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Volar Hacia La Muerte
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Libro electrónico282 páginas4 horas

Volar Hacia La Muerte

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Balas de ametralladora y de rifle zumbaban todo en derredor de ella mientras maniobraba su avión para soltar sus bombas. Su frágil biplano de la Primera Guerra Mundial está lo bastante bajo para que ella escuche a los Alemanes gritando y dando alaridos, mientras ella avanza hacia su zona de lanzamiento.

Este era un típico vuelo durante una de las salidas nocturnas. Los soldados Alemantes temían y odiaban a las mujeres a las que llamaban las Nachthexen: Brujas Nocturnas. Hubo tres regimientos de aviación femeninos en la Unión Soviética durante la Segunda Guerra Mundial. Esta es la historia de las heroínas que volaban bajo condiciones increíblemente adversas: desde mujeres que volaban los pequeños biplanos, desarmadas, y bombardeaban a los Alemanes de noche, a las feroces pilotos que lucharon a la experimentada Luftwaffe Alemana, humillándolos ante sus pares.

Esto es un relato de ficción, basado en historias verdaderas, de las sorprendentes mujeres que vivieron, amaron y murieron valientemente durante los oscuros días de la Segunda Guerra Mundial.

IdiomaEspañol
EditorialNext Chapter
Fecha de lanzamiento2 jun 2020
ISBN9781386889809
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    Volar Hacia La Muerte - Sally Laughlin

    Prólogo

    Una reunión de emergencia fue convocada por los oficiales de alto rango de la Unión Soviética tras el ataque militar sorpresa de los Alemanes el 22 de Junio, 1941.

    La Unión Soviética no estaba preparada para la masacre que los Alemanes les estaban lanzando por tierra y en el aire.

    Una mesa larga de madera con varias sillas a cada lado y una en la cabecera de la mesa dominaban la austera sala. Hombres en uniformes militares verde oscuro realzados por ribetes dorados, rojos o azules que indicaban sus rangos rebuscaban en montículos de papeles. Ellos comenzaron a referirse a la débil fortaleza de la fuerza aérea, causada por los devastadores ataques aéreos que arrasaban a casi la mitad de sus defensas aéreas.

    Un general volteó otra página de la miríada de papeles delante suyo y comenzó a leerlo. Se detuvo y sacudió la cabeza. ¿Qué es este disparate? ¿Una petición por las mujeres que quieren entrar en la guerra como pilotos y soldados? ¿Por qué esto siquiera está sobre nuestra mesa de discusión?

    Otro general mostró su desdén. ¿Qué les pasa a estas mujeres? Deberían quedarse en casa en la cocina, tener hijos, y apoyar a nuestros hombres.

    Ellas no tienen la resistencia física o mental que se requiere para luchar una guerra como un hombre. Morirían casi inmediatamente. Dijo el primer general inclinándose sobre la mesa.

    Hubo silencio en la sala mientras todos los generales miraban hacia el líder de la Unión Soviética, Iosif Vissarionovich Stalin, sentado en la cabecera de la mesa.

    Stalin habló firmemente, Yo había pensado eso al principio, pero creo que si estas mujeres desean unirse a los militares y luchar esto podría ser de ventaja para nosotros. Podemos entrenar a las mujeres rápidamente, y esto liberará el tiempo para que nosotros entrenemos mejor a nuestros pilotos y soldados masculinos. Es un costo aceptable de la guerra.

    Capítulo 1

    La Teniente Primera Vera Zhkov continuamente maniobraba su Biplano desde los cielos oscurecidos en las brillantes luces de búsqueda desde abajo y de vuelta a la seguridad de las sombras negras de la noche. Fuego de ametralladora y balas de rifle zumbaban todo en derredor suyo mientras ella maniobraba para soltar sus dos bombas. Su frágil Biplano de dos asientos de la Primera Guerra Mundial estaba volando lo suficientemente bajo para que ella escuchara a los Alemanes gritando y dando alaridos mientras ella avanzaba hacia su zona de lanzamiento.

    Un proyectil de los cañones anti-aéreos rasgó atravesando ambas alas del avión; siguió de largo para explotar arriba de ella. El aire era duro de respirar mientras el humo del cañón descargado le llenaba los pulmones y le quemaba los ojos. La conmoción del estallido le causó a su avión ser empujado hacia adelante, más cerca del enemigo debajo. Segundos más tarde, balas de una ametralladora le dieron a su avión apenas errándole al motor y a la línea de combustible. Vera levantó la mano y su navegadora, sentada detrás suyo, agarró la palanca de liberación y tiró con fuerza. Las dos bombas adheridas a la panza de su avión cayeron hacia abajo dando en sus blancos.

    Rápidamente, Vera sacó su avión de las deslumbrantes luces de búsqueda, hizo un círculo amplio, y se dirigió de regreso a su campo aéreo. Sus manos y piernas temblaban mientras ella luchaba por mantener su avión impactado en el aire. ¿Estás bien? Vera le gritó a su navegadora.

    La artillería atravesó nuestras alas. Sin embargo no hay daño structural. La Teniente Ksenia Yivoskov, su navegadora, se inclinó hacia adelante y le gritó a Vera. ¿Te dieron?

    No, estoy bien. ¿Tú estás bien? preguntó Vera nuevamente.

    Si pudiera dejar de temblar, podría revisarme, dijo ella. Al parecer estoy bien, pero alguien le hizo un agujero a mi almohadón. Casi me dio esa vez, Ksenia metió un dedo a través del gran hoyo en el borde del almohadón en el que ella se sentaba.

    Esta fue nuestra cuarta salida, dijo Vera limpiando la escarcha de sus antiparras. Logramos salir de esta vivas. Espero que continúe así el resto de la noche.

    ¿El resto de la noche? Ksenia espetó sardónicamente. ¿Qué tal sobre el resto de la guerra?

    **

    DOS SEMANAS ANTES

    Soldados subían a las mujeres en la parte trasera del camión militar y ató la cubierta de lona que se estaba sacudiendo en la fría lluvia torrencial. Un soldado golpeó el costado de la puerta del conductor, y el camión dio un tirón y se tambaleó al avanzar. Un convoy de cinco camiones se apartó de la base de entrenamiento y se dirigió hacia Estalingrado. Cada camión contenía diez mujeres pilotos recientemente entrenadas, navegadoras, mecánicas, y proveedoras de armas.

    Vera Zhkov era una oficial en el regimiento y ascendida a Teniente Primera por sus excelentes habilidades de vuelo durante el entrenamiento. Ella se sentó en uno de los camiones militares y observó al paisaje de la ciudad que desaparecía a través de la cubierta de lona que ofrecía poco reparo de los fríos vientos húmedos.

    Sus grandes ojos gris-azulado miraban en derredor a las mujeres en el camión. El cabello largo, castaño claro de Vera estaba peinado en un prolijo rodete atrás de su cabeza. Ella miró a cada una de las mujeres y se dio cuenta de que era la única que tenía su cabello recogido hacia atrás. El resto de las chicas tenían su cabello largo suelto. Ella sabía que ellas se habían preocupado y emperifollado para que los hombres las vieran en sus mejores fachas femeninas.

    Vera se volvió a sentar estudiando a las jóvenes con quienes estaba viajando en el mismo incómodo, frío vehículo militar. Durante el curso de su entrenamiento del ejército como pilotos, navegadoras, mecánicas y personal de tierra, ella llegó a conocer a algunas de ellas bastante bien.

    Ella era la mayor en este regimiento a los veintitres años, y la más joven tenía diecisiete.

    Por lo que Vera podía decir, las jóvenes eran de universidades, granjas colectivas, fábricas y almacenes donde trabajaban como dependientes.

    El gélido y turbulento trayecto a la estación de tren no hizo nada para evitar que las mujeres en el camión rieran y bromearan entre ellas.

    Vera escuchaba mientras ellas hablaban sobre todos los apuestos hombres en el ejército que ya habían encontrado.

    Nunca he visto tantos hombres en un lugar en toda mi vida, decía entre risitas una jovencita con rostro de querubín.

    Sólo piensa que vamos a estar rodeadas por cientos de hombres todos los días, suspiró otra. Podemos bailar y hacer fiestas todo lo que queramos.

    Todas las chicas soltaban risitas y comenzaron a contar historias sobre la vida en sus hogares antes que se convirtieran en soldados en el Ejército Rojo: todas, excepto una.

    Vera observó a la pensativa joven sentada enfrente de ella en el extremo del camión. La Teniente Primera Elena Petrovka tenía diecinueve, una mujer menuda y muy brillante. Durante su entrenamiento de piloto, Elena sobresalió en cada aspecto del vuelo. Vera pensaba que ella era muy hermosa con su largo cabello dorado y profundos ojos azules. Y, sus rasgos delicados contradecían la feroz determinación que la impulsaba.

    Vera era la única que conocía a historia de Elena. Miró hacia afuera por la hendidura en la cubierta de lona al paisaje desolador que estaban atravesando. Vera recordó a las dos hablando calladamente una noche mientras tomaban un corto receso y caminaban alrededor del complejo de entrenamiento en Engels.

    El padre de Elena fue arrestado como traidor a la Unión Soviética y fusilado por traición cuando ella tenía quince años. Ella sabía que él no era un traidor, e iba a demostrarles que el apellido Petrovka era honorable, un apellido leal a la Unión Soviética.

    Vera tenía sus propias razones para unirse a la División Aérea del Ejército Rojo. Ella pensaba en aquel día el 22 de Junio, 1941 – un día que ella nunca olvidaría. Ella estaba alojada con una amiga cerca de la escuela de vuelo del Ejército de su hermano y decidió visitarlo antes de regresar a la Universidad. La única vez que él podía verla era antes de sus clases, así que ella llegó allí temprano en la mañana.

    Ella casi estallaba de orgullo mientras su hermano caminaba hacia ella en su uniforme del ejército. Te ves tan apuesto, dijo ella. Sergei dio una vuelta lentamente para que ella pudiera admirarlo, y ambos rompieron en risas.

    Rieron y hablaron por un rato hasta que alguien vino corriendo hacia ellos diciéndoles que los Alemanes le habían declarado la guerra a la Madre Patria. Ellos habían destruido aeródromos, y necesitaban tener a todos en el aire tan rápido como pudieran para detener a la Luftwaffe Alemana que se dirigía hacia Moscú.

    Vera estaba estupefacta. Protestó diciendo que su hermano tenía menos de dos meses de entrenamiento. Observó en shock como los jóvenes pilotos sin experiencia corrían pasando a su lado hacia sus aviones de entrenamiento. Sergei le dio un abrazo rápido y corrió con el resto de los estudiantes. Grabado en su memoria para siempre estaba su hermano deteniéndose, dándose vuelta, y saludándola con una gran sonrisa en el rostro. Esa fue la última vez que ella lo vio. Él fue muerto ese día en una batalla aérea sobre un campo yermo cerca de Moscú.

    **

    El camión le dio a un gran hoyo en el camino sacudiendo a Vera de su ensimismamiento hacia el presente. Fue un largo trayecto hasta Estalingrado desde la academia de entrenamiento de vuelo de Engel. Ella pensaba que habrían llegado allí antes, pero los soldados que conducían los camiones militares se detenían frecuentemente para que las mujeres salieran y atendieran sus asuntos privados. Vera sabía que la razón real era porque a ellos les gustaba coquetear con todas las jovencitas que estaban transportando a la estación de tren.

    Una vez que llegaron a la estación de tren todas las cincuenta mujeres fueron apiñadas en dos vagones de tren, junto con los soldados y civiles por igual. Horas más tarde, ellas finalmente llegaron a su destino, el cual era una pequeña aldea al sur de Moscú.

    Cada edificio en la aldea que no había sido destruido por los Alemanes fue tomado por el Ejército Rojo. La mayoría de los edificios eran usados para alojar a los soldados y oficiales. Uno era usado como salón comedor, otro como estación de suministros, y una gran casa localizada en las afueras de la aldea era donde las mujeres iban a ser temporalmente alojadas.

    A las mujeres les fue indicado que fueran a la estación de suministros para recibir sus uniformes militares. A cada una de ellas le fue entregada una chaqueta militar, un par de pantalones y botas.

    ¿Qué es esto? Elena sostuvo las ropas y botas demasiado grandes, de tamaño de hombre. Hay suficiente espacio para dos personas en estas cosas.

    Esto es lo que se les ha provisto, dijo el oficial de suministros con disgusto mientras les entregaba sus uniformes.

    Vera estudió al calvo, bajo hombre mayor y se preguntó por qué él era sólo un cabo a su edad.

    No me culpen de que estén dejando a las mujeres en el Ejército. El último hato de mujeres que vino por aquí estaban cavando trincheras para nuestros soldados reales, quejándose de que sus pobres manitos estaban sangrando por usar palas de mangos ásperos. Ellas tuvieron el descaro de preguntarme si yo tenía algún vendaje o provisiones para cuidar de sus tontas heridas.

    ¿Tenía usted los vendajes y medicinas para proveer a estas mujeres? la voz de Vera contenía el desprecio que sentía por este hombrecito ignorante.

    Por supuesto, lo tenía. Les dije que tenía vendajes y ungüentos, pero que eran sólo para los hombres que estaban haciendo la pelea real, dijo él enfatizando la palabra ´real´. Él la miró arrogantemente de arriba a abajo con desdén.

    Vera enderezó su espalda. Su voz sonó con autoridad. Camarada Cabo, ¿usted es tan estúpido como se ve?

    Sí, sí lo es, gritó una mujer desde atrás de ella.

    Usted se dirigirá a mí como Camarada Teniente Primera Zhkov, ella se inclinó adelante, sus ojos entornados mientras señalaba la exhibición de barras e insignias sobre su chaqueta. Si usted en alguna situación, la que sea, olvida eso otra vez, le gruñó ella, haré que lo envíen a Siberia por el resto de su vida. Si me entero que usted retiene vendajes, medicinas o lo que sea de cualquier mujer en el Ejército Rojo, de cualquier manera, personalmente volveré aquí y le dispararé entre los ojos. Y, tengo espías en todos lados, así que no piense que no lo averiguaré.

    Los ojos del hombre se llenaron de terror. Dio un paso atrás apartándose de la mirada feroz que Vera le estaba lanzando; su boca abierta y los ojos enormes con miedo.

    Ahora, termine de entregar los uniformes Camarada Cabo, dijo Vera con considerable veneno rezumando de sus palabras.

    Sí, Camarada Teniente Primera Zhkov, dijo él nerviosamente agarrando chaquetas y otras prendas de hombre, junto con un arma y su funda, al resto de las mujeres. Después que la última mujer recibió su ropa él dijo, Ustedes tienen todo lo que les fue provisto a ustedes. Así es, Camarada Teniente Primera. Su voz chorreaba sarcasmo.

    Él miró hacia otro lado, pero no antes que Vera captara la sonrisa ladina que él trataba de ocultar.

    Vera fue la última en recibir su provision de ropa masculina. Colocó sus artículos de ropa encima del mostrador de madera, tomó su arma de la funda y la colocó sobre el mostrador. Creo que hay más, Camarada Cabo. Dijo ella tan férreamente fría que él se tambaleó hacia atrás un par de pasos. El lenguaje corporal amenazador de ella, su arma sobre el mostrador, y sus ojos llenos con una mirada mortal no le pasaron desapercibidos a él.

    Oh, sí, lo olvidé, Camarada Teniente Primera. Todas han de recibir ropa de cama, también. Dijo él apresurándose hacia otra área del salón.

    Vera recogió su arma, la volvió a colocar en su estuche, y lo cerró. Sólo quería ver cuan pesada era mi arma, dijo ella, simulando que esa era la razón por lo que había puesto su arma sobre el mostrador.

    Todas comenzaron a reírse. Vera les dio la señal de detenerse mientras el cabo salía del cuarto de almacenamiento cargado con mantas, almohadas y colchones delgados. Todas las mujeres rápidamente presentaron una cara seria al nervioso oficial de suministro, excepto por un par de risitas de alguna parte en el grupo.

    Finalmente, después que el cabo hubo hecho varios viajes al cuarto de almacenamiento, Vera y las otras recibieron todas su provisión de artículos militares.

    Las mujeres colocaron todo prolijamente en una pila encima de sus colchones plegados, para que pudieran cargarlo a sus cuartos sin soltar nada en el suelo lodoso y se dirigieron fuera de la estación de suministro.

    En camino a la casa donde iban a ser alojadas, una de las mujeres corrió hacia Vera, Camarada Teniente Primera Zhkov eso fue maravilloso. ¿Volvería usted y le dispararía? ¿Usted tiene espías realmente en todos lados?

    No en ambos casos, pero me gustaría pensar que podría. De todos modos, habría pensado en algo para hacerlo arrestar. Vera se rio junto con la otra mujer. Tengo el presentimiento que él no va a ser el primer hombre que nos trate como inservibles e incapaces de servir en el Ejército Rojo.

    Hablando de ´incapaces´, dijo Elena caminando junto a Vera. ¿Cómo diantres se supone que vamos a entrar en estos? preguntó ella luchando por cargar su uniforme militar demasiado grande y la ropa de cama.

    Yo fui una costurera antes de ser enviada a la universidad. Creo que puedo alterar nuestros uniformes para que no se caigan de nosotras o entorpezcan nuestra actuación, dijo una alta, delgada mujer caminando detrás de Elena y Vera. Su gran físico fácilmente entraría en los uniformes de hombre, así que no tendría que alterar demasiado su uniforme. Soy la Cabo Lubova Drukova, navegadora Soviética. Les mostraré a todas ustedes cómo hacer esto, sonrió, y sus grandes ojos grises se iluminaron. Después, ella miró a sus grandes botas provistas a todas. Desafortunadamente, no soy un zapatero, y no puedo arreglar las botas. Sin embargo, si rellenamos las puntas de nuestras botas con tela o papel, podremos caminar en ellas.

    Miren esto, una de las mujeres dijo consternada. Miren este colgajo abierto en el frente de los pantalones. No hay botones para cerrarlo.

    Eso será fácil de arreglar, suspiró ella. Pero, no tan fácil será arreglar las chaquetas y pantalones. Tendrán que tomar sus equipos de costura. Vamos a tener mucho trabajo por hacer.

    Las mujeres ingresaron en sus cuartos temporales y encontraron camas cuchetas apiñadas en el pequeño espacio de la casa. Una gran chimenea tenía un fuego crepitando dentro, quitando un poco del frío amargo. Delgadas tablillas de madera estaban clavadas sobre las ventanas rotas pero hacían poco para evitar que el aire frío se colara. Las mujeres eligieron sus propias camas y soltaron todo encima de éstas.

    Pronto, todas las mujeres estaban recibiendo consejos e indicaciones de Lubova sobre como recortar y arreglar sus uniformes enormes. Ellas trabajaron con la luz de la chimenea, y las cuatro lámparas de kerosene distribuidas estratégicamente por el cuarto. Horas más tarde, terminaron la última de las alteraciones y cayeron de espaldas sobre sus catres y se quedaron dormidas.

    Temprano a la mañana siguiente, las mujeres fueron despertadas y se les ordenó que se vistieran y reportaran a su oficial comandante afuera. Ellas se vistieron rápidamente y salieron de la casa y les dijeron que se pararan en atención mientras una oficial femenina se dirigió a ellas. Soy la Camarada Capitana Primera Voskolov, su oficial comandante. Ha sido reportado que un cabo del ejército en la unidad de suministro fue amenazado por una oficial femenina. Él estaba tan nervioso que olvidó el nombre de la oficial. La que hizo esto dará un paso adelante.

    Al dar Vera un paso adelante también lo hizo cada oficial en su unidad. Después, las mujeres soldado de menor rango se adelantaron igualmente.

    Ya veo, la capitana volteó su cabeza por un momento para que nadie pudiera ver la sonrisa que estaba tratando de escapar. Se dio vuelta y miró severamente a las mujeres delante suyo. Fue traído a mi atención que él fue amenazado con ser enviado a Siberia y una bala en la cabeza. ¿Es correcto?

    Cada mujer replicó al mismo tiempo, Sí, Camarada Capitana Primera.

    Cuando le pregunté por qué él fue amenazado él dijo que no tenía idea de por qué este oficial lo amenazaba. Él sólo estaba cumpliendo con su deber.

    Ella caminó arriba y abajo de la línea de mujeres paradas en atención. Lo interrogué más, y surgió que él había dicho algo sobre su negación a ayudar a tratar las manos de las mujeres inútiles que vinieron aquí ayer; las mujeres que habían estado cavando trincheras para los soldados masculinos.

    La capitana se detuvo delante de Vera. Él es sólo un ejemplo de lo que nosotras, como mujeres soldados, vamos a tener que tolerar, hasta que podamos demostrarles que nuestras habilidades y dedicación son tan valiosas como las de sus mejores soldados masculinos.

    La capitana se quedó de pie por un momento en silencio y comenzó nuevamente. No puedo castigar al regimiento entero, así que olvidaré este incidente. El cabo, por sus acciones, está siendo enviado a las líneas del frente. Sin embargo, absténganse de amenazar a cualquier soldado más incompetente, sin inteligencia. Esperó por un momento y añadió, ¿Está claro?

    Al unísono, ellas respondieron, Sí, Camarada Capitana Primera Voskolov.

    Vera estudió a la capitana de pie ante ellas. Ella no era especialmente bonita, y su muy corto cabello castaño no hacía nada para añadir a su presencia física. Y entonces Vera se quedó atónita ante la siguiente orden que dio la capitana.

    Ustedes mujeres están en el Ejército Rojo como soldados. Comenzó a caminar arriba y abajo de la línea de mujeres paradas en atención y se detuvo adelante de Elena. Todas ustedes se reportarán al barbero del ejército. Todas ustedes deben cortar su cabello para que se vean como un soldado y no como una mujer acicalada.

    Hubo un resuello sonoro de todas las mujeres. Vera sabía que el cabello largo de ellas era su orgullo y alegría.

    La capitana se encogió de hombros y dijo, "Pueden cortar su propio cabello o ir al barbero del ejército. Es decisión de ustedes, pero él corta el pelo muy, muy corto. Su cabello no puede tocar los hombros. Aquellas que desobedezcan esta orden serán puestas en la caseta de guardia por dos semanas, y después enviadas al barbero del Ejército.

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