En 1688, un oficial de la marina mercante holandesa, un tal Wafer, publicó un informe de los viajes realizados por él, entre 1686 y 1687, como segundo de a bordo en el barco británico The Bachelor’s Deligth, bajo el mando del capitán Davis. Wafer declara que a 27o 20’ sur, él y Davis avistaron una isla desconocida a gran distancia de la costa occidental de la América meridional.
Al acercarse un poco, el holandés y el inglés divisaron «en dirección a poniente una sucesión de tierras altas sobre el agua, que nos parecieron islas… La costa parecía extenderse durante no menos de catorce o quince leguas de longitud» (unos 60 km).
Posteriormente, el comandante Davis confirmó el informe de Wafer, y el archipiélago recibió el nombre de Davisland. Pero durante toda una generación, a partir de 1688, numerosos barcos que se habían aventurado hasta las remotas aguas del Pacífico centromeridional buscaron en vano el archipiélago de Davisland, que ahora ya estaba marcado en todas las cartas náuticas. El archipiélago se había desvanecido. Por otra parte, se decía, dos marineros expertos como Davis y Wafer no podían haberse equivocado tan flagrantemente, y el descubrimiento de la isla de Pascua, por obra de otro holandés, en 1722, llenó al mundo de perplejidad y estupor. La isla de Pascua, considerado «el punto más solitario y abandonado del globo», siempre ha sido un enigma apasionante, con sus estatuas colosales, sus misteriosas inscripciones que muestran afinidades con otras indias del siglo III a. C.
La difusión de colosales complejos megalíticos por el Pacífico constituye un auténtico rompecabezas para los arqueólogos
TIERRA INCÓGNITA
Wafer y Davis, en 1687, impulsados por los vientos y las corrientes del Pacífico a 500 leguas al oeste