EL AUTÉNTICO ORIGENDEL TAROT
La bajara del tarot está rodeada de un aura mágica y misteriosa desde hace siglos. Decía el padre del ocultismo moderno Eliphas Levi en su Dogma y ritual de Alta Magia que «un prisionero sin libros, podría, en algunos años, si tuviera solamente un tarot del que pudiera servirse, adquirir una ciencia universal y hablaría de todo con una doctrina sin igual y con una elocuencia inagotable; (…) es el verdadero secreto de la transmutación de las tinieblas en luz; es el primero y el más importante de todos los arcanos de la Gran Obra». Ante una presentación de tal calibre, resulta imposible no quedar seducido por este presunto objeto de poder y saber, auténtico icono cultural desde el Renacimiento que todavía hoy día goza de excelente salud. No en vano ha inspirado y lo han personalizado celebridades contemporáneas tan diferentes como Salvador Dalí, Aliester Crowley o el controvertido gurú Osho.
Quien más o quien menos cae rendido al magnetismo que desprende este mazo, generalmente, de 78 cartas, formado por 22 figuras alegóricas o arcano mayor y 56 naipes más, distribuidos en cuatro palos o arcano menor. Pero cuestión radicalmente distinta es esclarecer su origen y la intención con la que fue concebido. En este punto, las teorías, ocurrencias y propuestas con más o menos fundamento no paran de multiplicarse.
Una de las hipótesis más en boga sostiene que la creación del tarot tuvo lugar en el Antiguo Egipto. El principal difusor y defensor de esta procedencia fue Antoine Court de Gébelin, un conocido erudito francés del siglo XVIII que acumulaba en su seno la condición de expastor protestante, francmasón, estudioso de la cábala, el hermetismo y toda clase de doctrinas esotéricas
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