El fantasma de Canterville
Por Oscar Wilde
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Oscar Wilde
Oscar Fingal O'Flahertie Wills Wilde was born on the 16th October 1854 and died on the 30th November 1900. He was an Irish playwright, poet, and author of numerous short stories and one novel. Known for his biting wit, he became one of the most successful playwrights of the late Victorian era in London, and one of the greatest celebrities of his day. Several of his plays continue to be widely performed, especially The Importance of Being Earnest.
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Comentarios para El fantasma de Canterville
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- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Es muy entretenido yo lo recomiendo para niños mayores de 10+ ?
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El fantasma de Canterville - Oscar Wilde
Es una parodia de los relatos de terror en la que un embajador estadounidense, Hiram B. Otis, se traslada con su familia a un castillo encantado en Inglaterra. Lord Canterville, dueño anterior del castillo, le advierte que el fantasma de Sir Simon de Canterville pulula por el castillo desde que éste asesinó a su esposa Lady Eleonore de Canterville. Pero el Sr. Otis, estadounidense moderno y práctico, desoye sus advertencias. Así, la familia estadounidense de míster Hiram B. habita en la mansión, burlándose constantemente del fantasma debido su indiferencia ante los sucesos paranormales.
Oscar Wilde
El fantasma de Canterville
Título original: The Canterville Ghost
Oscar Wilde, 1887
Capítulo I
Cuando míster Hiram B. Otis, ministro de los Estados Unidos de América, compró Canterville Chase, todo el mundo le dijo que cometía una gran locura, porque la finca estaba embrujada.
Hasta el mismo lord Canterville, como hombre de la más escrupulosa honradez, se creyó en el deber de participárselo a míster Otis, cuando llegaron a discutir las condiciones.
—Nosotros mismos —dijo lord Canterville— nos hemos resistido en absoluto a vivir en ese sitio desde la época en que mi tía abuela, la duquesa de Bolton, tuvo un ataque de nervios, del que nunca se repuso por completo, motivado por el espanto que experimentó al sentir que las manos de un esqueleto se posaban sobre sus hombros, estando vistiéndose para cenar. Me creo en el deber de decirle, míster Otis, que el fantasma ha sido visto por varios miembros de mi familia, que viven actualmente; así como por el rector de la parroquia, el reverendo Augusto Dampier, agregado del King’s College de Oxford. Después del trágico accidente ocurrido a la duquesa, ninguna de las doncellas quiso quedarse en casa, y lady Canterville no pudo ya conciliar el sueño a causa de los ruidos misteriosos que llegaban del corredor y de la biblioteca.
—Milord —respondió el ministro—, también me quedaré con los muebles y el fantasma bajo inventario. Llego de un país moderno, en el que podemos tener todo cuanto el dinero es capaz de proporcionar, y esos mozos nuestros, jóvenes y turbulentos, que recorren el Viejo Continente escandalizándolo, que se llevan los mejores actores de ustedes, y sus mejores prima donnas, estoy seguro de que si queda todavía un verdadero fantasma en Europa, vendrán a buscarlo en seguida para colocarle en uno de nuestros museos públicos o para pasearle por los caminos como un fenómeno.
—El fantasma existe; me lo temo —dijo lord Canterville, sonriendo—, aunque quizá se resista a las ofertas de sus intrépidos empresarios. Hace más de tres siglos que se le conoce. Data, con precisión, de 1574, y nunca deja de mostrarse cuando está a punto de ocurrir alguna defunción en la familia.
—¡Bah! Los médicos de cabecera hacen lo mismo, lord Canterville. Amigo mío, un fantasma no puede existir y no creo que las leyes de la Naturaleza admitan excepciones en favor de la aristocracia inglesa.
—Realmente —dijo lord Canterville, que no acababa de comprender la última observación de míster Otis—, ustedes son muy sencillos en América. Ahora bien, si le gusta a usted tener un fantasma en casa, mejor que mejor. Acuérdese únicamente que yo le previne.
Algunas semanas después se cerró el trato, y a fines de la estación el ministro y su familia emprendieron el viaje hacia Canterville Chase.
La señora Otis, que con el nombre de miss Lucrecía R. Táppan, de la calle West 53, había sido una célebre beldad de Nueva York, era todavía una mujer muy bella, de edad regular, con unos ojos hermosos y un perfil magnífico.