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Gabinete de Crisis (Un thriller de Luke Stone — Libro 3)
Gabinete de Crisis (Un thriller de Luke Stone — Libro 3)
Gabinete de Crisis (Un thriller de Luke Stone — Libro 3)
Libro electrónico412 páginas5 horas

Gabinete de Crisis (Un thriller de Luke Stone — Libro 3)

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GABINETE DE CRISIS es el libro n° 3 de la exitosa serie de thrillers de Luke Stone, que comienza con POR TODOS LOS MEDIOS NECESARIOS (libro n° 1), ¡una descarga gratuita con más de 60 reseñas de cinco estrellas!

Un ciberataque en una oscura presa de EE.UU. deja miles de muertos y el gobierno se pregunta quién atacó y por qué. Cuando se dan cuenta de que es solo la punta del iceberg y que la seguridad de todo Estados Unidos está en juego, la Presidenta no tiene más remedio que llamar a Luke Stone.

Jefe de un equipo de élite disuelto del FBI, Luke no quiere el trabajo. Pero con nuevos enemigos, extranjeros y nacionales, acercándose a ella desde todos los lados, la Presidenta solo puede confiar en él. Lo que sigue es una montaña rusa internacional llena de acción, cuando Luke descubre que los terroristas son más sofisticados de lo que nadie se da cuenta, que el objetivo es más extenso de lo que cualquiera podría imaginar y que queda muy poco tiempo para salvar a los Estados Unidos.

Un thriller político con acción sin parar, escenarios internacionales dramáticos, giros inesperados y suspense conmovedor, GABINETE DE CRISIS es el libro nº 3 en la serie Luke Stone, una nueva serie explosiva que te mantendrá pasando las páginas hasta altas horas de la noche.

El libro n° 4 de la serie Luke Stone estará disponible pronto.
IdiomaEspañol
EditorialJack Mars
Fecha de lanzamiento26 feb 2021
ISBN9781094347080
Gabinete de Crisis (Un thriller de Luke Stone — Libro 3)

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    Libro de muy interesante trama y agil desarrollo espero el proximo

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Gabinete de Crisis (Un thriller de Luke Stone — Libro 3) - Jack Mars

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GABINETE DE CRISIS

(UN THRILLER DE LUKE STONE — LIBRO 3)

JACK MARS

Jack Mars

Jack Mars es el autor de la serie de thriller de LUKE STONE, número uno en ventas de USA Today, que incluye siete libros. También es el autor de la nueva serie de precuelas LA FORJA DE LUKE STONE, que comprende tres libros (y subiendo); y de la serie de suspense de espías AGENTE ZERO, que comprende siete libros (y subiendo).

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Copyright © 2016 por Jack Mars. Todos los derechos reservados. Excepto en lo permitido en la Ley de Derechos de Autor de Estados Unidos de 1976, ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, distribuida o transmitida de ninguna forma o por ningún medio, ni almacenada en una base de datos o sistema de recuperación, sin el permiso previo del autor. Este libro electrónico tiene licencia únicamente para su disfrute personal. Este libro electrónico no puede ser revendido o regalado a otras personas. Si desea compartir este libro con otra persona, por favor, compre una copia adicional para cada destinatario. Si está leyendo este libro y no lo ha comprado, o si no lo ha comprado sólo para su uso, devuélvalo y compre su propia copia. Gracias por respetar el duro trabajo de este autor. Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, asuntos, organizaciones, lugares, eventos e incidentes son producto de la imaginación del autor o se usan de manera ficticia. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, es enteramente una coincidencia. Imagen de la cubierta Copyright STILLFX, utilizaba bajo licencia de Shutterstock.com.

LIBROS POR JACK MARS

UN THRILLER DE LUKE STONE

POR TODOS LOS MEDIOS NECESARIOS (Libro #1)

JURAMENTO DE CARGO (Libro #2)

GABINETE DE CRISIS (Libro #3)

LA FORJA DE LUKE STONE

OBJETIVO PRINCIPAL (Libro #1)

MANDO PRINCIPAL (Libro #2)

AMENAZA PRINCIPAL (Libro #3)

GLORIA PRINCIPAL (Libro #4)

LA SERIE DE SUSPENSO DE ESPÍAS DEL AGENTE CERO

AGENTE CERO (Libro #1)

OBJETIVO CERO (Libro #2)

CACERÍA CERO (Libro #3)

ATRAPANDO A CERO (Libro #4)

EXPEDIENTE CERO (Libro #5)

CONTENIDO

CAPÍTULO UNO

CAPÍTULO DOS

CAPÍTULO TRES

CAPÍTULO CUATRO

CAPÍTULO CINCO

CAPÍTULO SEIS

CAPÍTULO SIETE

CAPÍTULO OCHO

CAPÍTULO NUEVE

CAPÍTULO DIEZ

CAPÍTULO ONCE

CAPÍTULO DOCE

CAPÍTULO TRECE

CAPÍTULO CATORCE

CAPÍTULO QUINCE

CAPÍTULO DIECISÉIS

CAPÍTULO DIECISIETE

CAPÍTULO DIECIOCHO

CAPÍTULO DIECINUEVE

CAPÍTULO VEINTE

CAPÍTULO VEINTIUNO

CAPÍTULO VEINTIDÓS

CAPÍTULO VEINTITRÉS

CAPÍTULO VEINTICUATRO

CAPÍTULO VEINTICINCO

CAPÍTULO VEINTISÉIS

CAPÍTULO VEINTISIETE

CAPÍTULO VEINTIOCHO

CAPÍTULO VEINTINUEVE

CAPÍTULO TREINTA

CAPÍTULO TREINTA Y UNO

CAPÍTULO TREINTA Y DOS

CAPÍTULO TREINTA Y TRES

CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO

CAPÍTULO TREINTA Y CINCO

CAPÍTULO TREINTA Y SEIS

CAPÍTULO TREINTA Y SIETE

CAPÍTULO TREINTA Y OCHO

CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE

CAPÍTULO CUARENTA

CAPÍTULO CUARENTA Y UNO

CAPÍTULO CUARENTA Y DOS

CAPÍTULO CUARENTA Y TRES

CAPÍTULO CUARENTA Y CUATRO

CAPÍTULO CUARENTA Y CINCO

CAPÍTULO CUARENTA Y SEIS

CAPÍTULO CUARENTA Y SIETE

CAPÍTULO CUARENTA Y OCHO

CAPÍTULO UNO

15 de agosto

07:07 horas

Embalse Black Rock, Great Smoky Mountains, Carolina del Norte

La presa se alzaba allí, inmutable, gigantesca, la única constante en la vida de Wes Yardley. Los otros que trabajaban allí la llamaban Madre. Construida para generar energía hidroeléctrica en 1943, durante el apogeo de la Segunda Guerra Mundial, la presa tenía la altura de un edificio de cincuenta plantas. La central eléctrica que operaba la presa tenía seis pisos de altura y Madre se alzaba detrás de ella como la fortaleza de una pesadilla medieval.

Wes comenzó su turno en la sala de control de la misma manera que lo había hecho durante los últimos treinta y tres años: se sentó en el largo escritorio en forma de semicírculo, apoyó su taza de café y se conectó al ordenador que tenía enfrente. Lo hizo automáticamente, sin pensar, todavía medio dormido. Era la única persona en la sala de control, un lugar tan anticuado que parecía un plató del antiguo programa de televisión Espacio 1999. Había sido remodelado por última vez en la década de 1960 y era una versión de la década de 1960 de lo que podría ser el futuro. Las paredes estaban cubiertas de diales e interruptores, muchos de los cuales no se habían tocado en años. Había gruesas pantallas de vídeo que nadie encendía nunca. No había ninguna ventana.

La madrugada era, normalmente, la parte favorita del día de Wes. Tenía algo de tranquilidad para tomar un sorbo de café, repasar el registro de la noche anterior, comprobar las cifras de generación de electricidad y luego leer el periódico. A menudo, se servía una segunda taza de café a la mitad de las páginas de deportes. No tenía ninguna razón para no hacerlo; después de todo, aquí nunca pasaba nada.

En los últimos dos años, se había acostumbrado a leer los anuncios de búsqueda de empleo como parte de su ritual matutino. Durante diecisiete años, desde que llegaron los ordenadores y la sala de control se automatizó, los grandes cerebros de la Autoridad del Valle de Tennessee habían hablado de controlar esta presa desde un lugar remoto. Hasta ahora no había sucedido y tal vez nunca lo hiciera. Tampoco había sacado nada de la lectura de anuncios de empleo. Este era un buen trabajo. Él sería feliz con salir de aquí en una losa algún día, con suerte en un futuro lejano. Despreocupadamente, alcanzó su taza de café mientras hojeaba los informes de la noche anterior.

Luego miró hacia arriba y todo cambió.

A lo largo de la pared frente a él, seis luces rojas parpadeaban. Había pasado tanto tiempo desde que parpadearon por última vez que le llevó un minuto entero recordar qué significaban esas luces. Cada luz era el indicador de una de las compuertas. Hace once años, durante una semana de lluvias torrenciales en el norte, habían abierto una de las compuertas durante tres horas al día para que el agua de arriba no atravesara las paredes. Una de esas luces parpadeó todo el tiempo que la puerta estuvo abierta.

Pero, ¿seis luces parpadeando? ¿Todas al mismo tiempo? Eso solo podría significar...

Wes entrecerró los ojos, como si eso pudiera ayudarlo a ver mejor las luces. 

—Qué demonios...? —dijo en voz baja.

Cogió el teléfono del escritorio y marcó tres dígitos.

—Wes —dijo una voz somnolienta. —¿Cómo va tu día? ¿Viste el partido de los Braves anoche?

—¿Vince? —dijo Wes, ignorando las bromas del hombre. —Estoy abajo, en la caja y estoy mirando el tablero grande. Tengo unas luces parpadeando, que me dicen que las compuertas uno a seis están abiertas. Quiero decir, ahora mismo, las seis puertas. Es un fallo del equipo, ¿verdad? Algún tipo de error de calibre o un fallo del ordenador, ¿no?

—¿Las compuertas están abiertas? —dijo Vince. —Eso no puede ser. Nadie me ha dicho nada.

Wes se puso de pie y se dirigió lentamente hacia el tablero. El cable telefónico se extendía detrás de él. Se quedó mirando las luces con asombro. No había lectura, ni datos que explicaran nada. No había visualización de nada. Eran solo esas luces, parpadeando al unísono, algunas rápidas, otras lentas, como un árbol de Navidad que se vuelve un poco loco.

—Bueno, eso es lo que estoy viendo. Seis luces, todas a la vez. Dime que no tenemos seis compuertas abiertas, Vince.

Wes se dio cuenta de que no necesitaba que Vince se lo dijera. Vince estaba hablando, pero Wes no estaba escuchando. Colgó el teléfono y avanzó por un pasillo estrecho y corto hasta la sala de observación. Sentía como si sus pies no estuvieran pegados a su cuerpo. 

En la sala de observación, toda la pared sur era de vidrio reforzado redondeado. Normalmente, ofrecía la vista de un arroyo tranquilo, que fluía lejos del edificio, giraba a la derecha a unos cientos de metros de distancia y desaparecía en el bosque.

Hoy no.

Ahora, ante él, había un torrente furioso.

Wes se quedó allí, con la boca abierta, helado, entumecido, con un cosquilleo frío que se extendía por sus brazos. Era imposible ver lo que estaba pasando. La espuma se esparcía treinta metros en el aire. Wes no podía ver el bosque en absoluto. También podía oír un sonido a través del grueso cristal. Era el rugido del agua, más agua de la que podía imaginar.

Cuarenta millones de litros de agua por minuto.

El sonido, más que nada, hizo que el corazón saltara en su pecho. 

Wes volvió corriendo al teléfono. Escuchó su propia voz en el teléfono, sin aliento.

⸺Vince, escúchame. ¡Las compuertas están abiertas! ¡Todas! ¡Tenemos una pared de agua de diez metros de alto y doscientos de ancho saliendo por allí! No puedo ver qué diablos está pasando. No sé cómo ha pasado, pero debemos cerrarlo otra vez. ¡AHORA! ¿Conoces la secuencia?

Vince sonaba inquietantemente tranquilo; pero, claro, él no había visto toda esa agua.

—Sacaré mi libro —dijo.

Wes fue al panel de control con el teléfono clavado en su oído.

⸺Vamos, Vince. ¡Venga!

—Está bien, ya lo tengo —dijo Vince.

Vince le dio una secuencia de números de seis dígitos, que Wes marcó en el teclado.

Miró las luces, esperando que se apagaran, pero seguían parpadeando.

—No funciona. ¿Tienes otros números?

—Esos son los números. ¿Los has tecleado bien?

—He marcado lo que me has dicho.

Las manos de Wes comenzaron a temblar. Aun así, él mismo estaba comenzando a sentirse tranquilo. De hecho, más que tranquilo, se sentía alejado de todo esto. Una vez había tenido un accidente automovilístico por la noche, en una carretera de montaña nevada y, mientras el coche daba vueltas y vueltas, chocando contra las barandillas, Wes se había sentido como en ese momento. Se sintió dormido, como si estuviera soñando.

No tenía idea de cuánto tiempo llevaban abiertas esas compuertas, pero seis a la vez era mucha agua liberada, demasiada. Esa cantidad de agua invadiría las orillas del río. Causaría inundaciones masivas río abajo. Wes pensó en ese lago gigante sobre sus cabezas.

Luego pensó en otra cosa, algo en lo que no quería pensar.

—Presiona cancelar y comenzaremos de nuevo —dijo Vince.

⸺Vince, tenemos el complejo turístico a cinco kilómetros río abajo. Es agosto, Vince. ¿Sabes de lo que hablo? Es temporada alta y no tienen idea de lo que se avecina. Tenemos que cerrar estas compuertas en este mismo segundo, o tenemos que avisar a alguien allí. Tienen que sacar a la gente.

—Presiona cancelar y comenzaremos de nuevo —dijo Vince de nuevo.

—¡Vince!

⸺Wes, ¿has escuchado lo que acabo de decir? Cerraremos las compuertas. Si no, llamaré al complejo en dos minutos. Ahora, presiona cancelar y comencemos de nuevo.

Wes hizo obedientemente lo que le decían, temiendo en el fondo que nunca funcionaría.

*

El teléfono de la recepción sonaba incesantemente.

Montgomery Jones estaba sentado en la cafetería del Black Rock Resort, tratando de disfrutar de su desayuno. Era el mismo desayuno que servían todos los días: huevos revueltos, salchichas, tortitas, gofres, lo que quisieras. Pero hoy, debido a que el lugar estaba tan lleno, se había sentado en la esquina de la cafetería más cercana al vestíbulo. Había un centenar de madrugadores aquí, ocupando todas las mesas, engullendo a diestro y siniestro en todas las estaciones de comida. Y ese teléfono estaba empezando a arruinar la mañana de Monty.

Se volvió y miró hacia el vestíbulo. Era un lugar rústico, con paneles de madera, una chimenea de piedra y una recepción destartalada, que cientos de personas habían socavado a lo largo de los años. El mostrador era un loco grabado de iniciales con corazones dibujados a su alrededor, buenos deseos olvidados hace mucho tiempo e intentos poco entusiastas de dibujo.

No había nadie en el mostrador para contestar el teléfono y, quienquiera que estuviera al otro lado de la línea, no se estaba dando por aludido. Cada vez que el teléfono dejaba de sonar, se detenía solo unos segundos y luego empezaba de nuevo. Para Monty, esto significaba que cada vez que la persona que llamaba llegaba al buzón de voz, colgaba y volvía a intentarlo. Era molesto. Alguien debía estar desesperado por hacer una reserva de última hora.

—Llama más tarde, idiota.

Monty tenía sesenta y nueve años y había estado viniendo a Black Rock durante al menos veinte años, a menudo dos o tres veces al año. Le encantaba estar aquí. Lo que más le gustaba era levantarse temprano, tomar un buen desayuno caliente y salir a las pintorescas carreteras de montaña en su Harley Davidson. Le acompañaba su novia Lena. Ella era casi treinta años menor que él, pero todavía estaba en la habitación. Se levantaba tarde, esa Lena, lo que significaba que hoy saldrían tarde. Eso estaba bien, Lena valía la pena. Lena era la prueba de que el éxito tenía sus recompensas. La imaginó en la cama, con su largo cabello castaño extendido sobre las almohadas.

El teléfono dejó de sonar. Pasaron cinco segundos antes de que comenzara de nuevo.

Está bien, ya es suficiente. Monty contestaría el maldito teléfono. Se puso de pie y con las piernas rígidas avanzó hacia el escritorio. Dudó solo un segundo antes de cogerlo. El dedo índice de su mano derecha trazó la talla de un corazón con una flecha en el medio. Sí, venía mucho por aquí, pero no estaba tan familiarizado con el lugar como para que pareciera que trabajaba aquí. No podía tomar nota de una reserva, o siquiera un mensaje. Así que le diría a la persona que llamaba que volviera a intentarlo más tarde.

Cogió el auricular. —¿Hola?

—Soy Vincent Moore, de la Autoridad del Valle de Tennessee. Estoy en la estación de control de la presa Black Rock, a cinco kilómetros al norte de ustedes. Esto es una emergencia. Tenemos un problema con las compuertas y solicitamos una evacuación inmediata de su resort. Repito, una evacuación inmediata. Se avecina una inundación.

—¿Qué? —dijo Monty. Alguien debía estar engañándolo. —No le entiendo.

En ese momento, comenzó una conmoción en la cafetería. Se alzó un extraño murmullo de voces, aumentando de tono. De repente, una mujer gritó.

El hombre del teléfono empezó de nuevo. —Soy Vincent Moore, de la Autoridad del Valle de Tennessee...

Alguien más gritó, una voz masculina.

Monty se llevó el teléfono al oído, pero ya no escuchaba. Justo delante de la puerta, la gente de la cafetería se estaba levantando de sus asientos. Algunos se dirigían hacia las puertas. Luego, en un instante, llegó el pánico.

La gente corría, empujaba, se caían unos sobre otros. Monty vio cómo sucedía. Una oleada de gente se acercó a él, con los ojos muy abiertos y la boca abierta con expresión de terror.

Mientras Monty miraba a través de la ventana, una pared de agua de un metro de altura barrió el terreno. Un hombre de mantenimiento, que pasaba en un carrito de golf por una pequeña colina delante del edificio principal, quedó atrapado por la marea. El carro se volcó, arrojando al hombre al agua y aterrizando encima de él. El carro quedó atrapado por un momento, luego se deslizó colina abajo de lado, empujado por el agua y ganando velocidad.

Se deslizó hacia las ventanas, moviéndose increíblemente rápido. 

¡CRASH!

El carro se estrelló de lado contra la ventana, rompiéndola, seguido por un torrente de agua.

Se derramó en la cafetería a través de la ventana rota. El carrito de golf entró por la ventana y luego se deslizó por la estancia. Un hombre intentó detenerlo, se cayó en un metro de agua y no volvió a subir.

En todas partes, la gente caía al agua que crecía, incapaz de ponerse de pie de nuevo. Las mesas y sillas se deslizaban por la habitación y se amontonaban contra la pared del fondo. 

Monty se colocó detrás del escritorio. Se miró los pies. El agua ya le llegaba a las pantorrillas. De repente, al otro lado, toda la ventana de diez metros de la cafetería se derrumbó, salpicando grandes fragmentos de vidrio.

Sonó como una explosión.

Monty se preparó para correr. Pero antes de que sus pies pudieran afianzarse, antes de poder trepar por encima del escritorio, todo lo que pudo hacer fue levantar los brazos y gritar mientras la pared de agua lo engullía.

CAPÍTULO DOS

7:35 horas

Observatorio Naval de los Estados Unidos - Washington, DC

Para Susan Hopkins, la primera mujer Presidenta de los Estados Unidos, la vida no podría ser mejor. Era verano, así que Michaela y Lauren no estaban en la escuela. Pierre las había traído aquí una vez que las cosas se calmaron y, finalmente, toda la familia se quedó en la Nueva Casa Blanca. Michaela se había recuperado de su secuestro como si hubiera sido una loca aventura suya. Incluso había hecho una ronda de programas de entrevistas sobre su experiencia y fue coautora de un artículo para una revista nacional con Lauren.

De hecho, Susan y Pierre hicieron todo lo posible para que Lauren no se sintiera excluida de la publicidad. Después de la primera entrevista televisiva, insistieron en que las chicas hicieran los programas juntas. Era lo correcto: mientras Michaela estaba atrapada en lo alto de una torre de ciento cincuenta metros custodiada por terroristas, Lauren estaba sola en casa, apartada violentamente de su hermana gemela y su compañera de toda la vida.

A veces, Susan se quedaba sin aliento ante la idea de perder a su hija. Se despertaba en medio de la noche de vez en cuando, jadeando en busca de aire, como si un demonio estuviera sentado en su pecho.

Tenía que agradecerle a Luke Stone el regreso de Michaela. Luke Stone la había traído de vuelta. Él y su equipo habían matado a todos y cada uno de los secuestradores. Era un hombre difícil de calificar. Asesino despiadado por un lado, padre amoroso por el otro. Susan estaba convencida de que no había ido a esa azotea porque fuera su trabajo, sino porque amaba tanto a su propio hijo que no podía soportar la idea de que Susan perdiera a su hija.

En diez días, toda la familia, menos Susan, regresaría a California para prepararse para el curso escolar. Los perdería de nuevo, pero era solo una pérdida temporal y había sido genial tenerlos aquí. Tanto que casi le daba miedo pensarlo.

—¿Qué estás pensando? —dijo Pierre.

Estaban acostados en la cama tamaño king del dormitorio principal. La luz de la mañana entraba a raudales por las ventanas orientadas al sureste. Susan yacía con la cabeza apoyada en su pecho desnudo y su brazo alrededor de su cintura. ¿Y qué si era gay? Era su marido y el padre de sus dos hijas. Ella lo amaba. Habían compartido muchas cosas. Y este, el domingo por la mañana, era su momento de tranquilidad.

Las chicas, siendo preadolescentes, se estaban acostumbrando a dormir hasta tarde. Estarían en la cama hasta el mediodía, si Pierre y Susan las dejaban. Demonios, Susan podría quedarse en la cama también, si el deber no la llamaba. Ser Presidenta de los Estados Unidos era un trabajo de siete días a la semana, con algunas horas de pereza los domingos por la mañana.

—Estoy pensando que soy feliz —dijo. —Por primera vez desde el 6 de junio, soy feliz. Ha sido increíble teneros aquí, como en los viejos tiempos. Y siento que, con todo lo que ha sucedido, finalmente estoy gestionando bien este asunto de la presidencia. No pensé que pudiera hacerlo, pero lo he hecho.

—Te has vuelto más dura —dijo Pierre—, más mala.

—¿Eso es malo? —preguntó ella.

Sacudió la cabeza. —No, no está nada mal. Has madurado mucho. Todavía eras una niña cuando eras Vicepresidenta.

Susan asintió ante esa verdad. —Era bastante joven.

—Claro —dijo. ⸺¿Recuerdas que Mademoiselle te hizo salir a correr con unos pantalones de yoga de color naranja brillante? Muy sexy. Pero eras la Vicepresidenta de Estados Unidos en ese momento. Parecía un poco... digamos, ¿informal?

—Fue divertido ser Vicepresidenta. Realmente me encantó.

Él asintió y se rio. —Lo sé, ya lo vi.

—Pero luego las cosas cambiaron.

—Sí.

—Y no podemos volver atrás —dijo.

Él bajó la mirada hacia ella. —¿Te gustaría, si pudieras?

Ella lo pensó, pero solo por un segundo. —Si toda esa gente pudiera seguir viva, los que perdieron la vida en Mount Weather, le devolvería este trabajo a Thomas Hayes en un santiamén. Pero si eso fallara, no, yo no volvería. Me quedan un par de años antes de decidir si presentarme para la reelección. Siento que la gente está empezando a apoyarme y, si obtengo otro mandato, creo que haremos grandes, grandes cosas.

Levantó las cejas. —¿Otro mandato?

Ella rio. —Una conversación para otro momento.

En ese momento sonó el teléfono junto a la cama. Susan lo cogió, esperando que fuera algo insignificante.

Nunca lo era.

Era su nueva Jefa de Estado Mayor, Kat López. Susan pudo reconocer su voz de inmediato. Y no le gustó su tono.

—¿Susan?

—Hola, Kat. Sabes que ni siquiera son las ocho de la mañana del domingo, ¿verdad? Incluso Dios descansaba un día a la semana. Se te permite hacer lo mismo.

El tono de Kat era serio. En general, Kat era muy seria. Era una mujer, era hispana y había luchado mucho para ascender desde sus humildes comienzos. No había llegado hasta donde estaba sonriendo. Susan pensaba que era una lástima. Kat era súper competente, pero también tenía una cara muy bonita. No le haría daño sonreír de vez en cuando.

—Susan, una gran presa acaba de romperse en un área remota del lejano oeste de Carolina del Norte. Nuestros analistas dicen que podría ser un ataque terrorista.

Susan sintió esa familiar punzada de pavor. Era algo de este trabajo a lo que nunca se acostumbraría. Era algo sobre esta nueva vida suya que no le desearía ni a su peor enemigo.

—¿Bajas? —preguntó.

Vio la mirada en los ojos de Pierre. Este era el trabajo. Esta era la pesadilla. Hace solo un minuto, había considerado despreocupadamente postularse para otro mandato en el cargo.

—Sí —dijo Kat.

—¿Cuántas?

—Nadie lo sabe todavía. Posiblemente cientos.

Susan sintió que se le escapaba el aire como si fuera una llanta recién cortada.

—Susan, un grupo se está reuniendo ahora mismo en el Gabinete de Crisis.

Susan asintió. —Bajaré en quince minutos.

Ella colgó. Pierre la estaba mirando.

—¿Es malo? —preguntó.

—¿Cuándo no lo es?

—Está bien —dijo. —Haz lo que tengas que hacer. Yo me ocuparé de las chicas.

Susan se levantó y se dirigió hacia la ducha, casi antes de que él terminara de hablar.

CAPÍTULO TRES

10:23 horas

Sendero perpendicular, Southwest Harbor, Parque Nacional de

Acadia, Maine

—¿Cómo lo llevas, Monstruo?

—Bien, papá.

Luke Stone y su hijo, Gunner, subieron mansamente los empinados y toscos escalones del sendero. Era una mañana húmeda, cada vez más calurosa y Luke era consciente de que Gunner solo tenía diez años. Subieron la montaña lentamente y Luke se aseguró de detenerse para descansar y tomar agua con frecuencia.

Avanzaron más y más alto a través del enorme campo de rocas. Las enormes piedras estaban colocadas intrincadamente para crear una escalera sinuosa, casi bizantina, como si algún dios del trueno nórdico hubiera bajado de los cielos y las hubiera tallado con sus propias manos gigantes. Luke sabía que las piedras habían sido colocadas por jóvenes desempleados, que el Cuerpo de Conservación Civil había sacado de las ciudades de la costa este unos ochenta años antes, durante lo peor de la Gran Depresión.

Un poco más arriba se encontraron con unos peldaños de hierro atornillados en la cara de piedra. Subieron la escalera y luego ascendieron serpenteando por un zigzag de roca tallada. Pronto, el sendero se niveló y caminaron a través de un denso bosque, antes de una última subida que llevaba al mirador de la cumbre. Treparon por las rocas.

Justo enfrente de ellos había una pendiente empinada, probablemente de cincuenta pisos, por un acantilado escarpado hasta el gran lago donde habían estacionado. Más allá, el lugar ofrecía una vista imponente del Océano Atlántico, quizás a ocho kilómetros de distancia.

—¿Qué piensas, Monstruo?

Gunner estaba sudado por el calor del día. Se sentó en una roca, se quitó la mochila y sacó una botella de agua. Su camiseta negra de Dawn of the Dead estaba empapada en sudor. Su cabello rubio estaba enmarañado. Bebió un trago de su botella y se la entregó a Luke. Era un niño seguro de sí mismo.

—Es increíble, papá, me gusta mucho.

—Quiero darte algo —dijo Luke. —Decidí esperar hasta que escaláramos la montaña. No estoy seguro de por qué, pensé que sería un lugar divertido para hacerlo.

Gunner parecía un poco alarmado. Le gustaba recibir regalos, pero, en general, prefería los que había pedido.

Luke sacó el dispositivo de su bolsillo. Era solo una pequeña pieza de plástico negro, del tamaño de un llavero. No parecía gran cosa. Podría haber sido el mando a distancia de la puerta de un garaje.

—¿Qué es? —dijo Gunner.

—Es una unidad GPS. Eso significa Sistema de Posicionamiento Global. —Luke señaló al cielo. —Allá arriba, en el espacio, están todos estos satélites...

Gunner sonrió a medias. Sacudió la cabeza. —Sé lo que es un GPS, papá. Mamá tiene uno en su coche, lo cual es muy útil, porque se perdería dando la vuelta a la manzana si no lo llevara. ¿Por qué me das uno?

—¿Ves este clip que tiene en la parte de atrás? Quiero que lo sujetes a tu mochila y lo lleves contigo a donde quiera que vayas. Tengo una aplicación en mi teléfono móvil que está configurada para rastrear esta unidad. De esa manera, incluso cuando estemos separados, siempre sabré dónde estás.

—¿Estás preocupado por mí?

Luke negó con la cabeza. —No, no estoy preocupado. Sé que puedes manejarte solo. Es solo que no nos hemos visto mucho últimamente y, si pudiera mirar mi teléfono y ver dónde estás, sería casi como estar contigo.

—Pero yo no puedo ver dónde estás tú —dijo Gunner. —Entonces, ¿cómo se supone que me voy a sentir cerca?

Luke metió la mano en el bolsillo y sacó otra unidad GPS, esta de color azul brillante. 

—¿Ves esto? Lo voy a poner en mi llavero. Cuando volvamos al hotel, cargaré la aplicación en tu teléfono y así siempre sabrás dónde estoy.

Gunner sonrió. —Me gusta esa idea, papá. Pero sabes que siempre podemos enviarnos mensajes de texto. ¿Tú envías mensajes de texto? Mucha gente de tu edad no sabe.

Ahora fue Luke quien sonrió. —Sí, podemos enviar mensajes de texto. Podemos hacer las dos cosas.

A Luke le producía una sensación agridulce estar con Gunner aquí. Luke había crecido sin padre y ahora a Gunner le estaba pasando lo mismo. El proceso de divorcio con Becca no estaba finalizado, pero faltaba poco. Luke no había trabajado para el gobierno durante dos meses, pero Becca se mantuvo firme: de todos modos, iba a seguir adelante.

Mientras tanto, Luke tenía a Gunner dos fines de semana al mes. Hacía todo lo que estaba a su alcance para asegurarse de que esos fines de semana estuvieran llenos

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