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las armas secretas de Ucrania

EN EL CAMINO

La sirena de ataque aéreo sonó de nuevo en toda la desafiante ciudad, pero William McNulty se negó a que esto lo molestara. Después de una larga mañana de juntas en Kiev con socios ucranianos que buscaban torniquetes médicos y ropa para climas fríos, el hombre se había ganado una siesta vespertina. El aire soplando por las ventanas abiertas de las habitaciones del hotel enfriaba el frágil otoño y, al mismo tiempo, la luz del sol se filtraba por las nubes grisáceas; el invierno, como los ucra-nianos solían decir, estaba por llegar.

Al diablo, pensó McNulty. Las probabilidades de ser atacado por un dron en una ciudad de tres millones de personas parecían bajas. Un veterano de la marina de Chicago, Estados Unidos, que sirvió en Irak y que realizó distintas obras en docenas de zonas de conflicto y desastres naturales, se ha vuelto insensible a las sirenas constantes que ahora son algo común en su vida ucraniana.

Desde la última invasión de Rusia que comenzó en febrero del año pasado, ha viajado a lo largo del país –en tren y camionetas– a villas rurales y a los frentes militares entregando suministros a aquellos que pelean por la democracia. Su grupo sin fines de lucro, Operation White Stork, apoya fielmente a Ucrania en la guerra. Ha estado en algunas guerras con propósitos un poco ambiguos pero él cree que esto es una situación real, una causa correcta que aquellas personas de acción no siempre pueden experimentar.

Hasta los altruistas necesitan dormir. Así que McNulty, de 45 años, se recuesta en su cama, cierra sus ojos, y se enfoca, tanto como puede, en descansar. Después se escuchó un ruido de motor estridente. Se oía por encima de las sirenas, nada ocultaba lo molesto y estridente que era, como una podadora en el cielo. Siguió acercándose más y más, finalmente pasando por encima del hotel de McNulty.

“Fue suficiente para mí”, recuerda días después mientras conducía-mos a algún lugar sobre la carretera de Kiev hacia la ciudad portuaria de Odesa en el sur. Identificó el sonido como el motor de un dron kamikaze hecho por los iraníes, uno de los muchos que Rusia ha usado para aterrorizar a la población ucraniana en los últimos meses. McNulty se atrevió a moverse solo cuando el ruido había desaparecido y no quedaba nada más que el sonido de una sirena. Para suerte de McNulty, otro blanco había sido seleccionado en Kiev esa tarde a mediados de octubre. “Me dirigí al salón del refugio. Después fuimos y comimos en un restaurante italiano muy lindo”.

En el lenguaje de esta nueva guerra, McNulty es un “voluntario”, uno de las decenas de miles de ucranianos locales e internacionales que se han dedicado a apoyar la resistencia en contra de la milicia rusa. Los papeles que juegan son distintos, desde humanitarios como McNulty, hasta celebridades en redes sociales consiguiendo fondos para las unidades militares. Hay luchadores extranjeros, conductores de comida, traficantes de armas y babushkas tejiendo trajes de camuflaje en los gimnasios comunitarios. Algunos son voluntarios en el sentido literal, usando sus ahorros para subsidiar su trabajo. Otros con pequeños salarios; aun así, otros son solo especuladores que no ven nada de malo en beneficiarse financieramente en medio de una difícil guerra de supervivencia.

También se ha demostrado que es un trabajo difícil; en enero, dos voluntarios ingleses fueron asesinados tratando de evacuar a un civil de la tercera edad. Para todas las diferencias en posición y enfoque, el movimiento de voluntarios está unificado en su núcleo por creer que esta es una pelea que vale la pena enfrentar, que vale la pena defender a Ucrania.

Es una creencia con la cual coincido. A finales de febrero de 2022, me reuní con dos amigos, veteranos de combate, en Lviv, al oeste de Ucrania. Pasamos dos semanas entrenando a un grupo de civiles en estrategias básicas de combate y autodefensa. Fue una experiencia emocionante, atemorizante e inspiradora, y después regresamos a Estados Unidos a nuestras familias, mientras la guerra siguió su paso y se complicó aún más. Otros siguieron.

Con interés y tal vez un poco de envidia, vi a los voluntarios de Ucrania fusionarse y organizarse durante el verano y a principios del otoño. Después, en otoño del año pasado, decidí regresar durante tres semanas, con uno de mis compañeros de febrero, veterano de la marina, Ben Busch. Queríamos ver el ecosistema de los voluntarios que se había desarrollado y conocer a algunas de las personas que han entregado sus vidas a esta causa.

En la camioneta de White Stork, McNulty

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