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Dos semanas en mi cama
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Libro electrónico161 páginas2 horas

Dos semanas en mi cama

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La sorprendente propuesta del playboy: Dos semanas en mi cama..
Si el alocado pasado de Cesare le había enseñado algo era que las relaciones nunca funcionaban. De hecho, estaba convencido de que un único encuentro con la aristocrática Jemima bastaría, ¡pero no fue así! Y no iba a poder conformarse a menos que consiguiera una aventura ardiente con ella…
Jemima era una bocanada de aire fresco en su mundo de millonario. Por primera vez, Cesare deseó utilizar su legendario encanto para algo más que para la seducción, pero, para descubrir los secretos de Jemima, este implacable italiano tendría que demostrar antes ser digno de ella.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento18 jun 2020
ISBN9788413480671
Dos semanas en mi cama
Autor

Clare Connelly

Clare Connelly was raised in small-town Australia among a family of avid readers. She spent much of her childhood up a tree, Harlequin book in hand. She is married to her own real-life hero in a bungalow near the sea with their two children. She is frequently found staring into space - a surefire sign she is in the world of her characters. Writing for Harlequin Presents is a long-held dream. Clare can be contacted via clareconnelly.com or on her Facebook page.

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    Dos semanas en mi cama - Clare Connelly

    Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

    Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

    www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2020 Clare Connelly

    © 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Dos semanas en mi cama, n.º 2786 - junio 2020

    Título original: Redemption of the Untamed Italian

    Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.: 978-84-1348-067-1

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Créditos

    Prólogo

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Capítulo 14

    Si te ha gustado este libro…

    Prólogo

    NO PODRÍA decir por qué, pero Cesare se detuvo delante del restaurante un momento para contemplar, a través del grueso cristal de las ventanas, su elegante interior. La sala estaba cálidamente iluminada, y la gente iba bien vestida.

    Permaneció contemplando la escena y no pudo dejar de apreciar la ironía. De niño, muchas veces se había encontrado precisamente así: plantado ante estancias ocupadas por los ricos y los privilegiados, mientras que él permanecía apartado, separado y rechazado por aquel mundo. Incluso siendo ya adolescente, él era distinto a los demás, y todo el mundo lo sabía. A diferencia de los hijos de las familias rancias y poderosas que formaban las filas de alumnos, él era el único hijo de una madre soltera y pobre, una mujer que trabajaba de niñera para esa clase de familia.

    Pero ahora sabía que los lugares así también estaban hechos para personas como él. Cuando entrase, la gente se apartaría como una ola para dejarlo pasar, admirándolo, deseando su atención. Lo sabía porque últimamente le pasaba siempre.

    Examinó el lugar de moda hasta que encontró su mesa. Reconoció a Laurence de inmediato, el hombre que estaba tan desesperado porque invirtiera en sus fondos que prácticamente había llegado a suplicárselo. Una sonrisa torva se dibujó en sus labios. Cuando era un muchacho que había aterrizado en el mundo de la aristocracia británica al que consideraban indigno de tal cosa, había jurado que se lo haría pagar. Había jurado que sería mejor, más grande, con más éxito. Había jurado que ganaría una fortuna y que ellos lo pagarían.

    Inconscientemente miró a la joven que acompañaba a Laurence. No era su acompañante sino su prima, se dijo y su sonrisa se volvió burlona. Estaba claro que era un intento de ganar su favor, o de distraerlo quizás. Su reputación de mujeriego era sólida, y a él no le importaba. Le gustaban las mujeres, siempre distintas y con frecuencia, y si Laurence creía que tener aquella compañera de cena haría variar sus planes ni siquiera un ápice, es que no comprendía la clase de fortaleza y de intención con que se aplicaba a su vida profesional.

    Jemima Woodcroft resultó ser tan guapa en persona como se decía en las revistas. La supermodelo se inclinó hacia su primo, sujetándose la melena con una mano de manicura perfecta para decirle algo al oído, y Laurence asintió riendo. Ella sonrió, y en sus ojos vio brillar algo que despertó la curiosidad de Cesare.

    Curiosidad, y algo más: deseo.

    De pronto, la noche había mejorado.

    Entró al restaurante con un tambor firme en el pecho. El mundo estaba a sus pies. Trabajaba duro para asegurarse de que así fuera, y nunca se cansaría de recoger los frutos.

    Capítulo 1

    ME SIGUE costando trabajo ver en qué me beneficia a mí.

    Cesare Durante tenía una voz profunda y sensual, y Jemima lo observaba disimuladamente, casi deseando que no hubiera respondido a sus expectativas. Todo lo que había leído sobre aquel millonario que se había hecho a sí mismo había resultado cierto: inteligente pero encantador, y con un físico que a cualquiera le reduciría las rodillas a gelatina.

    Pero también había arrogancia en él, una arrogancia que se manifestaba en la línea de sus labios, en el brillo de sus ojos de mirada penetrante y perceptiva.

    –La versatilidad de los fondos es su punto fuerte –respondió Laurence con una confianza que ella sabía que no sentía.

    «Si mis inversores se enteran de que he perdido un tercio del valor del fondo, estoy hundido, Jem. Es más o menos cien millones de pavos. Tengo que conseguir reclutar a Durante… es el único modo que tengo de mantenerlo todo a flote. Por favor, ayúdame. ¡Por favor!».

    De niña había hecho cualquier cosa que Laurence le pidiera, pero tras la muerte de su hermano, los dos se habían unido de un modo que solo el dolor puede lograr unir a dos personas. Laurence era la única persona que comprendía el vacío de su vida y, al mismo tiempo, era la única persona que podía llenarlo un poco. Eran familia, eran amigos, eran dos almas que habían conocido el dolor intenso de la pérdida y la culpa, y haría lo que le pidiera. Y él, por ella.

    Sabía que esa era la razón de que se hubiera embarcado en inversiones tan irresponsables e irreflexivas: salvar Almer Hall. Conocía hasta qué punto estaban endeudados sus padres, y que ni siquiera con sus propios ingresos como modelo podían solucionarlo. Pero Laurence sabía lo que la casa significaba para ellos, y lo quería con locura por eso.

    –La mayoría de fondos tienen activos –dijo Cesare Durante–. No he venido desde Roma para que me hagas una propuesta mediocre. Dime qué más tienes.

    Sintió la tensión de Laurence y el estómago se le encogió. Sabía lo que ocurriría si Cesare Durante no invertía: la ruina, y seguramente demandas por el modo imprudente en que había invertido el dinero de otras personas. Quedaría arruinado, y por extensión también sus padres, porque ella ya no podía ofrecerles ayuda económica. Ya habían perdido mucho, y no podrían soportar un golpe más.

    Tomó la copa de champán y la sostuvo a un par de centímetros de los labios, mirando a Cesare pensativa. Sus enormes ojos verdes eran uno de sus rasgos distintivos. Su primera campaña publicitaria internacional había sido para un gigante de la cosmética y promocionar la máscara de pestañas había lanzado su carrera globalmente. Aplicó la fuerza de sus ojos en aquel italiano.

    –¿Has llegado hoy mismo? –le preguntó.

    «Contigo allí, será simplemente una reunión social, algo divertido. Distráelo cuando intente precisar cuánto dinero le estoy pidiendo que inyecte».

    Cuando se volvió a mirarla, el pulso se le aceleró y la sangre comenzó a hervirle en las venas.

    –Esta noche –contestó, estudiándola.

    Era imposible ser una de las modelos más cotizadas internacionalmente y no saber que eres guapa, pero también sabía que no podía atribuirse el mérito, ya que la belleza era solo cuestión de suerte. Era mucho más lógico sentirse orgullosa de los logros por los que trabajabas duro que por las características que el azar te hace poseer. De hecho no solía pensar mucho en su aspecto físico, a excepción de lo relacionado con el trabajo.

    Pero cuando Cesare la miró atentamente y a continuación sonrió, sintió una satisfacción femenina en el pecho y un deseo inconfundible se apoderó de ella, calentándola por dentro, haciendo que la respiración le ardiera en los pulmones.

    –¿Y tú?

    Imitó su lenguaje corporal, inclinándose un poco hacia delante. No había un gramo de más en él y, sin embargo, parecía enorme, como si ocupase más del espacio físico que le estaba destinado en aquel restaurante. Tenía que medir un metro noventa y cinco, pero no era solo su estatura lo que resultaba formidable. Era como si estuviera esculpido en piedra, o labrado en bronce. Su pecho era ancho, sus hombros cuadrados y fuertes, su cintura estrecha, sus piernas largas y firmes. Se había quitado la americana en algún momento después de los platos principales, y la camisa de algodón que llevaba debajo, aunque sin duda era de la mejor calidad y hecha a medida, le tiraba un poco de las mangas, dejando entrever lo pronunciado de sus bíceps.

    Pero era su rostro lo que la fascinaba. También parecía haber sido esculpido, pero por una mano del mayor talento. Era perfectamente simétrico, con una nariz aquilina, un mentón firme y recto, unas densas pestañas oscuras que enmarcaban unos ojos de mirada intensa y una boca de labios carnosos que, cuando sonreía, le marcaba dos hoyuelos en las mejillas. Tenía el pelo espeso y oscuro, y lo llevaba bastante corto.

    Ella estaba acostumbrada a la belleza física, y no solía impresionarse. Se pasaba mucho tiempo rodeada por modelos, y lo único que había empezado a llamarle la atención eran los rasgos poco usuales: una piel marcada por líneas o tatuajes, rostros que contaban historias e invitaban a hacer preguntas.

    Cesare era muy guapo y, sin embargo, se sentía fascinada por él. Presentía que había algo en su interior que la animaba a hacer preguntas.

    –Jemima vive aquí al lado –dijo Laurence al mismo tiempo que levantaba una mano para llamar la atención de un camarero. Ni Cesare ni Jemima apartaron la mirada. Era como si estuvieran solos en aquella sala.

    –Tengo un piso –dijo ella un momento después.

    Él enarcó solo una ceja.

    –¿Te criaste en Londres?

    –No. Mi familia tiene una propiedad a las afueras de Yorkshire. Almer Hall.

    Laurence y ella intercambiaron una mirada ante su mención de la propiedad familiar que tanto significaba para ellos y que se perdería si los fondos se iban por el desagüe.

    –Entonces, eres una aristócrata –dijo él con cinismo primero y burlón después.

    Ella se encogió de hombros.

    –Hay un título, pero no lo usamos.

    –¿Por qué no?

    –Porque resulta un poco anticuado –tomó un sorbo de champán sintiendo su mirada, por lo que se alegró del frescor del champán.

    –¿Un escocés, Cesare? –ofreció Laurence.

    Cesare por fin apartó su atención de Jemima y ella respiró hondo y parpadeó repetidamente, como si despertase de un sueño.

    ¿Cómo sería tener aquellos ojos grises como el acero puestos en ella con toda la fuerza de su atención? No, su atención ya la había tenido… con toda la fuerza de su deseo.

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