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Corazones Rotos en el Boulevard Unirii
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Corazones Rotos en el Boulevard Unirii
Libro electrónico329 páginas4 horas

Corazones Rotos en el Boulevard Unirii

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Información de este libro electrónico

Los amigos de la infancia, Elia, Giorgio, Claudio, y Fabrizio se han reunido a lo largo de cuarenta años en su cafetería favorita en el centro de la antigua ciudad de Arezzo, en Toscana. Un día deciden ir a Bucarest a visitar a su amigo, Angelo, llevándose a Gert y Sebastian, otros viejos amigos, a una reunión. Cuando ellos llegan, Angelo les tiene preparada una sorpresa, pero lo que no saben, es que esa visita les cambiará la vida para siempre. Sus matrimonios comenzaban a agrietarse, así como las maravillosas amistades que han disfrutado por tanto tiempo, y todo comienza con este primer viaje… y no será el último. En un total de 79,000 palabras, mi reveladora historia de aventuras para adultos, Corazones Rotos en el Boulevard Unirii, inspirada en eventos reales, muestra la lo impredecible que es la vida (y las relaciones) poniéndolas a prueba.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento1 mar 2020
ISBN9781393135739
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    Corazones Rotos en el Boulevard Unirii - Uri J. Nachimson

    Un corazón roto no necesita repararse. Quizá una de tus piezas encaje perfectamente con el corazón de alguien más.

    Chris Mitchell

    Contenido

    Caffé Dei Costanti

    Claudio Rossi

    Fabrizio Conti

    Sebastian Ceccarelli

    Angelo Manfredi

    Elia Wilson

    Giorgio Sacerdote

    Gert Hoffmann

    La Reunión

    El Comienzo de Amistades Maravillosas

    El Almuerzo en Doamna Sofía

    La Despedida

    De Vuelta a la Realidad

    Viaje de Negocios

    La casa en el Parque Cismigiu

    Intereses Mutuos

    El Escorpión y la Rana

    ¿Qué Haces en Bucarest?

    Planeando el Viaje a Bulgaria

    Los Judíos de Cismigiu

    Escala en Rumania

    Mi Amada Bulgaria

    Cinco Dólares en Sunny Beach

    Adiós Bulgaria

    Asuntos del Corazón

    Playa Neptuno

    El Amor es un Campo de Batalla

    Fugas en Las Tuberías

    Pérdida Trágica

    La Última Voluntad de Fabrizio

    La Lealtad Vale la Pena

    El Corazón de Angelo

    Sueños Perdidos

    La Maldición de Roxana

    Quitando la Maldición

    Un Acuerdo de Toda la Vida

    Sospechas, Chocolate, y un Funeral

    Viviendo en la Miseria

    Una Buena Acción

    Despedida

    La Trampa

    Addio Bucuresti

    Cambio de Dirección

    Caffé Dei Costanti

    Daban las cuatro en una tarde soleada en la antigua ciudad Toscana de Arezzo cuando los cuatro nos vimos; Elia, Claudio, Fabrizio y yo, Giorgio, todos éramos amigos cercanos. La reunión tuvo lugar en el Caffé Dei Costanti, que estaba justo debajo de mi departamento y ubicado a unos cuantos pasos de la Basílica de San Francesco.

    No fue una reunión cualquiera, tampoco fue una reunión de negocios. Este lugar es donde nos hemos reunido por casi treinta años.

    Para nosotros, Dei Costanti no era una cafetería cualquiera; era una institución. Era como entrar a una librería o a un museo, donde al entrar inmediatamente bajas la voz y muestras respeto al lugar y a sus visitantes. Esto había sido así desde 1805.

    Los espacios grandes y abiertos, techos abovedados, piso de baldosas de mármol con líneas diagonales blancas, negras y cafés, y muebles antiguos; todo esto te provocaba querer utilizar los baños con el mayor respeto posible.

    Al principio nos abrazamos, luego permanecimos de pie por un rato, charlando y riendo animadamente. Encontramos una mesa libre afuera y nos sentamos. Nuestra conversación inmediatamente tomó dirección hacia nuestros recuerdos de la infancia y las travesuras que hicimos. Nos reímos mucho. Claudio y Fabrizio fumaban, y yo ocasionalmente le robaba un cigarrillo a uno de ellos. Tres de nosotros pedimos un expreso mientras que el otro ordenó agua mineral simple.

    Claudio, el más bocón del grupo, señaló a la mesera para que viniera a nuestra mesa. —Per favore, nos puedes traer otros dos expresos regulares y un ristretto, —le pidió, mientras le daba un amistoso guiño.

    Che bella gnocca[1], debe de ser nueva aquí.

    El ruido que hacían los transeúntes en el paso peatonal era muy fuerte, y como nuestra mesa estaba situada ahí, decidimos entrar a la cafetería. Escogimos un rincón remoto y tranquilo dentro de la sala de cata de vinos, de modo que no molestáramos a los otros clientes.

    —Ahora quien nos falta es Il nostro dottore del culo[2] —Remarcó uno de ellos con notable nostalgia.

    —¿Qué hay del rumano? ¿Deberíamos preguntarle si le agradaría que fuéramos a visitarlo?

    —Y el tonto de Australia, ¿no deberíamos invitarlo? ¿Alguien sabe si vendría?

    —Yo preferiría que no viniera, —respondí.

    —Qué mal que no tengamos un amigo en Nueva York. Me encantaría ir allá, —gruñó Claudio, impaciente e irritado por no poder fumar adentro.

    Nuestra conversación duró varias horas, en las cuales revivimos recuerdos de nuestra juventud. Para una persona escuchando todo desde el exterior, hubiera parecido que el idioma que hablábamos no era italiano. Esa persona no entendería lo que estábamos diciendo, pero nosotros nos entendíamos bastante bien, y cualquier mención sobre algún incidente o un nombre era seguido por estruendos y risas.

    Primero permítanme presentarles a mis amigos. Aunque no precisamente en el orden en el que se fueron integrando al grupo hace mucho tiempo. En cuanto a mí, me presentaré al último, y no necesariamente porque haya sido el último, o el penúltimo. ¿Quién lo recuerda? Eso pasó hace unos cuarenta años.

    Todos nuestros padres habían sobrevivido a la guerra, aunque muchos de sus compañeros no regresaron, congelados hasta la muerte en los vastos espacios abiertos de Rusia. De los que regresaron, algunos no tenían hogares como resultado de la destrucción dejada por los bombardeos aliados de pueblos y ciudades. Algunos de los hogares que sobrevivieron los bombardeos y quedaron intactos, fueron quemados por el ejército nazi en retirada.

    En todos lados hubo devastación, dejando muy pocas cosas sin daño. Todos tuvieron que empezar a reconstruir en medio de las ruinas. Nosotros nacimos en una realidad de esperanza y la construcción de un mundo mejor.

    Nuestra infancia fue feliz. Nuestros padres estaban ocupados con dos empleos para alimentar a la familia, mientras nosotros deambulábamos por ahí, libres como aves.

    Nuestra amistad era cercana: confiábamos y nos apoyábamos entre nosotros. No pasó ni un día sin que nos viéramos y le contáramos al otro sobre el abrazo o el beso que recibimos de alguna chica.

    Íbamos juntos al campamento de verano Chianciano terme[3], donde escalábamos los cerros circundantes y conducíamos nuestras bicis por el sendero de Sentiero della Bonifica[4] desde Arezzo a lo largo de todo el Canale Maestro del valle de Chiana hasta el lago de Montepulciano, donde rápidamente nos bañábamos desnudos. Era un gran placer, después de ese recorrido de sesenta kilómetros.

    Aunque nuestras vidas tomaron direcciones distintas cuando éramos adolescentes, seguíamos viéndonos tanto como fuera posible. A finales de los sesenta cuando cada familia tenía su propio teléfono, esa se convirtió en nuestra principal forma de contactarnos, aunque nos reuníamos de vez en cuando para ponernos al corriente.

    Claudio Rossi

    Claudio Rossi creció en Madonna di Mezza Strada, un pequeño pueblo en la provincia de Arezzo, y asistió a la misma escuela que Fabrizio Conti. Claudio fue criado por su abuela, ya que sus padres vivían y trabajaban en Alemania. Venían dos veces al año para visitarlo. Cuando él tenía quince años sus padres murieron en un accidente de tren de camino a Italia. Claudio recibió una considerable remuneración de parte de la compañía de trenes.

    A los dieciocho, cuando terminó la preparatoria, su abuela enfermó y falleció. Ella le dejó su casa de una sola planta, la cual estaba situada en un pequeño terreno.

    Claudio continuó con sus estudios en la Universidad de Siena, donde se graduó en Arquitectura. En la universidad conoció a Tiziana. Después de que ella quedó embarazada, decidieron casarse y tuvieron dos hijos, Marco y Dino, tenían un año de diferencia. Claudio consiguió empleo trabajando para la Ciudad de Arezzo en el Departamento de Planificación y Construcción, donde trabajó durante unos treinta años. Tiziana era ama de casa, criando a sus hijos hasta que se fueran de casa. El más joven de sus hijos se casó y tuvo una hija recientemente. Claudio y Tiziana vivían en la casa que su abuela le había heredado a él, la cual remodelaron hace pocos años.

    Fabrizio Conti

    Fabrizio era el mayor de los tres niños de Guiseppe y Giuseppina Conti, quienes vivían en el centro histórico de Arezzo, no muy lejos de Caffé Dei Costanti, que por supuesto ya existía.

    Fabrizio tenía un hermano, Giulio, quien era un año menor que él. Y una hermana, Matilda, dos años menor que él.

    Fabrizio se hizo amigo de Elia Wilson a través de su amigo Claudio, quien estudiaba con Elia en la universidad. Fue a través de esta amistad que Elia conoció a Matilda, la hermana de Fabrizio de dieciséis años; ellos se volvieron buenos amigos y comenzaron a salir.

    Fabrizio amaba la música, y cuando él tenía diez años su padre le compró un violín. Siempre que practicaba durante la siesta, sus vecinos comenzaban a golpear la pared del apartamento, de todos lados.

    Cuando él hubo terminado la preparatoria ingresó al conservatorio para estudiar música. Dos años después, lo abandonó y viajó a India para pasar un año recorriendo el país. El contacto con su hogar y sus amigos fue unilateral; en dondequiera que estuviera, él enviaba una postal en la que escribía dos palabras, sono vivo[5].

    Cuando regresó de India, consiguió un empleo en la sucursal local de la oficina de correos. Fue ahí que conoció a Giulia, una chica pelirroja llenita, con pecas muy marcadas en su rostro, y poco después se casaron. Después de eso, Fabrizio comenzó a trabajar en el restaurante familiar junto con el padre de ella. Fabrizio y Giulia tuvieron una hija juntos, la cual sigue soltera. Después de que los padres de Giulia se retiraran, Fabrizio se ocupó del restaurante y le cambió el nombre a Trattoria Mumbai, incluso aunque la comida siguió siendo auténticamente toscana.

    Sebastian Ceccarelli

    Angelo Manfredi y Sebastian Ceccarelli, quienes vivían en el mismo distrito que Fabrizio, se reunían a menudo en el Parco della Fortezza Medicea[6], conocido por todos como Il Prato[7], para fumar y jugar fútbol con otros chicos del vecindario. Luego irían al club para bailar con las chicas locales que llegaban los domingos por la noche, con sus caras completamente maquilladas, usando minifaldas, medias de nylon y zapatos con tacones de plataforma.

    Su amistad continuó incluso después de que Sebastian y sus padres emigraron a Australia. Ellos siguieron en contacto a lo largo de todos los años a través de cartas y llamadas telefónicas. Cada pocos años Sebastian venía de visita con una esposa nueva. Dejamos de llevar la cuenta después de su cuarto divorcio. Entre todas sus esposas, tuvo un hijo y una hija con los que no tenía contacto.

    Cuando el padre de Sebastian murió, su madre regresó a Italia y se mudó con su hermana a Turín, al norte de Italia. Sebastian se quedó en Australia y abrió una panadería que suministraba pan y pasteles a las tiendas locales de Brisbane. Según él, se hizo de millones y vivía en una lujosa villa en la playa. Después de unos años se cambió el nombre a Sabi Checker, para sonar australiano.

    Angelo Manfredi

    Tras la caída del Muro de Berlín, Angelo encontró oportunidades lucrativas de negocios en Rumania y decidió probar su suerte. Dejando a su esposa Renata, y a su pequeño hijo Daniele en Arezzo, él viajó a Rumania. Se estableció en Bucarest donde abrió una pizzería en el viejo centro y la nombró Piccola Napoli.

    El negocio de Angelo creció y se expandió. Fue entonces cuando todo pasó. Contrató a una bella joven rumana, Mihaela, como mesera. Ella le hacía ojitos constantemente, y era más que claro que él muy pronto caería como una fruta madura entre sus protuberantes pechos, y se olvidaría que tenía una esposa y un hijo esperándolo en Arezzo.

    Angelo seguido venía a Arezzo a ver a su hijo; sin embargo, su esposa lo dejó después de enterarse de sus hazañas. Cuando su hijo llegó a los diez años, su ex esposa se casó con un carabiniere[8].

    Un día, mientras Angelo visitaba a su hijo, entró a la habitación de su ex esposa mientras ella se estaba vistiendo. Él la arrojó violentamente a la cama y trató de abusar de ella. Él solo se detuvo porque se desmayó debido a que ella lo abofeteó con todas sus fuerzas. Cuando recuperó la conciencia, ella lo amenazó con que, si alguna vez se aparecía de nuevo en su casa, le diría a su marido que la había violado. Angelo sabía que, si era reportado a la policía, podría pasar muchos años en prisión. Desde ese momento, él jamás volvió a su casa y, por lo tanto, nunca volvió a ver a Daniele.

    Angelo estaba en constante contacto con sus amigos de Italia, Suiza y Australia, y siempre los invitaba a visitarlo en Bucarest.

    Elia Wilson

    Elia Wilson y Matilda Conti nunca se casaron, pero eso no les impidió tener cuatro hijos.

    El padre de Elia, un oficial militar británico que sirvió en el ejército aliado que liberó a Nápoles, se había enamorado de una chica napolitana llamada Annunziata. Él se fijó en ella mientras ella le aventaba arroz cuando él viajaba en un convoy conduciendo un jeep por Nápoles. Ella había perdido a sus padres cuando el edificio en donde vivían colapsó, resultado de un golpe directo de bomba, y fueron enterrados bajo los escombros. Ambos decidieron probar su suerte en el norte y así llegaron a Arezzo.

    Elia era un excelente mecánico y después de trabajar por varios años como empleado, abrió su propio taller. Sus cuatro hijos recibieron títulos universitarios.

    Matilda abrió una tienda exclusiva de lencería en Corso Italia, la principal calle comercial peatonal en Arezzo. Vivían en una casa renovada junto con su madre Annunziata y dos de sus hijos menores.

    Giorgio Sacerdote

    En cuanto a mí, mi nombre es Giorgio Sacerdote. Mi familia es originaria de Venecia, sin embargo, mi abuelo se mudó a Padua, donde conoció a mi abuela, una joven católica. Mi abuelo, quien era judío, insistió en una boda judía, así que el rabino local convirtió a mi abuela. Poco después de la boda se mudaron a Florencia donde nació mi padre, y eventualmente, se establecieron en Arezzo. Mi abuelo tenía un pequeño taller, donde elaboraba joyas en oro y plata y, eventualmente, mi padre se le unió en el negocio.

    Mi madre tenía la misma edad que mi padre, aunque mi abuelo siempre insistió que ella era más grande que él. Ella nunca reveló su verdadera edad a nadie, y mi padre se negó rotundamente a delatarla.

    Vivíamos fuera de las antiguas murallas de la ciudad, en un edificio de tres pisos relativamente nuevo, en un apartamento espacioso. Yo fui a la escuela pública de la ciudad de Arezzo.

    Conocí a la mayoría de mis amigos en el club. Llegaba hasta allá en bicicleta, y cada tarde cuando era hora de regresar a casa, encontraba las llantas desinfladas. Habían sacado todo el aire de ellas y tenía que caminar de regreso a casa, empujando mi bici. Hasta la fecha, no sé quién fue el culpable de este odioso acto.

    A los dieciocho fui reclutado en el ejército durante diez meses. Me enviaron al entrenamiento básico donde me dieron un impresionante uniforme, que incluía un sombrero con una pluma negra pegada a un lado. En uno de mis días libres estaba esperando un tren, y en la anden conocí a Sara Trevisan, cuyos padres son de la región de Véneto. Fue amor a primera vista. Nos casamos terminando mi servicio militar y un año después ella quedó embarazada. Cuando nuestro hijo Davide nació, me junté con mi padre en su negocio de joyería como vendedor. Como parte de mi trabajo, tuve que viajar mucho, principalmente dentro de Europa y Estados Unidos.

    Después tuvimos dos hijas, Paola y Mónica. Mi hijo se graduó de la universidad de Florencia, con especialización en la historia del periodo renacentista. No hace mucho, compré el departamento donde vivimos ahora: lo había estado rentando por muchos años. Está ubicado justo arriba del Caffé dei Costanti en la Plaza San Francesco en el centro histórico de Arezzo.

    Frente al apartamento se encuentra la estatua de mármol de Vittirio Fossombroni que por alguna extraña razón le otorgan los títulos de político, economista, y plomero. El último título me hace sonreír cada vez que salgo de casa y lo miro. Parece que, en 1850, ser plomero era una profesión muy solicitada y muy noble.

    En uno de mis viajes de trabajo, visité a Angelo en Bucarest en víspera de año nuevo. La ciudad una vez conocida como el Pequeño París, que se enorgullece de su propio Arco del Triunfo, similar al original en los Campos Elíseos, fue convertida en una ciudad triste, gris y oscura durante los días del régimen comunista. Ahora de repente había vuelto a la vida. No sé si fue por las hipnóticas luces parpadeantes que rodeaban las copas de los árboles a lo largo del Boulevard Unirii[9], o por la gran cantidad de chicas jóvenes y bonitas que caminan por ahí.

    Gert Hoffmann

    El miembro más nuevo del grupo fue Gert Hoffman, quien nació en Bolzano, en la región de Trentino Alto Adige. Sus padres se separaron cuando él seguía en el jardín de niños y, poco después, su madre conoció a un hombre de Arezzo. Ellos no pudieron casarse porque ella no pudo divorciarse (ya que en ese entonces seguía siendo ilegal en Italia), pero eso no le impidió llevarse a su hijo pequeño e irse a vivir con su pareja a Arezzo. Él crio a Gert como si fuera su propio hijo. Gert conoció a su padre biológico muchos años después. Terminó sus estudios en medicina en la Universidad de Siena, ahí es donde conoció a Claudio y a través de él, a todos nosotros. En la universidad conoció a Sabina, una hermosa chica de Lucerna, Suiza. Estuvieron saliendo por un tiempo y eventualmente se casaron en una ceremonia civil en presencia de varios estudiantes que sirvieron como testigos. Él se especializó en proctología en el Hospital Universitario de Lucerna en Suiza, lugar donde ellos se quedaron. No tuvieron hijos.

    Así que hoy, en el café, me reuní con Fabrizio, que vino con su cuñado Elia, y por supuesto, Claudio, quien llegó tarde como siempre.

    La Reunión

    —Hablemos seriamente por un momento, —dije, tratando de poner algo de orden en el tumulto.

    —Bien. Cuéntanos de tu viaje para ver a Angelo.

    —Lo visité. Él estaba muy feliz de verme y me preguntó por todos ustedes. En un momento sugirió que todos fuéramos a Bucarest como sus invitados.

    —¿Incluyendo a las mujeres? —inquirió Claudio.

    —No, parece que quiere que pasemos tiempo de calidad juntos. Iremos solos.

    —¿Puedo llevar a otro amigo?

    —No, nadie fuera de nuestro grupo puede venir.

    —¿Y qué hay del Dottore del cullo de Lucerna, y Fantasmino[10] de Australia?

    —¿Por qué de repente Fantasmino? ¿De dónde surgió ese nombre de pronto?

    —¿Sabi Checker está mejor? —respondí a la salvaje risa de todos los presentes.

    —Se los diremos hoy así podrán reservar sus vuelos.

    —¿Y cuándo se supone que será?

    —Digamos que, hay que estar listos para principios de agosto.

    —¿Deberíamos llevar comida? He escuchado que hay escasez de alimentos en Rumania.

    —No es posible, —exclamé. —Cuando veas lo que te está esperando, no tendrás tiempo para comer.

    —Ahora sí que tengo curiosidad. ¿No nos darás una pista? ¿Ni siquiera una pequeña?

    —Lo único que les diré es que empiecen a hacer ejercicio y a ponerse en forma. Somos viejos y Bucarest es una ciudad de gente joven, especialmente de jóvenes muy bellas.

    —¿Qué sugirió Angelo, exactamente? —preguntaron con creciente interés.

    —Actualmente está saliendo con una estudiante de veintidós años. Se llama Mihaela. La conocí en su casa, y dice que está organizando a varias estudiantes que estarían dispuestas a acompañarnos en un viaje en jeep de montaña por una semana.

    De repente nos invadió el silencio. Los tres quedaron boquiabiertos mientras me miraban con una combinación de sorpresa y absurdo desconcierto.

    —¿Cómo se supone que conversemos con ellas? —Preguntó Claudio.

    —En polaco, deficente[11]. ¿No hablas polaco?

    Todos nos echamos a reír menos Claudio, porque no entendió mi respuesta.

    Establecimos una fecha aproximada para el viaje.

    Esa tarde Claudio llamó a Sebastian, y como él no se encontraba, dejó el siguiente mensaje en la contestadora. "Querido Fantasmino. Programa unas vacaciones para principios de agosto, porque te vas a reunir con todos tus amigos en Paradiso. Si estás dudando sobre si este mensaje va dirigido a ti o tal vez es un error, déjame asegurarte que no es un error: estás en lo correcto, Fantasmino. Arrivederci".

    Corrí con más suerte al invitar a Gert. Cuando lo llamé, lo localicé en su celular. Se emocionó por reunirse con todos nosotros, y se entusiasmó aún más cuando se enteró de la naturaleza del viaje.

    —¿Cómo sabremos quién saldrá con quién? —preguntó preocupado sobre las estudiantes.

    —Lanzando una moneda, —respondí. Se rio y confirmó su asistencia.

    Poco antes de nuestra partida a Bucarest, Sebastian me dijo que llegaría el mismo día, pero un poco más temprano que el resto de nosotros. Ya que habían pasado muchos años desde la última vez que vio a Angelo, expresó su preocupación de que tal vez no se reconocerían entre ellos. Le aconsejé llevar un cartel con su nombre para que Angelo lo pudiera identificar entre los recién llegados.

    Gert me dijo que su vuelo estaba programado para llegar una hora y media después de nosotros, así que tuvimos que esperarnos en el aeropuerto Otopeni de Bucarest.

    Fue el 2 de agosto, año 2000, que Claudio, Fabrizio, Elia y yo abordamos el vuelo 244 de Alitalia desde el aeropuerto Leonardo da Vinci en Roma hasta Bucarest. Dos horas más tarde el avión aterrizó en el aeropuerto Otopeni en Bucarest.

    —Bola de ancianos. Miren cómo lucen, —gruñó Angelo, mientras nos daba un caluroso abrazo a cada uno.

    —Ciertamente, me veo más viejo a tus ojos, —se rio. —Ven, —dijo mientras me tiraba del codo. —Mira quién te está esperando.

    Sentado en una mesa en el café-bar vimos a Sebastian bebiendo café. Como no nos había notado, me escabullí detrás de él y grité, —Fantasmino, esto es increíble. De verdad viajaste desde Australia hasta el tercer mundo.

    Sebastian simplemente se sentó y nos miró, como si la película de su infancia pasara por su mente en tan solo veinte segundos. Cuando se recuperó de sus pensamientos, se acercó a nosotros.

    —¿De dónde sacaron el nombre de Fantasmino? —protestó.

    —¿Preferirías que te llamáramos Sabi? De hecho, el verte aquí con nosotros es como ver un fantasma. Creímos que no vendrías.

    Ayudamos a Sebastian a cargar las dos maletas pesadas que trajo consigo. Aunque le habíamos advertido a todos que no trajeran demasiadas maletas para que así hubiera espacio en el maletero del auto para el equipaje de todos, Sebastian, como siempre, había ignorado nuestra petición.

    Ahora esperábamos a Gert, quien se supone aterrizaría pronto. Poco después, el letrero en el tablero de llegadas parpadeaba junto al vuelo de aerolíneas Tarom de Zúrich a Bucarest.

    El cauteloso Gert había visto que el único vuelo conveniente era con Tarom. El no saber mucho sobre la aerolínea lo hizo dudar de si volar con ellos o no, sin embargo, compró un boleto cuando, después de una meticulosa investigación, averiguó que sus aviones eran nuevos y mantenidos por Air France.

    Ya que Gert no había visto a Sebastian por al menos treinta años, decidimos jugarle una broma.

    Todos nos escondimos, mientras Angelo le daba a Sebastian una tarjeta de membresía para un supermercado en Bucarest, que por supuesto Gert no podría leer porque estaba en rumano. Lucía bastante oficial y genuina. Sebastian

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