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El Falso Profeta: La Serie Stonegate
El Falso Profeta: La Serie Stonegate
El Falso Profeta: La Serie Stonegate
Libro electrónico524 páginas7 horas

El Falso Profeta: La Serie Stonegate

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Donald, Rachel, Philip y los demás regresan en esta apasionante secuela de la galardonada novela, La Espada de Stonegate. Frente a un poderoso ejército que avanza hacia el este, Donald debe reunir a los dispersos defensores para hacer resistencia al Falso Profeta y su plan de esclavizar a las últimas ciudades aledañas con libertad. Para hacerlo, debe superar sus propias luchas de fe, demonios de inseguridad, bandas de asesinos y un traidor en su propio campamento. ¿Podrá tener éxito, contra todo pronóstico, y aún así ganar la mano de la mujer que ama?
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento16 jun 2020
ISBN9781071551080
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    El Falso Profeta - Harry James Fox

    EPÍLOGO

    Prefacio

    Este libro es el Segundo en la serie de Stonegate. El primero, La Espada de Stonegate, fue publicado en el 2015 y recibió varios premios, incluyendo medalla de bronce en los Global eBook Awards del 2016. Dicho libro cuenta la historia de Donald de Fisher, y cómo es que cambió de ser un hombre sabio o un erudito a un soldado y sus aventuras en este proceso. Este libro continúa donde terminó el primero, pero contiene el suficiente contexto para ser comprendido por sí solo. Se planea tener un tercer libro, a ser publicado en el 2017.

    Quiero dar mérito a un cierto número de personas que me ayudaron a completar esta segunda obra:

    Lucia Kaszparenko de Australia fue de suma ayuda en las primeras etapas de la escritura de esta novela, y muchas de las palabras y tramas son suyas. Estoy en deuda con ella por su creatividad.

    Mi editor principal, Dawn Schuldenfrei, empezó con un mero borrador y lo convirtió en un producto cohesivo. Definitivamente, su ayuda hizo el trabajo de autor mucho más sencillo.

    Codi Ribitszki también ayudó editando el manuscrito, hizo múltiples comentarios que fueron de mucha ayuda, y llenó muchos huecos en la trama.

    También debo agradecer a mi esposa, Carroll, quien usó su experiencia como maestra de Inglés para encontrar y corregir muchos errores en los primeros borradores.

    Finalmente, quiero agradecer a los numerosos lectores de las primeras copias de prueba por sus ideas y sugerencias. Ustedes saben quiénes son.

    Capítulo 1:

    El Imperio

    En Xanadú, Kubla Khan

    mandó que levantaran su cúpula señera:

    de Kubla Khan por Samuel Taylor Coleridge

    Traducción de Màrie Montand

    Joseph Bountiful cabalgó hacia la Ciudad del Profeta, llevando consigo un mensaje importante de su comandante general. Las alturas orientales ofrecían un paisaje impresionante. Se dejó enamorar por la vista de edificios encalados en ordenadas hileras hasta donde alcanzaba a ver. Los bulevares estaban bordeados de árboles, y los campanarios del templo nuevo brillaban como oro. El vago olor del humo de madera quemándose se encontraba adherido al aire. No había murallas alrededor de la ciudad. Después de todo, ¿quién se atrevería a atacar la capital del Profeta? Se había mantenido sana y salva por generaciones.

    Él se había mortificado cuando el ataque hacia las murallas de Ariel falló tan miserablemente. Su unidad estaba más que diezmada. Las fulminantes descargas de flechas, bombas de pólvora, piedras y balas mataron a la mitad de sus hombres. Un golpe en el borde de su yelmo lo dejó inconsciente, o seguramente también habría muerto. Mucho mejor así.

    Había cabalgado en su caballo, sudoriento, a las puertas del palacio y fue inmediatamente escoltado hacia la presencia del gran líder. Joseph nunca lo llamó Martin Abaddon, por supuesto, ni siquiera en su mente, aunque conocía el nombre. Mantuvo su mirada en las botas pulidas del Profeta cuando le entregó el mensaje, sellado con cera roja.

    Cuando su señor le exigió un reporte, él tartamudeó la noticia. Sus ojos se mantuvieron bajos mientras dejaba escapar la letanía del fracaso: el fracaso de las armas, el fracaso de la demanda de rendición, y su personal fracaso en el intento de tomar las murallas.

    Cordones de cuero le hicieron cortadas en la cara. Levantó su mirada involuntariamente y vio dos ojos llenos de odio y la fusta de montar ensangrentada en la mano de su amo. ¿Te atreves a venir a reportarme tu incompetencia? gruñó la voz cortante. Piensas que soy débil, ¿es eso? La voz se elevó hasta casi gritar. ¡Estoy lejos de ser débil, cobarde! La fusta hirió otra mejilla, cortándola.

    ¡Tu cabeza rodará al atardecer! ¡Llévenselo!

    Unas manos ásperas lo tomaron y arrastraron hacia una oscura cámara de piedra debajo del patio. Lo despojaron de su armamento y armadura. El aire estaba cargado de humo y el olor a humedad, moho y carne podrida. Dos hombres musculosos ataron sus manos alrededor de una viga de soporte y arrancaron la túnica de su espalda.

    Una muerte sin dolor es demasiado buena para ti, cobarde gruñó uno. El dolor es nuestra especialidad.

    El cruel látigo siseó en el aire y cortó su espalda con un agudo golpe. El dolor lo inundó y gimió, pero sus gemidos se convirtieron en gritos al continuar la paliza. Lo golpearon hasta que ambos atormentadores parecieron quedarse sin aliento, y Joseph había perdido la voz. Luego lo bajaron y lo dejaron en un escorial en el suelo.

    Una puerta pesada se cerró de golpe, dejándolo en completa oscuridad. Su respiración era trabajosa, pero siguió maullando como un gatito aplastado. Finalmente pudo gatear y cayó sobre una pila de paja, pero las aristas agudas irritaban su pecho magullado y desgarrado, así es que, con gran dificultad, regresó al frío suelo de piedra. Dormir le era imposible. La agonía se hacía presente en cada movimiento. Las rayas costrosas en su espalda ardían como brasas, y las heridas en su espíritu no eran menos dolorosas. Lo peor de todo es que era cierto, él había fallado.

    Por fin, un tenue brillo comenzó a asomarse por la ventana enrejada muy por encima de su cabeza. La puerta se abrió de golpe, y cuatro hombres entraron con pasos firmes. La anaranjada luz de la antorcha parpadeaba. Uno de ellos lo esposó con un brutal revés y cayó de lado.

    De cara, dijo el hombre.

    Lo giraron con pericia y su frente golpeó el suelo. Quedó inconsciente por un momento. Cuando se recuperó, sus manos estaban atadas en su espalda y los cuatro hombres se encontraban arrastrándolo por las escaleras hacia arriba. Sus pies apenas tocaban los gastados escalones de piedra.

    Se encontraba en una áspera plataforma de madera en medio de la Gran Plaza. Había paja resbalando bajo sus pies. Las cuerdas apretadas le cortaban la circulación, haciendo que sus manos estuvieran frías y casi muertas. Un suave roce de aire fresco erizó su cabello oscuro. Una muchedumbre pequeña y curiosa se encontraba debajo de él, boquiabierta, pero él no miró a las personas. Enfocó su mirada en el resplandor rosado que aparecía sobre las montañas del este, iluminando pequeñas nubes moradas. En cuanto se asomara el primer destello de luz solar sobre la plaza, él estaría muerto. Él siempre había esperado morir por el Profeta, pero no así. Debería sentirse asustado y lo sabía, pero por ahora el entumecimiento se sobreponía al miedo. Extraño.

    Mientras más se iluminaba el cielo, comenzó a entender porqué el general lo había mandado a él por delante. La ira del Profeta caería sobre él, y quizás así el general podría escapar. Astuto.

    El éxito tiene mil padres, pero el fracaso es un huérfano. Podía recordar las sabias palabras del maestro de su pueblo. El viejo sabio las había considerado importantes. Debió haber sospechado que había algo raro cuando el General lo mandó por delante para darle un reporte al Profeta. Pero en aquel momento se había sentido halagado, honrado a pesar de la vergüenza de la derrota. Ahora lo entendía.

    Apareció el primer rayo de sol. Parecía una línea delgada de hierro fundido. Sabía que no habría indulto alguno. Miró al hombre corpulento con la capucha negra sobre su cabeza. No había nadie ahí para decir algún rezo por él. El hombre se movió hacia un bloque de medara, casi a la altura de la rodilla, manchado de negro por el uso. Se arrodilló delante del bloque y colocó su cabeza sobre éste. Me pregunto si dolerá.

    Ruido sordo.

    No siempre había sido así. En los días antiguos lo que ahora todos llamaban el Imperio, había tenido otro nombre y la gente vivía un estilo de vida distinto. Se conocía como América, una sociedad extremadamente civilizada y secular. Las historias cuentan que tenía universidades y artesanías, ahora perdidas e incomprensibles para los hijos de los hijos de los hijos de los sobrevivientes. Había sido hace mucho tiempo, antes de que llegara la plaga y matara a millones.  Fue la Gripe Han, una grave infección viral que incluso las mentes más brillantes no pudieron combatir. Ese fue el comienzo de todos los problemas, y después vinieron las guerras.

    Estallaron tres episodios de violencia cuando los sobrevivientes de la gripe buscaron a quién culpar. ¿Era Al-Qaeda, quien se había jactado de fabricar la gripe como arma biológica, o  el juicio de Dios sobre una nación pecadora, o eran los científicos y todo su conocimiento a quienes se debía culpar? Nadie lo sabía. Algunas personas de fe enfurecieron a sus vecinos al insistir en que merecían el castigo e intentar persuadirlos de arrepentimiento. Multitudes perseguían a quienes pudieran considerarse culpables de causar ese horror. Después de perseguir a los científicos, las masas atacaban a quien sea que tuviera parecido alguno con Al Qaeda. Todas las personas del Medio Oriente se encontraban en peligro. En la medida de su ira, las masas persiguieron después a personas de cualquier fe: cristianos, judíos y musulmanes eran perseguidos, si no es que asesinados. La fe en Dios era considerada prueba de culpa. El mundo se encontraba perdido.

    Todo fue destruido de tal manera que tomó generaciones enteras para que las personas pudieran reconstruir algo. La tecnología y la forma de pensar medievales reemplazaron el antiguo, glorioso poder y conocimiento de los Días Antiguos. Esos fueron días en los que las personas tenían computadoras, carros automáticos, y casas grandes. Ahora ya no existían. La civilización había colapsado, pero los sobrevivientes habían gradualmente restaurado el orden de manera heroica y habían progresado a un tiempo en que las personas montaban a caballo, trabajaban la tierra, cosechaban su propia comida y vivían en una sociedad feudal y autocrática en la mayoría de los pueblos.

    Eventualmente, a pesar de que permanecían muchos cristianos y judíos, su persecución se detuvo, pero el miedo evitaba que la mayoría de las personas expresaran su fe de manera abierta, excepto en las ciudades libres en las montañas que rodeaban la Casa de Sanación. Otras ciudades justo al este de las montañas contaban con algo de libertad, pero las personas de fe eran discretas, a pesar de que las persecuciones eran ahora tan solo un recuerdo.

    En medio del terror, surgió un Profeta, quien fundó su propio culto y quien quería formar un nuevo Imperio. Sus ideas sonaban frescas y vitales y llenaban un vacío en el alma de las personas. Su nombre era Hiram Abaddon, un nombre temido por la mayoría, un nombre que proclamaba ser igual al del más grande dios del universo. Él era el primer Profeta. Su brazo se alargó y su alcance se extendió en todas direcciones, pero había una alianza de ciudades en el este que lo había vencido. Esto le impedía lograr lo que, él pensaba, era debidamente suyo.

    Nadie sabía si Abaddon era su nombre real o si él lo había tomado. En el lenguaje hebreo, del cual habían sobrevivido pocos hablantes, el nombre significa destructor, un ángel satánico. De cualquier manera, había sido nombrado apropiadamente. En la plenitud de los tiempos, Hiram Abaddon murió, y su hijo tomó su lugar en el trono de la Ciudad del Profeta. El hijo enfrentó a cada una de las muchas facciones que buscaban posicionarlo en contra de las otras. Consolidó su poder y se volvió incluso aún más despiadado que su padre. Prometió acertar en lo que su padre había fallado. El hijo levantaría un ejército poderoso, lo suficientemente grande como para hacer parecer a las batallas anteriores, simples escaramuzas. Buscaría conquistar y ganaría. Aquellas ciudades arrogantes que habían rechazado a su padre lo pagarían caro.

    El nombre del hijo era Martin Abaddon, pero todos lo llamaban el Profeta. Algunos decidieron llamarlo el Falso Profeta, pero nadie se atrevía a llamarlo así en su cara. Muy pocos podían pronunciar su nombre sin emoción alguna. Para algunos, la emoción era devoción; para algunos otros, era repudio; y para la mayoría, era temor.

    ¡Yo seré como el Altísimo! anunció a sus acólitos en la Ciudad del Profeta. "¡Yo soy el Altísimo, y todos me adorarán!"

    Durante veinte años, el Profeta amenazó a las ciudades y pueblos que permanecían fuera de su alcance. Estos lugares se encuentran en las zonas montañosas al este de la Ciudad del Profeta y entre los restos de la Antigua Alianza en las llanuras del este. Pero ahora, lo que Martin más deseaba era atacar y conquistar las ciudades que se encontraban más allá de las montañas, las ciudades de Hightower, Longmont y Stonegate, y las villas que las rodeaban. Investigó con sus mercenarios, conocidos como los Asaltantes, quienes aterrorizaban los pueblos periféricos. Para aquellos dentro de su círculo, los Asaltantes coleccionaban impuestos y robaban graneros y rebaños para él a cambio de la promesa de paz y la famosa protección del Profeta.

    Los Asaltantes montaban caballos distinguidos y musculosos con patas cortas, abrigos peludos, en su mayoría de piel de ante o color pardo, con crines y colas negras. No eran ponis en realidad, eran demasiado grandes para serlo, pero así es como los llamaban comúnmente. No eran rápidos, pero eran ágiles y tenían una gran resistencia. Los Asaltantes portaban armaduras ligeras, con camisas de malla cortas, gorras redondas de hierro o cuero y escudos ovalados, usualmente de color rojo y negro. Como la mayoría de los hombres en las tierras del Profeta, normalmente usaban barbas largas tan peludas como sus ponis.

    La Casa de Sanación, un centro médico en las montañas, se atrevía a profesar el cristianismo abiertamente, conscientes de que el Profeta necesitaba suministros médicos de ellos. También se encontraban a cristianos y judíos cerca de la Casa de Sanación, en los pueblos amurallados de Ariel y Bethuel, ambos fundados como ciudades que seguían al único y verdadero Dios. Sin embargo, debe decirse que estos pueblos cercanos atemperaron la fe con prudencia. Habían rendido tributo al Profeta y evadido su alcance por mucho tiempo.

    Martin Abaddon, el hijo de Hiram, provenía de una gran línea de ancestros quienes habían incursionado en lo oculto. Su biblioteca estaba repleta de libros rescatados y restaurados de los Días Antiguos.  Él codiciaba libros sobre todos los cultos antiguos y dioses paganos, lo que le ayudó a crear su propia religión perversa. También había leído la sagrada Biblia cristiana, pero únicamente para poder leer acerca de quienes él consideraba sus enemigos – los verdaderos cristianos e hijos de Dios.

    La Ciudad del Profeta se encontraba al oeste de las ciudades libres. El centro urbano era imponente, lleno de restos y recuerdos de una época anterior que Martin y su padre habían transformado en hazañas arquitectónicas de grandeza. Inspirado en los libros de historia, Hiram hizo que sus trabajadores copiaran los mosaicos y torres en forma de cúpula de la época bizantina, creando un palacio con incrustaciones de oro, bronce y plata y disfrutando de una vida de placeres excesivos y hedonistas. Creó un nuevo templo para ser utilizado como centro de su religión blasfema. Los espacios abiertos que rodeaban el palacio eran un oasis verde, con sinuosos caminos de ladrillo bordeados de rosas. Los lechos de flores como la caléndula, el áster, la margarita, la petunia y la boca de dragón, formaron cuadros de colores brillantes. El perfume invadía el aire, y el zumbido de las abejas se mezclaba con el canto de los pájaros de los bosques de álamos, arces y sauces llorones.

    Al igual que su padre, cada semana Martin solía aparecer en algún balcón en la fachada del templo y se dirigía a las multitudes fieles, dándoles su bendición.  Los niños se formaban para recibir regalos. La mayoría eran dulces brillantemente envueltos, pero algunos siempre contenían monedas. Cada día algún niño suertudo recibiría una pieza de oro que valía lo equivalente a meses del salario de un trabajador. Sus palabras eran dulces y placenteras, y para muchos, su devoción era verdadera, pero una minoría aún se aferraba a la fe de sus padres, aunque se vieran obligados a adorar en secreto.

    El palacio era hogar para cincuenta hermosas esposas, y él abdujo mujeres de otros pueblos para que se unieran a su harén de concubinas. Físicamente Martin era imponente y sorprendentemente fuerte, dotado de una extraordinaria apariencia, carisma y encanto. Tenía alrededor de cuarenta años, sin embargo, se encontraba en la cumbre de su destreza física. Un cabello largo y negro enmarcaba su rostro de piel oliva y bronceada por pasar tiempo al sol en sus numerosas piscinas. Unos ojos color marrón oscuro se asomaban por entre largas pestañas negras, brillando con calidez o ira, dependiendo de su inestable estado de ánimo. Un delgado bigote negro complementaba sus labios carnosos, debajo de los cuales mostraba una barba negra muy recortada. Condujo a muchas chicas inocentes a un estado de romance eufórico y amor retorcido.

    Pero lo más importante para el Profeta era su ejército y sus mercenarios, los Asaltantes, y el poder que éstos representaban. Su objetivo era simple: quería conquistar y controlar lo que quedaba del mundo – lo que quedaba fuera del Imperio. En su juventud, había ganado sus espuelas en batalla, pero ahora dejaba que sus generales mandaran en el campo. Le parecía frustrante trabajar a través de subordinados, pero él no podía estar en todas partes a la vez.

    En sus momentos de paz, Martin estudiaba mapas del antiguo Imperio. Pasó horas ideando maniobras militares e ideando una estrategia para su conquista. Al noroeste de la Ciudad del Profeta se encontraba Goldstone, gobernada bajo un gobierno autocrático, a pesar de lo cual el gobernante alentaba el aprendizaje. Su población amaba leer libros y estudiar sobre los días antiguos. Unos cuantos hombres notables vivían allí. Tenían el conocimiento de un escriba, historiador, contador, abogado y maestro. El conocimiento era importante, pero él no estaba interesado en Goldstone. Era insignificante.

    La mirada de Martin se desvió hacia los lugares en el lejano este, más allá de las montañas. Quería el dominio sobre Stonegate, Longmont, y Hightower – principalmente Stonegate. Aparte de Steamboat, que aún era un pueblo libre, Martin controlaba gran parte del lado occidental del antiguo Imperio. La costa occidental no era suya, aunque a veces miraba en esa dirección, pero las llanuras áridas y las montañas eran serios obstáculos. Las tierras al sur eran mayormente desérticas, y no prestaba atención en esa dirección, aún no. Vio los que se consideraba verdaderos premios al este, y allí es donde daría el golpe.

    Aunque recientemente había sufrido un contratiempo militar, el Profeta estaba decidido a invadir, a conquistar, a reinar. Centraría su poder creando miedo y confusión. Las ciudades en las llanuras del este que en su momento habían tenido una alianza entre ellas, ahora ardían con sospecha y desconfianza. La paranoia persistía mientras las personas tomaban cada uno su decisión personal entre el secularismo o vivir una vida de fe en secrecía.  De norte a sur, de Stonegate a Longmont, las ciudades principales carecían de unidad y se habían convertido en resentidos rivales. La Antigua Alianza estaba tan muerta como el Imperio. Varios pueblos pequeños y cercanos sí tenían una alianza con Stonegate por protección, pero las principales ciudades más al sur se encontraban abiertas y aisladas, listas para ser atacadas. Al oeste de Stonegate se encontraba Steamboat, un pueblo libre que se mantenía en términos amigables con la comunidad de Stonegate. Ambos pueblos estaban bendecidos al contar con armas de la ciudad, piezas de artillería antiguas, que podrían probar ser un obstáculo para el ejército del Profeta, tal como lo habían hecho sus Asaltantes. Nadie las había utilizado recientemente, sin embargo, su mera presencia era un elemento disuasorio. Incluso con las armas de la ciudad, Steamboat rendía homenaje al Profeta.

    Algunos en el este inclusive apoyaban secretamente al Profeta. Algunos fueron atraídos por sobornos o promesas de posiciones de poder. Otros estaban fascinados por el ocultismo y atractivo seductor de los escritos del Profeta – la grandiosa promesa del poder prohibido. Lo mantenían bien informado y ayudaron a sembrar el espíritu de desunión.

    Los labios de Martin se curvaron en una sonrisa desagradable al estudiar el mapa.

    Un Nuevo Imperio será mío.

    Martin tiró de la borla que colgaba de las cortinas de terciopelo rojo que se encontraban en sus aposentos privados. Las campanas sonaron por todo el palacio, señalando la junta con el General Logan y Balek Brown, quienes habían regresado recientemente de su derrota cerca de Glenwood. A pesar de que Logan había matado a muchos ciudadanos de Glenwood, las sangrientas represalias habían hecho poca cosa además de sembrar las semillas del odio. Dejando a su ejército con instrucciones de continuar moviéndose hacia el este, Logan y Brown habían respondido a una convocatoria de regreso al palacio para la planificación de una estrategia.

    Martin se sentó en su silla de respaldo alto, con distintos tonos brillantes de rojo, verde y morado con suaves cojines para comodidad de su adolorida espalda. La tensión siempre parecía estar en sus músculos de la espalda, dándole una apariencia rígida. El uniforme de su antiguo general estaba impecable y decorado con trenzas de oro. La chaqueta azul marino complementaba los pantalones negro azabache con rayas doradas que corrían por los costados de cada pierna. Se parecía a la realeza.

    Una brisa fresca del este sopló a través de las ventanas abiertas del techo al piso, significando el principio del verano. Él prefería el otoño, cuando los álamos perdían su follaje en una pila de gloriosas hojas verdes, naranjas, y doradas que desechaban su ropa de verano a medida que se acercaba el invierno tras el aire fresco del otoño. Caminar por los jardines era uno de los pasatiempos favoritos de Martin, pero las diversiones tendrían que esperar hasta después de la reunión.

    Isabella, su doncella principal, llegó con una ornamentada bandeja de plata con humeantes tazas de café importado, frutos secos y queso. Ella preparó un lote recién horneado de pasteles de miel y una olla llena de crema. Urnas de incienso ardiente invadían el aire con un aroma almizclado. Martin admiraba la esbelta juventud de Isabella y su sonrisa fresca. Su corpiño de seda ondulaba con sutiles tonos de rosa. Ella era tan atractiva como sus muchas esposas, pero su lugar era servirlo, no casarse con él. A él le encantaban las mujeres a quienes pudiera dominar. Sin embargo, ella seguía siendo un desafío, y él sentía un espíritu inquebrantable dentro de ella, a pesar de que lo disimulara bien.

    ¿Eso sería todo, señor? preguntó, haciendo una reverencia mientras hablaba.

    Gracias, Isabella. Sí, por el momento eso sería todo y trae aquí a mis líderes inmediatamente cuando lleguen.

    Sí, señor, contestó ella.

    Mientras ella se giraba para salir de la recámara, Martin admiraba su largo cabello negro cayendo como cascada sobre sus hombros hasta su cintura, balanceándose rítmicamente en contrapunto al balanceo de sus caderas.

    Era casi mediodía, cuando el sol se encontraba en su punto más alto y el frío desaparecía tras una fresca mañana de verano. Sus comandantes se estarían refrescando ahora tras un largo y duro camino y llegarían a sus cuarteles en cualquier minuto.

    En poco tiempo, escuchó pasos acercándose, y tal como lo esperaba, Isabella entró anunciando la llegada del General Logan y el Coronel Balek Brown. Excusándose de nuevo de manera inmediata, Isabella dejó a los hombres en reclusión.

    Martin invitó a sus subordinados a sentarse, ofreciéndoles tentempiés mientras empezaba la reunión. Ellos le entregaron un reporte, el cual rápidamente escaneó.

    Te ves desgastado, general Logan, dijo con aspecto de preocupación e interés. Logan era como familia, así es que Martin siempre lo trataba de manera un poco más gentil que a sus otros comandantes. Esta es la razón por la cual aún mantiene la cabeza. Notó las ojeras bajo los ojos de Logan, como si el sueño lo hubiera estado evadiendo. Una mirada de desesperación era casi reconocible en su rostro, ¿o era una mirada de humillación?

    Balek Brown observó en silencio, bebiendo de un muy necesario café. Él era también un primo del Profeta, sin embargo, estaba lo suficientemente bien informado como para presumir lazos familiares.

    Ha sido un camino trabajoso el que hemos recorrido desde la última vez que lo vimos, mi señor. Las cosas no ocurrieron exactamente como lo deseaba. El enemigo dio una buena pelea con este nuevo líder, Donald de Goldstone. Dos veces me ha humillado, y ahora no hay nada que desee más que vengarme de él y de sus hombres.

    Hmm, me enteré de eso, concordó Martin. ¿Quién es este hombre, este tal Donald?

    Nuestros espías nos han informado que su nombre es Donald de Fisher, o Donald de Goldstone, y que él es, ciertamente, de Goldstone. Aparentemente, es un sabio que se convirtió en guerrero a avanzada edad, habiendo sido entrenado por un líder muy respetado, el viejo Robert, a quien hemos logrado matar. Donald de Goldstone está ahora a cargo de las tropas a caballo en Ariel y es un magnífico espadachín. Tiene un talento inusual para liderar hombres, pero nuestras fuentes me comentan que es un participante poco dispuesto. Existen algunos rumores de que él es quien está destinado a venir, como predijo Carl el Viejo. También hay historias ridículas sobre él siempre montando un caballo rojo de tamaño casi sobrenatural y peleando como un enorme héroe de leyenda. Puras habladurías, por supuesto. Nos reunimos con él y otros líderes enemigos, y tiene un aspecto bastante ordinario.

    Una mirada preocupante pudo observarse en la cara de Martin. Sabía de todo el poder que tenía Carl el Viejo en las mentes de los hombres. Donald de Goldstone podría ser una amenaza. Los rumores podrían crear temor entre los distintos rangos del ejército de Martin. Por otro lado, si lograran asesinarlo, la moral enemiga quedaría devastada.

    Bien, dijo, mientras tomaba otro trago de café cargado. Tendremos que eliminarlo, ¿no es así?

    Bueno, afortunadamente tenemos acceso a un espía en el campamento de Donald de Goldstone. Su espía, quien ahora se encuentra viajando con Donald de Goldstone, ha reportado que en este séquito se encuentran cuatro hombres: Samuel, un guardaespaldas llamado Eric, otro asistente y guardaespaldas llamado Bobby, y un joven llamado Philip. Curiosamente, también hay una chica joven, de alrededor de unos veinte años, llamada Deborah. Es delgada con cabello castaño, y es secretamente cristiana. También tienen a una tropa de caballería con ellos y algunos de esos pequeños cañones de campaña.

    Martin casi se ahoga con su café ante la mención de la palabra ‘cristiana.’ ¿Cristiana?, ¿y quiénes más de ese pequeño grupo son cristianos?

    Bueno, permítame recordar. Creo que el reporte decía que Samuel de Gibeah es un cristiano abiertamente. Aparentemente, Donald de Goldstone no es cristiano, pero tampoco está en contra del cristianismo. Philip y Eric son cristianos secretamente. Bobby es de la misma opinión que Donald.

    ¡Entonces es un nido de cristianos!, dijo Martin.

    Este tal Philip pasó un tiempo en la Casa de Sanación...

    ¿La Casa de Sanación? ¡La Casa de Sanación! Sabía que no podía confiar en esos cristianos soberbios con su aire de superioridad. Son casi tan malos como esos sureños con su el camino de Jesús."

    ¿Se refiere a la gente Diné? preguntó el general Logan.

    ¡Sí, salvajes! Esos cretinos anticuados del sur con sus amigos, el Clan de Sonora. A partir de este instante, quiero que todos los cristianos sean reprimidos. Es la única manera de controlarlos. Estos cristianos se están volviendo peligrosos, tratando de influenciar a todos con sus creencias de la Santa Biblia. Quiero detener esto. Quiero que todos los cristianos que profesen su fe abiertamente sean arrestados y llevados a juicio.

    Pero, con todo respeto Señor Martin... ¿qué hay de aquellos de la Casa de Sanación? ¿Claramente, no podemos arrestar a todas las personas allí, a pesar de que sean abiertamente cristianos? Los necesitamos por sus medicinas. No están ayudando actualmente, pero si los matamos, sus secretos se habrán perdido.

    El Profeta lo pensó por un momento y después respondió lentamente. Si, tienes razón. Desafortunadamente, los necesitamos hasta que podamos extraer sus secretos. Exclúyelos de esta orden por ahora, pero todos los demás cristianos deben ser juzgados en la corte. Si renuncian a su fe, pueden vivir libremente como mi pueblo, siguiendo mi religión, ¡o si insisten en ser cristianos hasta el final, entonces pueden encarar al verdugo!

    ¿Entonces necesitamos escribir un decreto formal? preguntó el general Logan.

    Por supuesto... y de manera inmediata, con el sello rojo de este palacio. Quiero que avisos de advertencia sean puestos en cada pueblo sobre el cual tengamos algún tipo de control... excepto la Casa de Sanación, que está exenta por ahora. También quiero a Asaltantes monitoreando la respuesta de cada pueblo. Puede que intenten disimularlo de manera más profunda, pero si niegan seguir el cristianismo, entonces no tienen otra opción más que seguirme a mí... y mi religión. ¡Seré como el Altísimo!

    El general Logan asintió con la cabeza. Me encargaré de que el decreto sea escrito, y firmado y sellado por usted para el final de esta reunión.

    Sí, mi sello en esto es de suma importancia. Martin sonrió, satisfecho de que acababa de ganar otra batalla... una religiosa. Borrará el sello de Dios de sus diminutas mentes para siempre.

    Ahora, como decía hace un momento, continuó el general Logan. No descansaré hasta lograr mi venganza contra este tal Donald de Goldstone, y estoy seguro de que Balek me apoyará en tomar acción contra él.

    ¿Qué dices, Balek? le cuestionó el Profeta. ¿Estás de acuerdo con estos procedimientos hasta ahora?

    Señor, comenzó Balek, primero que nada, permítame disculparme por mi fracaso. Fui superado, engañado por una fortaleza menor. Repetidamente. Si usted desea mi renuncia, se la ofreceré. ¡Solo permítame regresar al frente y luchar con las tropas!

    Al menos no eres ningún tonto, respondió el Profeta. Me has fallado de menor manera cuando permitiste que esas bellezas que habían sido elegidas fueran tomadas de regreso. Ahora me has fallado de nuevo, en esta ocasión, ciertamente, el error tuvo un precio muy alto. ¡Haces bien en disculparte! Pero por ahora, ¡Mantén tu puesto!

    Balek sacudió la cabeza. Gracias, señor. No le fallaré de nuevo. Estoy definitivamente de acuerdo con su plan. En cuanto a Donald de Goldstone, quiero que pague un precio amargo. Él me dio esta rodilla rígida, en un golpe de suerte. Él lideró el ataque a mi complejo para recuperar esas seis chicas que habíamos elegido para usted. También fue él quien estuvo detrás de la estrategia que causó que nuestra marcha por las montañas fuera tan costosa.

    Ante esto, el Profeta golpeó la mesa con su puño. Las tazas saltaron en sus platillos. Balek y Logan tragaron saliva y se miraron de reojo el uno al otro. ¡No me recuerden sobre ese debacle! ¡Había mandado a un escuadrón de Black Caps por sus dos cabezas! Afortunadamente para ustedes, las llamé de regreso, pero ahora ya han tenido su última oportunidad. No se tolerarán más excusas. Tan solo el pensar que un sabelotodo pudo derrotar a dos de mis mejores comandantes...

    Giró su cara, la cual se había tornado roja, hacia Balek. Tengo muchos recursos. Serías un tonto si trataras de engañarme. Muchos lo han intentado, y hierbas crecen en sus tumbas ahora.

    , continuó Martin, lanzándole una mirada a Logan. No pasó mucho tiempo tras que este tal Donald robara descaradamente esas chicas, cuando envié a un joven confiable a Glenwood. Afortunadamente, Samuel fue impresionado por nuestro espía y lo tomó como su asistente. Él intentó advertirme sobre esta redada y de decirme a dónde las habían llevado, pero sus mensajes llegaron a mí demasiado tarde. No confío en nadie más para tratar con él, e incluso mis mensajeros no fueron lo suficientemente rápidos con sus advertencias.

    Si tan solo me hubiera permitido a mí controlarlo, señor... comenzó Balek Brown.

    ¡Silencio! gruñó el Profeta. "¡No permitiré que mis decisiones sean cuestionadas! Has sido un buen comandante en el campo, ¡eso te ha salvado la vida, pero no confío en ti para controlar a mis espías!

    Él es tan solo uno de mis espías, claro, pero sin él ahora estaríamos un poco perdidos en cuanto a sus movimientos. Por ahora, sabemos que se dirigen hacia el este para persuadir a esas comunidades de tomar acción contra nosotros. Creo que primero les advertirán a las personas de Hightower de que están en peligro.

    Con el debido respeto, señor, esa será una hazaña difícil. Todas las ciudades en las llanuras del este están alienadas las unas de las otras, a excepción de Stonegate, que está aliada de alguna manera con Steamboat y algunas aldeas cercanas, intervino el general Logan.

    Ajá... pensé lo mismo, respondió Martin. Steamboat podría presentar un problema para nosotros. Tienen las armas de la ciudad, aquellos pedazos de artillería antigua, y también las tiene Stonegate. Sin embargo, la pregunta importante es... ¿aún funcionan estas armas?

    ¿Realmente queremos tomar el riesgo y descubrirlo? preguntó Balek Brown. Tendrían una visión clara de cualquier ejército que se acerque, y si las armas aún funcionan, podrían aniquilar a una unidad completa a kilómetros de distancia.

    Bien, quizás tendremos que atacar de noche, cuando tengan poca visibilidad. Una noche nublada, sin luna, sugirió el general Logan.

    El Profeta señaló al reporte escrito. Caballeros, caballeros... han puesto algunas buenas ideas sobre la mesa, pero el general Roundy lidera el Ejército del Norte, y él estará al comando general del campo de batalla. Ustedes obedecerán sus órdenes como si vinieran de mi boca. ¿Entendido?

    Ambos asintieron, y el Profeta añadió. Él y yo siempre creímos que nuestra siguiente jugada debería de ser tomar las ciudades de Longmont y Hightower, que son las más débiles en cuestión de defensa. Después nos podríamos enfocar en el problema que presentan Stonegate y Steamboat, pero su fracaso en llevar al ejército a través del túnel o sobre los desfiladeros me ha obligado a cambiar todos mis planes. ¡Maldita mala suerte! ¿O debería decir, incompetencia?

    Una vez más, el Profeta les lanzó una mirada a ambos. Estaban sudando. Muy bien, tomaremos primero a Steamboat y después a Stonegate. Ese será nuestro último problema por resolver. Una vez que Stonegate quede destrozada, el resto de las ciudades caerán ante nosotros por sí solas. Mientras tanto, una campaña de miedo contra los cristianos definitivamente dividirá y desestabilizará su sociedad, que es lo que necesitamos. Una amenaza en contra de ellos provocará conflictos internos y caos con unas personas tomando posturas en contra de las otras. Ah, cómo me encanta crear guerras civiles...nos ahorra el matar a miles de personas... ¡déjenlos matarse entre ellos! Martin se rio ante el placer que le causaba la idea. En los días antiguos, los gobernantes tenían a expertos en el arte de desestabilizar países. He leído mucho al respecto en libros antiguos. ¡Vaya obra maestra que era!

    Entonces señor, continuó el general Logan, procederé a escribir el decreto formal en contra de los cristianos como lo desea, y después de eso, partiremos inmediatamente hacia el frente. Es hora de que tratemos severamente con Donald de Goldstone y su puñado de hombres. Le reportaremos al general Roundy y le informaremos de nuestras discusiones.

    ¡Muy bien! Junta terminada, dijo el Profeta, dándoles la mano a ambos. Espero que el decreto formal me sea entregado aquí en mis aposentos, pronto. Una vez que esté sellado y firmado, será una manera poderosa de dividir a la gente... ¡y de asistirnos en nuestro plan para gobernar un nuevo Imperio!

    Tras hacer reverencia, ambos comandantes salieron de la sala de audiencias y desaparecieron de su vista. Se podía ver claramente el alivio en sus rostros. El Profeta se rio un poco disimuladamente. Más les valía que temblaran. No había olvidado ni perdonado su estupidez. Los necesitaba solo por un poco más de tiempo, después tendrían una cita con sus torturadores. Su final sería tan lento y doloroso como lo pudieran imaginar mentes depravadas. ¡Una razón más para terminar su campaña rápido! Una pena que no pidiera que este tal Donald me fuera traído con vida. ¡Qué dulce sería el sonido de sus gemidos de dolor!

    Pero después reflexionó en la reacción de su familia, particularmente sus tías. Cómo lo adoraban. Quería que siguiera siendo así. Quizás si su victoria estuviera completa, podría perdonarlas de nuevo. ¡Habrá un sinfín de líderes derrotados para mantener mis habitaciones de tortura ocupadas!

    Se rio en voz alta. Después, recostándose en su trono, Martin permitió que los sentimientos de seguridad y arrogancia lo invadieran. Su espía sería de mucha ayuda en la campaña que se aproximaba. Con los planes que había ideado, su pobre enemigo no tenía oportunidad alguna. Mientras se servía otra taza de café, fijó sus ojos sobre un viejo tapiz que colgaba majestuosamente de la pared pintada de oro que estaba frente a él. Era una representación del Jardín de Edén, con el árbol del conocimiento en el centro. Allí, en medio de las ramas de los árboles, un enorme ojo simbólico lo miraba. Debajo del tapiz se leía el título: La Iglesia del Ojo que Todo lo ve. Era de los días antiguos, pero la obra se mantenía tan vívida como el día de su creación.

    Mi reino se aproxima. La risa de Martin sonó como un perro encadenado ladrando.

    Capítulo 2:

    Devastación

    Cercano está el SEÑOR a los quebrantados de corazón, y salva a los abatidos de espíritu.

    Salmo 34:18 BDLA

    El ataque contra Ariel y Bethuel, por no mencionar las atrocidades en Glenwood, había prácticamente destruido las áreas rurales circundantes. El ejército del Falso Profeta y los Asaltantes mercenarios que habían sido montados, habían peleado una batalla amarga en este lugar, solo para llegar a un punto muerto. Los invasores habían pisoteado las granjas cercanas, robando frutas y verduras. Después, hacía semanas, el ejército principal había partido hacia el este, pero aún quedaban muchos de los Asaltantes y mil soldados desarmados. Instalaron puestos de guardia a lo largo de la ruta de suministro río arriba y río abajo, dificultándole a la gente de la ciudad salvar algo que valiera la pena del campo. Eran tiempos oscuros y la comida era escasa.

    Afortunadamente, los granjeros habían salvado rebaños de ovejas y ganado y los habían llevado al sur, a un valle lejano donde había hierba fresca a diferencia de los campos de heno que habían sido pisoteados por el ejército invasor. Las fuerzas restantes del Profeta obligaron a los pueblos a permanecer listos para la guerra. No estaban en una posición lo suficientemente estable como para ahuyentarlos, pero podían fácilmente defender sus murallas y las áreas alrededor. Pudieron hostigar a las líneas de suministro enemigas con sus tropas de caballos y con la ayuda de guerreros Diné de las tierras del sur.

    Al ver la destrucción causada por sus secuaces, los locales compartieron el odio hacia el Falso Profeta. Lo maldecían mientras

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