Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Suicidio
Suicidio
Suicidio
Libro electrónico91 páginas1 hora

Suicidio

Calificación: 4.5 de 5 estrellas

4.5/5

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

En Autorretrato, Édouard Levé menciona la muerte de un amigo de su adolescencia que a los 25 años se pega un tiro en la cabeza. Suicidio narra, a partir de ese episodio, la vida de ese amigo y todo lo que despierta su muerte, ese mundo perdido y vuelto a encontrar en las esquinas del recuerdo y la obsesión. Pero si bien en un principio el relato va construyendo un retrato vivo de aquel amigo, desde los sentimientos y el pensamiento, pronto resulta imposible no pensar que es Levé el que está hablando de sí mismo y de su posible muerte. Hecho que concreta por sus propios medios días después de entregar el manuscrito de Suicidio a su editor. Sin dudas, este es el libro que convierte a Levé en un escritor con todas las letras, un libro destinado a perdurar.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 jul 2017
ISBN9789877121360
Suicidio
Autor

Édouard Levé

Édouard Levé, 1965 bei Paris geboren, war Schriftsteller, Künstler und Fotograf. Er veröffentlichte zahlreiche Fotobände sowie vier Prosabände. 2007 nahm er sich zehn Tage nach der Abgabe des Manuskripts Selbstmord an seinen Verleger das Leben. Sein Werk fand nach seinem Tod international große Beachtung.    

Relacionado con Suicidio

Libros electrónicos relacionados

Artículos relacionados

Comentarios para Suicidio

Calificación: 4.5 de 5 estrellas
4.5/5

2 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Suicidio - Édouard Levé

    Édouard Levé

    SUICIDIO

    En Autorretrato, Édouard Levé menciona la muerte de un amigo de su adolescencia que a los 25 años se pega un tiro en la cabeza. Suicidio narra, a partir de ese episodio, la vida de ese amigo y todo lo que despierta su muerte, ese mundo perdido y vuelto a encontrar en las esquinas del recuerdo y la obsesión. Pero si bien en un principio el relato va construyendo un retrato vivo de aquel amigo, desde los sentimientos y el pensamiento, pronto resulta imposible no pensar que es Levé el que está hablando de sí mismo y de su posible muerte. Hecho que concreta por sus propios medios días después de entregar el manuscrito de Suicidio a su editor.

    Sin dudas, este es el libro que convierte a Levé en un escritor con todas las letras, un libro destinado a perdurar.

    Nos hallamos ante una novela inclasificable que te deja la cabeza en una dimensión donde lo especulado, lo deseado y lo temido parecen conformar una única naturaleza, casi un único destino. La vida y la obra de Levé espantan por su simetría, su limpieza, su redondez y su crueldad de samurái. Desde Mishima no se conocía un empeño tan definitivo en hacer de la vida y la muerte una experiencia tan acoplada a la obra como las dos mitades de un lenguado o las dos caras de Jano.

    JESÚS FERRERO, Babelia, El País

    Édouard Levé

    SUICIDIO

    Traducción de Matías Battistón

    ÍNDICE

    Cubierta

    Sobre este libro

    Portada

    Suicidio

    Nota

    Sobre el autor

    Página de legales

    Créditos

    Otros títulos de esta colección

    Un sábado del mes de agosto, sales de tu casa vestido para jugar al tenis, con tu mujer. A medio cruzar el jardín, le dices que te olvidaste la raqueta adentro. Vuelves a buscarla, pero en vez de dirigirte al placar de la entrada, donde suele estar, bajas al sótano. Tu mujer no se da cuenta, se quedó afuera, es un lindo día, está disfrutando del sol. Unos segundos después, siente la descarga de un arma de fuego. Entra corriendo a la casa, grita tu nombre, nota que la puerta de la escalera que da al sótano está abierta, baja y te encuentra. Te pegaste un tiro en la cabeza con el fusil que habías preparado cuidadosamente. Sobre la mesa dejaste una historieta abierta en una doble página. Por la conmoción, tu mujer se apoya en la mesa, el volumen se mueve y se cierra, antes de que ella comprenda que ese era tu último mensaje.

    Nunca he estado en esa casa. De todas formas, conozco el jardín, la planta baja y el sótano. He vuelto a ver esa escena cientos de veces, siempre con la misma decoración, la que me imaginé la primera vez que me contaron cómo te suicidaste. La casa quedaba en una calle, tenía un tejado y una fachada trasera. Pero nada de eso existe. Está el jardín al que sales por última vez y en el que te espera tu mujer. Está la fachada hacia la que ella corre cuando siente la descarga. Está la entrada, donde se encuentra la raqueta, la puerta del sótano y la escalera. Finalmente, está el sótano donde yace tu cuerpo. Está intacto. Tu cráneo no explotó como me dijeron. Pareces un tenista joven descansando en el césped después de un partido. Uno diría que estás durmiendo. Tienes veinticinco años. Ahora sabes más que yo sobre la muerte.

    Tu mujer pega un grito. No hay nadie más ahí que pueda oírla. Están solos en la casa. Se arroja sobre ti, llorando, y te golpea el pecho de amor y de furia. Te toma entre sus brazos y te habla. Solloza y se te desploma encima. Sus manos se deslizan sobre el piso frío y húmedo del sótano. Sus dedos arañan el suelo. Se queda así un cuarto de hora y siente que tu cuerpo se enfría. El teléfono la saca de su letargo. Se arma de fuerzas para levantarse. Es la persona con la que iban a jugar al tenis. Aló, ¿pasa algo? Los estoy esperando. Está muerto. Muerto, responde ella.

    La escena se corta ahí. ¿Quién se llevó el cuerpo? ¿Los bomberos, la policía? ¿Le hizo la autopsia un forense, porque un suicidio puede ser un asesinato encubierto? ¿Hubo una investigación? ¿Quién decidió que se trataba de un suicidio y no de un crimen? ¿Interrogaron a tu mujer? ¿Le hablaron con delicadeza o sospecharon de ella? ¿El dolor de la sospecha se sumó al de tu desaparición?

    No he vuelto a ver a tu mujer, apenas la conocía. Me la habré cruzado cuatro o cinco veces. Cuando se casaron, dejamos de frecuentarnos. Veo su cara de nuevo. Hace veinte años que está igual. La imagen que conservo de ella se fijó la última vez que la vi. La memoria, como las fotos, congela los recuerdos.

    Viviste en tres casas. Cuando tu madre estaba embarazada de ti, tus padres vivían en un departamentito. Tu padre no quería que sus hijos se criaran apretados. Decía mis hijos, aunque todavía no tenía ninguno. Fue a ver con tu madre un château medio en ruinas que le pertenecía a un coronel retirado de la Legión Francesa, y que nunca la había habitado porque consideraba que había que hacerle demasiadas refacciones. Tu padre, director de una empresa de obras públicas, no se dejó impresionar por la magnitud de la tarea. A tu madre le gustó el parque. Se instalaron en abril. Naciste en una clínica en Navidad. Una doméstica mantenía siempre encendidos tres fuegos en el château: uno en la cocina, uno en la sala de estar, y uno en la habitación de tus padres, donde dormiste los dos primeros años. Cuando nació tu hermano, las obras no habían avanzado. Viviste en una precariedad lujosa otros tres años, hasta que nació tu hermana. Cuando tus padres decidieron buscar un lugar menos incómodo, tu padre le anunció a tu madre que la dejaba. Ella encontró una casa más pequeña y menos linda que el château, pero más acogedora y cálida. Ahí tuviste tu segunda habitación, que ocupaste hasta que te fuiste a vivir con tu mujer, a los veintiuno. En esa casita estaba tu tercera habitación. Fue la última.

    La primera vez que te vi, estabas en tu habitación. Tenías diecisiete. Vivías en la casa de tu madre, en el primer piso, entre el cuarto de tu hermano y tu hermana. Salías poco. La puerta estaba cerrada con llave, incluso cuando estabas adentro. Ni tu hermano ni tu hermana recuerdan haber entrado nunca. Si tenían algo para decirte, te hablaban a

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1