Implacable venganza
Por Kate Walker
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Grace seguía enamorada de él. Constantine quería una relación con ella en la que dieran rienda suelta a la pasión, pero sin comprometerse. Pero al ver que Grace se derretía en sus brazos, Constantine empezó a preguntarse quién era el que se estaba vengando...
Kate Walker
Kate Walker was always making up stories. She can't remember a time when she wasn't scribbling away at something and wrote her first “book” when she was eleven. She went to Aberystwyth University, met her future husband and after three years of being a full-time housewife and mother she turned to her old love of writing. Mills & Boon accepted a novel after two attempts, and Kate has been writing ever since. Visit Kate at her website at: www.kate-walker.com
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Implacable venganza - Kate Walker
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 1999 Kate Walker
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Implacable venganza, n.º 1127 - septiembre 2020
Título original: Constantine’s Revenge
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1348-130-2
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
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Capítulo 1
TODO empezó con unos golpes en la puerta. Algo tan simple cambió la vida de Grace para siempre. Destruyó su felicidad y sus sueños de futuro. Y como resultado de ese suceso, incluso en esos momentos, dos años más tarde, todavía tenía que hacer un esfuerzo para responder cuando alguien llamaba a su casa.
—¡Gracie, cariño! —oyó la voz de Ivan, que la llamaba desde la cocina, donde estaba preparando una receta suya propia de ponche de frutas—. ¿Vas a responder, o te vas a quedar mirando la puerta todo el día?
—¡Voy, voy!
No se había dado cuenta siquiera de que había estado absorta mirando. Se levantó, después de hacer un tremendo esfuerzo mental. Era una tontería reaccionar de esa manera. Ya habían pasado veinticuatro meses desde aquel día fatídico. Ya no vivía en la casa de su padre, la que una vez había considerado su hogar. En aquel tiempo vivía en un edificio victoriano donde Ivan tenía un piso.
—¡No sabía que estuviéramos esperando a alguien! —le respondió mirando por encima del hombro y sonriendo para disimular un poco la inseguridad que le producía ir a abrir la puerta—. ¿A cuánta gente has invitado? Esto ya está a reventar.
—Una fiesta no es una fiesta a menos que no haya sitio siquiera para moverse.
Grace no oyó la respuesta de Ivan. De nada sirvió el tono gracioso que utilizó. Se sentía como un gato encerrado, al acecho de la entrada de un intruso en su territorio, el vello rubio de su cuello erizado, sus ojos grises ensombrecidos.
Era imposible que le ocurriera lo mismo dos veces, se dijo. Se mordió el labio y suspiró hondo, antes de ir a abrir.
Abrió la puerta con más ímpetu del que ella había anticipado, y estuvo a punto de caerse para atrás.
—Tranquila…
Una voz profunda, con un tono aterciopelado, fue lo primero que registró su mente. Inmediatamente después se dio cuenta de otros dos hechos, dos hechos familiares sobre el hombre que tenía delante de ella.
Ojos negros de mirada dura y profunda. Aquel color de ojos y la intensidad de su mirada se habían grabado en su memoria hacía mucho tiempo y habían sido imposibles de borrar. Aquella voz tan sensual y de exótico acento parecía quitarle todas sus fuerzas.
Otras imágenes acudieron a su mente. Una piel suave y de tono aceitunado, fuerte mandíbula, una boca preciosa y un labio inferior muy carnoso. El pelo negro, muy corto, como para impedir la tendencia a que se le rizara. De pronto sintió como si una mano cruel hubiera surgido del pasado y la hubiera llevado a sentir las mismas emociones de entonces.
—¿Estás bien?
Sintió que unas manos potentes la estaban sujetando. Tan solo cuando estuvo de pie, bien asegurada en el suelo, el hombre la miró a la cara.
—¡Tú! —le dijo con voz aguda, cambiando su expresión de preocupación a desprecio—. No te había reconocido.
Tuvo que acordarse de respirar. Al parecer un rayo podía caer dos veces en un mismo sitio. Sobre todo si ese rayo era griego. Por lo menos ese efecto era el que aquel hombre producía en ella.
—¡Constantine!
Pronunció su nombre de forma atropellada, como si se negara a pronunciarlo. Un nombre que ella había decidido no utilizar nunca más mientras pudiera.
—¿Qué haces aquí?
La estaba mirando como si no se creyera lo que estaba viendo. Solo un idiota podría hacerle aquella pregunta, sobre todo con aquel tono de desprecio. Y si había algo que Constantine Kiriazis no soportaba era la presencia de un idiota.
—Me han invitado —le respondió con un tono de voz tan cortante como sus movimientos.
Con un gesto, como si le quisiera indicar que solo el hecho de tocarla le contaminaba, la soltó y se apartó de ella. Con aquel gesto indicó de forma elocuente que se sentía mucho más lejos de ella que los pocos centímetros que los separaban.
—¿Es aquí donde se celebra la fiesta?
Con un movimiento brusco de cabeza, Grace respondió a aquella pregunta innecesaria. El volumen de la música y las risas que se oían a sus espaldas hablaban por sí mismas.
—¡No sé cómo Ivan te ha invitado!
Él enarcó de forma cínica las cejas, manifestándole a las claras que se burlaba de su vehemencia.
—Dime una cosa, querida Grace, ¿crees que si no me atrevería a aparecer aquí vestido como voy vestido? —con un gesto arrogante señaló su indumentaría—. ¿Si no fuera por el tema que se le ha ocurrido a tu amigo para celebrar esta fiesta?
Grace juró para sus adentros por haberle hecho aquella pregunta tan tonta. Ni siquiera había querido mirarlo. Pero con aquel gesto que había hecho la había obligado a ello. Y después de mirarlo ya no pudo apartar sus ojos de él.
No quería acordarse de la fuerza y agilidad del cuerpo de Constantine. No quería acordarse de la estructura que tan íntimamente ella conocía. Le dolía solo recordar lo que una vez sintió en sus brazos, apoyándose en su pecho, sintiendo su boca.
—Pues no parece que hayas entendido bien de qué va la fiesta de esta noche.
La rabia que sentía en su interior dio un tono cortante a sus palabras. Sus ojos grises eran como el hielo, cuando lo miró con gesto de desprecio, el mismo que él había utilizado momentos antes con ella.
—A mí, Ivan me dijo que como iba a cumplir treinta años e iba a dejar atrás ya la década de los veinte, tenía que venir vestido como lo hacíamos hace diez años…
—¿Crees que no lo sé? —espetó Constantine con voz profunda—. No tienes que explicármelo. Además, si tuviera alguna duda, no tendría más que mirarte a ti la pinta que llevas.
—Por lo menos yo he intentado vestirme como vestía entonces —le respondió Grace con un gesto de desafío.
Aunque la verdad era que lo que se había puesto no era lo que se ponía hacía una década. Hacía diez años ella solo tenía catorce. En aquel tiempo unos pantalones vaqueros con una camiseta blanca sin mangas había sido la indumentaria que llevaba a todos sitios.
Pero para ir a la fiesta de esa noche había elegido otra cosa. Se había peinado de forma distinta, con el pelo despeinado y se había maquillado más que de costumbre, lo cual le daba un aspecto mucho más juvenil y más relajado. Cuando se miró al espejo le hizo gracia, porque su aspecto era completamente distinto al que estaban acostumbrados sus compañeros de la agencia de publicidad en la que trabajaba.
Pero al ver la forma en que la estaba mirando Constantine se sentía ridícula e incómoda. Si hubiera podido habría vuelto a vestirse de la forma elegante y sofisticada que tanta seguridad le daba.
Si hubiera sabido que él iba a acudir a aquella fiesta, se habría puesto algo que le habría quitado el hipo. Algo que le hubiera mostrado lo que se había perdido cuando la había dejado.
Si hubiera sabido que él iba a ir a aquella fiesta…
¿A quién estaba engañando? Si ella hubiera incluso sospechado que Constantine Kiriazis estaba en Inglaterra en la misma ciudad en la que Ivan y ella vivían habría echado a correr y no habría querido ver al hombre que tanto había amado en el pasado.
—Por lo menos yo lo he intentado, mientras que tu…
—¿Qué defecto ves a lo que llevo puesto? —le preguntó Constantine con un tono que la hizo sentir un escalofrío en la espalda.
—Me haces gracia. Es tan…
Le faltaron las palabras. Prefirió mantener la boca cerrada, antes de decirle alguna burrada.
La verdad era, sin embargo, que lo que llevaba era el más puro estilo Constantine, mostrando a las claras su masculinidad.
El abrigo de lana de cachemira que llevaba puesto, para protegerse del frío de las tardes del mes de marzo, se ajustaba a la perfección a su atlético cuerpo. Se veía que era un atuendo caro, más caro de lo que una persona normal se podía permitir. Era de una familia adinerada como lo habían sido también sus antepasados. Pero no necesitaba de la riqueza para que la gente se fijara en él.
Constantine Kiriazis nunca había hecho ostentación de la fortuna que ella sabía que poseía, en principio por ser el hijo de un hombre con mucho dinero y en segundo lugar por el hecho de que él también había conseguido bastante por sí mismo. Su ropa al igual que todo su ser era exquisita pero sencilla. El único objeto llamativo que llevaba encima era un reloj de oro en su muñeca.
Debajo del abrigo llevaba una camisa blanca, pajarita, pantalones negros y un chaleco. No llevaba chaqueta. A diferencia del resto de los invitados, que se habían vestido de acorde con la ocasión, su aspecto era sofisticado y totalmente disciplinado, como si nada tuviera que ver con aquella fiesta.
—¿Tan qué? —le preguntó Constantine.
—Tan controlado, tan…
Se estaba dando cuenta de que sus propios sentimientos la estaban sacando de quicio. Tenía que dejar de fijarse en el aspecto tan masculino que se escondía debajo de aquella ropa.
—La verdad es que pareces un camarero.
Los ojos de él adquirieron un cierto tono de violencia al oír su comentario. Incluso oyó el ruido que hizo con los dientes al cerrar la boca, como si con ese gesto quisiera tragarse las palabras que había estado a punto de soltar. Ella sabía que su comentario había herido