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XIBALBA- Una Aventura de Dane Maddock
XIBALBA- Una Aventura de Dane Maddock
XIBALBA- Una Aventura de Dane Maddock
Libro electrónico370 páginas5 horas

XIBALBA- Una Aventura de Dane Maddock

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Un oscuro descenso al mundo de los muertos.

Las leyendas lo llaman Xibalba – el Lugar del Miedo. Pero algunas leyendas son verdaderas.

El descubrimiento de un tesoro en Yucatán sitúa a los ex marines SEALS, Dane Maddock y Bones Bonebrake en la búsqueda de la legendaria Ciudad Maya de los muertos, y en el camino hacia mortíferos enemigos. Desde antiguas ruinas hasta peligrosas junglas, Maddock y Bones deberán burlar a la corrompida Hermandad de la Serpiente, y encontrar la legendaria ciudad, antes de que un viejo enemigo descubra sus secretos, y hunda al mundo en la sombra. ¿Podrán sobrevivir el descenso al Xibalba?

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento14 sept 2019
ISBN9781071507186
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    XIBALBA- Una Aventura de Dane Maddock - David Wood

    XIBALBA- Una Aventura de Dane Maddock

    Por David Wood

    Un oscuro descenso al mundo de los muertos.

    Las leyendas lo llaman Xibalba – el Lugar del Miedo. Pero algunas leyendas son verdaderas.

    El descubrimiento de un tesoro en Yucatán sitúa al antiguo Marín Dane Maddock y Bones Bonebrake en la búsqueda de la legendaria ciudad Maya de los muertos, y a un camino de enemigos mortales. Desde las antiguas ruinas hasta las peligrosas junglas, Maddock y Bones deberán burlar la atroz Hermandad de la Serpiente, y encontrar la legendaria ciudad antes de que un viejo enemigo descifre sus secretos y sumerja al mundo en las sombras. ¿Podrán sobrevivir el descenso  hacia Xibalba?

    Elogios hacia David Wood

    Dane y Bones... Juntos son imparables. Animada acción desde el principio hasta el fin. Ingenio y humor a lo largo de la historia. Sólo una pregunta - ¿Cuánto esperar a la siguiente? Porque no puedo esperar. –Graham Brown, autor de Shadows of the Midnight Sun.

    ¡Qué aventura! Una gran lectura que nos suministra mucha acción, y nos hace reflexionar también, dentro de los extraños reinos que algunas veces sería mejor dejarlos sin explorar. Paul Kemprecos, autor de Cool Blue Tomb y NUMA Files

    Un conjunto de páginas que mezcla altos niveles de acción. Especulación bíblica, secretos antiguos, y repugnantes criaturas. Indiana Jones ¡es mejor que te cubras las espaldas! –Jeremy Robinson, autor de Second World

    Que no haya confusión: David Wood es el siguiente Clive Cussler. Una vez que empiezas a leer, no serás capaz de detenerte hasta que el último misterio sea resuelto en la línea final. –Edward G. Tablot, autor de 2012: The Fifth World

    Me gustan las obras de suspenso con muchas explosiones, que tenga lugares de todo el mundo y misterio donde pueda aprender algo nuevo. ¡Wood lo proporciona! Recomendada para leerla aceleradamente, rompe traseros. J.F. Penn, autor de Desecration.

    Boletín informativo

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    Xibalba – Una Aventura de Dane Maddock

    Derechos reservados 2016 por David Wood

    Todos los derechos reservados

    Publicado por Adrenaline Press

    www.adrenaline.press

    Adrenaline Press es una imprenta de Gryphonwood Press

    www.gryphonwoodpress.com

    Portada realizada por Kent Holloway Book Cover Design

    Esta es una obra de ficción. Todos los personajes son producto de la imaginación del autor o son usados de manera ficticia.

    PRÓLOGO

    Marzo 19, 1517

    Era impensable que el exuberante, fértil paisaje pudiera ser tan mortífero, pero Diego Álvarez de Castile supiera que ese infierno estaba oculto bajo la verde ilusión del paraíso.

    Era el quinceavo día desde que la batalla cerca de la ciudad que los Españoles habían nombrado el Gran Cair ─así nombrada por las estructuras piramidales en forma de torre, las cuales se alzaban por encima de las casas de piedra─ treinta y nueve días desde que la expedición saliera desde Cuba para explorar nuevas tierras y capturar esclavos para que trabajen en las minas y los campos de los nuevos territorios españoles. La primera reunión con los Indígenas les había ido bien. Un pequeño grupo de nativos había remado para conocerlos y dónde hubo un intercambio de comida y otros regalos, pero  al siguiente día, cuando los Españoles habían tocado tierra, los Indígenas habían mostrado sus verdaderas intenciones, atacando con flechas y piedras al grupo que estaba descendiendo.

    A pesar que los miembros de la expedición no eran luchadores experimentados ellos habían anticipado su traición y estaban armados con mosquetes y ballestas, y vestían con armaduras de acero las cuales les ofrecían una mayor protección que la ropa que usaban los nativos. Habían detenido a los atacantes el tiempo suficiente para regresar a la seguridad de sus barcos, tomando a tres Indígenas como rehenes, con el costo de dos españoles muertos y otros más heridos. Aún parecía como una victoria, particularmente cuando uno de los rehenes comenzaba a contar ─o más bien, haciendo pantomimas─ cuentos de las magnificentes riquezas en el interior. Mientras que la expedición principal había continuado a lo largo de la costa de lo que ellos creían que era una isla más grande que Cuba, Álvarez había tomado un grupo de veinticinco hombres sanos para explorar el interior y ver por ellos mismos si las historias eran verdad.

    Así había comenzado el viaje hacia el infierno.

    Un tercio de su grupo ─nueve hombres─ habían perecido, perdidos a los peligros de la selva: bestias salvajes, serpientes venenosas, e insectos, fiebres provocadas por heridas aparentemente insignificantes. Todos los que quedaban seguían sufriendo por afecciones menores que eventualmente, si es que algo no cambiaba, también los destruirían a ellos mismos. El único peligro que ellos habían anticipado y se habían preparado ─los ataques de los hostiles Indígenas─ no se había materializado, pero tampoco se habían encontrado con ninguna de las legendarias riquezas. La importancia de esto no se perdió en Álvarez.

    Confrontó a su guía, el Indígena que tomaron como rehén para llamarlo Balthasar. Nos engañaste, el bramó, sabiendo que su ira sería más comprensible para el nativo que sus palabras reales. Hizo un gesto como cortando con su mano. Nos dirigiste a esta lugar salvaje para morir. No hay nada de oro. Fue una mentira.

    Balthasar temblaba de miedo, entendiendo solamente que el hombre pretendía hacerle daño, y movió sus manos para apaciguar a su captor. Él apuntó hacia enfrente, agitando su mano enfáticamente.

    Sólo un poco más adelante.

    Él comenzó en esa dirección, jalando a Álvarez junto a él.

    No. Álvarez se sacudió para soltarse del otro hombre. No más de tus mentiras.

    Alzó su vista, buscando al sol entre el espeso follaje de la jungla. La expedición había zarpado del oeste. Si Álvarez giraba ahora hacia el norte, el pequeño grupo de expedición alcanzaría la costa en unos pocos días, y quizás encontrarían a sus compatriotas esperándolos. Iremos por este camino.

    La cara de Balthasar se retorció haciendo una mueca de temor, y cuando el grupo comenzó a andar en su nuevo rumbo, se resistió, moviéndose solo cuando Álvarez lo amenazaba para arrastrarlo junto a él con la cuerda.

    Atravesaron la espesa vegetación, avanzando solamente unos cincuenta pasos ─con la longitud de la zancada de un hombre determinado─ antes de que la penumbra se hiciera más visible el anochecer. Álvarez puso a la mitad de sus hombres a establecer el campamento, el resto continuó abriendo camino en la decadente luz.

    Apenas habían encendido el fuego para cocinar cuando uno de los exploradores de avanzada se dirigió al campamento. Señor, venga rápido.

    Álvarez  podía averiguar por la impaciencia del hombre, que lo que haya descubierto era un buen presagio, así que tomó la cuerda de Balthasar y lo jaló junto a él por el sendero. No tenían que ir muy lejos. Sólo cincuenta pasos más allá del límite del campamento, la espesa jungla parecía abrirse y caerse, inclinándose hacia un valle frondoso y lleno de árboles. Un amplio estanque dominaba el centro del valle, destellando con la puesta de sol, y cerca de este, un monolito que se desquebrajaba en algunas partes, parecía que habían sido las ruinas de un santuario uno de los templos piramidales donde los Indígenas adoraban a sus dioses.

    Cenote, susurró Balthasar.

    Álvarez conocía la palabra. Habían encontrado otros cenotes a lo largo del camino, sumideros que habían sido llenados con agua, como pozos naturales. Los Indígenas parecían reverenciarlos, arrojando pequeñas ofrendas en cada uno por los que pasaban, pero algo en este cenote sólo le producía terror al rehén que tenían de guía. Comenzó a gesticular de manera salvaje y susurrando en su lengua nativa. Kukul’kan.

    ¿Qué estas tratando de decirme? Álvarez seseó, moviendo sus manos. ¿Qué es lo que te da miedo?

    Con esfuerzo, Balthasar se pudo controlar, entonces comenzó a hacer un movimiento ondulatorio con su mano.

    ¿Serpiente? Álvarez copió la pantomima, moviendo sus manos como una víbora al acecho.

    Debió haber sido la interpretación idónea, Balthasar apuntó uno por uno a cada uno de los españoles, y luego movió sus dedos como simulando caminar.

    Una serpiente andante, Álvarez pensó. ¿Quizá un hombre serpiente?

    Balthasar ahora apuntó hacia el cenote, o quizá la pirámide en ruinas, y después al suelo detrás de él... No, Álvarez comprendió, está apuntando a su propia sombra.

    Valle de la sombra,  susurró otro de sus hombres, que luego procedió a atravesar.

    Demonios serpientes y el valle de la sombra, Álvarez dijo. Está tratando de ahuyentarnos del camino correcto con peligros imaginarios, mientras que nos guía a la ruina. Mírate a ti mismo. No hay campos. No hay alguna fogata. Nadie ha vivido allí en cien años. Quizá allí encontraremos los tesoros que buscamos. Mañana, cruzaremos este lugar de sombras, y ya verás.

    Balthasar continuó charlando frenéticamente, y el regreso al campamento lo hizo más perturbado. Se mantenía repitiendo la misma frase una y otra vez. Bo’oy. Kukul’kan. Tiró de la gruesa cuerda anudada alrededor de su cuello, como tratando de arrastrar a Álvarez al camino de la espesa jungla, calmándose solo cuando Álvarez lo amenazó con golpearlo con una vara.

    Durante la noche, Balthasar uso sus dientes para desgarrar las venas de sus muñecas, derramando su sangre sobre el suelo de la selva.

    El suicidio hizo que se pusiera un paño mortuorio sobre el campamento. Álvarez reaccionó de inmediato para sofocar el coro creciente de descontento y miedo. Un animal atrapado se arrancaría su propia carne para escapar de la trampa. No hay gran diferencia.

    Es diferente, le respondió Díaz de manera desafiante, él era el segundo al mando después de Álvarez. Se quitó su propia vida antes de encarar el Valle de la Sombra. Y tú nos tienes yendo a ciegas dentro de él.

    Él se quitó la vida porque sus dioses paganos se lo demandaron, le respondió Álvarez. "Nosotros quien servimos al Dios verdadero no tenemos nada que temer. ¿Recuerdas las palabras de salmo? ‘Aunque ande en el valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno.’"

    ¿Ahora te tendremos que llamar Fray Diego? Díaz le alegó. Nos dirigirás a la ruina.

    Aun así el tono de Díaz había perdido algo de rebeldía. Al citar las escrituras, Álvarez había retado a sus hombres a demostrar que su fe era más fuerte que su miedo a las supersticiones. No habrá amotinamiento. Pero eso no significa que los hombres estén felices al respecto.

    Abandonaron rápidamente el campamento, dejando el cuerpo de Balthasar donde yacía, dirigiéndose hacia el valle. Su progreso era lento al principio, pero no paso tanto tiempo antes de que encontraran lo que parecía un camino, pavimentado con piedras blancas, serpenteando a través de la jungla. Aunque la selva estaba invadiendo el camino, quedaba lo suficientemente limpio como para hacerlos ir rápido. Al atardecer, ellos habían alcanzado el valle. Los árboles hacían oscurecer las ruinas, pero el camino parecía dirigirlos en aquella dirección, así que Álvarez continuó siguiéndolo. No mucho después, llegaron al límite de la ciudad.

    Al principio, vieron solo las piedras de cimentación donde alguna vez habían estado las casas, pero un poco después, encontraron paredes de piedra apilada que aún permanecían de pie. Álvarez se aventuró dentro de una de estas, y encontró un gran  árbol ─ un roble, él pensó─ alzándose desde el suelo. Por su altura, él pensó que habían pasado unos treinta años desde que la bellota había sacado raíz, pero presentía que la casa había sido deshabitada por más que eso. Nada más quedaba de las personas que alguna vez lo habitaron.

    Este es un tonto andante, Díaz dijo cuándo Álvarez salió. La gente quien una vez vivió aquí tomó se llevó todo con ellos cuando abandonaron este lugar. No hay ningún tesoro. No hay nada aquí.

    Estas equivocado, amigo mío, Álvarez insistió. Los Indígenas adoraban a sus dioses aventando adornos de oro dentro de los cenotes. Ellos podrían haberse ido, pero no se llevaron las ofrendas. Quizás eso es porque Balthasar no quería que viniéramos aquí, e incluso se quitó su propia vida. Sabía que saquearíamos las riquezas que les daban a sus falsos dioses. Debió haber temido por su ira.

    Esto pareció despertar el interés de Díaz. y ¿Cómo recobraríamos este botín?

    Una cosa a la vez. Primero debemos encontrarlo. Y deberíamos estar cerca. Yo puedo─

    Fue interrumpido por un grito de alarma de más lejos a lo largo del camino. Él y Díaz se apresuraron hacía adelante para descubrir que uno de sus hombres yacía en el suelo teniendo una convulsión. La cara del hombre herido estaba color escarlata bajo su barba, y su mandíbula estaba apretada, sus dientes estaban descubiertos debido al rictus. La saliva espumosa salía de entre ellos.

    ¿Qué pasó? Álvarez exigió una respuesta. ¿Fue mordido? ¿Por una serpiente?

    Antes de que alguien pudiera responder, el hombre seseó con su último aliento y después quedó sin vida. El resto de los hombres comenzó una búsqueda exhaustiva entre la vegetación, buscando la serpiente venenosa que había tomado a otro de su grupo.

    De repente, Díaz dejó escapar un aullido de consternación y se golpeó la mejilla. Me ha picado, dijo con un tono áspero.

    Álvarez vio algo caer de la barba de otro hombre, no era una avispa o araña, aunque tal vez posiblemente era una astilla de madera, o una espina.

    Díaz se le quedó viendo al objeto por un momento, entonces se quedó estático y se desplomó. Álvarez  lo alcanzó para atraparlo, y mientras lo hacía, escuchó un suave sonido como resoplido. Algo pasó por delante de su cara, fallando por menos de una mano de ancho. Álvarez ahora se daba cuenta de lo que estaba pasando.

    ¡Es un ataque! exclamó, girando en la dirección de donde había venido el proyectil. Mientras Díaz colapsaba, retorciéndose sobre el suelo de la selva, Álvarez cogió su ballesta y apuntó al matorral más cercano. Los mosquetes eran inútiles en la jungla; la humedad perseverante se pasó a la pólvora y a la mecha haciéndolas demasiado mojadas para encender. Sin embargo antes de que pudiera liberar el gatillo, había un crujido en las hojas y Álvarez pudo ver de rápido unas escamas verdes, como la piel de una víbora.

    "¡Hombres serpiente! Las advertencias de Balthasar regresaron a Álvarez.

    Escuchó más de los jadeantes sonidos, y los gritos de alarma se convirtieron en chillidos de dolor. Viendo de reojo, Álvarez observó a más de sus hombres caer.

    Ellos estaban siendo abatidos, sin siquiera poder ver la cara de sus enemigos.

    Sígueme, Álvarez hizo un llamado, alzando su espada y precipitándose hacia la espesura donde había vislumbrado la figura escamosa. Blandió su espada de acero de Toledo delante de él, y mientras la vegetación caía, vio de nuevo a la criatura, llena de escamas destellantes, con una cresta de plumaje brillosa. El hombre serpiente estaba de frente a él, con sus dientes puntiagudos ─como los dientes de un tiburón─ revelando una sonrisa feroz. Entonces la criatura le arrojó algo.

    Álvarez atacó al objeto, desviándolo de su cabeza. Su espada sonó con el impacto. El hombre serpiente dio la vuelta, desapareciendo de nuevo en la jungla. Álvarez se mantuvo atacando, cortando el denso follaje para descubrir el camino de piedra blanca.

    De repente, se encontró en un claro ─una plaza, pavimentada con piedra blanca que se extendía a cien pasos de la base de la pirámide desmoronada. El cenote formaba el límite del patio de su izquierda. No había rastro del hombre serpiente.

    Álvarez giró para reunirse con sus hombres, pero para su desgracia descubrió que se encontraba solo. Esperó en silencio, esforzándose por escuchar el sonido de pisadas o de alguna batalla, o inclusive los alaridos de los que estén falleciendo, pero no había nada. Ni siquiera un suspiro.

    Pero algo se estaba moviendo en la selva detrás de él. Algunas figuras sinuosas, movimientos serpenteantes a través de la vegetación, silenciosamente acercándose hacia él.

    Se dio la vuelta y corrió, pegando carrera por toda la longitud de la plaza. Si pudiera alcanzar el santuario, escalar uno de sus flancos y tal vez incluso alcanzar la cima, tendría un terreno elevado, y sus enemigos perderían la ventaja de estar escondidos. Si no hubiera demasiados de ellos, habría una oportunidad ─una pequeña, pero sin embargo una oportunidad─ de sobrevivir.

    Su armadura se hizo más pesada con cada paso hasta que ya no estaba corriendo, sino arrastrando los pies por el pavimento. Llegando a la mitad su meta, hizo una pausa y se dio la vuelta para ver avanzar a cinco de los hombres serpiente, encorvado como bestias acechando y preparándose para saltar. Se apresuró, apuntando con su ballesta cuidadosamente. Los hombres serpiente continuaron avanzando, aparentemente eran inconscientes al peligro que presentaba el arma. Hizo volar la saeta, y una de las criaturas soltó un grito cuando la flecha llegó a su destino. Álvarez soltó el arma, entonces se dio la vuelta y continuó corriendo, el breve respiro le dio la energía suficiente para alcanzar la base de la pirámide.

    Ascendió los flancos, arrastrándose hacia arriba sobre el desmoronado exterior. Se quitó su casco y se hubiera quitado su peto también, sino le hiciera perder los preciosos segundos que no tenía. Algo crujió contra la piedra a su lado, una piedra lanzada que rebotó. Álvarez siguió andando, su corazón latía con fuerza, sus brazos y muslos quemaban por el esfuerzo excesivo.

    Una estructura de piedra, había sido erigida en un vértice de la pirámide, pero el tiempo y el abandono habían pagado la factura. El techo ya no existía y las columnas que una vez definieron la entrada estaban rotas o inexistentes, revelando un altar. La pared trasera todavía tenía débiles rastros pintados del bajorrelieve que una vez lo adornaron, una cara feroz que pudo haber sido un león o quizá un perro salvaje, estilizado de una manera grotesca que los Indígenas preferían. En frente de esta, yacía un similar altar de piedra erosionado, y sobre este, una pequeña figurilla aparentemente como la misma criatura, descansando sobre sus piernas como una esfinge, con un cuenco poco profundo entre sus patas delanteras. La reliquia era casi del tamaño de la cabeza de un hombre, más oscura que el carbón o una sombra, pero adornado con anillos de oro resplandeciente.

    Aquí yacía por fin el tesoro que había visto. A pesar de la urgencia del momento, Álvarez avanzó dentro del templo en ruinas y alcanzó la reliquia.

    Parecía que se desmoronaba al tacto, y por un momento, temía que fuera tan ilusorio como los sueños de riqueza que lo habían llevado al infierno de esmeralda, pero no... lo que estaba oscurecido era solamente una fina capa de polvo o quizá ceniza. Por debajo de la capa negra, había un jade de color verde cremoso.

    Este premio era real.

    Lo dejó en el altar y se volteó para hacer frente al peligro.

    Pero los hombres serpiente no estaban allí. Se aventuró afuera del templo, miró hacia abajo y los localizó. Con el completo asombro, de que ellos se arrodillaron, con las cabezas haciendo reverencia como si estuvieran orando.

    Su postura de reverencia pasiva, le decía que no estaba en un peligro inmediato. Quizá la pirámide era sagrada para ellos, una tierra prohibida, o tal vez lo estaban esperando a que saliera. De cualquier manera, no podría quedarse en la cima para siempre.

    Aun así, mientras permanecía en la cima, su temor disminuyó. Ellos no lo iban a atacar, no aquí en la cima de la pirámide, ni tampoco en la plaza de abajo. Estaba certero de esto, aunque no podía decir porque.

    Tan seguro estaba, que regresó al altar y recogió el ídolo de jade con una mano. La reliquia le aseguraría un buen paso a través de la selva; los hombres serpiente lo reverenciarían como siervos de su falso dios.

    Emergió una vez más de la estructura y comenzó a descender. Las criaturas que se encontraban abajo se quedaron sin movimiento alguno, pero no fue hasta que Álvarez se acercaba a la base de la pirámide y vio entonces porque.

    Los hombres serpiente se habían convertido en piedra.

    Algo dentro de él sabía que esto no podría ser cierto. Lo que había pensado que eran figuras arrodilladas eran realmente figuras de piedra, que les crecía musgo oscuro. Incluso pensó que recordaba haberlos pasado durante su loca carrera por el patio.

    Pero también sabía que estos eran los hombres serpiente, las mismas criaturas que habían atacado al grupo en la jungla. Y sabía con clara certeza que no regresarían a la vida para amedrentarlo.

    No había nada más que temer. Sabía exactamente lo que tenía que hacer ahora.

    Con la figurilla de jade agarrada debajo de su brazo, se atravesó el patio y dentro del amoroso abrazo de la oscura selva.

    CAPITULO 1

    Miranda Bell golpeó sus nudillos contra la superficie  de plástico de la luz de buceo y se dispuso  hacerse cargo de nuevo en el interruptor. Esta vez, el foco se encendió, lanzando un rayo de luz blanca. Intentó de nuevo con el interruptor, encendiendo y apagando varias veces, hasta que estuvo satisfecha de que el problema se haya arreglado por sí mismo, entonces deslizó la linterna en forma de pistola dentro de su cangurera ubicada en su cintura.

    La linterna, como el resto del equipo, lo rentaron de la tienda de buceo en Tulum, era útil pero de alguna manera anticuada. Ella siempre uso sólo los mejores equipos, algunas veces prototipos que se encuentran a prueba y tecnologías de última generación que no están disponibles para un público masivo, pero eso había sido en otra vida. Ahora tenía que arreglárselas con cualquier equipo semi obsoleto, y fuera de venta, que pudiera poner sobre sus manos.

    Ella hizo una revisión exhaustiva, entonces se sentó en el borde del cenote, dejando sus largas piernas colgadas sobre el agua azul. Ella inhaló profundamente desde la línea de la segunda etapa del regulador adjunto al tanque AL80 SCUBA, que se encontraba en su espalda para asegurarse que el aire estaba fluyendo, entonces se dio la vuelta y miró hacia arriba hacía el rostro ansioso de Charles Bell, su padre.

    No te vayas a ir, ella bromeó, antes de colocar la boquilla entre sus dientes.

    Miranda, le suplicó. Sólo espera. Media hora. Ellos estarán aquí.

    Miranda peleó contra la urgencia de hacer girar sus ojos. Su padre sólo estaba siendo sobre protector, lo cual, ella suponía, que era su trabajo como padre, pero no tenía intención de esperar  a que llegaran sus tan llamados expertos en salvamento marino. Conociendo a Bell, ellos probablemente eran guías de turistas demasiado caros, los quien probablemente los haría hacer cerrar y llamaría a las autoridades locales cuando se dieran cuenta de lo que ellos hayan encontrado.

    Algunas veces él podía ser tan despistado acerca de cómo funcionaba el mundo.

    Lo que habían encontrado, o por lo menos lo que ellos pensaron que habían encontrado, era un cenote previamente sin descubrir, lo cual era extraordinario porque la zona alrededor de Tulum había sido explorada exhaustivamente y cartografiada, particularmente ante el gobierno fue designada como reserva arqueológica. El cenote era más grande que algunos de los que había visto, y no tan descuidado. Habían tropezado con él durante una caminata por la selva, y al principio creyeron que debían de estar perdidos porque no aparecía en el mapa. Cómo este agujero en particular había pasado desapercibido durante tanto tiempo era un misterio, pero si realmente estuviera inexplorado, había una buena oportunidad para encontrar dentro, artefactos de verdadero valor, lo cual fue una razón más para que ella buceara ahora, sin esperar a los expertos.

    Estaré bien papá, le afirmo aseguro a él, y entonces golpeó suavemente su GoPro, que se encontraba por la parte de arriba de su máscara. Está grabando ¿verdad?

    Ella sabía que solo le preguntaba para distraerlo para que no la demorara más. Bell agarró su tableta, la cual mostraba en vivo la señal de video de su cámara digital. Como ella lo estaba mirando a él, la pantalla mostraba a Bell sosteniendo la tableta. Algo de deficiencia de la tecnología impidió que la imagen se repitiera hasta el infinito, pero no obstante el efecto fue surrealista. La señal wi-fi de la cámara digital se perdería una vez que se sumergiera, así que Bell tendría que esperar hasta que regresara para ver los frutos del buceo de exploración.

    Miranda asintió y entonces se colocó la boquilla y se echó hacia adelante dejándose caer en el agua. El peso del equipo que utilizaba la arrastró hacia abajo rápidamente, pero sólo en un segundo o dos, fueron suficientes para que sintiera la presión en su oído interno.

    Debajo de la superficie, la blanca piedra caliza parecía resplandecer en un frío tono azul, como alguna clase de un elemento radioactivo. El agua, solo era ligeramente salina, cristalina, pero el agujero era tan profundo que la luz del sol no llegaba al fondo.

    Hizo que sus oídos tronaran, para igualar la presión y encendió su lámpara de buceo, tratando de ver qué tan profundo era el agujero. A pesar que la entrada en la superficie era de unos veinticinco pies de diámetro, el cenote ─el cual hace cientos de miles de años, habría sido una caverna seca, ahuecado con un relieve kárstico de piedra caliza, originado por las fuerzas geológicas─ se ampliaba en todas las direcciones. El techo sobresaliente, bloqueaba la mayoría de la luz del sol, dejando el entorno de la superficie en un estado de perpetua oscuridad, que fue quebrantada por el espectro de luz procedente de la  lámpara. Sus burbujas eran de un resplandor plateado acumulándose en el techo de arriba, mientras ella continuaba con un ritmo relajado en la dirección opuesta.

    El cenote no tenía un fondo plano como una alberca o un pozo, sino que era ondulado en una serie de salientes verticales y grietas profundas. Le recordaba a Miranda como un gigantesco molar. Esta ilusión era reforzada debido a una capa de cieno parduzco que cubría las elevaciones, como una acumulación de placa sobre un diente. Sabía mejor que no debería molestar el cieno. Si lo hiciera se elevaría una nube de finas partículas, que la harían cegar, sin embargo puso su luz sobre las superficies, buscando algo que justificara el sacrificar temporalmente su visibilidad.

    Algo centelló desde una roca a su izquierda. Nadó hacia esta, su pulso se aceleró mientras ella imaginaba sacudir cuidadosamente el

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