Veinte mil leguas de viaje submarino: Edición Juvenil Ilustrada
Por Juio Verne y Julio Verne
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El monstruo resulta ser un sorprendente submarino a las órdenes del capitán Nemo, y el hecho de que deba mantener el secreto plantea un grave problema al capitán en cuanto a la liberación de los tres personajes principales.
El capitán Nemo, el sabio atormentado y desengañado de la raza humana, en el que confluyen el individualismo libertario y un exacerbado sentido de la justicia, se ha convertido sin duda en uno de los paradigmas de la novela de aventuras y su presencia ya bastaría para justificar el lugar de honor que ocupa Veinte mil leguas de viaje submarino en el género.
Y sin embargo contiene muchos otros alicientes: emoción, conocimiento, suspense, personajes inolvidables, lances inesperados... Uno de los hitos de la novela de aventuras y fuente inagotable para la posterior narrativa de anticipación.
Esta edición Juvenil Ilustrada de "20.000 Leguas de Viaje Submarino" es el perfecto acercamiento para los más jóvenes de la casa a la obra de Verne, y también una excusa para los adultos para rememorar de forma rápida un clásico de la literatura de aventuras.
*
Julio Verne (1828 - 1905) es considerado uno de los fundadores de la moderna literatura de ciencia ficción y un gran narrador de aventuras. Fue célebre por sus relatos de aventuras fantásticas, narradas siempre con un tono de verosimilitud científica. Predijo con gran precisión en sus relatos fantásticos la aparición de algunos de los productos generados por el avance tecnológico del siglo XX, como la televisión, los helicópteros, los submarinos o las naves espaciales.
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Veinte mil leguas de viaje submarino - Juio Verne
Notas
Créditos
20.000 LEGUAS DE
VIAJE SUBMARINO
*
Julio Verne
EDICIÓN JUVENIL ILUSTRADA
Traducción y adaptación: Javier Laborda López
Ilustraciones: Claude Beaumont
20.000 Leguas de Viaje Submarino
© Julio Verne
© De la presente traducción y adaptación Javier Laborda López 2016
© Ilustraciones: Julio Bosch 1984
INDICE
Capítulo I
UN MISTERIO INQUIETANTE
Capítulo II
A LA AVENTURA
Capítulo III
MOBILIS IN MOBILE
Capítulo IV
EL NAUTILUS
Capítulo V
UNA CACERÍA SUBMARINA
Capítulo VI
CUATRO MIL LEGUAS BAJO EL PACÍFICO
Capítulo VII
PESCADORES DE PERLAS
Capítulo VIII
UN BUZO LLAMADO NICOLÁS
Capítulo IX
EL POLO SUR
Capítulo X
ACCIDENTE O INCIDENTE
Capítulo XI
LOS PULPOS
Capítulo XII
UNA HECATOMBE
CONCLUSIÓN
Capítulo I
UN MISTERIO INQUIETANTE
Allá por el año 1.866 una serie de rumores, que cada vez iban tomando mayor relieve, comenzaron a agitar a la opinión mundial, sumiéndola en inquietantes dudas y perplejidades. Se aseguraba que, en diferentes ocasiones y en lugares muy distantes unos de otros, había aparecido sobre la superficie del mar, un extraño escollo de enormes dimensiones y de características desconocidas hasta entonces. Había quienes aseguraban que este objeto era una cosa
, una especie de isla flotante, y quienes, por el contrario, afirmaban que se trataba de un monstruo animal de especie ignorada. El asunto no hubiera trascendido de no ser porque marinos mercantes de gran reputación y seriedad, e incluso oficiales de la marina de guerra inglesa, emitieron distintos informes, con carácter científico, que no dejaban lugar a dudas.
Ocurrió lo que suele pasar con todas las noticias misteriosas que no tienen una clara explicación. El público hablaba, constantemente, del monstruo
de tal manera que llegó a estar de moda. Las revistas y los teatrillos lo sacaron a escena, en broma y en serio; se le caricaturizaba en los periódicos, con más o menos ingenio, y se publicaban artículos en los que se recordaban los viejos mitos, fábulas y leyendas de animales marinos, desde la terrible ballena blanca Moby-Dick de las regiones boreales, hasta el monstruoso Kraken del que se afirmaba que podía arrastrar al fondo del mar un buque de quinientas toneladas.
Mas cuando el asunto parecía definitivamente olvidado, nuevos acontecimientos volvieron a darle una palpitante actualidad.
Un célebre armador inglés, Cunnard, poseía una serie de líneas regulares, servidas hasta por doce navíos de su compañía, que se habían distinguido, siempre, por su seguridad, su rapidez y su regularidad casi perfecta. En veintiséis años de experiencia los navíos de Cunnard habían surcado dos mil veces el Atlántico sin que nunca un accidente hubiera llegado a
producir un retraso o una perturbación, siquiera mínima, en el orden proverbial de la casa inglesa. Sin embargo, cuando el día 13 de abril de 1.867, los pasajeros del Escocia
se hallaban tranquilamente merendando en el comedor del buque, se produjo un choque apenas perceptible que no hubiera inquietado a nadie de no ser porque de pronto se escucharon gritos que decían:
— ¡Una vía de agua! ¡Nos estamos hundiendo!
El capitán Anderson sabía perfectamente que el navío no podía hundirse repentinamente porque estaba acondicionado en forma que el agua sólo podía llenar un cierto compartimiento, sin pasar al resto del buque, y tranquilizó a los consternados pasajeros. Mandó parar el buque e inspeccionar la avería por medio de un buzo, comprobando que se había abierto un orificio de más de dos metros en la quilla de su navío. Como no había afectado a las calderas, pudo continuar a media marcha el viaje llegando con tres días de retraso. Los ingenieros de la compañía examinaron el casco en el dique seco y observaron algo que les llenó de estupor. La brecha tenía la forma de un triángulo isósceles perfecto, estando la chapa cortada con toda limpieza. Había que suponer que el objeto penetrante era de un temple fuera de lo corriente y de una fuerza capaz de traspasar aquella gruesa plancha, retirándose después por un incomprensible movimiento de retroceso.
Este misterioso accidente apasionó, de nuevo, a la opinión pública. Como ponía en peligro multitud de vidas humanas y las comunicaciones comenzaron a hacerse difíciles porque, con cierta frecuencia, se repitieron accidentes similares, el público comenzó a pedir enérgicamente que se desembarazasen los mares del formidable y peligroso cetáceo.
* * *
Hora es ya de que me presente. Soy el autor del impresionante relato que el lector amable tendrá ocasión de conocer si se digna seguirme hasta el final, cosa que no dudo, dado su extraordinario interés. Me llamo Pierre Aronnax y soy profesor suplente del Museo de Historia Natural de París. El gobierno francés me ha distinguido en varias ocasiones agregándome a distintas expediciones científicas para estudiar la flora y la fauna de remotos países y, modestia aparte, puedo considerarme un verdadero especialista en estas materias.
Como a todo el mundo, el misterio del monstruo marino me apasionaba, y más aún dada mi condición de naturalista científico. Me hallaba al corriente de las informaciones publicadas en toda la prensa del mundo y estudiándolas a fondo pude concretar lo siguiente: era imposible que se tratase de un escollo flotante —un iceberg o una gran roca —dada su aparición en lugares tan distantes en todos los mares del mundo. Necesariamente las hipótesis quedaban reducidas a dos: o se trataba de un monstruo desconocido o de un navío submarino, es decir, de una nave ideada y construida por un hombre genial, con capacidad para sumergirse en las profundidades del mar y maniobrara voluntad de sus conductores.
Entonces fue cuando se requirió mi opinión, encontrándome en Nueva York, por el New York Herald a cuya solicitud, a pesar de mi deseo de mantenerme al margen, no pude negarme.
En el artículo que publiqué, venía a decir, en síntesis, lo siguiente: Las inmensas profundidades del mar, que ni siquiera conocemos, porque jamás han podido ser exploradas, nos ocultan una vida misteriosa de la que no tenemos más que muy lejanas sospechas. ¿Qué animales viven en aquellas regiones? ¿Cuál pudiera ser su tamaño, sus características, su forma de vida, su naturaleza y sus cualidades? No lo sabemos, ni lo sabremos. Es perfectamente posible suponer la existencia de peces o cetáceos o quizá animales de especie desconocida, constituidos para vivir en las grandes profundidades, que, por una circunstancia cualquiera, pudieran aparecer en la superficie del océano. Este pudiera ser el caso del monstruo que tanto preocupa a la opinión pública. Pero de no ser así, también podría tratarse de una especie conocida, sólo que en un ejemplar de dimensiones fuera de lo corriente. Existe, en efecto, un cetáceo, el narval, que se halla armado de una especie de espolón de marfil, que tiene la dureza del acero. Alcanza la dimensión de dos metros y medio y algunas de estas defensas se han arrancado con dificultad de los cascos de algunas naves. Si existiera un Narval Gigante, de un tamaño cinco o diez veces superior al corriente, tendríamos explicados los misterios que nos inquietan
.
Todo esto hizo que, casi unánimemente, se aceptara la idea del monstruo y que los gobiernos de las naciones más prácticas, Estados Unidos e Inglaterra, decidieran limpiar los mares de aquel fabuloso peligro que amenazaba la comunicación marítima en forma tan alarmante. Por ello, en el puerto de Nueva York se acondicionó rápidamente una fragata de guerra, dotada de un espolón de acero y con todas las condiciones necesarias para la formidable empresa de caza y captura a que se aprestaba. Pero entonces ocurrió algo curioso y fue que el monstruo pareció haberse enterado de los preparativos, pues, por espacio de dos meses largos, no dio señales de vida. Sin embargo de pronto se recibieron informes de haber sido avistado por uno de los vapores que hacían la travesía de San Francisco a Shanghái, en aguas septentrionales del Pacífico.
Esta noticia conmovió al mundo entero. Tres horas antes de que partiese la fragata de guerra, recibí un cable en los siguientes términos:
Monsieur Pierre Aronnax. Prof. del Museo de París. Hotel Quinta Avenida-New York
" Monsieur:
El Gobierno de los Estados Unidos vería con placer su presencia a bordo de la fragata " Abraham Lincoln ", como representante de Francia, en la empresa que, con la ayuda del Todopoderoso, intentamos en beneficio de la humanidad. El comandante Farragut le atenderá en cuanto le sea necesario.
Reciba la consideración de
J. B. Hobson Ministro de Marina."
* * *
Cuando recibí el cable que acabo de transcribir, no tenía otro deseo que el de regresar a mi amada Francia lo antes posible. La expedición científica a Nebraska me tenía agotado y ansiaba hallar la acogedora tibieza del hogar, para reponerme de mis fatigas. Pero, inmediatamente después