UN PLAN COMPLICADO
La cartografía de la Edad Media estaba referida casi exclusivamente a las aguas del Mediterráneo y sus tierras ribereñas. El océano Atlántico era entonces conocido como el mar Tenebroso, muy temido por los marinos, dadas las pocas referencias que se tenían de sus aguas y lo que podía encontrarse en ellas. En los mapas y cartas náuticas solían representarse pobladas de seres míticos y monstruosos –grandes serpientes marinas, dragones acuáticos, sierpes…– que suponían una terrible amenaza para las embarcaciones que se aventuraban a navegar por ellas.
A partir del siglo xv, los portugueses habían llevado a cabo una serie de expediciones desde el sur de su país. Tradicionalmente se ha señalado Sagres como la base de la que partían, y al infante don Enrique, conocido como el Navegante, como su principal impulsor. Los marinos portugueses, a base de esfuerzo y tesón, habían ido ampliando, poco a poco, el horizonte geográfico de la costa africana, hasta que, en 1488, Bartolomeu Dias logró doblar el cabo de las Tormentas, que se rebau tizaría como de Buena Esperanza. Esa proeza abría un posible camino para llegar a las Indias por una ruta diferente a la que controlaban los venecianos desde hacía décadas. Estos, por el mar Rojo, alcanzaban el mercado de las especias, donde podía adquirirse clavo, canela, pimienta negra… La posibilidad se hizo realidad diez años más tarde, en 1498, cuando Vasco da Gama llegaba a Calicut tras bordear la costa oriental africana y surcar las aguas del océano Índico. Los portugueses, con esa nueva ruta
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