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Ocho lecciones de yoga
Ocho lecciones de yoga
Ocho lecciones de yoga
Libro electrónico138 páginas2 horas

Ocho lecciones de yoga

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En este breve texto, Aleister Crowley, la autoproclamada Gran Bestia, vuelve a sorprendernos por su lucidez y concisión a la hora de sintetizar conceptos espirituales de una enorme complejidad. Se trata de una serie de conferencias pronunciadas ante un público inteligente pero lego en la materia, en las que el autor aquilata la esencia del yoga con una sabia dosis de humor y un afán claramente desmitificador.
Es ésta una obra que invita a recorrer la senda del autocontrol sin ningún ánimo embaucador, tan característico de los charlatanes que frecuentan la literatura ocultista.
De nuevo, Crowley se presenta como una mente abrumadora, capaz de traducir a nuestra época los arcanos de una sabiduría milenaria.
Melusina ya publicó en 2008 la biografía definitiva de este fascinante personaje: Su satánica majestad, Aleister Crowley.
IdiomaEspañol
EditorialMelusina
Fecha de lanzamiento11 sept 2020
ISBN9788418403118
Ocho lecciones de yoga
Autor

Aleister Crowley

Aleister Crowley (1875-1947) was an English poet, painter, occultist, magician, and mountaineer. Born into wealth, he rejected his family’s Christian beliefs and developed a passion for Western esotericism. At Trinity College, Cambridge, Crowley gained a reputation as a poet whose work appeared in such publications as The Granta and Cambridge Magazine. An avid mountaineer, he made the first unguided ascent of the Mönch in the Swiss Alps. Around this time, he first began identifying as bisexual and carried on relationships with prostitutes, which led to his contracting syphilis. In 1897, he briefly dated fellow student Herbert Charles Pollitt, whose unease with Crowley’s esotericism would lead to their breakup. The following year, Crowley joined the Hermetic Order of the Golden Dawn, a secret occult society to which many of the era’s leading artists belonged, including Bram Stoker, W. B. Yeats, Arthur Machen, and Sir Arthur Conan Doyle. Between 1900 and 1903, he traveled to Mexico, India, Japan, and Paris. In these formative years, Crowley studied Hinduism, wrote the poems that would form The Sword of Song (1904), attempted to climb K2, and became acquainted with such artists as Auguste Rodin and W. Somerset Maugham. A 1904 trip to Egypt inspired him to develop Thelema, a philosophical and religious group he would lead for the remainder of his life. He would claim that The Book of the Law (1909), his most important literary work and the central sacred text of Thelema, was delivered to him personally in Cairo by the entity Aiwass. During the First World War, Crowley allegedly worked as a double agent for the British intelligence services while pretending to support the pro-German movement in the United States. The last decades of his life were spent largely in exile due to persecution in the press and by the states of Britain and Italy for his bohemian lifestyle and open bisexuality.

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    Ocho lecciones de yoga - Aleister Crowley

    conferencia

    Nota del traductor

    «por una inversión de valores muy difundida», advierte Italo Calvino en Por qué leer a los clásicos, «la introducción, el aparato crítico, la bibliografía hacen las veces de una cortina de humo para esconder lo que el texto tiene que decir y que sólo puede decir si se lo deja hablar sin intermediarios que pretendan saber más que él». Al parecer, no es ésta la suerte que ha corrido la obra de Crowley hasta la fecha, aunque no le faltan méritos para convertirse en un clásico. Pululan por internet las obras del mago, se reproducen hasta la extre­maun­ción y el vértigo, y no existe todavía una edición crítica, aparatosa y momificada de sus textos que pueda servir de tabla de salvación al traductor que, a instancias de un editor de inescrutables y certeros designios, se ve sumido en la gozosa tarea de verterlos al castellano. En inglés, hablan las obras de Crowley aún en tiempo presente, que es tiempo sin aparato crítico ni historia ni antología, y así estuve tentado de llevar estas conferencias al castellano, libres de notas y de fárrago. No pudo ser. El lector comprobará que aquí también escuchan los muertos y que el público destinatario de estas charlas extraordinarias desapareció hace tiempo, llevándose con él el orácu­lo de sus años.

    Encontrará el lector unas pocas notas, en ocasiones donde el traductor no alcanza, en otras donde parecía obligado esbozar el mundo perdido al que alude Crowley, tarea para la que me ha resultado de suma utilidad la biografía Su satánica majestad, Aleister Crowley, publicada en esta misma editorial. También encontrará una breve y miscelánea serie de notas que proceden del texto inglés, debidamente indicadas, en las que se apuntan las reacciones del público de las conferencias y algunos de los malvados dobles sentidos tan propios de Crowley. Espero en cualquier caso no haber traicionado un texto que a veces se quiere opaco para confundir a quien a finales de los años treinta del siglo pasado era alumno y hoy es lector. De lo contrario, ¡que caiga la desgracia del aborto sietemesino sobre mí!

    Asimismo, quisiera expresar mi agradecimiento a Maia F. Rius por la inestimable ayuda prestada con las fuentes bíblicas, que Crowley maneja con deliciosa soltura.

    Yoga para catetos

    Primera conferencia

    Primeros principios

    Haz lo que quieras será la totalidad de la Ley.

    Es mi deseo abordar el tema del yoga empleando un lenguaje sencillo, sin recurrir a jergas ni planteando hipótesis fantasiosas, a fin de que esta ciencia sea comprendida cabalmente y se le reconozca su valor universal. Pues, al igual que todo lo que es valioso, el yoga es simple; pero al igual que todo lo que es valioso, se ve desfigurado por un pensamiento confuso y, a menudo, es ridiculizado por las maquinaciones de los mezquinos.

    No hay otro tema bajo la luz del Sol que se preste a más estupideces por escrito o de viva voz. En gran medida, estas estupideces, a las que dan pábulo los charlatanes, se basan en la idea de que el yoga tiene algo de oriental o misterioso. Pues no. No esperéis de mí obeliscos u odaliscas, delicias turcas, ruiseñores persas o los oropeles a los que nos tienen acostumbrados los practicantes del yoga. Soy elegante, pero no extravagante. Cualquiera que haya vivido un tiempo y con los ojos abiertos en África o Asia sabrá que no hay nada que merezca los adjetivos de oriental o misterioso. Propongo invocar al más remoto e inalcanzable de los dioses para disipar las tinieblas de este tema. Éste no es otro que el dios de la luz del sentido común.

    Cualquier fenómeno del que tengamos constancia tiene lugar en nuestras mentes, de modo que el lugar al que habremos de prestar toda nuestra atención es la mente, cuya reparto entre las distintas especies de la humanidad es más equitativo de lo que se suele creer. Lo que parecen diferencias radicales, irreconciliables por naturaleza, suelen deberse a la testarudez de la costumbre, resultado de generaciones de aprendizaje sistemático y sectario.

    Por ello, deberemos comenzar nuestro estudio del yoga echando un vistazo al significado de la palabra. Yoga significa unión, de la misma raíz sánscrita que la palabra griega «zegma», la voz latina «jugum» y la española «yugo» (de la raíz indoeuropea «Yeug», juntar).

    Cuando una bailarina está consagrada al servicio de un templo existe un yoga de sus relaciones que hay que celebrar. Yoga, en pocas palabras, puede traducirse como una discusión de salón de té, lo que sin duda explica que todos los estudiantes de yoga en Inglaterra no hagan más que chismorrear durante sus interminables libaciones de té Lyons.

    Yoga significa Unión.

    ¿Cómo debemos interpretarlo? La palabra yoga, ¿implica un sistema de aprendizaje religioso o una descripción de una experiencia religiosa?

    Podéis reparar, de paso, en que las palabras religión y yoga son identificables. Ambas aluden a juntar cosas.

    Yoga significa Unión.

    ¿Qué elementos se unen o deben unirse cuando la palabra yoga se emplea en el sentido más extendido de una práctica muy difundida en el Indostán cuyo objetivo es la emancipación del individuo que lo estudia y practica con respecto a los avatares menos agradecidos de su vida en este planeta?

    Decía Indostán, pero en realidad debería decir cualquier rincón del mundo, pues diversas investigaciones han revelado que existen métodos parecidos con resultados parejos a lo largo y ancho del mundo. Pueden cambiar los detalles, pero la estructura general es la misma. Porque todos los cuerpos, así como todas las mentes, poseen formas idénticas.

    Yoga significa Unión.

    En la mente de una persona piadosa, el complejo de inferioridad, que es la razón de su piedad, le obliga a interpretar esta emancipación como la unión con ese vertebrado gaseoso de su invención al que llama Dios. Entre los nublados vapores de sus miedos, su imaginación ha proyectado una gigantesca y distorsionada sombra de sí mismo ante la que siente el debido terror. Y cuanto más agacha la cabeza, más parece que el espectro se inclina para aplastarlo. Personas con semejantes ideas sólo pueden dar con sus huesos en asilos para lunáticos e iglesias.

    Si el yoga se presta a oscuras elucubraciones, se lo debemos a esta miasma abrumadora de miedos. Un problema bien simple se ha convertido en algo muy complicado gracias a la estupidez ética y supersticiosa más abyecta. Y, sin embargo, la verdad nunca ha dejado de manifestarse en la misma palabra yoga.

    Yoga significa Unión.

    Empecemos por comprender qué es el yoga realmente. Para ello deberemos ingresar en la naturaleza de la conciencia mirando por el rabillo del ojo algunas ciencias como las matemáticas, la biología y la química.

    En matemáticas, la expresión a + b + c es trivial. Escribamos sin embargo a + b + c = 0 y obtendremos una ecuación a partir de la que podremos desarrollar las verdades más gloriosas.

    En biología, las células se dividen sin cesar, pero nunca se convierten en algo distinto. Pero si unimos células de atributos opuestos, como masculino y femenino, ponemos los cimientos de una estructura cuya cima se sitúa inalcanzable en los cielos de la imaginación.

    Cosas parecidas ocurren en química. El átomo posee en sí mismo unas pocas características invariables y ninguna de ellas resulta particularmente importante. Pero tan pronto como un elemento se combina con el objeto que ansía no sólo obtenemos la extática producción de luz, calor y demás, sino también una estructura más compleja que posee muy pocas o ninguna de las características de sus elementos, pero que es susceptible de nuevas combinaciones hasta alcanzar unas cotas de complejidad de asombrosa sublimidad. Todas estas combinaciones, todas estas uniones, son el yoga.

    Yoga significa Unión.

    ¿Cómo debemos aplicar esta palabra a los fenómenos de la mente? ¿Cuál es la primera característica de cualquier cosa que pensemos? ¿Cómo llegó a convertirse en un pensamiento? El pensamiento ocurre cuando éste se distingue del resto del mundo.

    La primera proposición, el modelo de todas las demás proposiciones, es: s es p. Tiene que haber dos cosas —dos cosas distintas— cuya relación produzca conocimiento.

    Yoga es ante todo la unión del sujeto y el objeto de conocimiento: la unión de quien ve con lo que es visto.

    Ahora bien, nada hay de extraordinario o extraño en ello. El estudio de los principios del yoga resulta de gran utilidad para el hombre corriente, aunque sólo sea porque le llevará a pensar que la naturaleza del mundo no es como se la imaginaba.

    Tomemos, por ejemplo, un trozo de queso. Podemos decir que posee ciertas cualidades tales como forma, estructura, color, solidez, peso, sabor, olor y consistencia, entre otras. Pero la ciencia nos demuestra que son todas ilusorias. ¿Dónde residen estas cualidades? Desde luego no en el queso, ya que distintos observadores darán distintas noticias. Tampoco en nosotros, ya que no las percibimos en ausencia del queso. Todas las «cosas materiales», así como todas las impresiones, son fantasmagorías.

    En realidad, el trozo de queso no es más que una serie de cargas eléctricas. Incluso la cualidad más fundamental de todas, la masa, se ha descubierto que no existe. Lo mismo vale para la materia de nuestro cerebro, a la que debemos en parte estas percepciones. Entonces, ¿cuáles serán estas cualidades de las que estamos tan seguros? No existirían si no fuese por nuestro cerebro, tampoco existirían sin el queso. Son el resultado de la unión, es decir, del yoga, de quien ve con lo que es visto, de sujeto y objeto en la conciencia, tal y como reza el latiguillo filosófico. No poseen existencia material; no son más que nombres otorgados a los resultados extáticos de esta forma particular de yoga.

    Tengo para mí que al estudiante de yoga esta idea, si es capaz de asentarla firmemente en su mente inconsciente, le resultará de gran ayuda. Más del noventa por ciento de los problemas para entender el asunto que nos ocupa se lo debemos a la murga de que el yoga es oriental y misterioso. Los principios del yoga, y sus resultados espirituales, encuentran su demostración en cada suceso consciente e inconsciente. Esto es lo que puede leer­se en El libro de la ley —el amor es la ley, el amor sujeto a la voluntad—, ya que el amor es el instinto de unir y el acto de «unión». Pero no es algo que podamos realizar indiscriminadamente; antes bien, tiene que hacerse «sujeto a la voluntad», esto es, de conformidad con la naturaleza de las unidades particulares implicadas. El hidrógeno no siente amor por el hidrógeno; no está en

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