Ya desde año y medio antes de la orden de captura y deportación de los judíos de Roma se venía presionando al papa Pío XII para manifestarse públicamente en torno a los horrores de la guerra y en particular a las acciones del régimen nazi. Desde distintos flancos se había intentado presionar al sumo pontífice para que se posicionara; acaso pudiera, con su autoridad sobre la cristiandad universal, proteger el destino del pueblo judío o evitar otras atrocidades. El embajador inglés en el Vaticano, D'Arcy Osborne, así como su homólogo norteamericano una vez que Estados Unidos se unió a la guerra, Harold Tittman, la prensa internacional e incluso las propias fuerzas alemanas en Roma habían hecho una serie de esfuerzos por evitar la tragedia. El caso de la deportación romana en particular supuso para el Vaticano una especie de talón de Aquiles, y para el desarrollo de la guerra fue un punto clave.
El de Londres, ya a mediados de 1942, había sido el primer medio de prensa en publicar noticias sobre el Holocausto –a pesar de que este concepto aún no se utilizaba-, dando cifras sobre la vastedad del exterminio judío y revelando el uso de gases. Es decir, entre mediados de 1942 y el otoño de 1943 el mundo se había enterado poco a poco de las políticas de Hitler y las reacciones no se habían hecho esperar. El temor y la incertidumbre rondaban las conversaciones de los aliados, pero también las de la población civil, como un secreto a voces, y ya existían