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Los cuatro vértices del triángulo
Los cuatro vértices del triángulo
Los cuatro vértices del triángulo
Libro electrónico227 páginas3 horas

Los cuatro vértices del triángulo

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Hay diferentes maneras de perderse dentro de uno mismo: Ana se confinó a su música en el descreimiento del vínculo con su esposo, Roger, acomodado en el ego de un hombre inseguro. Sofía, la amante de los dos, vivió en la mentira hasta el descubrimiento del secreto de su padre. Mila, imposibilitada para avizorar el nudo desde la culpa, aparta a su esposo y se subyuga a optimizar el Penemind.
IdiomaEspañol
EditorialGuantanamera
Fecha de lanzamiento7 sept 2016
ISBN9781635031577
Los cuatro vértices del triángulo
Autor

Milena V. Hidalgo Castro

Milena V. Hidalgo Castro: Poeta y narradora nacida en 1989 en Las Tunas, actualmente reside en La Habana. Licenciada en Letras en el año 2011 por la Universidad de Oriente. Publicó en ese mismo año su cuaderno de poesía Monogamia, como parte de la Colección Tábanos Fieros de la Extensión Universitaria de dicha institución. Ha obtenido premios tales como: Primer Accésit del Premio de Poesía “Luisa Pérez de Zambrana” y la Primera Mención en “La Medalla del Soneto Clásico”, ambos en Santiago de Cuba (2009); resultó Finalista del Concurso David en poesía, La Habana (2015); recibió la Mención del Concurso de Poesía Fantástica Óscar Hurtado, así como en el género de novela en el Premio David, con la presente obra (2016). Se graduó del Curso de Técnicas Narrativas del Centro de Formación Literaria “Onelio Jorge Cardoso” (2015). Es miembro de la Sección de Literatura de la Asociación Hermanos Saiz. Imparte clases de Literatura Cubana en el Instituto Superior de Arte (ISA).

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    Los cuatro vértices del triángulo - Milena V. Hidalgo Castro

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    1

    Prendes el radio. Ya es la hora del programa de Sofía, pero no encuentras su frecuencia. Das vueltas un rato entre emisoras ruidosas hasta hallar una donde se entrevista a una mujer que trabaja en el negocio de los juguetes sexuales. Hablan del último accesorio que sacaron al mercado. La voz nerviosa de la entrevistada no ofrece la información más ilustrativa, pero te recuerda el martilleo frente a la vidriera y eso basta para oír un poco más; aunque no la escuchas verdaderamente, porque sus palabras pasan a un segundo plano...

    Cómprame… Ana… cómprame… te decía detrás de la vidriera, desde la caja que en letras bermellón anunciaba Penemind, pleasure for sure, encima de la foto de un pene circuncidado, con dos venas violeta verdoso saliendo levemente de la piel sintética, casi carne, y debajo de esta, en la esquina, con letras más pequeñas preguntaba Do you want to get pregnant? SEMEN INCLUDED. El martillo invisible seguía golpeando en la mente. Tenías dinero en el bolsillo. Pero temblabas de vergüenza solo ante la posibilidad de que alguien te viera. Una bocanada grande de aire y valor… entraste con el sonido de la campanita de la puerta que disparó los sensores del miedo. Miraste alrededor, nadie volteó para ver. Todos los que estaban en la tienda hacían lo suyo, no notaron tu entrada. Volviste a respirar y fuiste directo donde las cajas. Cogiste una y al mostrador. La vendedora leía una revista y no te sintió llegar. El miedo te amarraba los labios frente a esa desconocida, solo pudiste balbucear algo incomprensible. Ella sacó los ojos del papel y preguntó Quéseleofrece; la frase te sacó la vergüenza a la cara. La mujer notó el rubor y sonrió. Pusiste la caja y luego el dinero sobre el mostrador como quien suelta una papa caliente. Algomás preguntó la mujer, y puso otra vez la sonrisa como si te leyera el pensamiento y se burlara de tu mojigatería. Respondiste con la espalda y el portazo.

    El programa de Sofía… casi lo olvidas. Miras el reloj, se debe estar acabando, y sientes un poco de culpa por la mentira que le dirás cuando pregunte tu opinión sobre el de hoy. Mueves los botones del radio y esta vez tienes buena puntería. Ahí está su voz presentando un tema musical de tu disco. Ya deben haber puesto el que pediste. Sabes que Roger lo detesta, y como él debe estar escuchando el programa, es el código perfecto para decirle la verdad sin necesidad de verle la cara cuando la descubra; será tu victoria, pero eso Sofía no lo sabe. Dejas el radio prendido y pones a calentar agua para hacer té. Coges la computadora y la colocas sobre la mesa de la cocina. La enciendes y googleas Penemind. Hay fotos y detalles minuciosos sobre las aplicaciones del nuevo juguete de Indesex. Lees de un tirón todos los ganchos comerciales… y pasas a las indicaciones para su uso Si tienes otra duda, consulta el manual. Miras la tetera, falta para que hierva el agua, y te acuerdas del folleto que viene en la caja. Apagas la máquina y vas a la gaveta de la ropa interior. La abres lentamente por si alguien llegara, cerrarla con la misma. Pero nadie va a llegar, estás sola. El consolador está encima del folleto, botaste la caja porque no cupo. La boca se te llena de saliva: Es un pene estándar color carne con los testículos colgando, se mueven si lo sacudes. Lo sacas y encuentras los botones en la base de los testículos. Echas un vistazo a tu alrededor como si sintieras el peso de una mirada cuestionadora. Y te lo reprochas enseguida, sabes que Roger salió con sus amigos y va a llegar tarde como siempre. Coges el Penemind y su manual y te sientas en el borde de la cama. Acaricias las venas falsas, te vibra el sexo. Tragas, cierras los ojos y lames el tronco. Los pezones parecen recibir un latigazo de corriente y punzan la camiseta como si fueran a romperla. Te preguntas dónde está el chelo. Lo has dejado en la sala. Pones el consolador sobre la cama y vas en su busca. Lo traes y lo acomodas en la silla, frente a la escena que pronto representarás para él. No quieres que se pierda tu primera vez con un aparato de estos. Enciendes el tocadiscos antiguo, regalo de la madre de Roger antes de morir; si la vieja almidonada te viera le daría un infarto; pero mejor no pensar en esas cosas de espíritus porque te desconcentras. La melodía parece salir del hueco del chelo que reposa en la silla. Te acuestas y coges el Penemind. Besas el glande y viene la imagen de la boca de Sofía chupándosela a Roger. Te molesta ese pensamiento, lo espantas al mismo tiempo que apartas la tanga y tocas los labios con la otra mano. Un cosquilleo te impulsa a meter el juguete un poco más en la boca. Lo empujas hasta la garganta y entras dos dedos en la vagina. Adentro está caliente y húmedo. Contraes y parece una boca más pequeña, sin dientes, como la boca de un cachorro que chupa los dedos confundiéndolos con la teta de la madre. Una mujer que se masturba, qué cuadro tan triste, diría tu madre. Ella no era como tu suegra, pero tampoco podría comprender esta escena. Seguro le era inconcebible tocarse ella sola, no sería correcto. Qué difícil es hacerlo contigo, te cuesta, y más si piensas en la familia. Es como si los trajeras de la tumba a verte hacer el ridículo en el escenario de la autocomplacencia. Otras veces has parado por vergüenza que se convierte en aburrimiento. Pero hoy estás decidida a probar las bondades del Penemind. Así que visualizas una puerta grande en el techo y le das un puntapié a toda la parentela impertinente. Al salir el último cierras con llave, la borras. Sacas los dedos y los hueles con los ojos entornados. Das una última chupada larga y honda para embarrar el juguete de saliva y lo bajas hasta que entra y te golpea las nalgas con los testículos falsos. Oprimes el botón de la base y escuchas una voz viril preguntarte qué quieres en inglés. Viene la imagen exiliada a importunar de nuevo: Sofía con las dos bolas de Roger en la boca. Abres los ojos para mandarla lejos. Sacas el falo parlante y miras los botones. Oprimes selección de voz y escoges femenina. Entonces pregunta qué quieres una voz de mujer. Tragas, satisfecha buscas la aplicación de charla íntima ocasional. Hecho, dice la mujer dentro del Penemind. Presionas idioma y cambias a español. Hecho, repite la mujer esta vez en tu lengua. Te acuestas, lo pones a tu lado y lo miras mientras habla sobre sus deseos de ti, de las cosas que quiere hacerte y vibra sobre la sábana, pareciera avanzar lentamente para rosar la piel. Te desnudas observándolo, escuchándolo y recuerdas la cara de Sofía, haberla conocido te ha roto algo: Un pene sintético te habla y piensas en la amante de Roger. Tratas de bloquear su imagen pero vienen sus ojos de bestia, sus labios finos… No quieres evadirla más, la dejas entrar, evocas su cuerpo desnudo sobre ti en la cabina de radio, tu espalda contra el piso felpudo, sus manos sabias, su lengua… y las ganas de gritar de angustia y felicidad, esa noche que creías querer arrastrarla por los pelos. Coges el Penemind y besas el orificio en el glande. Otra idea te humedece: Si Sofía tuviese pene, esa noche te hubiera penetrado y rozado al mismo tiempo… habría sido… perfecto. Solo le faltó algo erecto entre las piernas, sobre su sexo. Cierras los ojos y la ves con un pene hermoso sobre su vagina. Muerdes la piel sintética y casi sientes los labios. Bajas la mano y lo introduces de golpe hasta el fondo. La voz se oye intermitente cuando entra y sale de ti. Entornas los ojos, imaginas dos medias lunas blancas en tu cara. Suena la tetera, señal de paso a otro lugar y aparece la cara de Roger sonriente. Ahora él te besa, solo él. Y la voz se pierde dentro de ti cuando aprietas el consolador como si fueras a tragártelo, como si quisieras hundirlo para siempre con tal de quedarte en el sitio donde estás, hecha un enjambre de abejas sobre tu propio cuerpo.

    2

    En la cabina de radio Sofía mira los mensajes que han entrado en la última media hora mientras conduce su programa. Hay tres de oyentes conocidos y uno de una tal Mila Hedez, ignora quién es. Nunca ha recibido ninguno de Ana. Pero pensaba que quizás esta noche le escribiera. Seguro se durmió y no está escuchando el programa, ni siquiera porque hoy habla de ella. Ni eso le importa. La respuesta de los mensajes puede esperar. Mira el cristal que divide la cabina del espacio de sonido. Su reflejo se descompone en dos imágenes, una un poco corrida hacia arriba encima de la otra; es la primera vez que lo nota.

    El sonidista le hace una señal y vuelve a ponerse los audífonos. Acerca el micrófono y comienza a hablar sobre la fuerza de los sentimientos en la composición musical del nuevo disco de la joven chelista Ana Cisneros. Termina el párrafo y le indica a sonido que ponga el tema musical. Ha escogido este porque Ana se lo pidió con insistencia.

    Aprovecha los minutos que dura el track y responde los mensajes recibidos. Siempre lo hace, aunque con desgano, porque sabe que es fundamental para conservar los oyentes. Termina los primeros y llega al de la desconocida. Se limita a dar las gracias cordiales por su audiencia y los elogios al programa. Apaga el móvil y se pone los audífonos. Le están haciendo señas para que hable. Se queda en blanco un segundo… desorientada. De qué estaba hablando… Ana… sí, su disco. Da las referencias sobre el tema musical que concluye y mira el guión para seguir el hilo del programa. Uno de los reflejos de su cara la mira desde el cristal, superpuesto encima del rostro del sonidista. Ve la fusión de los rasgos masculinos con sus propias facciones y sonríe. El bigote cae casi justo debajo de su nariz, imagina el picor de los pelos sobre el labio y dice de memoria lo que escribió para ahora.

    Ponen otro tema de Ana. Es talentosa, toca el chelo como si fuera una parte de sí misma, piensa Sofía, se ajusta los audífonos y deja la música guiar sus pensamientos. Los contrastes abruptos en los sonidos la llevan por un acantilado a la orilla del mar hasta llegar a una montaña tan alta que se pierde entre las nubes. Un segundo después sube la montaña como impulsada por una fuerza tierna y violenta. Siente la humedad en su cara. El cielo es de un azul profundo. Ella también es azul. Otro cambio más sutil hacia un arpegio la eleva a una nube donde está sentado un hombre que sonríe al verla. Es tan blanco que se confunde con la nube, pero sus ojos siguen siendo grises. Ella extiende las manos para tocarlo, está tan cerca que debiera poder hacerlo con solo levantarlas. Más no llega a rozar ni el aire que lo circunda. La nube se estira mientras las comisuras del hombre dejan de hacer una sonrisa y se mueven poco a poco hacia abajo. La humedad se le escurre en la cara. Ve sus gotas rodar hasta el suelo distante. El hombre desaparece. La nube se condensa y ella la siente reducirse bajo los pies. Comienza a descender tan rápido que el aire llega en golpe frío a las mejillas. El suelo se acerca rápido. Va a estrellarse contra él cuando le dicen Ya casi, atenta…

    La voz del productor borra la imagen sonora. Sofía lee la referencia del tema que termina. Se quita los audífonos y busca su cuaderno en el bolso. Coge una pluma y escribe: La muerte es una colina que forman las almas de los buenos. Los que no van a ella se pierden en gas de agua y la rodean para sentirla cerca. Los vivos somos solo el fondo azul hasta que llegue nuestra hora de decidir qué somos: roca o vapor. Punto, fecha, lugar y hora, luego de cerrar el cuaderno, suelta en un suspiro el verdadero texto que está tras esas líneas: Como te extraño, José, como te extraño.

    Tiene que apoyarse en el guión. Vuelve a leer para no equivocarse. Hoy está demasiado melancólica. No puede darse ese lujo mientras conduce. Hay que apartar las emociones contraproducentes al objetivo del programa. No se puede estar en varios lugares de la mente al mismo tiempo. A veces cree poder hacerlo, pero la realidad se impone y la trae de vuelta al individuo. Es una y tiene que aceptarlo para funcionar. Así que lee lo que escribió hace unas horas. Se interpreta a sí misma, cosa difícil. Jugar a ser otro es sencillo, solo se debe inventar bien esa persona y nadie duda de la versatilidad del intérprete. Hacer de ella trae como añadidura el incómodo sentido de la honestidad. Finaliza el párrafo presentando el próximo tema musical. Se apaga el cartel de Al aire. Vuelve a chequear los mensajes. Nada de Ana. Esta manía de llevarse la contraria en los sentimientos le va a traer dolores innecesarios, ya lo sabe.

    3

    Las copas comienzan a afectar el humor de los muchachos, desde que salimos del hospital no han parado de beber y ya se le suben. Así que este trago es el último por hoy sin importar que me vengan con Que flojera Roger… Uff, no veo bien el reloj. Es tarde. Debe haber empezado el programa de Sofi. Le prometí escucharlo hoy. No sé para qué hago esas promesas. Es que ella nunca me pide que lo escuche, debe dedicarme algo hoy. Espero que Ana ya esté dormida, no quiero tener que escucharlo con ella. Y si Sofi dice mi nombre… No, va a estar dormida. No vengo más a este bar. Siempre digo lo mismo y termino viniendo. Es que los muchachos no quieren ir a ningún otro, les gusta aquí por el baile en el tubo… no, por la trigueña que baila en el tubo. Digo que voy al baño y fuuu… salgo a discreción. ¿Lo tengo todo encima? Llaves en los bolsillos: sí. Cartera en la chaqueta: sí. Teléfono: sí. Ok, listo. No muerden la mentira pero que pueden hacer. La verdad es que debo cambiar la estrategia, ya se saben de memoria lo del baño.

    Ñooo, ahora el tráfico. Lo último. Bueno, a escuchar la cosa en el carro, no hay de otra, mejor así… solo. Ah, ya comienza… qué vocecita de ángel, Sofi. Mira que me pongo sentimentalón con unos pocos tragos. Ni que la quisiera tanto… Pero qué mal se oye esto. Se fue del aire… A ver si puedo cogerla otra vez. Qué bulla. ¿No te lo pierdas…? ¿Qué es esto? Sí, claro, no me jodas… ¿Un consolador con cerebro? Eso sí que está bueno. Ahora nos reemplazarán por un rabo pensante… No, y hasta tiene semen… Las mujeres no se pueden quejar… ¿cómo es eso de la vulvatodoquécosa? Jum… doctora, usted no suena muy convencida… no debe haberlo probado. Ni que uno fuera reemplazable por una mierda de esas. Quién le dice a Ana, tan mojigatona, que se meta un trasto que no sea este natural. Si ni este se lo quiere meter a veces. No, y Sofi, quien la viera fajada, cuando se le salga esa salvaje que tiene dentro, con una verga y su cerebro… suena complicado para mis niñas… Casi sería más posible que se templaran entre ellas, a que se metieran eso. Ana y Sofi, en una cama, rosándose sus vulvastodoesomismo y yo mirando el cuadro… No suena mal. Nada mal. Pero Ana ni muerta lo haría. Sofi, no estoy muy seguro, porque ella es joven y tiene una mente abierta. Pero Ana es otra cosa. Penemind ni Penemind. Ya no saben qué inventar para hacer dinero. Esa mierda no hay quien se la crea. Déjame ver si cojo la emisora de Sofi. La señal está pésima… ah, ahora sí. Pero si está hablando de Ana… si supiera… ¿Lo sabrá? Na… Ella no sabe nada de nada. Y creo que no le importa. Lo de ella es templar. Por eso nos llevamos tan bien. ¿Eh… y esa pieza fue la que escogiste…? Qué pésimo gusto mi ángel, eso es lo peor que jamás ha compuesto Ana. No, esto no debe haber sido idea tuya, seguro la escogió el director. Aunque creo que ella es la directora de esa cosa. Mejor cambio la frecuencia hasta que se acabe esa canción. No la soporto, es como si me quemara los oídos con algo que no alcanzo a escuchar, no lo comprendo. Bueno, eso me pasa con casi toda la música de Ana. El chelo tiene ese sonido tan triste… tan misterioso. Nunca sé lo que quiere decir con ninguna de sus canciones. Eh? Se terminó la entrevista. No, señor, no los disculpo, si la doctora tenía compromisos urgentes mejor no hubiera ido. Dejar al oyente en ascuas no es muy profesional… Estos programuchos no sirven para nada. Menos mal que yo no oigo radio. Total, no me pierdo nada del otro mundo. Se mueve la fila. Si arranco, llego en cinco minutos y me doy el baño del milenio. Seguro Ana ya se ha dormido. Lástima. Hoy estoy para darle una noche fogosa. Aunque a ella eso le da igual. Quizás me haga caso, si está de buenas. De buenas no está nunca. Yo creo que ni el día de la boda. Afloja, Roger, que te casaste con ella por algo. A veces olvido por qué. Bueno, con los trastes esos ya ninguna se va a querer casar con uno. A quién se le ocurre hacer un rabo que piense. Si a uno, que nace con él, le cuesta pensar cuando se le pone duro.

    4

    El timbre perturba la melodía del chelo que llenaba la oficina. Mila para de teclear y echa una ojeada a la pantalla del teléfono. Es su esposo. Hace una mueca de fastidio. Lo deja sonar hasta que se apaga, pero vuelve a timbrar y lo coge para salir de él.

    ―Dime...

    ―¿Te interrumpo? ―suena nervioso.

    ―Sí, dime qué necesitas.

    ―¿Todavía estás en la oficina?

    ―Sabes que sí.

    ―¿Tienes la radio prendida?

    ―Sí, pero no estoy oyendo tu programa.

    ―Ah… Hice

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