locuacidad política de la Eva de Ottino es inédita en comparación a las otras Evas literarias y se acerca a la voz de la Eva histórica o la Eva Perón de Mi mensaje (1994), es decir, se trata de un personaje que re-politiza la figura de Eva: una Eva que se enfrenta a otra mujer para plantear los derechos sociales de todas las mujeres es un problema medular para el feminismo. Le explica a una Victoria Ocampo encerrada en sus privilegios de clase cuál es la razón de su accionar político: Las mujeres de las que usted habla no son las mismas de las que yo hablo. Le remarca el sustrato de clase contenido en su pensamiento sobre el otro al mostrarle el límite de su accionar: …[ustedes] [r]egalan ropa sacándole los botones. Emplazada en la acción política, Eva le plantea a la mujer intelectual el dilema de la inclusión. Para los sectores bien pensantes, ¿la integración del otro es un asunto de derechos o de una caridad mezquina? Cuestiona el relato de la meritocracia y la supuesta imparcialidad de los intelectuales frente al origen de la inequidad; y, sobre todo, hace visible la función que tienen los discursos de la beneficencia a la hora de perpetuar la inferioridad del otro. Una Eva vehemente le dice a una Victoria Ocampo circunspecta: Usted hizo lo que no quiso y no hizo lo que quiso. La autora amplifica en la voz de su personaje las expresiones pueblo oprimido, oligarquía y clase parasitaria, instalados por la Eva histórica como vocablos que sellaron su diálogo con el pueblo. Los interrogantes y las temáticas planteadas por esta Eva en este diálogo forman parte de la agenda de los feminismos actuales: la violencia de género sistematizada en las relaciones de producción y en las dinámicas de clase, la descriminalización de la pobreza y del derecho sobre el propio cuerpo, y la inclusión en la mesa política de las problemáticas de género. A diferencia de las autoras de las décadas anteriores, volviendo al planteo de Moreno sobre las tareas de las mujeres frente al imaginario sobre Eva, observamos que la pieza de Ottino traza un posible escenario de acción: para re-politizar a Eva será necesario configurar un ámbito de reproducción material donde no tengan lugar los supuestos de clase perpetuados en los

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