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Hawái el archipiélago del amor
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Hawái el archipiélago del amor
Libro electrónico56 páginas50 minutos

Hawái el archipiélago del amor

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Cuando se examina la carta de navegar del océano Pacífico, llama inmediatamente la atención un entrecruzamiento de líneas que cubre su parte superior. Son como, los rayos de una rueda, como los filamentos de una telaraña, y el centro de esta periferia de líneas, que significan para los pilotos rumbos de navegación, se halla en el archipiélago de Hawái.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento7 abr 2017
ISBN9788826047331
Hawái el archipiélago del amor
Autor

Vicente Blasco Ibáñez

Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928) was a Spanish novelist, journalist, and political activist. Born in Valencia, he studied law at university, graduating in 1888. As a young man, he founded the newspaper El Pueblo and gained a reputation as a militant Republican. After a series of court cases over his controversial publication, he was arrested in 1896 and spent several months in prison. A staunch opponent of the Spanish monarchy, he worked as a proofreader for Filipino nationalist José Rizal’s groundbreaking novel Noli Me Tangere (1887). Blasco Ibáñez’s first novel, The Black Spider (1892), was a pointed critique of the Jesuit order and its influence on Spanish life, but his first major work, Airs and Graces (1894), came two years later. For the next decade, his novels showed the influence of Émile Zola and other leading naturalist writers, whose attention to environment and social conditions produced work that explored the struggles of working-class individuals. His late career, characterized by romance and adventure, proved more successful by far. Blood and Sand (1908), The Four Horsemen of the Apocalypse (1916), and Mare Nostrum (1918) were all adapted into successful feature length films by such directors as Fred Niblo and Rex Ingram.

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    Hawái el archipiélago del amor - Vicente Blasco Ibáñez

    I

    Cuando se examina la carta de navegar del océano Pacífico, llama inmediatamente la atención un entrecruzamiento de líneas que cubre su parte superior. Son como, los rayos de una rueda, como los filamentos de una telaraña, y el centro de esta periferia de líneas, que significan para los pilotos rumbos de navegación, se halla en el archipiélago de Hawái.

    La parte inferior de dicha carta está espolvoreada de puntos, islas diseminadas en la inmensidad oceánica, como las estrellas en el cielo. Arriba, la soledad azul es uniforme y absoluta. En un espacio de miles y miles de millas, sólo se ven unos cuantos puntitos agrupados: el archipiélago de Hawái. Más de 2.000 millas le separan de las costas de América, más de 3.000 de las del Japón, y para llegar hasta los continentes oceánicos de Australia y Nueva Zelanda —las tierras más importantes que tiene el sur—, es necesario navegar 5.000 millas, cortar los dos trópicos y la línea ecuatorial, avanzando mucho en el otro casquete del globo.

    Estas islas solitarias son lugar de obligado descanso para todos los buques que salen de las costas de América, de Asia o de Australia, y se encuentran en el puerto de Honolulu, el más importante de Hawái. Todas ellas, con sus diversas extensiones, no son más que remates de montañas volcánicas emergidas del fondo del océano; cúspides fértiles, por los elementos químicos de su tierra y por la temperatura del trópico, que descansan sobre tan pedestal sumido en el agua 7.000 u 8.000 metros.

    Su hermosura es innegable y deja en los visitantes un recuerdo firme; pero aún parece agrandarse por la relatividad de las circunstancias, pues el viajero llega a ellas después de haber atravesado las monotonías de un océano desierto.

    Muchos marinos, al hablar de sus viajes por el Pacífico, exclaman con melancolía:

    —¡Ah, Hawái!… ¡El incomparable puerto de Honolulu!

    Actualmente, a pesar de lo rápida que resulta la navegación a vapor y de las comodidades que ofrece un paquebote moderno, la presencia de este archipiélago, después de una semana de travesía solitaria, es acogida con entusiasmo. Hay que imaginarse cómo celebrarían los navegantes a vela, después de varios meses de aislamiento, la aparición de estas islas surgidas en mitad del Pacífico y descritas como un edén de paz y dulces placeres por los que las visitaron antes.

    Todos los vapores se dirigen ahora a Honolulu, en la isla Oahu, y esto es lo único que ven los viajeros durante su escala en el archipiélago polinésico. Nosotros, antes de Honolulu, visitamos la isla de Hawái, la mayor de todas y, sin embargo, la menos frecuentada por la navegación regular. En ella están los cráteres más altos de esta tierra volcánica, y el Kilauea, lago de fuego en ebullición, que no tiene nada comparable en todo el mundo conocido.

    Este archipiélago fue redescubierto en el siglo XVIII por el famoso capitán Cook. Como los ingleses se dedicaron a los descubrimientos geográficos con más de un siglo de retraso, cuando ya españoles y portugueses habían explorado la redondez del planeta, creyeron oportuno exagerar el valor indiscutible de las navegaciones de Cook, hablando de ellas como si no tuviesen precedente alguno en Oceanía.

    El famoso capitán Cook fue más sincero que muchos de sus compatriotas, y en los relatos que dejó escritos de sus viajes menciona varias veces a los descubridores españoles que le precedieron más de siglo y medio en el descubrimiento de muchos archipiélagos del Pacífico. Hasta cuenta haber encontrado en poder de los indígenas de una isla espadas viejas que procedían de los antiguos marinos españoles.

    Los autores ingleses nunca se han acordado de los precursores de su ilustre compatriota, de Álvaro de Mendaña, Quirós, Torres y otros pilotos españoles y portugueses, que dieron a muchas islas y estrechos de Oceanía los nombres ibéricos que ostentan aún o sus propios apellidos.

    Con el archipiélago de Hawái ocurre lo mismo. Al hablar de él se afirma, como algo indiscutible, que fue Cook el primero que lo descubrió. Algunos autores más escrupulosos llegan a decir de una manera vaga que mucho antes del viaje del mencionado explorador habían llegado

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